PICICA: "Leonardo Boff explica en entrevista el significado e importancia de la
Teología de Liberación. Durante 22 años fue profesor de Teología
Sistemática y Ecuménica en el Instituto Teológico Franciscano de
Petrópolis, profesor de Teología y Espiritualidad en varios centros de
estudio y universidades de Brasil y del exterior, y profesor visitante
en las universidades de Lisboa (Portugal), Salamanca (España), Harvard
(EUA), Basilea (Suiza) y Heidelberg (Alemania).
Es doctor honoris causa en política por la Universidad de Turín (Italia) y en Teología por la Universidad de Lund (Suecia) 1992,1 y ha sido galardonado con varios premios en Brasil y en el exterior por su lucha a favor de los débiles, oprimidos y marginados, y de los Derechos Humanos. El 8 de diciembre del 2001 le fue otorgado en Estocolmo el Right Livelihood Award, conocido también como el Nóbel Alternativo.
Entre 1975 y 1985 participó del consejo editorial de la Editorial Vozes. En este periodo formó parte de la coordinación de la colección "Teología y Liberación" y de la edición de las obras completas de Carl Gustav Jung. Ha sido redactor de la Revista Eclesiástica Brasileira (1970-1984), de la Revista de Cultura Vozes (1984-1992) y da Revista Internacional Concilium (1970-1995).
Es uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, junto con Gustavo Gutiérrez Merino. En 1984, en razón de sus tesis ligadas a la teología de la liberación expuestas en su libro Iglesia: Carisma y Poder, fue sometido a un proceso por parte de la Sagrada Congregación para la Congregación para la Doctrina de la Fe. En 1985 fue condenado a un año de "silencio" (suspensión "a divinis") y depuesto de todas sus funciones editoriales y académicas en el campo religioso.
Estuvo a punto de ser silenciado de nuevo en 1992 por Roma, para evitar que participara en el Eco-92 de Río de Janeiro, lo que finalmente le movió a dejar la orden franciscana, y el ministerio presbiteral. Actualmente vive en el Jardim Araras, región campestre ecológica del municipio de Petrópolis-RJ, con su pareja Marcia Maria Monteiro de Miranda.
En 1993 presentó concurso, y fue aprobado, como profesor de ética, filosofía de la religión y ecología en la Universidad del Estado del Río de Janeiro (UERJ)." ( )
Es doctor honoris causa en política por la Universidad de Turín (Italia) y en Teología por la Universidad de Lund (Suecia) 1992,1 y ha sido galardonado con varios premios en Brasil y en el exterior por su lucha a favor de los débiles, oprimidos y marginados, y de los Derechos Humanos. El 8 de diciembre del 2001 le fue otorgado en Estocolmo el Right Livelihood Award, conocido también como el Nóbel Alternativo.
Entre 1975 y 1985 participó del consejo editorial de la Editorial Vozes. En este periodo formó parte de la coordinación de la colección "Teología y Liberación" y de la edición de las obras completas de Carl Gustav Jung. Ha sido redactor de la Revista Eclesiástica Brasileira (1970-1984), de la Revista de Cultura Vozes (1984-1992) y da Revista Internacional Concilium (1970-1995).
Es uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, junto con Gustavo Gutiérrez Merino. En 1984, en razón de sus tesis ligadas a la teología de la liberación expuestas en su libro Iglesia: Carisma y Poder, fue sometido a un proceso por parte de la Sagrada Congregación para la Congregación para la Doctrina de la Fe. En 1985 fue condenado a un año de "silencio" (suspensión "a divinis") y depuesto de todas sus funciones editoriales y académicas en el campo religioso.
Estuvo a punto de ser silenciado de nuevo en 1992 por Roma, para evitar que participara en el Eco-92 de Río de Janeiro, lo que finalmente le movió a dejar la orden franciscana, y el ministerio presbiteral. Actualmente vive en el Jardim Araras, región campestre ecológica del municipio de Petrópolis-RJ, con su pareja Marcia Maria Monteiro de Miranda.
En 1993 presentó concurso, y fue aprobado, como profesor de ética, filosofía de la religión y ecología en la Universidad del Estado del Río de Janeiro (UERJ)." ( )
Dos Iglesias: una para las élites y otra para los pobres
*Artículo de opinión
Ivonne Acuña Murillo
La Semana Santa es una buena época no
sólo para recordar la muerte y resurrección de Cristo, sino para pensar
en la Iglesia Católica como una institución que necesariamente ha
incidido e incide en la vida social de mexicanos y mexicanas.
Amerita recordar que desde el momento en
que dos culturas diferentes se encontraron, el papel desempeñado por la
Iglesia Católica cobró una importancia singular. Primero, para
completar un proyecto de conquista y supuesta “humanización”, en la que
los religiosos sirvieron de “puente piadoso” entre el pueblo
conquistador y el pueblo conquistado. Así, una a una las órdenes
religiosas de los franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas,
juaninos, hipólitos, carmelitas, mercedarios
y clarisas sirvieron de freno, en la medida de lo posible, a los abusos
cometidos por los conquistadores en contra de la población sometida, al
tiempo que completaban, con la evangelización de las y los indígenas,
la obra del soldado español, para hacer de “los naturales”, un pueblo
temeroso de Dios y del Rey de España.
Segundo, porque el rescate de lo que
había quedado de la cultura vencida y de un pasado lleno de memoria y
tradición, no habría sido lo extenso que fue sin la labor de personajes
como Fray Bernardino de Sahagún, que empeñó sus esfuerzos no sólo para
recuperar los vestigios de la gran civilización indígena, sino para
hacer comprensible la realidad del “otro” conquistado al “otro”
conquistador y viceversa.
Del mismo modo fue relevante la labor
defensora en favor del pueblo indígena de Fray Bartolomé de las Casas y
el trabajo de organización y protección de Vasco de Quiroga (el “Tata
Vasco”), por mencionar sólo a algunos.
Por supuesto, los frailes compasivos que
asumieron la causa indígena como propia no fueron los únicos religiosos
en llegar a la Nueva España, con ellos arribaron otros más empeñados en
ligarse a la nueva y buena vida de la élite conquistadora y que nunca
cultivaron un sentimiento de empatía con los menos favorecidos,
preocupados como estaban de “salvar el alma” de los españoles ricos
establecidos en las nuevas tierras.
Hoy, como entonces, puede distinguirse a
dos tipos de religiosos o de Iglesias, una para los ricos y otra para
los pobres. La primera, está formada por quienes pertenecen a la alta
jerarquía católica que, siguiendo la tradición, se encuentra ligada a
las élites política y económica y no duda en ponerse de su lado cuando
de mantener el statu quo se trata. Se caracteriza por su
incapacidad para abrigar y defender las causas de los menos favorecidos y
sólo se acerca a ellos para sumarlos a una feligresía, que debe ser
sumisa, pasiva y dogmática, incapaz de cuestionar la autoridad religiosa
aunque a la vista de todos sea capaz de cometer excesos, como lo
muestran las acusaciones por pederastia que en los últimos años han
empañado el prestigio de una Iglesia que se presenta como protectora de “su rebaño”.
La otra, la Iglesia de los pobres, por
el contrario, sigue la tradición fundada en América por los frailes
mencionados y se liga a las causas de los pobres, los necesitados, los
excluidos, los discriminados, los abusados, los sometidos. Es una
Iglesia “abierta”, “comprometida” y “social”.
Ejemplo de ésta última idea es la
llamada “Teología de la liberación”, que desde la década de los setentas
defiende una idea de liberación, de movilización, de cambio social
desde la fe, y se opone a la función legitimadora de la “resignación de
los pobres”. En palabras de Leonardo Boff, uno de sus más importantes
representantes, la Teología de la liberación es “el intento de hacer del
evangelio, de la doctrina cristiana, una fuerza buena de compromiso con
la justicia y de liberación de los pobres y marginados.
Otros de sus principales representantes son los sacerdotes: Gustavo Gutiérrez Merino (peruano), Jon Sobrino (español), Camilo Torres Restrepo (colombiano), Pablo Richard (chileno), Manuel Pérez Martínez (español), Juan Luis Segundo (uruguayo) y Gaspar García Laviana (español).
En México, es imposible no pensar en el
fallecido Obispo Samuel Ruíz, nombrado por los indígenas como “El
Tatic”, y que tuvo un papel tan relevante antes, durante y después del
levantamiento zapatista, en Chiapas, y que fue reconocido como un defensor de los indígenas y sus derechos,
tanto mexicanos como centroamericanos, y por su gran labor en la
organización social y económica de los pobres en Chiapas. Don Samuel
fue uno de los sacerdotes ligados a la Teología de la liberación, junto
con otros obispos latinoamericanos como Hélder Cámara (Brasil) – cuatro
veces candidato al Premio Nobel de la Paz-, Juan Landázuri (Perú), Jesús
Silva Enríquez (Chile) y Óscar Arnulfo Romero (El Salvador), sacerdote
asesinado a tiros en el altar de su catedral.
Actualmente, existen en México
sacerdotes que, sin suscribir necesariamente la Teología de la
liberación, están comprometidos con la labor pastoral de una Iglesia
evangélica cuyos ojos miran a los pobres, a los desposeídos, a los
migrantes, a los indefensos, a los excluidos.
Es el caso del Obispo de Saltillo, Raúl Vera, sacerdote dominico comprometido en la defensa de los Derechos Humanos,
en el apoyo de las reivindicaciones de mejora laboral de los mineros y
demás trabajadores de su región, con la ayuda a los inmigrantes a través
del proyecto Frontera con Justicia, por la lucha contra la
discriminación que padecen los homosexuales y por la creación del centro
Diocesano para los Derechos Humanos Fray Juan de Larios. Razones todas que lo han llevado a ser considerado como candidato al Premio Nobel de la Paz
El padre Alejandro Solalinde,
fundador del albergue para migrantes “Hermanos en el camino”, quien no
solamente se ha dedicado a socorrer a todos aquellos migrantes que pasan
por el albergue, sino que arriesga su vida al denunciar aquellos
atropellos de los que los migrantes son objeto, tanto por parte de la
delincuencia organizada como de las mismas autoridades migratorias, que
en muchos de los casos no se distinguen sólo por su ineficacia para
proteger a las y los migrantes, sino por su complicidad con quienes
cometen graves delitos en contra de aquellas personas que tienen la
desgracia de caer en sus manos.
El sacerdote Pedro Pantoja,
defensor también de los derechos de los migrantes y cuya labor puede
observarse en Belén Casa del Migrante y que, al igual que el padre
Solalinde, no se arredra ante las amenazas de muerte en su contra por su
incansable trabajo en favor de los migrantes.
Uno más, el sacerdote Fray Tomás González,
que al igual que los padres Solalinde, Vera y Pantoja, lucha por el
respeto a los migrantes que cruzan por México, en su camino hacia los
Estados Unidos.
Pero no todos los padres se orientan a
la lucha por los pobres y desplazados, los hay más radicales que ven en
la acción la única manera de defender a “sus rebaños”, entre ellos se
encuentran: el padre Gregorio López, que en Apatzingán, Michoacán, ha apoyado, con algo más que oraciones, el trabajo de los grupos de autodefensa
en su lucha en contra del narcotráfico y los abusos a que los
integrantes de éste han sometido a buena parte de la población
michoacana. Y el padre Mario Campos Hernández, quien ha participado
activamente en la formación de autodefensas en Guerrero.
No con la misma estrategia pero si en el mismo sentido, Monseñor Miguel Patiño Velázquez, Obispo de Apatzingán y Monseñor Javier Navarro Rodríguez, Obispo de Zamora, se atrevieron a denunciar y evidenciar lo que pasa en Michoacán. Ambos fueron apoyados por el Episcopado Mexicano,
que en carta abierta a la comunidad expresó que: “Por eso, solicitamos a
las autoridades federales, estatales y municipales una acción pronta y
eficaz ante la injusticia de los levantones, secuestros, asesinatos y
cobro de cuotas que afectan al bien y la prosperidad de tantas personas y
comunidades, y les pedimos estrategias para favorecer la calidad de
vida de los ciudadanos y su desarrollo integral”.
Seguramente, quedan fuera de esta lista
muchos más integrantes de esa Iglesia pastoral evangélica, que a su
manera, se ligan al esfuerzo del Papa Francisco, quien con su ejemplo
trata de refundar una “Iglesia pobre para los pobres”
y una Iglesia que en lugar de juzgar busque sumar a las minorías
excluidas en una Iglesia universal. Menudo trabajo se ha echado a
cuestas, cuando forma parte de una institución de poder que durante
siglos se ha visto más preocupada por defender sus privilegios y
consolidar su “poder espiritual” que por abrirse a las y los más
necesitados.
Lo anterior hace afirmar al sociólogo Bernardo Barranco,
experto en religiones, que: “La Iglesia necesita una nueva síntesis con
la cultura y la civilización contemporánea (…) la Iglesia necesita
sacudirse sus polvos imperiales, sacarse toda la polilla que ha estado
acumulando en los treinta años de los pontificados con Juan Pablo II y
Benedicto XVI, y abrirse”.
Por supuesto, “abrirse” a los pobres, a
los migrantes, a las mujeres, a las personas con orientación sexual
diferente, a las y los ancianos, a los excluidos, a los discriminados, a
las y los niños y jóvenes violentados sexualmente por miembros de esa
misma Iglesia. La pregunta aquí es: ¿Podrá la Iglesia católica, como
jerarquía, operar semejante transformación?
Fuente: Revolución Tres Punto Cero
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