PICICA: "Yo
escribo y trabajo para personas como las que están ahí en ese taller,
gentes nuevas que plantean preguntas nuevas. Son las preguntas de las
enfermeras o de los guardias de prisiones las que deberían interesar a
los intelectuales. Son infinitamente más importantes que los anatemas que se lanzan a la cabeza los profesionales de la intelectualidad parisina. "
"Durante
los dos días de intensos debates y discusiones profundamente
políticas, ya que se trataba de cuestionar las relaciones de poder, de
saber, de dinero, ninguno de los treinta participantes del grupo
'medicina de barrio' usó las palabras 'marzo 1978' o 'elecciones'. Esto
es importante y significativo. La innovación ya no pasa por los
partidos, los sindicatos, las burocracias, la política. Se trata de un
cuidado individual, moral. Ya no preguntamos a la teoría política qué
hacer, ya no son necesarios los tutores. El cambio es ideológico, y
profundo".
"Un
gran movimiento se ha activado durante estos últimos quince años, del
que la anti-psiquiatría es el modelo y Mayo del 68, un momento. En las
capas que una vez garantizaban la felicidad de la sociedad, como por
ejemplo los médicos, ahora hay poblaciones enteras que se vuelven
inestables, que se ponen en movimiento, en búsqueda, fuera del
vocabulario y las estructuras de costumbre. Es una... no me atrevo a
decir revolución cultural, pero sin duda una movilización cultural.
Políticamente irrecuperable: se siente que en ningún momento el problema
para ellos cambiaría si hubiese un cambio de gobierno. Y eso me
alegra."
Michel Foucault: una nueva imaginación política
Este
25 de junio se cumple el treinta aniversario de la muerte del filósofo
que revolucionó las formas de entender el poder, el saber y las
resistencias.
Una escena puede servirnos para arrancar esta reflexión sobre la
actualidad del pensamiento político de Michel Foucault, en el treinta
aniversario de su muerte.
A finales de 1977, socialistas y comunistas discuten la elaboración de
un "programa común" para presentarse conjuntamente a las elecciones
generales francesas de marzo 1978.
Ha llegado ya el momento, piensan algunos, de traducir la revuelta de
Mayo del 68 en una victoria electoral e institucional a través de la
necesaria "unidad de la izquierda". Es hora de la "política con
mayúsculas" y de las cosas serias, tras tanta autogestión, tanta
democracia directa y tanta autoorganización, inconsistentes para
transformar la realidad.
Al mismo tiempo, dos publicaciones organizan un encuentro entre
personas comprometidas en la intervención en ámbitos específicos de la
sociedad como la educación, la asistencia sanitaria, el urbanismo, el
medio ambiente o el trabajo.
Michel Foucault, tal vez la estrella más luminosa en el firmamento
intelectual del momento, acude al encuentro y se inscribe en el taller
"medicina de barrio". Le Nouvel Observateur (nº 670) recoge sus
impresiones al finalizar los trabajos en una breve entrevista titulada:
"Una movilización cultural". Entre otras cosas, Foucault dice:
"Yo
escribo y trabajo para personas como las que están ahí en ese taller,
gentes nuevas que plantean preguntas nuevas. Son las preguntas de las
enfermeras o de los guardias de prisiones las que deberían interesar a
los intelectuales. Son infinitamente más importantes que los anatemas que se lanzan a la cabeza los profesionales de la intelectualidad parisina. "
"Durante
los dos días de intensos debates y discusiones profundamente
políticas, ya que se trataba de cuestionar las relaciones de poder, de
saber, de dinero, ninguno de los treinta participantes del grupo
'medicina de barrio' usó las palabras 'marzo 1978' o 'elecciones'. Esto
es importante y significativo. La innovación ya no pasa por los
partidos, los sindicatos, las burocracias, la política. Se trata de un
cuidado individual, moral. Ya no preguntamos a la teoría política qué
hacer, ya no son necesarios los tutores. El cambio es ideológico, y
profundo".
"Un
gran movimiento se ha activado durante estos últimos quince años, del
que la anti-psiquiatría es el modelo y Mayo del 68, un momento. En las
capas que una vez garantizaban la felicidad de la sociedad, como por
ejemplo los médicos, ahora hay poblaciones enteras que se vuelven
inestables, que se ponen en movimiento, en búsqueda, fuera del
vocabulario y las estructuras de costumbre. Es una... no me atrevo a
decir revolución cultural, pero sin duda una movilización cultural.
Políticamente irrecuperable: se siente que en ningún momento el problema
para ellos cambiaría si hubiese un cambio de gobierno. Y eso me
alegra."
El gesto es altamente provocador. Para el filósofo más grande, un
modesto taller es más relevante que la discusión sobre el "programa
común" de socialistas y comunistas, es ese taller lo que está en línea
directa con Mayo del 68 y no la posible victoria electoral del frente de
izquierdas, la invención política pasa por un pequeño grupo de gente
que se muestra indiferente al cambio eventual de gobierno. Como si estar
"a la altura del momento" consistiese en colocarse muy abajo, como si
"la política con mayúsculas" se escribiese en realidad con minúsculas.
Provocador sí, pero no caprichoso. El gesto de Foucault es
perfectamente coherente con sus desarrollos teóricos de la época. ¿Qué
entendía entonces Foucault por poder (si no se trataba del poder
político)? ¿Cómo pensaba las resistencias (por fuera del paradigma del
partido)? ¿En qué consistía para él una aportación intelectual a las
prácticas de emancipación (si no pasaba por firmar manifiestos u opinar
sobre la coyuntura)?
Poder, saber y resistencias son tres problemas fundamentales a lo largo
de toda la trayectoria del filósofo francés. No soy especialista en su
obra, ni me atrevería a intentar restituir en unas pocas líneas toda
la complejidad de su meditación sobre estos problemas, pero querría
apuntar algunos elementos para tratar de entender mejor dónde residía
el valor de esa "movilización cultural" y en qué sentido me parece que
la seguimos necesitando hoy.
En primer lugar, la cuestión del poder
"En el pensamiento y el análisis político, aún no se ha guillotinado
al rey", escribe Foucault en 1976. ¿Qué significa eso? Foucault alude
aquí a la figura de un poder majestuoso, concentrado en un lugar
determinado, siempre lejano y en lo alto, que irradia verticalmente su
voluntad sobre sus súbditos/víctimas.
Se sustituye al rey por el Estado, el imperio de la ley o la dominación
de clase, pero se reproduce una forma de entender el poder: una
especie de "sala de mandos" situada en la cúspide de la sociedad. Todo
el trabajo de Foucault apunta a romper ese esquema conceptual/mental.
En lugar de un poder que se concentra o se deduce de las grandes
figuras (Estado, ley, clase), Foucault nos propone pensarlo como un
"campo social de fuerzas". El poder no desciende de un punto soberano,
sino que viene de todos los lados: millares de relaciones de fuerza
atraviesan y configuran nuestra forma (práctica) de entender la
educación, la salud, la ciudad, la sexualidad o el trabajo.
Esas relaciones de fuerza no se codifican únicamente en términos
jurídicos (lo que se puede y no se puede hacer según la ley), sino que
consisten en una pluralidad infinita de procedimientos extra-legales
que funcionan ajustando los cuerpos y los comportamientos a normas
(diferentes de una ley). Pensemos por ejemplo en una prisión: su ley
explícita dice que se trata de un espacio para la reinserción del preso
en la sociedad, pero mil procedimientos cotidianos producen algo bien
distinto: un marcaje, una estigmatización del delincuente como
delincuente, una exclusión. El análisis exclusivamente jurídico del
poder es ciego a esas fuerzas determinantes.
En ese campo social de fuerzas hay, sin duda, "puntos de especial
adensamiento": el Estado, la ley, las hegemonías sociales... Son los
nodos más grandes de la red de poder. Pero Foucault nos propone
pensarlos (invirtiendo radicalmente la perspectiva normal) como "formas
terminales". Es decir, no tanto causas como efectos
del juego de las relaciones de fuerza. No tanto instancias primeras y
generadoras, como segundas y derivadas. Perfiles, contornos, puntas de
un iceberg... Los aparatos estatales, las leyes y las hegemonías
sociales son las figuras visibles que se recortan sobre el fondo oscuro
y en permanente ebullición de la pelea cotidiana.
Formas terminales, pero no pasivas. Las figuras visibles del poder son
el resultado del campo social de fuerzas y se apoyan en él, pero a la
vez lo fijan (aunque nunca definitivamente). Es decir, encadenan
distintas relaciones de fuerza concretas y locales produciendo de ese
modo efectos globales y estrategias de conjunto. Una cita muy clara de
Foucault al respecto, discutiendo con el marxismo dominante en los años
70: "No me parece que sea la clase burguesa (o tales o cuales de sus
elementos) la que impone el conjunto de las relaciones de poder. Digamos
que esa clase las aprovecha, las utiliza, las modifica, trata de
intensificar unas y de atenuar otras. No hay, pues, un foco único del
que todas ellas salgan como si fueran por emanación, sino un
entrelazamiento de relaciones de poder que, en suma, hace posible la
dominación de una clase social sobre otra, de un grupo sobre otro".
En la famosa entrevista de Jordi Évole a Pepe Mujica,
el presentador catalán le preguntó al presidente uruguayo si había
cumplido su programa electoral: "Qué va", contestó riendo Mujica,
"¿usted cree que un presidente es un rey que hace lo que quiere?" Y le
vino a dar a Évole una pequeña "lección foucaultiana" explicándole cómo
lo que puede y no puede hacer el poder político está condicionado por
el campo social de fuerzas (el entramado jurídico que construye el
neoliberalismo a su medida, los mismos deseos y expectativas de los
sujetos sociales, etc.).
El poder no es un objeto que se encuentre en un lugar privilegiado que
se pueda ocupar o asaltar: el paradigma revolucionario hegemónico en el
siglo XX entra aquí en crisis. Sin relación con el campo social de
fuerzas, ese lugar está vacío y ese poder es impotente. Hay que
repensarlo todo de nuevo, no para desechar la exigencia revolucionaria,
sino para reactivarla desde una mirada nueva.
En segundo lugar, la cuestión de las resistencias
"Allí donde hay poder, hay resistencias", reza una célebre máxima
foucaultiana. La idea de que el poder no se concentra en un único punto
(los dirigentes, la casta política, etc.), sino que se genera y brota
desde todos los rincones de la sociedad no es una tesis pesimista sobre
la omnipotencia de la dominación. Al contrario: definir el poder como
una relación de fuerzas significa entenderlo como la relación entre una
acción y otra acción. Una acción de mando y otra acción que le
responde. La fuerza no se ejerce sobre un objeto pasivo, sino sobre
otra fuerza siempre capaz de acción y de una respuesta no previsible.
En una entrevista de 1977, Foucault llama "la plebe" a todas esas
resistencias. En primer lugar, la plebe es una respuesta concreta, local
y situada a un procedimiento de poder igualmente concreto, local y
situado. Ahí está de hecho su potencia: responde al poder allí donde se
ejerce y no en otro lado. "La plebe es menos el exterior de las
relaciones de poder que su envés, su límite, su contrapunto; es lo que
responde a cualquier avance del poder con un movimiento para deshacerse
de él".
En segundo lugar, la plebe no es una realidad sociológica (aquellos que
comparten condición social o intereses), sino más bien una falla en
las identidades dadas. No es el pueblo, ni los pobres, ni los
excluidos: "hay plebe en los cuerpos, en las almas, en los individuos,
en el proletariado, también en la burguesía, pero con una extensión,
unas formas, unas energías y una irreductibilidades diversas". No hay
división binaria entre el bloque de poder y el bloque de las
resistencias: poder y resistencia lo atraviesan todo (y a cada uno).
Por último, la plebe no es una sustancia, sino una acción. "La plebe no existe pero hay
plebe". Como cuando decimos "la amistad no existe, pero hay pruebas de
amistad". Es algo que pasa o simplemente no existe. Es un hecho, una
manifestación, un acontecimiento.
¿Puede "organizarse" la plebe, una realidad tan móvil, heterogénea y
compleja? La respuesta es sí. Igual que el poder encadena y entrelaza
distintas relaciones de fuerza concretas y locales produciendo
estrategias globales, las resistencias pueden ser "codificadas
estratégicamente" produciendo efectos generales: revoluciones.
¿Cómo? Se trata de evitar al menos dos inercias a la hora de pensar la
organización: 1) la simplificación (sólo puede organizarse lo idéntico)
y 2) la separación (para organizarse hay que "salir" de los lugares
concretos donde las resistencias se desarrollan). Los "sujetos
políticos" que hemos conocido a lo largo del siglo XX (el partido
político o el grupo armado) siguen ese modelo: pensándose a sí mismos
como la cabeza y la articulación de las resistencias, se construyen en
realidad como espacios homogéneos, cerrados y aislados de los mundos
donde las resistencias viven.
¿Entonces? Se trataría de reimaginar la organización en términos de
"circulación" entre los distintos puntos de resistencia. Asumir el
carácter disperso y situado de las resistencias, no como un obstáculo a
conjurar, sino como una potencia. Pensar, no de qué manera englobar las
resistencias bajo formas centralizadas y sin relación orgánica con sus
mundos, sino cómo construir "lazos transversales de saber a saber, de
un punto de politización a otro, los cruces y los intercambiadores".
La plebe se organiza comunicando y extendiendo sus prácticas de
resistencia. Seguramente, si Foucault disfrutó tanto esos talleres de
1978 fue porque abrían un espacio donde las resistencias podían
encontrarse y compartir sin poner entre paréntesis sus diferencias y sus
mundos propios.
Y por último, la cuestión del saber
"Cada vez que intenté hacer un trabajo teórico, lo hice a partir de
elementos de mi propia existencia, siempre en relación con procesos que
yo veía desarrollarse en torno a mí", explica Foucault. Para elucidar
la experiencia vivida, Foucault podía irse realmente lejos en el tiempo
y el espacio (siglos remotos, personajes oscuros, textos perdidos),
pero toda su erudición está puesta al servicio de pensar los
"problemas, las angustias, las heridas y las inquietudes" del presente.
Es la diferencia entre pensar al pie de la calle y pensar al pie de la
letra. En el pensar al pie de la letra, los libros remiten a libros.
En el pensar al pie de la calle, los libros resuenan con los problemas
de la vida individual y colectiva.
Uno sale más fuerte, más inteligente, más alegre después de leer a
Foucault y sin embargo él no hace sino complicarlo todo. ¿Cómo es
posible? Mi intuición es esta: la alegría en el pensamiento no tiene que
ver con lo reconfortante de las conclusiones a las que se llega, sino
con el hecho de descubrirnos capaces de llegar a un sitio por nosotros
mismos. Es una experiencia que deja una huella duradera: si hemos sido
capaces de pensar algo (lo que sea) por nosotros mismos, podremos
volver a hacerlo.
Es lo contrario de lo que Foucault llamó "la posición profética",
asociándola a menudo al marxismo: un pensamiento movilizador que en
realidad consigue la desmovilización del pensamiento. ¿Cómo? 1)
Confundiendo la necesidad histórica y los objetivos a alcanzar, como si
estos estuviesen ya escritos en el curso mismo de lo real ("llega el
fin del capitalismo", etc.); 2) tapando "el aspecto sombrío y solitario
de las luchas": las dificultades, las contradicciones y los
claroscuros de la realidad, las fases de silencio e invisibilidad en
las que una lucha no goza del protagonismo mediático o la atención de
los focos; y 3) buscando todo el rato nuestra adhesión a unas tesis,
pero sin requerirnos ningún tipo de trabajo personal.
En lugar de la posición profética de superioridad, que es como la voz
en off que describe lo que pasa sin que sepamos nunca de donde sale,
Foucault entiende la teoría como una "caja de herramientas". No como un
sistema teórico válido siempre, sino como un instrumento adecuado para
descifrar la lógica propia de una relación de fuerzas concreta. No como
un diagnóstico cerrado y perfecto, sino como lentes que uno debe
aprender a graduar por sí mismo. Un pensamiento inacabado que requiere
(en los dos sentidos) la activación del otro. "Querría producir efectos
de verdad que sean tales que puedan utilizarse en una batalla posible,
conducida por quienes lo deseen, en formas por inventar y
organizaciones por definir, dejo esa libertad al término de mi discurso
a quien quiera hacer algo con ella".
El intelectual (cualquiera) que entiende la teoría como una caja de
herramientas no es un gurú, un oráculo ni un guía, sino lo que Foucault
llamó un "intelectual específico". No el portavoz de valores
universales, sino de situaciones concretas. No quien traza líneas a
seguir, sino quien aporta herramientas que pueden usarse libremente. No
la voz en off que todo lo sabe, sino la prolongación de la potencia de
una lucha.
Pensar en plural
En esos talleres de 1978 se desarrollaron discusiones "profundamente
políticas", pero sin embargo Foucault preferió hablar de "una
movilización cultural". ¿Por qué? Creo que lo que Foucault percibió allí
fue una modificación en las maneras de ver y pensar. Es decir, un
cambio cultural o de paradigma. Algunos elementos de la "nueva
imaginación política" que él reclamaba.
Podríamos tal vez definir así uno de esos elementos: pensar en plural.
Por ejemplo, no entender el poder como un monopolio del Estado, sino
como un campo social de fuerzas. No entender las resistencias como un
monopolio de los partidos políticos, sino como posibilidades al alcance
de cualquiera, en cualquier lugar. No entender el saber como un
monopolio de los especialistas y las Voces Explicadoras, sino como una
caja de herramientas sin autor ni propietario, de la que todos podemos
servirnos y a la que todos podemos aportar.
Nuestro momento histórico es por supuesto muy distinto de los años 70,
pero ¿no sigue siendo imperiosa la necesidad de pensar en plural, sin
centro? ¿Pensar y hacer el cambio social, no como algo que pasa por un
solo plano (partidos-elecciones-poder político), sino a través de una
pluralidad de tiempos, espacios y actores?
Un criterio para distinguir entre "vieja política" y "nueva política"
podría ser, mejor que un simple criterio temporal, esta clave: pensar en
plural o pensar en uno mismo (como centro).
Así, la vieja política sería aquella que re-centraliza todo el tiempo,
absorbiendo todas las energías sociales en torno a unos pocos tiempos,
lugares y actores. Esos pocos centros acumularían poder a costa de la
pasividad y la desertización del resto (siempre en nombre de la
eficacia, etc.).
Por su lado, la nueva política sería la que que vacía una y otra vez el
centro potenciando lo demás. La que abre posibilidades de intervención
política en lugar de acotarlas a unos espacios privilegiados, la que
multiplica las capacidades de cualquiera (de hacer, de decir, de pensar)
en lugar de producir espectadores, la que activa conversaciones y no
monólogos.
Una de las lecciones foucaultianas que podemos recoger hoy es que la
madurez del pensamiento político no consiste en pasar de lo pequeño a lo
grande o en "saltar" de las calles a las instituciones (ni en lo
contrario), sino en guillotinar por fin al rey e inventarnos lenguajes y
mapas para empujar un cambio que será (en) plural o no será.
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Fonte: eldiario.es
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