PICICA: " No todos los días un modelo bipartidista se desploma. La aparición de Marina Silva como posible vencedora en un segundo turno de la elección en Brasil, es relevante por haber comprometido la sucesión presidencial que parecía menos traumática entre todos los gobiernos progresistas de Sudamérica, en lo que hace a la sucesión de sus mayores líderes. La propia figura personal de Marina Silva y lo que su historia representa seguramente tenga que ver con esto, aunque las alianzas políticas con que encara esta elección no dejan de alejar la candidata de sus orígenes y de las políticas que la proyectaron a la política nacional. El crecimiento de Marina tendría que ver, posiblemente, con haber sabido leer la crisis del PT y el PSDB desde un difícil lugar al mismo tiempo a favor y en contra de estos partidos y de lo que ella misma supo representar en el pasado.
Pero, ¿quién es Marina Silva hoy? Por algún motivo nadie dice que, en caso de ganar la elección, se transformaría en la primera “mujer negra” presidente del Brasil. Tampoco en la primer “indígena”, aunque la candidata haya hecho, en diversas oportunidades, referencia a ese origen y ya se haya declarado como negra en formularios de auto-identificación burocrática. Esta falta de declaración o de atribución de terceros en ese sentido, ocurrida en el pasado con candidatos como Evo Morales o Barack Obama, es muy bienvenida para los grandes medios de comunicación del país, expresión del sentido común del votante típico del PSDB, siempre dispuestos a criticar la aparición de elementos como raza o etnia en la vida pública. La ausencia de estos elementos en la campaña parte de la propia Marina, que de su autobiografía parece mostrar antes que nada el lado evangelista. Pero también nos habla de un fondo de ideas que se alinean con el descontento hacia el PT y PSDB, y que Marina está sabiendo interpretar para crecer, sin necesidad de grandes definiciones."
En lo ambiental, podrá mantener un apoyo estatal a la destrucción de la Amazonia,
o comenzar a construir puentes con quienes aún no se vencieron al mito
capitalista del desarrollo y bienestar social. En lo político, su
triunfo evita otro del PT que sería leído como ratificación del cada vez
más pronunciado rumbo desarrollista, privilegiando el poder financiero y
con criminalización de la protesta social. La victoria de Marina no
sería una victoria afro-indígena ni de izquierda. Al contrario. Por lo
pronto, sin embargo, la incógnita Marina parece ser habitada, también,
por voces alternativas al desarrollo, desde la Amazonia, proyectos de cambio desde las calles, y la crítica a un sistema político caduco que se presentan incluso contra Marina.
Fuente: Lobo Suelto
Pero, ¿quién es Marina Silva hoy? Por algún motivo nadie dice que, en caso de ganar la elección, se transformaría en la primera “mujer negra” presidente del Brasil. Tampoco en la primer “indígena”, aunque la candidata haya hecho, en diversas oportunidades, referencia a ese origen y ya se haya declarado como negra en formularios de auto-identificación burocrática. Esta falta de declaración o de atribución de terceros en ese sentido, ocurrida en el pasado con candidatos como Evo Morales o Barack Obama, es muy bienvenida para los grandes medios de comunicación del país, expresión del sentido común del votante típico del PSDB, siempre dispuestos a criticar la aparición de elementos como raza o etnia en la vida pública. La ausencia de estos elementos en la campaña parte de la propia Marina, que de su autobiografía parece mostrar antes que nada el lado evangelista. Pero también nos habla de un fondo de ideas que se alinean con el descontento hacia el PT y PSDB, y que Marina está sabiendo interpretar para crecer, sin necesidad de grandes definiciones."
El color de la elección brasilera
por Salvador Schavelzon
(http://eldesacuerdo.com/)
No
todos los días un modelo bipartidista se desploma. La aparición de
Marina Silva como posible vencedora en un segundo turno de la elección
en Brasil, es relevante por haber comprometido la sucesión presidencial
que parecía menos traumática entre todos los gobiernos progresistas de
Sudamérica, en lo que hace a la sucesión de sus mayores líderes. La
propia figura personal de Marina Silva y lo que su historia representa
seguramente tenga que ver con esto, aunque las alianzas políticas con
que encara esta elección no dejan de alejar la candidata de sus orígenes
y de las políticas que la proyectaron a la política nacional. El
crecimiento de Marina tendría que ver, posiblemente, con haber sabido
leer la crisis del PT y el PSDB desde un difícil lugar al mismo tiempo a
favor y en contra de estos partidos y de lo que ella misma supo
representar en el pasado.
Pero,
¿quién es Marina Silva hoy? Por algún motivo nadie dice que, en caso de
ganar la elección, se transformaría en la primera “mujer negra”
presidente del Brasil. Tampoco en la primer “indígena”, aunque la
candidata haya hecho, en diversas oportunidades, referencia a ese origen
y ya se haya declarado como negra en formularios de auto-identificación
burocrática. Esta falta de declaración o de atribución de terceros en
ese sentido, ocurrida en el pasado con candidatos como Evo Morales o
Barack Obama,
es muy bienvenida para los grandes medios de comunicación del país,
expresión del sentido común del votante típico del PSDB, siempre
dispuestos a criticar la aparición de elementos como raza o etnia en la
vida pública. La ausencia de estos elementos en la campaña parte de la
propia Marina, que de su autobiografía parece mostrar antes que nada el
lado evangelista. Pero también nos habla de un fondo de ideas que se
alinean con el descontento hacia el PT y PSDB, y que Marina está
sabiendo interpretar para crecer, sin necesidad de grandes definiciones.
Aunque
sea fiel exponente de un Brasil de abajo, pareciera que una condición
para disputar la presidencia sea sumarse al consenso que anula todas las
diferencias en función de un país que se realiza economicamente en la
suba del poder adquisitivo de los de abajo y la inclusión de los de
arriba en la lista de los más ricos del mundo. En la disputa de
imaginarios movilizados en la campaña, Marina se presenta como el mismo
Brasil, con origen humilde pero hoy rodeada de asesores que representan
el sector más rico del país. El ser pobre o el ser rico, substituyen
cualquier identificación étnica o relacionada a proyectos alternativos
de sociedad y sistema económico. Marina tampoco entra en la oposición
que ponía en marcha la polaridad PT vs. PSDB, entre un Brasil “social” y
un Brasil “serio”. Desde una idea de estabilidad para mercados y clima
de negocios, se trata de ampliar la clase media identificada con la
nación brasilera y la ciudadanía individual. Tal reducción de
imaginarios al de una tardía modernidad republicana, es visible en la
posición de los grandes medios ante uno de los debates más acalorados
del Brasil reciente. Opuestos fuertemente a los cupos raciales en el
ingreso a la universidad, ya vigentes, la voz de la elite defiende en
Brasil la idea de que los mismos irían en contra de la igualdad de
oportunidades, sin reparar, más bien, como las secuelas de la esclavitud
y la persistencia del racismo desiguala oportunidades siempre para los
mismos.
No
es que declararse afro-indígena signifique una garantía de nada. Ni que
lo afro-indígena sea hoy un proyecto alternativo para gobernar el
Brasil. Más allá de contentar a los que verían eso como demagogia, sin
embargo, podría marcar un camino político para una mujer que surge en su
vida política junto a las poblaciones tradicionales de la selva, en el
Estado del Acre, y llega al gobierno de Lula como voz crítica y de lucha
ambiental contra el saqueo territorial y desarrollo destructivo de la
“floresta”. El origen político de Marina cercano al líder Chico Mendes,
asesinado por sus luchas de los trabajadores del caucho, permitirían que
Marina activara una procedencia popular afro-indígena, o “cabocla”,
como también se identifican –muchas veces con connotación despectiva-
esas mayorías producto del encuentro de sociedades en la formación
abigarrada del Brasil.
Su
salida del ministerio del Medio Ambiente del gobierno de Lula da Silva
fue justamente criticando la destrucción de la selva ocasionada por la
priorización de la alianza del PT con el agronegocio, que llevó a
renunciar a una legislación que proteja la Amazonia
y castigue a los desforestadores. Las disputas con otros ministros como
la propia Dilma Rousseff, en ese entonces a cargo del Ministerio de
Minas y Energía, también acercaron a Marina de las minorías indígenas y
causas medioambientales que en el Brasil desarrollista se encuentran
cada vez más acorralados.
Después
de la elección de 2010, sin embargo, las posiciones políticas de Marina
apuntaron a otro lugar y se alejaron de lo que podría leerse como
crítica de izquierda a las alianzas conservadoras del PT. Más bien la
llevaron a buscar el voto “evangelista”, de los creyentes de iglesias
neo-pentecostales, culto al que ella misma se convirtió en el pasado,
después de haber llegado a pensar en tomar los hábitos católicos, en la
juventud. La expresión política de estos sectores, hoy un tercio de la
población, se
conforma en fuerza política influyente del Brasil a través de
posiciones de extremo conservadoras defendidas por pastores de diversas
fuerzas políticas y con una importante presencia parlamentaria, aunque
baja gravitación para la elección presidencial e incluso de
gobernadores.
En
declaraciones que buscaban acercarla a estos sectores, y en más
recientes alianzas con los empresarios del agronegocio a los que otrora
se opuso, el origen de Marina como profesora de historia de izquierda y
ligada a movimientos sociales fue apagándose para dar lugar a continuos
gestos en el sentido de las posiciones de los pastores: oposición
(“personal”) al casamiento gay y a las políticas reproductivas o de
células tronco que el progresismo defiende. Si bien no llegó al punto de
proponer una “cura gay” o el fin de campañas contra la homofobia, como
los políticos evangelistas más fundamentalistas, ella sí defendió a los
pastores que eso proponen, aludiendo discriminación contra el pueblo
evangelista, y también estuvo de acuerdo en eliminar de los documentos
de propuestas de campaña la propuesta de matrimonio igualitario,
inicialmente incluida, cuando un diputado religioso hizo exigencias en
ese sentido.
En
lo ambiental, Marina parece haberse dejado seducir más por personas
cercanas como el dueño de la empresa de cosméticos Natura, que por los
recolectores de caucho, los indígenas, las comunidades de riberas con
que también supo dialogar desde su origen o como ministra. Con la
heredera del banco Itaú –también directora de una oenegé educativa– como
principal asesora, gestos de campaña festejados por el sector
financiero y un vicepresidente que defendió los transgénicos y
representa los intereses “ruralistas”, nada la lleva a ser una candidata
afro-indígena, o en diálogo con la diferencia. En sus decisiones
estratégicas, así, los movimientos políticos de Marina se posicionan en
el mismo lugar que el PT, buscando al votante de la sociedad de consumo
que incluye nuevas mayorías de un país que se presenta como potencia
económica y que, como dijo Dilma durante esta campaña, siente que “feliz
es la nación en que Dios es el señor”. Los aliados de Marina, así, son
también los mismos que estructuran la fuerza política del PT:
empresarios, bancos, bancadas religiosa y ruralista.
Entendidos
por ella como gestos necesarios para mostrarse lejos de la imagen de
“ambientalista fundamentalista” con que fue asociada en el pasado, sus
alianzas marcan también su compromiso de continuidad y límites con
posibles cambios. El componente “verde” de Marina, así, queda tan atrás
como el “rojo” del PT. Un ecologismo “sustentable” que recuerda los
componentes ambientales del mundo empresarial, lejos de los mundos donde
quepan otros mundos, desde un Brasil afro, indígena, de las poblaciones
de la selva. El juego en la campaña parecía ser más bien el de
tranquilizar votantes y sectores conservadores. Marina lo haría
especialmente con declaraciones, Dilma en proyectos que enviaría al
congreso. Las dos con sus alianzas.
A
pesar de todo, y como forma de explicar porqué muchos votantes
progresistas brasileros siguen apostando en el PT, todo parece indicar
que el candidato Aecio Neves representaba una amenaza de retroceso en lo
social que no se prefigura en las otras dos candidatas presidenciables,
como proyecto que no tendrían ningún reparo con los deseos del mundo
empresarial. En ese sentido, la subida meteórica e inesperada de Marina
garantizaría un segundo turno de la elección sin el PSDB por primera vez
después de 20 años. Si los mercados soñaban con Aecio, porque aunque
instrumentalizada y domesticada, nunca vieron como suya la opción del
PT, ni Marina ni el PT proponen hoy en realidad una agenda que tienda a
la modificación de una estructura económica muy injusta y desigual.
Es
considerando la sintonía del PT y Marina con los poderes establecidos y
las fuerzas políticas conservadoras de religiosos, ruralistas y
empresarios que financian campañas, que el debate electoral en la
izquierda y el progresismo adquieren tintes un tanto surrealistas.
Mientras votantes progresistas de Marina critican las alianzas de
gobierno del PT, que son las mismas que se esfuerza en sellar su
candidata; Marina es criticada por dejar de lado propuestas que, en
realidad, reproducen los movimientos del PT, también gobernando para los
bancos, retrocediendo en la reforma agraria y urbana, archivando las
reformas de género y sexualidad, perdonando la desforestación, y
rechazando revisar judicialmente las violaciones de derechos humanos de
la dictadura, garantizando el territorio indígena y su demarcación.
El
argumento de que, por ser algo nuevo, Marina tendría más posibilidades
de retomar esa agenda, son tan endebles como los argumentos de quien ve
que un nuevo triunfo del PT podría dar la fuerza para retomar caminos
abandonados en el pasado. Si bien Marina tendrá votos de izquierda como
castigo a un PT que gobierna con los sectores que hoy se pronuncian de
forma más fuerte contra la diferencia, contra las minorías, contra los
que se movilizan, es difícil ver que eso traerá un cambio cuando es con
los mismos que el candidato presidencial fallecido y Marina Silva
estructuran su armado político en las distintas regiones del país.
Desde
el progresismo y la izquierda, entonces, algunos ven como alternativa a
Luciana Genro, del PSOL. Hija de un gobernador del PT y salida de las
filas de ese partido, cuando en los primeros años de gobierno Lula
plantearon una ruptura de izquierda, hoy sería la candidatura más
coherente en términos de todo lo que el PT fue renunciando a defender.
El PSOL tiene además legisladores que formulan con mucha claridad la
crítica a la política hacia territorios indígenas, contra las propuestas
evangélicas homofóbicas y contra la criminalización de la protesta en
que el PT se embarcó durante la copa del mundo. Aunque este partido
estuvo en la calle durante las protestas que comenzaron en junio, sin
embargo, la forma de entender las movilizaciones no es lejana de la que
se escuchó desde el propio PT: el problema de cómo canalizar la energía
crítica de las calles de forma partidaria y desde una lógica de demandas
sociales concretas que un gobierno pueda un día satisfacer. La fuerza
con que emergieron las protestas de junio pasado, sin embargo, parecen
indicar que hay una inquietud crítica que va más allá de eso.
Por
otra parte, el PSOL –como otros partidos de izquierda– no deja de ser
una fuerza testimonial. Si pensamos en el destino del Brasil y América
Latina, tenemos que mirar nuevamente a Dilma y a Marina, las posibles
ganadoras según las encuestas. En lo que hace a la política regional,
Dilma sin duda garantiza continuidad respecto a la alianza de
presidentes progresistas que en el ámbito del UNASUR y en situaciones
políticas concretas fue tejiéndose en los últimos diez años, junto al
desembarco de empresas brasileras con apoyo financiero y facilitación
política estatal. Marina, al contrario, da lugar a la propuesta de
acuerdos bilaterales que debilitarían el Mercosur, además de confiar en
sus colaboradores liberales de la vieja política, en su mirada que
siempre prioriza las potencias mundiales frente a sus socias regionales.
Si
puede ser que algo esté cambiando en la política regional, en una
posible nueva fase que no sea ni una vuelta a los 90 ni una continuidad
con la política que Hugo Chávez representó mejor que nadie, Marina debe
ser considerada con atención. Sin expresar cabalmente esa nueva fase, su
espacio parece contener algunos elementos que sólo más adelante
mostrarían su cara. Por un lado, propuestas como la de acuerdos
bilaterales surgen hoy en lugares como Ecuador de Rafael Correa, no
siendo así, necesariamente, una vuelta a las discusiones del ALCA, a no
ser que sólo nos quede esperar una restauración general del
neoliberalismo. Por otra parte, si la historia política y de vida de
Marina Silva prevalece sobre sus actuales posicionamientos y alianzas,
podemos ver que ella podría abrir espacios, o dialogar con una política,
que el PT de Lula y Dilma, e incluso el PSOL, no parecen dispuestos o
capacitados para visualizar.
Si
pensamos en la crisis de la idea moderna de sociedad, esa que acoge e
integra, con todo lo positivo y negativo que el gesto paternal pueda dar
a los desfavorecidos o violentar de los diferentes. Marina quizás pueda
leer mejor que el PT esa crisis, y por eso de cara a esta elección
proponía organizar no un partido sino una red, en un proyecto que no
siguió el libreto común de la política de arriba, de las siglas de
alquiler y política que se hace con dinero, aunque muchos partícipes de
la vieja política rápidamente se sumaron. Esta fuerza política, que no
fue autorizada en la justicia electoral por falta de firmas autorizadas,
en una sospechosa anulación de muchas de las recolectadas, ponía reglas
rígidas para financiamento de la campaña, rechazando entre otros
aportes del agronegocio. También planteaba una alternativa al
desarrollismo que se ilustra en la obra de Belo Monte, con una
destrucción ambiental de escalas e impacto siderales, realizada con el
fin de generar energía que beneficiará cierta industria pero ni siquiera
permitirá energía más barata en la ciudad. Es cierto que, una vez
fracasada su opción de “nueva política”, se inclinó sobre parte de lo
viejo; pero sería ingenuo negar que Marina es atravesada por tensiones
que ya no habitan más en el gobierno del PT.
El
armado electoral es un elemento sólo indicativo para evaluar qué
pasará, especialmente en un caso como el de Marina, que heredó la
candidatura presidencial de un partido con el que no tenía una relación
orgánica y que se posiciona en la vereda de enfrente para las
discusiones sobre el medio ambiente. Pero aún con esta salvedad no hay
nada para entusiasmarse con Marina, muy lejos de lo que podría ser una
candidata afro-indígena que plantee la posibilidad de conectarse con las
fuerzas del Brasil profundo y “menor”, de movilización lucha,
antropofagia, comunidad y diferencia que circulan de forma subterránea o
evidente, pero afuera del Brasil oficial, del mundial de la FIFA
y la política económica del capitalismo en expansión que a pesar del
crecimiento no tiene capacidad de imponer prioridades o modificar una
estructura desigual.
Lo
bueno y lo malo de Marina es su absoluta indeterminación. Puede que
Marina sea parte de la apertura de un momento político nuevo, o puede
consolidar las peores tendencias que desde su moderación pragmática el
PT todavía lograba controlar. Como presidente débil sin gobernadores ni
base parlamentaria automática, quizás pueda volverse una fiesta para
empresarios que quieren aún más, pero también permitir que la fuerza que
desde las callesse convirtió en una presencia innegable, se manifieste
con capacidad de incidencia, incluso sumando voces críticas del PT antes
neutralizadas por la propia posición gubernamental. En lo religioso,
Marina podrá amplificar la voz de pastores prepotentes de agendas
retrógradas, o justamente constituirse en opción evangelista secular de
carácter menos conservador.
Fuente: Lobo Suelto
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