agosto 20, 2014

"Fin de los Grandes Relatos...", por Marc Angenot.

PICICA: "Quisiera enunciar algunas tesis sobre lo que percibo como ciertas tendencias significativas del discurso público y de las ideologías políticas en la coyuntura actual; especialmente, sobre las formas de argumentación puestas al servicio de la justificación de sí y de los suyos y del establecimiento o de la perpetuación de una relación de sospecha con el mundo exterior. Trataré de confrontar algunas nociones, algunos paradigmas que han sido propuestos por otros antes que yo, para dar razón de las “tendencias del mercado” ideológico contemporáneo. Las nociones que quisiera confrontar son las de fin de los grandes relatos, privatización de la utopía y absolutismo cultural (forma propuesta como correctivo irónico de lo que se designa comúnmente como “relativismo” cultural) y de allí, partiendo de una constante, la del progreso de las ideologías del resentimiento."



"Fin de los Grandes Relatos..."
por Marc Angenot.

"...privatización de la utopía y retórica del resentimiento"Traducción: Norma Fatala
 
Quisiera enunciar algunas tesis sobre lo que percibo como ciertas tendencias significativas del discurso público y de las ideologías políticas en la coyuntura actual; especialmente, sobre las formas de argumentación puestas al servicio de la justificación de sí y de los suyos y del establecimiento o de la perpetuación de una relación de sospecha con el mundo exterior. Trataré de confrontar algunas nociones, algunos paradigmas que han sido propuestos por otros antes que yo, para dar razón de las “tendencias del mercado” ideológico contemporáneo. Las nociones que quisiera confrontar son las de fin de los grandes relatos, privatización de la utopía y absolutismo cultural (forma propuesta como correctivo irónico de lo que se designa comúnmente como “relativismo” cultural) y de allí, partiendo de una constante, la del progreso de las ideologías del resentimiento.
 
Cultivar la queja
 
Llamo resentimiento –apoyándome en Nietzsche y Max Scheler, pero también en numerosos análisis, convergentes a pesar de la diversidad de enfoques, de los populismos, antisemitismos, y diversos nacionalismos- una perversión recurrente del modo de producción ideológica moderna. Digo “perversión” para hacer comprender en una palabra que mi perspectiva no tiene relación con esa clase de confusión que consiste en meter en la misma bolsa todas las ideologías, todos los programas de cambio social, en nombre de un inmovilismo liberal o neoliberal que opone indefinidamente lo que es a lo que podría ser. 
Designaré como resentimiento un modo de producción de valores, de imágenes identitarias y de ideas morales y cívicas que reposan sobre ciertos presupuestos sofísticos y se orientan a la subversión de valores predominantes - Umwertung der Werte- y a la absolutización de valores “otros”, opuestos a aquellos que predominan, considerados propios de un grupo desposeído y reivindicador. La actitud de resentimiento se basa en ciertos paralogismos: sostiene que la superioridad adquirida en el mundo tal como está, es en sí un índice de bajeza “moral”, que los valores que los dominantes o los privilegiados exaltan deben ser rechazados y devaluados en bloque, que son despreciables en sí mismos (y no que son injustos los beneficios materiales y simbólicos que ellos procuran desigualmente), y que toda situación subordinada, todo fracaso, toda memoria de litigio, da derecho al estatuto de víctima –que toda impotencia para sacar ventaja en este mundo se transmuta en mérito y se acredita en quejas con relación a los supuestos privilegiados, permitiendo una denegación total de la responsabilidad. 
La ideología del resentimiento enfrenta a un mundo exterior considerado impostor y opresor cultivando las quejas -desvíos narcisistas de la voluntad de justicia. La injusticia rumiada deviene su modo exclusivo de contacto con el mundo. Todo se relaciona con ella, sirve de piedra de toque, de grilla hermenéutica. Confiere una razón de ser y un mandato social que permiten, sin embargo, no salir nunca de sí mismo. La queja determina una especie de privatización de los universales éticos y cívicos y formula un programa para el porvenir como liquidación de un pleito acumulado en el pasado. 
El pensamiento del resentimiento tiene así como primera consecuencia el rechazo de la alteridad, de la diversidad y de las aspiraciones a lo universal: “La moral de los esclavos opone, desde el comienzo, un ‘no' a aquello que no es parte de ella misma, a aquello que es ‘diferente' a ella, a aquello que es su ‘no-yo': y este ‘no' es su acto creador” (1). Al valorizar sus valores “propios”, la tribu del resentimiento exalta al mismo tiempo el mérito que tiene el restringirse y encerrarse en sus demandas con relación al mundo exterior, purificándose de la diversidad. 
El resentimiento es entonces eso mismo que -yo diría que desde la Ilustración y hasta el agotamiento actual de la modernidad- las teorías del progreso, los grandes militantismos “sociales”, los programas de los Grandes Relatos emancipadores han debido rechazar. La modernidad se define, desde mi perspectiva, como ese período pasado marcado por los intentos sostenidos y en gran medida victoriosos de mantener el resentimiento a raya, de superarlo y transformarlo en otra cosa. La modernidad, entendida en los dos siglos de su duración como pensamiento de la Ilustración, del derecho natural y de los derechos del hombre, pensamiento de la ciudadanía; como ideología “burguesa” del progreso, ideología positivista de la ciencia, moral cívica de solidaridad; pero también como desarrollo de las doctrinas socialistas revolucionarias, del anarquismo...toda una diversidad de dispositivos en conflicto – a pesar del hecho de que derivan de la misma lógica. 
La post modernidad está marcada y definida por el retroceso (¿coyuntural o duradero?) de los pensamientos de lo universal, de la historia (la historia no como un maelstrom, sino como algo que tiene un sentido) y por el desvanecimiento de los horizontes de reconciliación. Volveré sobre esta cuestión más adelante. 
Se puede leer por ejemplo, fundamentalmente, una superación del resentimiento plebeyo del obrero industrial en eso que se ha llamado hace un siglo el “socialismo científico” (2): superación explícitamente formulada en el mandato dado al proletariado, a la clase asalariada transfigurada – como la historia finalmente la transformaría- en Proletariado, de emancipar en breve a la humanidad entera “sin distinción de clase, de raza o de sexo”, según los términos del Programa mínimo del Partido obrero guedista de 1881, programa revisado por Kart Marx. Es necesario quizás descubrir aquí un socialismo de intelectuales que trataba de dotar a Caliban de una imagen sublime que le permitiera superar su resentimiento frustrado y bárbaro, es decir, ponerlo al servicio de una modernización estatista y planificadora. Era necesario, ha sido necesario, oponer al resentimiento espontáneo de las masas “trabajadoras” un mandato sublime de emancipación de la Humanidad, que las ponía de hecho al servicio de un proyecto racional de modernización productivista. Esto es lo que, en el cambio de siglo, el polemizador anarquista polaco I. Makhaiski denomina en efecto “socialismo de intelectuales” (al cual opone el anarco- sindicalismo puramente obrero) (3)
Sin embargo, I. Makhaiski mismo transponía otra formula polémica. El viejo líder de la Sozialdemokratie alemana, AugustBebel dijo, hace un siglo, en una fórmula condenadora de cualquier cosa que amenazara desde adentro a la Sozialdemokratie; fórmula que no carecía de exactitud: “el antisemitismo es el socialismo de los imbéciles”. Tenía razón: el antisemitismo que corroía a la extrema izquierda alemana y francesa a fines del siglo XIX, era una especie de socialismo, algo que se le parecía, pero en clave caricaturesca. No había entre las dos ideologías una diferencia de contenido o de objeto de odio, sino, entre socialismo y antisemitismo, una discordancia de manera de pensar, de mentalidad. El antisemitismo era la lucha de clases, pero pensada de una manera gótica, bárbara, concebida en una transposición resentida y agresivamente arcaica, por espíritus no-contemporáneos, - ungleichzeitig, dirá Ernst Bloch en los años treinta, a propósito de los nazis (4). El resentimiento, diría yo a mi vez, para generalizar, es el patriotismo de los imbéciles, el feminismo de los imbéciles, el ecologismo de los imbéciles, y así sucesivamente... Detrás del amor por los débiles, leed el odio a los fuertes, sugería Nietzsche.; transpongamos esto a un cierto ecologismo plañidero: detrás del amor por la naturaleza violada, leed el odio por los humanos y por sus industrias, en todos los sentidos de esta última palabra.
 
Retórica del resentimiento
 
El resentimiento tal como lo acabo de presentar, se define entonces, a partir de Nietzsche, como un modo de producción de valores, como un posicionamiento “servil” en relación con los valores predominantes, pero es una producción que trata de legitimarse por la vía de razonamientos paralógicos, de argumentaciones retorcidas y sofísticas, sin desviarse de ellos. De allí la importancia que puede tener reconstituir las figuras-claves de una retórica del resentimiento.
 
La locura razonante
 
El antisemitismo en su forma “clásica”, cuyo desarrollo es contemporáneo de la propuesta de Bebel, me va a servir de ilustración de este tipo de relato del “nosotros” y del mundo, de esta retórica singular. Porque los propagandistas antisemitas razonaban, razonaban hasta exageradamente y convencían a los espíritus predispuestos, razonaban demasiado y desde el siglo pasado, sus refutadores nunca dudaron –sin llegar al extremo de la analogía- en aproximar la “epistemología” antisemita a eso que los manuales de psiquiatría llamabanentonces, en una vasta categoría, la “locura razonante”. Releamos al inagotable ensayista Édouard Drumont y la docena de libros exitosos que publicó contra la “Francia judía” entre 1886 y 1914 (5) ¿Qué decía Drumont en síntesis? Ustedes progresan en esta sociedad capitalista moderna donde nosotros, franceses “de pura cepa”, que somos todavía la mayoría, no estamos en condiciones de imponernos, de recuperar nuestros propios valores, de competir con ustedes – por lo tanto, ustedes no tienen razón y la lógica social que permite y favorece su éxito está devaluada, es ilegítima y despreciable. Y mientras más progresen y más fracasemos nosotros, más demostrarán ustedes su infamia y estarán condenados a nuestros ojos. El paradigma historiosófico de Drumont y Cía. es el siguiente: el mundo “moderno” es esencialmente degradado y pervertido, hecho a la imagen del alma judía, porque sólo los individuos congénitamente perversos, es decir, los individuos que no piensan ni sienten como nosotros, pueden triufar. Eso nos explica nuestro fracaso, a nosotros católicos franceses de vieja cepa, y hace de ese fracaso nuestra gloria presente a la vez que legitima nuestra próxima venganza, plato que, según la sabiduría de las Naciones, se come frío. El progreso ilegítimo y acelerado que se imputa a los judíos es entonces la prueba de la suma de sus perversidades, legitima la urgencia que “nosotros” tenemos de subvertir su dominio liberándonos del sistema que ha favorecido perversamente su progreso. Esta manera de pensar configura lo que denominaré un tipo-ideal gnoseológico, verdadero ejemplo de un pensamiento del resentimiento. 
En el discurso del resentimiento funciona en efecto una dialéctica erística sumaria; es decir, algo así como el arte de tener siempre la razón, de ser inaccesible a la objeción, a la refutación, así como a las antinomias que se descubren en el propio discurso, que configura todo un dispositivo inexpugnable y también una reserva inagotable (ver aquí ciertos nacionalismos y su perpetuación demagógica). Nunca se ha ganado, persisten aún antiguos males que no han sido subsanados, cicatrices que recuerdan el pasado y sus miserias, el viejo grupo dominante está aún allí, hostil y despreciativo, y – si no se ha podido liberarse totalmente de él, es decir, destruirlo mediante alguna “solución final”- conserva todavía alguna ventaja que hará de obstáculo infinito a la buena imagen que uno desearía tener de sí y de los suyos. Hay algo diabólicamente simple en el razonamiento del resentimiento. En la lógica “ordinaria”, los fracasos abren la posibilidad de volver sobre las hipótesis de partida y corregirlas. Ésta es en realidad una de las reglas del método científico... No obstante, en el resentimiento los fracasos no prueban nada, por el contrario, refuerzan el sistema, se transmutan en tanto que pruebas subrogatorias de que se tenía razón desde siempre y que decididamente, los “otros”, ahora y siempre, te meten palos en las ruedas... Un sistema donde los desmentidos de la experiencia no sirven jamás para poner en duda los axiomas, sino para reforzarlos, es un sistema inexpugnable por naturaleza.
 
La descomposición de los Grandes Relatos
 
Hemos llegado en el último cuarto del siglo pasado a esta coyuntura decisiva –fin de siglo y “fin de las ideologías”, como lo predijeran Raymond Aron y otros en los años cincuenta-donde se cierra la era de los Grandes Relatos de Justicia y de Progreso, de las militancias dinamizadas por las escatologías históricas. 
Dicha coyuntura ha tenido por efecto dieminar las reivindicaciones de diversas categorías de excluidos y descontentos en activismos antagónicos, animados por ideologías que no son sin duda menos irrealistas de lo que fuera el paradigma “revolucionario” de emancipación de todos los seres humanos “sin distinción de raza, de clase o de sexo” (6), pero que excluyen toda movilización unitaria de las “revueltas” y protestas, toda perspectiva de reconciliación racional de los seres humanos (así fuera falaz) y parecen no dejarles más que la opción entre el resentimiento tribal y la integración al orden local o mundial existente. 
Me parece posible tratar de descomponer las identidades reivindicatorias particulares que pululan sobre la descomposición de las grandes utopías racionales y progresistas surgidas del Siglo de las Luces, para hacer percibir la negación de los fracasos y el maquillaje de rencores comunes. Se trata de explicar ahora y siempre la falsa conciencia y la ideología por los intereses; pero no se trata aquí de intereses tangibles, sino más bien de intereses psíquicos de maquillar, disfrazar, transmutar colectivamente... Intereses psíquicos y a este respecto funcionales –a veces sentidos como vitales- de trastocar en la ideología las relaciones que de hecho se tienen con los otros.
 
El desencanto de la modernización
 
En general, la actitud de resentimiento ha operado siempre – en lo ficcional, lo mítico, lo denegador- como reacción al desencanto, Entzauberung – ese concepto central de Max Weber. Las ideologías del resentimiento están íntimamente ligadas a las olas de angustia frente a la modernidad, a la racionalización y a la desterritorialización. La mentalidad de la Gemeinschaft [me refiero aquí a las concepciones de Tönnies], homogénea, cálida y estancada, tiende a agriarse en las sociedades abiertas y frías, racional-técnicas. 
Entzauberung: el resentimiento que recrea una solidaridad entre pares rencorosos y victimizados y valoriza el repliegue comunitario, — gemeinschaftlich, —aparece como un modo de reactivar a poco costo el calor, la comunión en el irracional cordial, en tanto que uno se encuentra confrontado con mecanismos sociales e internacionales de desarrollo anónimos y fríos, “monstruos fríos” incontrolables, que justamente no permiten ni tácticas ni triunfos colectivos. 
La antigua continuidad de la derecha antimodernista

Subsiste entre nosotros, con una larga persistencia desde el Syllabus del Papa Pío IX si sequiere, un antiguo resentimiento de derecha con connotaciones clericales. Oscilando entre la nostalgia del viejo Orden, la angustia, el resentimiento y la denegación, la gran producción ideológica “moderna” –o, en sus propios términos, antimodernista- de la derecha intenta refetichizar la religión, la tradición, la nación eterna, la familia, para reinstituir en lo simbólico todo aquello que en lo real, el “progreso” del mercado capitalista ha tenido por vocación fatal desestabilizar y rebajar. Hay en toda ideología del resentimiento, de forma conservadora o pseudo-progresista, una denegación crispada de lo que va a operarse en el “mundo real”. Enfrentado a la desterritorialización, a una evolución sin fin ni descanso que disuelve los territorios simbólicos y los antiguos enraizamientos, el resentimiento trata de restituir los fetiches, las estabilidades, las identidades. La ideología del resentimiento desemboca en el orden deóntico en exigencias de “rearmamiento moral”.
 
Los avatares del progresismo
 
Lo que me interesa para comprender la coyuntura es, sin embargo, un mercado más vasto, donde se observan también los avatares pervertidos de los programas progresistas de antaño. Así las formas del resentimiento penetraron los activismos antirracistas, progresistas, feministas y “comunitarios”, como el síntoma de la Political Correctness lo pone en evidencia en América del Norte. Discierno en el retorno del resentimiento y sus sofismas algo que viene a colmar los huecos, a llenar los vacíos, en una coyuntura que despoja a los espíritus de todo proyecto de esperanza común a compartir y los hace desconfiar de la democracia y del estado de derecho. 
Esta comprobación no tiene nada que ver con el ideologema neoliberal del “Fin de la historia” (7). Dicha fórmula, sorprendentemente necia si es necesario entenderla en su sentido literal, puede considerarse en lo que tiene de pertinente: la mutación de la hegemonía cultural, que vuelve obsoleto y señala como peligroso el paradigma de la “revolución social”, que priva de credibilidad a los grandes relatos de la historia, que constituían los “enigmas resueltos” de la eterna explotación de los hombres y de sus insuperables conflictos. Los seres humanos sufren, esperan y se rebelan todavía: la nueva hegemonía cultural priva a estos sufrimientos y a estas esperanzas de un lenguaje y un proyecto liberador comunes. En el área política de los países “ricos”, se registra, de hecho, el fin de una cultura militante cuyo dinamismo y diversidad impregnaron más de un siglo y medio de su historia. Esto evidentemente no significa de ninguna manera que los seres humanos hayan llegado finalmente a contemplar con una “mirada sobria” (8) sus mutuas relaciones y su relación con el mundo, ni que la humanidad haya dado un paso decisivo hacia el Reino de la libertad. 
Los enunciados de certezas globales (y no de pertenencia tribal), históricamente inseparables de la movilización que realizaban los oprimidos, pertenecen hoy a lo impensable. “La victoria del proletariado comunista no es solamente deseable. Es también prácticamente posible e históricamente segura...” (9) esta aserción del viejo militante Charles Rappoport (formulada en 1929 — pero mil veces antes que él y mil veces después) es de aquellas que la coyuntura ideológica priva de sentido y sume en lo intolerable.
 
Las comunidades electivas
 
Tomo el término “Grandes relatos” – pedido en préstamo a Jean-François Lyotard (10), sin reverencia particular por su pensamiento- en tanto lo que me parece esencial en los objetos ideológicos que describo es su capacidad de integrar los “pequeños relatos” a nuestra talla humana (de un combate, de una lugar, de una vida) y la articulación que operaban de lo vivido actual entre una explicación del pasado y una certeza del porvenir. Eso configuró, en el límite, los sistemas discursivos totales que daban respuesta a las cuestiones últimas: “¿De dónde venimos?, ¿quiénes somos?, ¿a dónde vamos?”; y operaban una transfiguración del presente (un reencantamiento del mundo), procurando una justificación plena (en el sentido de Luc Boltanski y P. Thévenot) (11), conjurando el abandono, el sentimiento de deriva del curso de las cosas, invistiendo de sentido el presente -inscrito entre un pasado significativo, aún en sus sufrimientos irreparables, y un porvenir-panacea, igualmente fatal pero dichoso. Los Grandes Relatos han sido los instrumentos para crear las comunidades electivas, las Imagined Communities, que deserializaban a los individuos.
 
El estallido de la esfera pública
 
De hecho, no hay más que pequeños relatos en la esfera pública, historias continuadas por grupos cerrados de neuróticos rumiadores de quejas comunes y muy decididos a no renunciar a su obsesiva demanda particular por el plato de lentejas de compromisos racionales con todos los otros. El progreso actual del resentimiento en ciertos países del mundo tiene que ver con el desvanecimiento del sentido que caracteriza a las sociedades de hoy: el sentido entendido como progresión, conquista progresiva, englobamiento, ilimitación. 
En dicho contexto, el resentimiento aparece como un nuevo opio de los pueblos: cierto modo artificial y pasajero de calmar los grandes dolores, de redirigir sus emociones frustradas hacia los fantasmas consoladores. Asistimos a un repliegue de lo inteligible colectivo sobre “posiciones establecidas de antemano”, la de lo homogéneo concebido como cordial, la de un sentimiento estrecho, gemeinschaftlich, que absolutiza sus límites. La crítica del resentimiento en la ideología contemporánea ha de hacerse en relación con el examen de la crisis global de los pensamientos progresistas, del agotamiento de los proyectos emancipadores y de los reformismos sociales (cosas denominadas, quizás por litote o por confusión voluntaria, “despolitización”) y de las enormes consecuencias de esta crisis. 
Para resumir: la refundación de la identidad de los individuos sobre el resentimiento de un grupo que cultiva su litigio con el mundo exterior es concomitante de este “Fin de las utopías” que instituían el conocimiento de sí en el horizonte de un devenir-otro y de una reconciliación última de la Humanidad. Hoy, el resentimiento, con sus innumerables variantes y avatares, tieneel camino libre por cuanto restituye una “base ética” a los incontables grupos que constituyen un mercado identitario, y esto en una coyuntura de estallido de la esfera pública, de su mutación en una serie de lobbies reivindicativos, sordos los unos a los otros. El “relativismo” cultural, en el sentido banal de búsqueda de un modus vivendi en una doxa atomizada y en una sociedad plural, sirve de legitimación, de contragolpe, al resentimiento y al narcisismo de los grupos identitarios.
 
El trastocamiento de los valores
 
Es un paralogismo del “razonamiento por las consecuencias” el que conduce a las demagogias del resentimiento a la búsqueda o a la invención de otro sistema de valores, de racionalidad, de moral, etc., distinto de aquél en el cual se reconocen aquellos que se presentan como los dominantes. Una de dos... O bien, a fin de cuentas, los valores reinventados por los ideólogos de los supuestos dominados no serán, al analizarlos, más que un avatar, una recomposición de los valores presentados por los dominantes como universales- salida muy problemática porque equivaldría a conceder al dominante una cierta legitimidad y humanidad, una capacidad de haber pensado, hasta cierto punto, en nombre de todos- y eso indicaría además que la diferencia narcisista del pueblo del resentimiento no es tan esencial ni específica como la presenta. O bien, y esto sería ya mucho mejor, los valores propios del grupo victimizado serán opuestos a los predominantes- en cuyo caso, serán en efecto radicalmente diferentes, inauditos... 
Queda por ver si estas contra-reglas, contra-razones, y contra-morales (que probarán al grupo que las adopte que ha sido despojado de sus bienes axiológicos propios) van a permitir a este grupo trazar su camino en el mundo y competir victoriosamente con su adversario. Sin embargo, desde la genética mitchourino-lyssenkista en la “ciencia proletaria” estalinista al mito de la Mujer-hechicera congénitamente inmunizada contra la razón y la ciencia de los falócratas (en el feminismo llamado “cultural”), a las denuncias islámicas contra las ciencias y técnicas del Gran Satanás occidental, concordantes con sus costumbres perversas; en todos estos casos y en muchos otros que se acumularon en el siglo pasado, las denegaciones a las que conducen estos razonamientos falaces y negativos escasamente han servido, al fin de cuentas y salvo error, a la lucha de grupos que han pasado a la acción y han tratado de aplicar a la realidad sus transmutaciones de valores.
 
Litigios, demandas, derechos a la diferencia
 
El resentimiento ha dado forma a la promoción de una nueva ideología de los derechos – ya no pensados en términos de ciudadanía o de universalidad, sino en una yuxtaposición chillona de “derechos a la diferencia”. Se ha establecido una bolsa o un mercado de reivindicaciones exclusivas, irreconciliables e irreductibles de grupos étnicos, culturales, sexuales, etc. – porque de aquí en más, todo puede configurar un grupo. Ciertas sociedades occidentales están efectivamente en vías de devenir sociedades de diferendos (Jean-François Lyotard) donde los rencores y las quejas no se trascienden y, sobre todo, no buscan trascenderse hacia una regla de justicia o hacia un horizonte utópico. 
Los nuevos tribalismos 
En cada gran conjunto cultural –nación, religión- se asiste desde hace quince años al embate, a los sucesivos embates de los más separatistas y oscurantistas, de los absolutistas identitarios que se sienten “el viento en las velas”. Se ha visto así aparecer en los años ochenta un mercado de fórmulas de reterritorialización ficticia: nuevos tribalismos – localismos, regionalismos, nacionalismos, fundamentalismos, feminismos “separatistas”, narcisismos de las minorías sexuales, otros narcisismos micro-sociales de connivencia y simulacros de reencantamiento del mundo, acompañados y preparados por un relativismo cultural generalizado, que encuentra la forma de legitimarse en las fuentes de un nihilismo cognitivo y axiológico proveniente de grandes pensadores escépticos, vulgarizados y banalizados para servir de coartada a la promoción superabundante de diferencialismos variopintos y antagónicos.
 
El populismo
 
No insistiré sobre la conexión evidente entre el resentimiento y los avances de las ideologías nacionalistas -de los nacionalismos de naciones pequeñas, que mantienen desde hace mucho tiempo un diferendo con sus vecinas y competidoras, por cierto, y no de los chauvinismos de las grandes potencias. Diversos observadores han señalado, correctamente, un retorno simultáneo de los populismos en América y en Europa, retorno que confirma mi síntesis en la medida en que toda definición política de este tipo lleva a ver un trastocamiento de los valores, una inversión de la imagen progresista y optimista de “el pueblo”. Michel Wieviorka, en un libro aparecido en 1993, La démocratie à l'épreuve, nationalisme, populisme, ethnicité (12) analiza la concomitancia entre la ascensión de ciertos nacionalismos en el mundo desarrollado y la de ese tipo de demagogia que se reagrupa bajo el nombre de “populismo”. Considero como rasgo específico de todo populismo el hecho de que los doctrinarios de esta clase de movimientos pretendan “regresar al pueblo, renovar los vínculos con los valores profundos del pueblo”, pero para captar y fortalecer en el susodicho pueblo, no los fermentos de liberación y progreso que podrían cultivarse allí, sino lo que se puede cultivar selectivamente del resentimiento espontáneo –resentimiento del sentido común “popular” con relación a la dominación de los intelectuales (los “eggheads”, los cabezas de huevo, dicen los populistas norteamericanos), los técnicos (los “tecnócratas”), los expertos del Estado cuyas competencias abstrusas echan sombra sobre los “saberes” de las masas y los devalúan, -resentimiento de las rutinas cotidianas, “improductivas”, y de las buenas viejas tradiciones con respecto a las modernizaciones y “racionalizaciones” que fatigan y desestabilizan, -resentimiento con respecto a esos ininteligibles artes y literaturas de vanguardia que no complacen sino a los “cráneos” y a los “snobs” y parecen despreciar los gustos simples y naturales de la mayoría... Resentimiento a cada golpe de aquellos que están vinculados a un orden de valores populares con respecto a los valores que desde lo alto, de la elite, de la capital, del aparato de Estado, vienen a devaluarlos, a descalificarlos. 
Nacen pues hoy, entre nacionalismo, populismo y activismos minoritarios, ideologías del resentimiento reformuladas al gusto de la época. Pero ellas brotan generalmente de la tierra abonada de resentimientos más antiguos que le procuran buenas condiciones de desarrollo. Ese resentimiento no es una “idea nueva en Europa”, ni en América. Es el retorno de un reprimido más o menos durable de los tiempos contemporáneos. La dinámica del resentimiento no se comprende más que en el largo plazo de la historia moderna de diversos pueblos y diversas culturas. Había también, en esta historia moderna de pueblos y culturas, dispositivos “antisépticos” de racionalidad, universalidad y emancipación progresista que funcionaban pero, en ciertas coyunturas, se encuentran desbordados por el reflujo del resentimiento siempre subyacente.
 
La post-modernidad
 
Las dificultades para definir esta noción fluctuante de “post-modernidad” provienen del hecho de que, de todas formas, una definición no puede ser sino negativa: definir la coyuntura por aquello que no opera más allí, aquello que falta. La post-modernidad ha de considerarse como aquello que se coloca para colmar los vacíos o, más simplemente, a la manera de un líquido informe, para ocupar el espacio libre –como realidad negativa proliferante, como agotamiento del trabajo de deconstrucción emprendido desde la crítica kantiana (tarea tan vieja entonces como la modernidad misma) o como remiendo incierto, “reconstrucción” oscilante, saberes provisorios y morales provisorias que duran sin poder imponerse. Y, para re-encantar este mundo más congelado que nunca por cálculos egoístas, se encuentran los tribalismos del resentimiento... 
El resentimiento es en efecto una manera de colmar el vacío. Por cierto, desde este punto de vista, los progresos de las ideologías del resentimiento concomitantes del triunfo del relativismo y del escepticismo se pueden explicar a través del balance de los fracasos de las dinámicas modernas y modernizadoras –incluido el fracaso de los mitos consoladores que encubrían los grandes paradigmas sugiriendo la trascendencia de la defección. En los países del ex socialismo totalitario, se observa (y era de esperarse) después de la descomposición del sistema, no el nacimiento de un apetito de emancipación universal y de armonía cívica, sino la sustitución y proliferación de mini-totalitarismos de pertenencia.
 
La privatización de las utopías
 
Llego así a la idea de privatización de las utopías replegadas sobre un absolutismo cultural que funciona como valor-refugio. El resentimiento se da un proyecto de futuro, pero es un futuro para los «suyos» y un futuro de “ajuste de cuentas” con diversos antagonistas hereditarios. La formula “absolutismo cultural” es de Rhoda Howard, universitaria de Ontario: se trata de sustituir por su verdadera formulación lo que se persiste en presentar como “relativismo cultural”. El absolutismo cultural define una tendencia neo-feudal a la absolutización autárquica de axiologías privadas. El “absolutismo cultural” es un absolutismo de pequeños grupos, derivado del relativismo cívico mismo. Hace de su experiencia, de su ignorancia y de las de los suyos la medida de todas las cosas. Buena ocasión para repetir la máxima de Vico: L'uomo ignorante si fá regola dell' universo. 
Frente a la privatización neo-liberal de grandes sectores de las economías y a la globalización de las grandes potencias transnacionales a las cuales se les deja el campo libre, los desposeídos y los frustrados reaccionan privatizando y transformando en absolutos —flaca venganza— sus costumbres, sus valores y sus mini-culturas. El resentimiento, retórico y pleno de pathos, no quiere verdaderamente convencer al mundo exterior y sabe que no tiene casi chances. El resentimiento despliega sus simulacros de razonamiento no para convencer al mundo de los “otros” —del cual no espera nada bueno— sino para repetir su verdad particular en los oídos de los suyos y para disuadir de toda veleidad de crítica a los miembros de su tribu que estuvieran tentados de razonar “por sí mismos” o que pudieran tener dudas. El resentimiento tiene simplemente horror de las objetivaciones provenientes del exterior, que serían “insensibles” a su “especificidad”. Siempre es necesario rendirle homenaje de entrada, tener en cuenta su hipersensibilidad, sus susceptibilidades de desollado. Cuando el hombre del resentimiento acepta hablar con alguien a quien supuso al principio de buena voluntad, termina por verse obligado a decir, decepcionado: “Decididamente, usted no puede comprendernos”. 
Atribuyo, por ejemplo, al absolutismo cultural la temática de la incomunicación “biopolítica” entre los sexos en la ideología americana. La lingüista Deborah Tannen ha conocido un éxito de bestseller en los años noventa con su tesis de los dos lenguajes, resultado del separatismo llamado feminista y apología de la incomunicación: los trabajos de análisis del discurso de Deborah Tannen —al menos tal como han sido entendidos— concluyen que los dos sexos no hablan el mismo inglés y no se comunican jamás sino en el malentendido, y ella sostiene esta idea en un libro cuyo título hace eco a la incomunicación como resultado paradojal de toda retórica, de lo cual hablé en el párrafo anterior: You Just Don't Understand. (13) No ha de ser por azar que este absolutismo cultural autárquico, sino autístico, se encuentre con esta tesis llena de mala conciencia de “un izquierdismo naïf que hace de cada actor [y sobre todo de cada pretendida víctima] el único dueño del verdadero sentido de sus conductas.” (14)
 
La astucia de la historia
 
El esbozo que he terminado es demasiado breve para desembocar en conclusiones. Exige, sin embargo, una precisión en cuanto a su alcance. El mapa no es el terreno; las ideologías no son el mundo empírico, ni siquiera se reflejan, no directamente, en las mentalidades ad hoc ni en las creencias profundamente ancladas; son a menudo, no se podría ignorarlo, medios de enceguecimiento que permiten a los grupos y sectas militantes servir, sin comprenderla, a la astucia de la historia. Si las ideologías son a menudo medios colectivos de andar guiados por ciegos y tuertos astutos, hacia algo que nadie sospecha, corresponde al analista hacer ver el grado de falsa conciencia, pero él no puede pensar en extrapolar una predicción sobre la evolución de las cosas a corto o mediano plazo. 

 
•1  Fr. Niezsche, La Généalogie de la morale, Mercure de France, p.47. 

•2 Con la misma eficacia, hay una superación del resentimiento en la exaltación de la insurrección en el anarquismo. 

•3 Le Socialisme des intellectuels (1979) Seuil, París.

•4 Traducción francesa : Bloch, Ernst. Héritage de ce temps. Paris: Payot, 1978. 

•5 Me permito en este contexto remitir al lector a mis libros Ce que l'ondit des Juifs en 1889 (París : Presses de l'université de Vincennes, 1989) y Un Juiftrahira (Montreal : Ciadest, 1995). 

•6 Formula del Programa mínimo del Partido obrero francés en 1881. 

•7 Francis Fukuyama y sus epígonos francófonos. 

•8 Manifiesto communista: "Todo lo que era estable y establecido se volatiliza, todo lo que era sagrado se halla profanado y los humanos son finalmente forzados a considerar con una mirada sobria su posición en la vida y sus relaciones mutuas". 

•9 Charles Rappoport, Précis du communisme. París, 1929. p. 13.? x Pero próximo a nociones desarrolladas en otras culturas como Master Narrative (Fred Jameson), Große 

•10  Visionen ... 

•11 Boltanski, Luc y Laurent Thévenot. De la justification: les économies de la grandeur. París: Gallimard, 1991. 

•12 París: La Découverte, 1993

•13 New York: Quill, 2001.

•14 Jeanine Verd s-Leroux, Au service du Parti, Paris: Fayard/Ed. de Minuit, 1983.

Fonte: DDOOSS

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