PICICA: "Quisiera enunciar algunas tesis sobre lo que
percibo como ciertas tendencias significativas del discurso público y de
las ideologías políticas en la coyuntura actual; especialmente, sobre
las formas de argumentación puestas al servicio de la justificación de
sí y de los suyos y del establecimiento o de la perpetuación de una
relación de sospecha con el mundo exterior. Trataré de confrontar
algunas nociones, algunos paradigmas que han sido propuestos por otros
antes que yo, para dar razón de las “tendencias del mercado” ideológico
contemporáneo. Las nociones que quisiera confrontar son las de fin de
los grandes relatos, privatización de la utopía y absolutismo cultural
(forma propuesta como correctivo irónico de lo que se designa comúnmente
como “relativismo” cultural) y de allí, partiendo de una constante, la
del progreso de las ideologías del resentimiento."
"Fin de los Grandes Relatos..."
por Marc Angenot. |
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"...privatización de la utopía y retórica del resentimiento"Traducción: Norma Fatala
Quisiera enunciar algunas tesis sobre lo que
percibo como ciertas tendencias significativas del discurso público y de
las ideologías políticas en la coyuntura actual; especialmente, sobre
las formas de argumentación puestas al servicio de la justificación de
sí y de los suyos y del establecimiento o de la perpetuación de una
relación de sospecha con el mundo exterior. Trataré de confrontar
algunas nociones, algunos paradigmas que han sido propuestos por otros
antes que yo, para dar razón de las “tendencias del mercado” ideológico
contemporáneo. Las nociones que quisiera confrontar son las de fin de
los grandes relatos, privatización de la utopía y absolutismo cultural
(forma propuesta como correctivo irónico de lo que se designa comúnmente
como “relativismo” cultural) y de allí, partiendo de una constante, la
del progreso de las ideologías del resentimiento.
Cultivar la queja
Llamo resentimiento –apoyándome en Nietzsche y Max
Scheler, pero también en numerosos análisis, convergentes a pesar de la
diversidad de enfoques, de los populismos, antisemitismos, y diversos
nacionalismos- una perversión recurrente del modo de producción
ideológica moderna. Digo “perversión” para hacer comprender en una
palabra que mi perspectiva no tiene relación con esa clase de confusión
que consiste en meter en la misma bolsa todas las ideologías, todos los
programas de cambio social, en nombre de un inmovilismo liberal o
neoliberal que opone indefinidamente lo que es a lo que podría ser.
Designaré como resentimiento un modo de producción
de valores, de imágenes identitarias y de ideas morales y cívicas que
reposan sobre ciertos presupuestos sofísticos y se orientan a la
subversión de valores predominantes - Umwertung der Werte- y a la
absolutización de valores “otros”, opuestos a aquellos que predominan,
considerados propios de un grupo desposeído y reivindicador. La actitud
de resentimiento se basa en ciertos paralogismos: sostiene que la
superioridad adquirida en el mundo tal como está, es en sí un índice de
bajeza “moral”, que los valores que los dominantes o los privilegiados
exaltan deben ser rechazados y devaluados en bloque, que son
despreciables en sí mismos (y no que son injustos los beneficios
materiales y simbólicos que ellos procuran desigualmente), y que toda
situación subordinada, todo fracaso, toda memoria de litigio, da derecho
al estatuto de víctima –que toda impotencia para sacar ventaja en este
mundo se transmuta en mérito y se acredita en quejas con relación a los
supuestos privilegiados, permitiendo una denegación total de la
responsabilidad.
La ideología del resentimiento enfrenta a un mundo
exterior considerado impostor y opresor cultivando las quejas -desvíos
narcisistas de la voluntad de justicia. La injusticia rumiada deviene su
modo exclusivo de contacto con el mundo. Todo se relaciona con ella,
sirve de piedra de toque, de grilla hermenéutica. Confiere una razón de
ser y un mandato social que permiten, sin embargo, no salir nunca de sí
mismo. La queja determina una especie de privatización de los
universales éticos y cívicos y formula un programa para el porvenir como
liquidación de un pleito acumulado en el pasado.
El pensamiento del resentimiento tiene así como
primera consecuencia el rechazo de la alteridad, de la diversidad y de
las aspiraciones a lo universal: “La moral de los esclavos opone, desde
el comienzo, un ‘no' a aquello que no es parte de ella misma, a aquello
que es ‘diferente' a ella, a aquello que es su ‘no-yo': y este ‘no' es
su acto creador” (1). Al valorizar sus valores
“propios”, la tribu del resentimiento exalta al mismo tiempo el mérito
que tiene el restringirse y encerrarse en sus demandas con relación al
mundo exterior, purificándose de la diversidad.
El resentimiento es entonces eso mismo que -yo
diría que desde la Ilustración y hasta el agotamiento actual de la
modernidad- las teorías del progreso, los grandes militantismos
“sociales”, los programas de los Grandes Relatos emancipadores han
debido rechazar. La modernidad se define, desde mi perspectiva, como ese
período pasado marcado por los intentos sostenidos y en gran medida
victoriosos de mantener el resentimiento a raya, de superarlo y
transformarlo en otra cosa. La modernidad, entendida en los dos siglos
de su duración como pensamiento de la Ilustración, del derecho natural y
de los derechos del hombre, pensamiento de la ciudadanía; como
ideología “burguesa” del progreso, ideología positivista de la ciencia,
moral cívica de solidaridad; pero también como desarrollo de las
doctrinas socialistas revolucionarias, del anarquismo...toda una
diversidad de dispositivos en conflicto – a pesar del hecho de que
derivan de la misma lógica.
La post modernidad está marcada y definida por el
retroceso (¿coyuntural o duradero?) de los pensamientos de lo universal,
de la historia (la historia no como un maelstrom, sino como algo que
tiene un sentido) y por el desvanecimiento de los horizontes de
reconciliación. Volveré sobre esta cuestión más adelante.
Se puede leer por ejemplo, fundamentalmente, una
superación del resentimiento plebeyo del obrero industrial en eso que se
ha llamado hace un siglo el “socialismo científico” (2):
superación explícitamente formulada en el mandato dado al proletariado,
a la clase asalariada transfigurada – como la historia finalmente la
transformaría- en Proletariado, de emancipar en breve a la humanidad
entera “sin distinción de clase, de raza o de sexo”, según los términos
del Programa mínimo del Partido obrero guedista de 1881, programa
revisado por Kart Marx. Es necesario quizás descubrir aquí un socialismo
de intelectuales que trataba de dotar a Caliban de una imagen sublime
que le permitiera superar su resentimiento frustrado y bárbaro, es
decir, ponerlo al servicio de una modernización estatista y
planificadora. Era necesario, ha sido necesario, oponer al resentimiento
espontáneo de las masas “trabajadoras” un mandato sublime de
emancipación de la Humanidad, que las ponía de hecho al servicio de un
proyecto racional de modernización productivista. Esto es lo que, en el
cambio de siglo, el polemizador anarquista polaco I. Makhaiski denomina
en efecto “socialismo de intelectuales” (al cual opone el anarco-
sindicalismo puramente obrero) (3).
Sin embargo, I. Makhaiski mismo transponía otra
formula polémica. El viejo líder de la Sozialdemokratie alemana,
AugustBebel dijo, hace un siglo, en una fórmula condenadora de cualquier
cosa que amenazara desde adentro a la Sozialdemokratie; fórmula que no
carecía de exactitud: “el antisemitismo es el socialismo de los
imbéciles”. Tenía razón: el antisemitismo que corroía a la extrema
izquierda alemana y francesa a fines del siglo XIX, era una especie de
socialismo, algo que se le parecía, pero en clave caricaturesca. No
había entre las dos ideologías una diferencia de contenido o de objeto
de odio, sino, entre socialismo y antisemitismo, una discordancia de
manera de pensar, de mentalidad. El antisemitismo era la lucha de
clases, pero pensada de una manera gótica, bárbara, concebida en una
transposición resentida y agresivamente arcaica, por espíritus
no-contemporáneos, - ungleichzeitig, dirá Ernst Bloch en los años
treinta, a propósito de los nazis (4). El
resentimiento, diría yo a mi vez, para generalizar, es el patriotismo de
los imbéciles, el feminismo de los imbéciles, el ecologismo de los
imbéciles, y así sucesivamente... Detrás del amor por los débiles, leed
el odio a los fuertes, sugería Nietzsche.; transpongamos esto a un
cierto ecologismo plañidero: detrás del amor por la naturaleza violada,
leed el odio por los humanos y por sus industrias, en todos los sentidos
de esta última palabra.
Retórica del resentimiento
El resentimiento tal como lo acabo de presentar, se
define entonces, a partir de Nietzsche, como un modo de producción de
valores, como un posicionamiento “servil” en relación con los valores
predominantes, pero es una producción que trata de legitimarse por la
vía de razonamientos paralógicos, de argumentaciones retorcidas y
sofísticas, sin desviarse de ellos. De allí la importancia que puede
tener reconstituir las figuras-claves de una retórica del resentimiento.
La locura razonante
El antisemitismo en su forma “clásica”, cuyo
desarrollo es contemporáneo de la propuesta de Bebel, me va a servir de
ilustración de este tipo de relato del “nosotros” y del mundo, de esta
retórica singular. Porque los propagandistas antisemitas razonaban,
razonaban hasta exageradamente y convencían a los espíritus
predispuestos, razonaban demasiado y desde el siglo pasado, sus
refutadores nunca dudaron –sin llegar al extremo de la analogía- en
aproximar la “epistemología” antisemita a eso que los manuales de
psiquiatría llamabanentonces, en una vasta categoría, la “locura
razonante”. Releamos al inagotable ensayista Édouard Drumont y la docena
de libros exitosos que publicó contra la “Francia judía” entre 1886 y
1914 (5) ¿Qué decía Drumont en síntesis? Ustedes
progresan en esta sociedad capitalista moderna donde nosotros, franceses
“de pura cepa”, que somos todavía la mayoría, no estamos en condiciones
de imponernos, de recuperar nuestros propios valores, de competir con
ustedes – por lo tanto, ustedes no tienen razón y la lógica social que
permite y favorece su éxito está devaluada, es ilegítima y despreciable.
Y mientras más progresen y más fracasemos nosotros, más demostrarán
ustedes su infamia y estarán condenados a nuestros ojos. El paradigma
historiosófico de Drumont y Cía. es el siguiente: el mundo “moderno” es
esencialmente degradado y pervertido, hecho a la imagen del alma judía,
porque sólo los individuos congénitamente perversos, es decir, los
individuos que no piensan ni sienten como nosotros, pueden triufar. Eso
nos explica nuestro fracaso, a nosotros católicos franceses de vieja
cepa, y hace de ese fracaso nuestra gloria presente a la vez que
legitima nuestra próxima venganza, plato que, según la sabiduría de las
Naciones, se come frío. El progreso ilegítimo y acelerado que se imputa a
los judíos es entonces la prueba de la suma de sus perversidades,
legitima la urgencia que “nosotros” tenemos de subvertir su dominio
liberándonos del sistema que ha favorecido perversamente su progreso.
Esta manera de pensar configura lo que denominaré un tipo-ideal
gnoseológico, verdadero ejemplo de un pensamiento del resentimiento.
En el discurso del resentimiento funciona en efecto
una dialéctica erística sumaria; es decir, algo así como el arte de
tener siempre la razón, de ser inaccesible a la objeción, a la
refutación, así como a las antinomias que se descubren en el propio
discurso, que configura todo un dispositivo inexpugnable y también una
reserva inagotable (ver aquí ciertos nacionalismos y su perpetuación
demagógica). Nunca se ha ganado, persisten aún antiguos males que no han
sido subsanados, cicatrices que recuerdan el pasado y sus miserias, el
viejo grupo dominante está aún allí, hostil y despreciativo, y – si no
se ha podido liberarse totalmente de él, es decir, destruirlo mediante
alguna “solución final”- conserva todavía alguna ventaja que hará de
obstáculo infinito a la buena imagen que uno desearía tener de sí y de
los suyos. Hay algo diabólicamente simple en el razonamiento del
resentimiento. En la lógica “ordinaria”, los fracasos abren la
posibilidad de volver sobre las hipótesis de partida y corregirlas. Ésta
es en realidad una de las reglas del método científico... No obstante,
en el resentimiento los fracasos no prueban nada, por el contrario,
refuerzan el sistema, se transmutan en tanto que pruebas subrogatorias
de que se tenía razón desde siempre y que decididamente, los “otros”,
ahora y siempre, te meten palos en las ruedas... Un sistema donde los
desmentidos de la experiencia no sirven jamás para poner en duda los
axiomas, sino para reforzarlos, es un sistema inexpugnable por
naturaleza.
La descomposición de los Grandes Relatos
Hemos llegado en el último cuarto del siglo pasado a
esta coyuntura decisiva –fin de siglo y “fin de las ideologías”, como
lo predijeran Raymond Aron y otros en los años cincuenta-donde se cierra
la era de los Grandes Relatos de Justicia y de Progreso, de las
militancias dinamizadas por las escatologías históricas.
Dicha coyuntura ha tenido por efecto dieminar las
reivindicaciones de diversas categorías de excluidos y descontentos en
activismos antagónicos, animados por ideologías que no son sin duda
menos irrealistas de lo que fuera el paradigma “revolucionario” de
emancipación de todos los seres humanos “sin distinción de raza, de
clase o de sexo” (6), pero que excluyen toda
movilización unitaria de las “revueltas” y protestas, toda perspectiva
de reconciliación racional de los seres humanos (así fuera falaz) y
parecen no dejarles más que la opción entre el resentimiento tribal y la
integración al orden local o mundial existente.
Me parece posible tratar de descomponer las
identidades reivindicatorias particulares que pululan sobre la
descomposición de las grandes utopías racionales y progresistas surgidas
del Siglo de las Luces, para hacer percibir la negación de los fracasos
y el maquillaje de rencores comunes. Se trata de explicar ahora y
siempre la falsa conciencia y la ideología por los intereses; pero no se
trata aquí de intereses tangibles, sino más bien de intereses psíquicos
de maquillar, disfrazar, transmutar colectivamente... Intereses
psíquicos y a este respecto funcionales –a veces sentidos como vitales-
de trastocar en la ideología las relaciones que de hecho se tienen con
los otros.
El desencanto de la modernización
En general, la actitud de resentimiento ha operado
siempre – en lo ficcional, lo mítico, lo denegador- como reacción al
desencanto, Entzauberung – ese concepto central de Max Weber. Las
ideologías del resentimiento están íntimamente ligadas a las olas de
angustia frente a la modernidad, a la racionalización y a la
desterritorialización. La mentalidad de la Gemeinschaft [me refiero aquí
a las concepciones de Tönnies], homogénea, cálida y estancada, tiende a
agriarse en las sociedades abiertas y frías, racional-técnicas.
Entzauberung: el resentimiento que recrea una
solidaridad entre pares rencorosos y victimizados y valoriza el
repliegue comunitario, — gemeinschaftlich, —aparece como un modo de
reactivar a poco costo el calor, la comunión en el irracional cordial,
en tanto que uno se encuentra confrontado con mecanismos sociales e
internacionales de desarrollo anónimos y fríos, “monstruos fríos”
incontrolables, que justamente no permiten ni tácticas ni triunfos
colectivos.
La antigua continuidad de la derecha antimodernista
Subsiste entre nosotros, con una larga persistencia desde el Syllabus del Papa Pío IX si sequiere, un antiguo resentimiento de derecha con connotaciones clericales. Oscilando entre la nostalgia del viejo Orden, la angustia, el resentimiento y la denegación, la gran producción ideológica “moderna” –o, en sus propios términos, antimodernista- de la derecha intenta refetichizar la religión, la tradición, la nación eterna, la familia, para reinstituir en lo simbólico todo aquello que en lo real, el “progreso” del mercado capitalista ha tenido por vocación fatal desestabilizar y rebajar. Hay en toda ideología del resentimiento, de forma conservadora o pseudo-progresista, una denegación crispada de lo que va a operarse en el “mundo real”. Enfrentado a la desterritorialización, a una evolución sin fin ni descanso que disuelve los territorios simbólicos y los antiguos enraizamientos, el resentimiento trata de restituir los fetiches, las estabilidades, las identidades. La ideología del resentimiento desemboca en el orden deóntico en exigencias de “rearmamiento moral”.
Los avatares del progresismo
Lo que me interesa para comprender la coyuntura es,
sin embargo, un mercado más vasto, donde se observan también los
avatares pervertidos de los programas progresistas de antaño. Así las
formas del resentimiento penetraron los activismos antirracistas,
progresistas, feministas y “comunitarios”, como el síntoma de la
Political Correctness lo pone en evidencia en América del Norte.
Discierno en el retorno del resentimiento y sus sofismas algo que viene a
colmar los huecos, a llenar los vacíos, en una coyuntura que despoja a
los espíritus de todo proyecto de esperanza común a compartir y los hace
desconfiar de la democracia y del estado de derecho.
Esta comprobación no tiene nada que ver con el ideologema neoliberal del “Fin de la historia” (7).
Dicha fórmula, sorprendentemente necia si es necesario entenderla en su
sentido literal, puede considerarse en lo que tiene de pertinente: la
mutación de la hegemonía cultural, que vuelve obsoleto y señala como
peligroso el paradigma de la “revolución social”, que priva de
credibilidad a los grandes relatos de la historia, que constituían los
“enigmas resueltos” de la eterna explotación de los hombres y de sus
insuperables conflictos. Los seres humanos sufren, esperan y se rebelan
todavía: la nueva hegemonía cultural priva a estos sufrimientos y a
estas esperanzas de un lenguaje y un proyecto liberador comunes. En el
área política de los países “ricos”, se registra, de hecho, el fin de
una cultura militante cuyo dinamismo y diversidad impregnaron más de un
siglo y medio de su historia. Esto evidentemente no significa de ninguna
manera que los seres humanos hayan llegado finalmente a contemplar con
una “mirada sobria” (8) sus mutuas relaciones y su
relación con el mundo, ni que la humanidad haya dado un paso decisivo
hacia el Reino de la libertad.
Los enunciados de certezas globales (y no de
pertenencia tribal), históricamente inseparables de la movilización que
realizaban los oprimidos, pertenecen hoy a lo impensable. “La victoria
del proletariado comunista no es solamente deseable. Es también
prácticamente posible e históricamente segura...” (9)
esta aserción del viejo militante Charles Rappoport (formulada en 1929 —
pero mil veces antes que él y mil veces después) es de aquellas que la
coyuntura ideológica priva de sentido y sume en lo intolerable.
Las comunidades electivas
Tomo el término “Grandes relatos” – pedido en préstamo a Jean-François Lyotard (10),
sin reverencia particular por su pensamiento- en tanto lo que me parece
esencial en los objetos ideológicos que describo es su capacidad de
integrar los “pequeños relatos” a nuestra talla humana (de un combate,
de una lugar, de una vida) y la articulación que operaban de lo vivido
actual entre una explicación del pasado y una certeza del porvenir. Eso
configuró, en el límite, los sistemas discursivos totales que daban
respuesta a las cuestiones últimas: “¿De dónde venimos?, ¿quiénes
somos?, ¿a dónde vamos?”; y operaban una transfiguración del presente
(un reencantamiento del mundo), procurando una justificación plena (en
el sentido de Luc Boltanski y P. Thévenot) (11),
conjurando el abandono, el sentimiento de deriva del curso de las cosas,
invistiendo de sentido el presente -inscrito entre un pasado
significativo, aún en sus sufrimientos irreparables, y un
porvenir-panacea, igualmente fatal pero dichoso. Los Grandes Relatos han
sido los instrumentos para crear las comunidades electivas, las
Imagined Communities, que deserializaban a los individuos.
El estallido de la esfera pública
De hecho, no hay más que pequeños relatos en la
esfera pública, historias continuadas por grupos cerrados de neuróticos
rumiadores de quejas comunes y muy decididos a no renunciar a su
obsesiva demanda particular por el plato de lentejas de compromisos
racionales con todos los otros. El progreso actual del resentimiento en
ciertos países del mundo tiene que ver con el desvanecimiento del
sentido que caracteriza a las sociedades de hoy: el sentido entendido
como progresión, conquista progresiva, englobamiento, ilimitación.
En dicho contexto, el resentimiento aparece como un
nuevo opio de los pueblos: cierto modo artificial y pasajero de calmar
los grandes dolores, de redirigir sus emociones frustradas hacia los
fantasmas consoladores. Asistimos a un repliegue de lo inteligible
colectivo sobre “posiciones establecidas de antemano”, la de lo
homogéneo concebido como cordial, la de un sentimiento estrecho,
gemeinschaftlich, que absolutiza sus límites. La crítica del
resentimiento en la ideología contemporánea ha de hacerse en relación
con el examen de la crisis global de los pensamientos progresistas, del
agotamiento de los proyectos emancipadores y de los reformismos sociales
(cosas denominadas, quizás por litote o por confusión voluntaria,
“despolitización”) y de las enormes consecuencias de esta crisis.
Para resumir: la refundación de la identidad de los
individuos sobre el resentimiento de un grupo que cultiva su litigio
con el mundo exterior es concomitante de este “Fin de las utopías” que
instituían el conocimiento de sí en el horizonte de un devenir-otro y de
una reconciliación última de la Humanidad. Hoy, el resentimiento, con
sus innumerables variantes y avatares, tieneel camino libre por cuanto
restituye una “base ética” a los incontables grupos que constituyen un
mercado identitario, y esto en una coyuntura de estallido de la esfera
pública, de su mutación en una serie de lobbies reivindicativos, sordos
los unos a los otros. El “relativismo” cultural, en el sentido banal de
búsqueda de un modus vivendi en una doxa atomizada y en una sociedad
plural, sirve de legitimación, de contragolpe, al resentimiento y al
narcisismo de los grupos identitarios.
El trastocamiento de los valores
Es un paralogismo del “razonamiento por las
consecuencias” el que conduce a las demagogias del resentimiento a la
búsqueda o a la invención de otro sistema de valores, de racionalidad,
de moral, etc., distinto de aquél en el cual se reconocen aquellos que
se presentan como los dominantes. Una de dos... O bien, a fin de
cuentas, los valores reinventados por los ideólogos de los supuestos
dominados no serán, al analizarlos, más que un avatar, una recomposición
de los valores presentados por los dominantes como universales- salida
muy problemática porque equivaldría a conceder al dominante una cierta
legitimidad y humanidad, una capacidad de haber pensado, hasta cierto
punto, en nombre de todos- y eso indicaría además que la diferencia
narcisista del pueblo del resentimiento no es tan esencial ni específica
como la presenta. O bien, y esto sería ya mucho mejor, los valores
propios del grupo victimizado serán opuestos a los predominantes- en
cuyo caso, serán en efecto radicalmente diferentes, inauditos...
Queda por ver si estas contra-reglas,
contra-razones, y contra-morales (que probarán al grupo que las adopte
que ha sido despojado de sus bienes axiológicos propios) van a permitir a
este grupo trazar su camino en el mundo y competir victoriosamente con
su adversario. Sin embargo, desde la genética mitchourino-lyssenkista en
la “ciencia proletaria” estalinista al mito de la Mujer-hechicera
congénitamente inmunizada contra la razón y la ciencia de los falócratas
(en el feminismo llamado “cultural”), a las denuncias islámicas contra
las ciencias y técnicas del Gran Satanás occidental, concordantes con
sus costumbres perversas; en todos estos casos y en muchos otros que se
acumularon en el siglo pasado, las denegaciones a las que conducen estos
razonamientos falaces y negativos escasamente han servido, al fin de
cuentas y salvo error, a la lucha de grupos que han pasado a la acción y
han tratado de aplicar a la realidad sus transmutaciones de valores.
Litigios, demandas, derechos a la diferencia
El resentimiento ha dado forma a la promoción de
una nueva ideología de los derechos – ya no pensados en términos de
ciudadanía o de universalidad, sino en una yuxtaposición chillona de
“derechos a la diferencia”. Se ha establecido una bolsa o un mercado de
reivindicaciones exclusivas, irreconciliables e irreductibles de grupos
étnicos, culturales, sexuales, etc. – porque de aquí en más, todo puede
configurar un grupo. Ciertas sociedades occidentales están efectivamente
en vías de devenir sociedades de diferendos (Jean-François Lyotard)
donde los rencores y las quejas no se trascienden y, sobre todo, no
buscan trascenderse hacia una regla de justicia o hacia un horizonte
utópico.
Los nuevos tribalismos
En cada gran conjunto cultural –nación, religión-
se asiste desde hace quince años al embate, a los sucesivos embates de
los más separatistas y oscurantistas, de los absolutistas identitarios
que se sienten “el viento en las velas”. Se ha visto así aparecer en los
años ochenta un mercado de fórmulas de reterritorialización ficticia:
nuevos tribalismos – localismos, regionalismos, nacionalismos,
fundamentalismos, feminismos “separatistas”, narcisismos de las minorías
sexuales, otros narcisismos micro-sociales de connivencia y simulacros
de reencantamiento del mundo, acompañados y preparados por un
relativismo cultural generalizado, que encuentra la forma de legitimarse
en las fuentes de un nihilismo cognitivo y axiológico proveniente de
grandes pensadores escépticos, vulgarizados y banalizados para servir de
coartada a la promoción superabundante de diferencialismos variopintos y
antagónicos.
El populismo
No insistiré sobre la conexión evidente entre el
resentimiento y los avances de las ideologías nacionalistas -de los
nacionalismos de naciones pequeñas, que mantienen desde hace mucho
tiempo un diferendo con sus vecinas y competidoras, por cierto, y no de
los chauvinismos de las grandes potencias. Diversos observadores han
señalado, correctamente, un retorno simultáneo de los populismos en
América y en Europa, retorno que confirma mi síntesis en la medida en
que toda definición política de este tipo lleva a ver un trastocamiento
de los valores, una inversión de la imagen progresista y optimista de
“el pueblo”. Michel Wieviorka, en un libro aparecido en 1993, La
démocratie à l'épreuve, nationalisme, populisme, ethnicité (12)
analiza la concomitancia entre la ascensión de ciertos nacionalismos en
el mundo desarrollado y la de ese tipo de demagogia que se reagrupa
bajo el nombre de “populismo”. Considero como rasgo específico de todo
populismo el hecho de que los doctrinarios de esta clase de movimientos
pretendan “regresar al pueblo, renovar los vínculos con los valores
profundos del pueblo”, pero para captar y fortalecer en el susodicho
pueblo, no los fermentos de liberación y progreso que podrían cultivarse
allí, sino lo que se puede cultivar selectivamente del resentimiento
espontáneo –resentimiento del sentido común “popular” con relación a la
dominación de los intelectuales (los “eggheads”, los cabezas de huevo,
dicen los populistas norteamericanos), los técnicos (los “tecnócratas”),
los expertos del Estado cuyas competencias abstrusas echan sombra sobre
los “saberes” de las masas y los devalúan, -resentimiento de las
rutinas cotidianas, “improductivas”, y de las buenas viejas tradiciones
con respecto a las modernizaciones y “racionalizaciones” que fatigan y
desestabilizan, -resentimiento con respecto a esos ininteligibles artes y
literaturas de vanguardia que no complacen sino a los “cráneos” y a los
“snobs” y parecen despreciar los gustos simples y naturales de la
mayoría... Resentimiento a cada golpe de aquellos que están vinculados a
un orden de valores populares con respecto a los valores que desde lo
alto, de la elite, de la capital, del aparato de Estado, vienen a
devaluarlos, a descalificarlos.
Nacen pues hoy, entre nacionalismo, populismo y
activismos minoritarios, ideologías del resentimiento reformuladas al
gusto de la época. Pero ellas brotan generalmente de la tierra abonada
de resentimientos más antiguos que le procuran buenas condiciones de
desarrollo. Ese resentimiento no es una “idea nueva en Europa”, ni en
América. Es el retorno de un reprimido más o menos durable de los
tiempos contemporáneos. La dinámica del resentimiento no se comprende
más que en el largo plazo de la historia moderna de diversos pueblos y
diversas culturas. Había también, en esta historia moderna de pueblos y
culturas, dispositivos “antisépticos” de racionalidad, universalidad y
emancipación progresista que funcionaban pero, en ciertas coyunturas, se
encuentran desbordados por el reflujo del resentimiento siempre
subyacente.
La post-modernidad
Las dificultades para definir esta noción
fluctuante de “post-modernidad” provienen del hecho de que, de todas
formas, una definición no puede ser sino negativa: definir la coyuntura
por aquello que no opera más allí, aquello que falta. La post-modernidad
ha de considerarse como aquello que se coloca para colmar los vacíos o,
más simplemente, a la manera de un líquido informe, para ocupar el
espacio libre –como realidad negativa proliferante, como agotamiento del
trabajo de deconstrucción emprendido desde la crítica kantiana (tarea
tan vieja entonces como la modernidad misma) o como remiendo incierto,
“reconstrucción” oscilante, saberes provisorios y morales provisorias
que duran sin poder imponerse. Y, para re-encantar este mundo más
congelado que nunca por cálculos egoístas, se encuentran los tribalismos
del resentimiento...
El resentimiento es en efecto una manera de colmar
el vacío. Por cierto, desde este punto de vista, los progresos de las
ideologías del resentimiento concomitantes del triunfo del relativismo y
del escepticismo se pueden explicar a través del balance de los
fracasos de las dinámicas modernas y modernizadoras –incluido el fracaso
de los mitos consoladores que encubrían los grandes paradigmas
sugiriendo la trascendencia de la defección. En los países del ex
socialismo totalitario, se observa (y era de esperarse) después de la
descomposición del sistema, no el nacimiento de un apetito de
emancipación universal y de armonía cívica, sino la sustitución y
proliferación de mini-totalitarismos de pertenencia.
La privatización de las utopías
Llego así a la idea de privatización de las utopías
replegadas sobre un absolutismo cultural que funciona como
valor-refugio. El resentimiento se da un proyecto de futuro, pero es un
futuro para los «suyos» y un futuro de “ajuste de cuentas” con diversos
antagonistas hereditarios. La formula “absolutismo cultural” es de Rhoda
Howard, universitaria de Ontario: se trata de sustituir por su
verdadera formulación lo que se persiste en presentar como “relativismo
cultural”. El absolutismo cultural define una tendencia neo-feudal a la
absolutización autárquica de axiologías privadas. El “absolutismo
cultural” es un absolutismo de pequeños grupos, derivado del relativismo
cívico mismo. Hace de su experiencia, de su ignorancia y de las de los
suyos la medida de todas las cosas. Buena ocasión para repetir la máxima
de Vico: L'uomo ignorante si fá regola dell' universo.
Frente a la privatización neo-liberal de grandes
sectores de las economías y a la globalización de las grandes potencias
transnacionales a las cuales se les deja el campo libre, los desposeídos
y los frustrados reaccionan privatizando y transformando en absolutos
—flaca venganza— sus costumbres, sus valores y sus mini-culturas. El
resentimiento, retórico y pleno de pathos, no quiere verdaderamente
convencer al mundo exterior y sabe que no tiene casi chances. El
resentimiento despliega sus simulacros de razonamiento no para convencer
al mundo de los “otros” —del cual no espera nada bueno— sino para
repetir su verdad particular en los oídos de los suyos y para disuadir
de toda veleidad de crítica a los miembros de su tribu que estuvieran
tentados de razonar “por sí mismos” o que pudieran tener dudas. El
resentimiento tiene simplemente horror de las objetivaciones
provenientes del exterior, que serían “insensibles” a su
“especificidad”. Siempre es necesario rendirle homenaje de entrada,
tener en cuenta su hipersensibilidad, sus susceptibilidades de
desollado. Cuando el hombre del resentimiento acepta hablar con alguien a
quien supuso al principio de buena voluntad, termina por verse obligado
a decir, decepcionado: “Decididamente, usted no puede comprendernos”.
Atribuyo, por ejemplo, al absolutismo cultural la
temática de la incomunicación “biopolítica” entre los sexos en la
ideología americana. La lingüista Deborah Tannen ha conocido un éxito de
bestseller en los años noventa con su tesis de los dos lenguajes,
resultado del separatismo llamado feminista y apología de la
incomunicación: los trabajos de análisis del discurso de Deborah Tannen
—al menos tal como han sido entendidos— concluyen que los dos sexos no
hablan el mismo inglés y no se comunican jamás sino en el malentendido, y
ella sostiene esta idea en un libro cuyo título hace eco a la
incomunicación como resultado paradojal de toda retórica, de lo cual
hablé en el párrafo anterior: You Just Don't Understand. (13)
No ha de ser por azar que este absolutismo cultural autárquico, sino
autístico, se encuentre con esta tesis llena de mala conciencia de “un
izquierdismo naïf que hace de cada actor [y sobre todo de cada
pretendida víctima] el único dueño del verdadero sentido de sus
conductas.” (14)
La astucia de la historia
El esbozo que he terminado es demasiado breve para
desembocar en conclusiones. Exige, sin embargo, una precisión en cuanto a
su alcance. El mapa no es el terreno; las ideologías no son el mundo
empírico, ni siquiera se reflejan, no directamente, en las mentalidades
ad hoc ni en las creencias profundamente ancladas; son a menudo, no se
podría ignorarlo, medios de enceguecimiento que permiten a los grupos y
sectas militantes servir, sin comprenderla, a la astucia de la historia.
Si las ideologías son a menudo medios colectivos de andar guiados por
ciegos y tuertos astutos, hacia algo que nadie sospecha, corresponde al
analista hacer ver el grado de falsa conciencia, pero él no puede pensar
en extrapolar una predicción sobre la evolución de las cosas a corto o
mediano plazo.
•1 Fr. Niezsche, La Généalogie de la morale, Mercure de France, p.47. •2 Con la misma eficacia, hay una superación del resentimiento en la exaltación de la insurrección en el anarquismo. •3 Le Socialisme des intellectuels (1979) Seuil, París. •4 Traducción francesa : Bloch, Ernst. Héritage de ce temps. Paris: Payot, 1978. •5 Me permito en este contexto remitir al lector a mis libros Ce que l'ondit des Juifs en 1889 (París : Presses de l'université de Vincennes, 1989) y Un Juiftrahira (Montreal : Ciadest, 1995). •6 Formula del Programa mínimo del Partido obrero francés en 1881. •7 Francis Fukuyama y sus epígonos francófonos. •8 Manifiesto communista: "Todo lo que era estable y establecido se volatiliza, todo lo que era sagrado se halla profanado y los humanos son finalmente forzados a considerar con una mirada sobria su posición en la vida y sus relaciones mutuas". •9 Charles Rappoport, Précis du communisme. París, 1929. p. 13.? x Pero próximo a nociones desarrolladas en otras culturas como Master Narrative (Fred Jameson), Große •10 Visionen ... •11 Boltanski, Luc y Laurent Thévenot. De la justification: les économies de la grandeur. París: Gallimard, 1991. •12 París: La Découverte, 1993 •13 New York: Quill, 2001. •14 Jeanine Verd s-Leroux, Au service du Parti, Paris: Fayard/Ed. de Minuit, 1983. |
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