agosto 15, 2014

"Mercados del saber y conocimientos colectivos. Notas para una nueva política de la investigación", por Pablo Contreras, Alejandro Fielbaum, Cristóbal Moya Conocimiento Colectivo

PICICA: "La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica." K. Marx

Mercados del saber y conocimientos colectivos. Notas para una nueva política de la investigación

Pablo Contreras, Alejandro Fielbaum, Cristóbal Moya
Conocimiento Colectivo



 
La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica.

K. Marx

 



I. Inhabilitados CONICYT: La precarización de la investigación



El programa de Formación de Capital Humano Avanzado es la principal herramienta de financiamiento de estudios de postgrado de nuestro país. Mientras que en su declaración de principios[1] afirma tener como objetivo aumentar el número de postgraduados de alta excelencia en Chile, capaces de contribuir al desarrollo científico, en la práctica ese objetivo se ve nublado por las lógicas que guían el fondo ideológico de las políticas que CONICYT implementa.



El caso de los Inhabilitados por CONICYT es clave porque pone de manifiesto el problema real que hay detrás de la precaria situación de la producción de conocimiento en Chile. Éste es un grupo de estudiantes de postgrado, que fueron becados para realizar sus estudios, y que vivieron en carne propia los problemas que aquejan a nuestra institucionalidad científica. Por un incumplimiento de cláusulas del contrato concernientes al plazo de entrega de documentos, los Inhabilitados fueron marginados de todo futuro financiamiento para su investigación. Además, se les exigió la devolución completa de todos los fondos que recibieron como beca. Todo esto sin importar las razones, tanto académicas como personales, con las que justificaron sus atrasos.



Los Inhabilitados no fueron víctimas exclusivamente de problemas de administración o mala gestión. Lo que se expresó en su caso fue la profundamente arraigada mercantilización de los procesos de producción del conocimiento. Su beca no era tal: era un crédito condonable. Una beca si te va bien, un crédito si te va mal. Era una mera inversión del Estado en una iniciativa privada que podía o no tener éxito. Pero, si se tiene el objetivo original de la política en mente, se pone de manifiesto que la mercantilización desvía los esfuerzos de acción pública para redirigirlos hacia lógicas que privilegian la acumulación individual por sobre el beneficio colectivo, enfocándose en la competencia y en una imagen desviada de las empresas individuales por sobre la cooperación y el bien común. A partir de esta situación, concebida como síntoma de un sistema neoliberal de producción de conocimiento, profundizaremos la noción de mercantilización de la producción de conocimiento y ofreceremos un bosquejo de marco conceptual desde el cual tratar el problema en cuestión.



II. El modo de producción del conocimiento



La pregunta por el posible carácter público del conocimiento no se juega en quién produce el conocimiento (una institución estatal o privada, o privada con fines privados o privada con fines públicos, recordando las últimas vueltas retóricas de uno que otro saber), ni en que este se haga público al ponerse a disposición de posibles lectores, por ejemplo, en una revista que no cobre por descargar sus artículos en Internet. Si así fuese, todo saber no privado sería inmediatamente público, sin importar la relación que pueda tener con uno u otro público en particular, o con la constitución del espacio público en general.



Nos proponemos, por el contrario, pensar el carácter público del conocimiento considerando que este solo puede ser tal según cómo se posicione en el modo de producción del conocimiento, y no únicamente en la posible disposición pública de su consumo. Para ello, resulta necesario interrogarse por la lógica que está detrás del qué, el cómo y el para quién se produce cierto conocimiento. La actual configuración de la construcción de conocimiento en Chile tiende a orientarse desde una lógica privada, no obstante que su financiamiento sea mayoritariamente estatal: un investigador privado decide qué producir de acuerdo a sus intereses académicos particulares, a partir de una investigación en la que se presupone un carácter individual de la construcción del conocimiento, para ser consumido individualmente por uno u otro lector o investigador, igualmente privado, que podría apropiarse de ese conocimiento de forma individual, en tanto recurso para su posterior proceso privado de producción del conocimiento. Así, un investigador hace carrera construyendo conocimiento sobre unos u otros temas, sin que pareciera haber mucha diferencia entre hacerlo desde una institución pública o privada, puesto que la lógica privada del modo de producción de conocimiento es transversal al conjunto de las instituciones. Las universidades estatales encargadas del impulso, valoración y financiamiento de la producción del conocimiento, en efecto, orientan desde allí sus políticas.



Contra ello, consideramos necesario avanzar hacia una lógica pública en la construcción del conocimiento, que permita que las preguntas por los temas a investigar, las formas de investigar y la utilidad de lo investigado se corresponda con las necesidades públicas del país, a través del establecimiento de temas prioritarios y lógicas colectivas de investigación paralelas a las iniciativas que permiten incorporar temáticas emergentes en la producción de conocimiento. Es claro que esto no significa desconocer los criterios de especialización del conocimiento contemporáneo buscando suplantar, por así decirlo, un laboratorio por una asamblea. Antes bien, se trata de pensar que lo que sucede en el laboratorio pueda guardar relación con la construcción de los conocimientos que puedan ser de utilidad a la discusión pública, y que la valoración del conocimiento se oriente desde allí, y no únicamente desde un criterio indistinto e individual de calidad que no sopese los aportes del conocimiento a las necesidades colectivas.



Es claro que hoy nos enfrentamos a un modo de producción de conocimiento opuesto a tal concepción. En el actual modelo prima una lógica mercantil, en tanto la gran apuesta por desarrollar la ciencia y la tecnología es, en definitiva, una apuesta por mayor innovación entendida como un “proceso de creación de valor económico mediante el cual ciertos productos o procesos productivos, desarrollados en base a nuevos conocimientos o a la combinación novedosa de conocimiento  preexistente, son introducidos eficazmente en los mercados y, por lo tanto, en la vida social”[2]. Al situar a la innovación como un proceso principalmente en función del mercado, trastoca la lógica creadora y, en tal sentido, innovadora que puede asociarse a la producción de conocimiento.



III. CONICYT: Civilización y barbarie en los laboratorios chilenos



La mayor parte de la producción de conocimiento en Chile es regida y financiada por las políticas formuladas y ejecutadas por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica. Originalmente, este aparato fue creado en 1968, pero su forma actual se debe a un decreto dictado en 1971[3]. Su función era adoptar políticas públicas que apunten a generar conocimiento en línea con un plan nacional de desarrollo económico y social, asesorando al Presidente de la República en su implementación. El funcionamiento jerárquico de la comisión se regía por un Consejo, organismo colectivo integrado por distintos actores: especialistas, representantes de la Presidencia, el Ministro de Educación Pública, entre otros.



En los primeros días de la dictadura, el 29 de Octubre de 1973[4], la Junta Militar modificó el decreto orgánico de la Comisión. El principal afectado fue el Consejo directivo. Fue “declarado en recesión”, y sus funciones fueron asumidas por la figura unipersonal del Presidente de la Comisión[5]. El viraje administrativo de CONICYT durante la dictadura, desde un organismo de decisiones colectivas a uno unipersonal, ilustra de manera análoga la deformación de sus objetivos. Mientras que desde el punto de vista administrativo la colectividad cedió ante el autoritarismo, los objetivos, los medios y la medición del éxito de las políticas de la Comisión se deformaron desde un incipiente enfoque democrático del conocimiento —producción de conocimiento en favor del desarrollo económico y social de la sociedad en su conjunto, según las necesidades idealmente manifestadas en el plan nacional— hacia uno mercantilizado, de iniciativa privada y basado en la competencia que, al menos en el discurso, busca aportar a las aplicaciones comerciales de procesos y productos.



Un ejemplo ilustrador de la mercantilización de las lógicas de producción de conocimiento en nuestro país son los fundamentos ideológicos del programa que financia la mayor parte de la investigación científica chilena: el Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico, FONDECYT. Para este programa, cada investigación financiada es una iniciativa privada y aislada. El Estado subsidiario se manifiesta haciendo un llamado a proyectos que luego compiten entre sí para lograr posicionarse en la élite de los sobrevivientes que recibirán el financiamiento de su iniciativa. La calidad de los proyectos es evaluada con criterios internos a la práctica científica mediante peer-review según viabilidad, experiencia anterior del investigador y potencial impacto y novedad de la investigación realizada[6]. Así, la adjudicación de FONDECYT no tiene por qué responder a necesidad alguna de la sociedad —contrario a la declaración de principios de CONICYT en su fundación— sino a criterios de mercado, entendido esto bajo la concepción liberal de la libre competencia entre actores privados con intereses individuales. Y, aunque no haya expresamente una claudicación al mercado propiamente tal, la investigación misma se mercantiliza al retroceder ante a una concepción democrática de la producción de conocimiento.



La mercantilización del conocimiento en Chile responde a un radical retroceso en la lógica democrática y colectiva de su producción. No existen espacios neutros entre los intereses del mercado y los intereses de la sociedad. A falta de una deliberación democrática que dé viabilidad a la investigación según cómo responda a las necesidades o prioridades previamente definidas, un proyecto individual de investigación la adquiere sólo en medida de su potencial comercialización. Así, por ejemplo, el ex Presidente de CONICYT Mateo Budinich expresó que una institucionalidad científica adecuada genera “el impulso necesario para producir ciencia de mayor calidad, relevancia social y económica y mayor aplicación comercial”[7], reafirmando que un circulo virtuoso de políticas públicas no requiere de la democratización o potencial impacto social, sino que descansa en la concepción de la sociedad como un conjunto de consumidores que expresan sus necesidades en el mercado. Así, mientras que en principio “la ciencia es la que decide la ciencia”[8], este criterio se traduce en la práctica en la subdeterminación democrática del objeto y las prácticas de la investigación y, con ello, unasobredeterminación mercantil de éste.



El caso de FONDECYT es una más de las manifestaciones de las lógicas de mercado en el actuar de CONICYT, y con ello en la producción de conocimiento de nuestro país entero. El mercado no necesita expresarse en una caricatura transaccional —exclusivamente como una instancia de intercambio de productos por dinero—, sino que puede manifestarse, por el sustento de las lógicas globales de producción, al eliminarse de las políticas los criterios democráticos que definen necesidades y prioridades que escapen a los antojos de acumulación privada e individual. En ese sentido, la competencia y ausencia de colaboración, la viabilidad comercial y “puramente científica” de los proyectos como criterios principales de adjudicacion, etcétera, se transforman en mecanismos de privatización y mercantilización del conocimiento.



Es también un caso ilustrador de cómo la solución de los predicamentos en los que nos pone la mercantilizacion no se resuelven sólo ensalzando la acción estatal. Ya hay una importante, y de hecho principal y central, acción del Estado en el campo. La necesidad es de la radical democratización del conocimiento. Esto no implica, por cierto, que todo el conocimiento por fortalecer posean un rendimiento inmediato en la solución de necesidades, sino que, simultáneamente, debe priorizarse tal tipo de saber y cuestionarse la noción neoliberal de lo necesario.[9]



IV. El necesario espacio de lo innecesario



Es probable que el lector de este artículo ya se haya preguntado, no sin cierto malestar, por el esquivo rol de lo que, en un primer momento, puede aparecer como el inútil estudio y promoción de las Artes y las Humanidades entre la apelación a la utilidad del conocimiento que ya hemos expuesto. Justamente porque nuestro deseo es el contrario, es que debemos repensar su defensa en el marco descrito.



Generalmente, y sabemos que pecamos aquí de generalización, las Artes y las Humanidades han defendido su posición apelando a la necesidad social de cierto cultivo del espíritu por parte de algunos de sus miembros, defendiendo su existencia ora porque sería necesario en cada sociedad que algunas personas desplieguen ese cultivo, ora porque así tales personas podrían alcanzar el conocimiento más puro, por improductivo que sea. Tal retórica iluminista suele ser ciega a los privilegios que se arroga, al imponer una forma determinada de legitimidad cultural, en nombre de una u otra forma de identidad –desde el humanismo de supuesta filiación grecolatina que cultivarían las Humanidades hasta la defensa de la identidad nacional ante la globalización–, en nombre de la cultura como privilegio superior de los miembros de la aristocracia del espíritu. No es casual que tal discurso de la identidad se haya desarrollado al alero del desarrollo de las necesidades de la política cultural en la constitución de los Estados nacionales, y que entre en descrédito ante una mundialización neoliberal cuyas necesidades de legitimación se orientan en nombre del desarrollo antes que en nombre de la identidad, lo que fortalece la apelación a la facticidad gubernamental elaborada por las ciencias sociales en desmedro de las Artes y las Humanidades.



Evidentemente, no deseamos ni una vuelta a los privilegios del antiguo humanismo ni la subsunción de las artes y las humanidades en una concepción de la utilidad que resulte ajena a su específico modo de composición del conocimiento. Lo que distingue a las Artes y las Humanidades de los otros saberes no es necesariamente su objeto de conocimiento, sino el modo de producción de su conocimiento. Tal como hay investigación biológica, puede haber una reflexión filosófica o una obra artística sobre la vida. La diferencia entre lo primero y lo segundo está en que mientras lo primero lleva o puede llevar a una aplicación, lo segundo no podría aplicarse de forma inmediata. Salvo, claro está, si la pregunta filosófica o la obra artística viene determinada, de antemano, por el deseo de llegar a una respuesta decidida de antemano, caso en el cual la filosofía se transforma en ideología, o el arte en propaganda, como sería el caso, por ejemplo, de un intento de pensar el poder constituyente para legitimar directamente una asamblea constituyente, o de una fotografía tomada con interés publicitario. El problema de tales prácticas no está en que violenten una supuesta pureza del saber, como pensaría la legitimación humanista de las Artes y las Humanidades, sino en que pierden el posible rendimiento reflexivo que constituye a tales saberes. Una discusión filosófica, siguiendo nuestro ejemplo, bien puede ayudar a pensar la discusión sobre el proceso constituyente, el punto está en que una discusión filosófica que desee directamente solucionar un problema contingente soslaya el específico rendimiento que puede poseer el trabajo filosófico, a saber, su incapacidad de ser aplicado, inmediatamente, en uno u otro contexto. Perdida esa distancia, no se pierde la supuesta pureza de la filosofía, sino el rendimiento que puede poseer: no puede haber buena filosofía, o buen arte, si esta nace desde una determinación ajena a su ejercicio[10].



En ese sentido, el valor de las Artes y las Humanidades no puede calcularse desde una economía pensada en la inmediata solución de necesidades. Y es que el improductivo modo de producción de las Artes y las Humanidades es posible por un tiempo de producción de saberes y obras que suele ser más costoso que la utilidad inmediata del consumo que puedan generar (el gasto necesario para generar un artículo filosófico o una obra de arte es mucho mayor que la posible retribución económica que podría tener su autor). Su valor, por tanto, se juega en una relación distinta con el saber, dado el carácter siempre singular de lo que no podría consumirse inmediatamente, como respuesta a una pregunta ya determinada, sino en el improductivo tiempo de la reflexión que, antes de dar por segura una respuesta, vuelve a preguntarse por ella, si es que no por la pregunta que la ha precedido. Este operar propio de la filosofía evidencia una especificidad que aquí destacamos en tal área, no obstante podrían caracterizarse especificidades particulares a otras disciplinas o grupos de estas.



El emplazamiento de tales saberes en una nueva política del conocimiento ni siquiera podría solucionarse, por tanto, apelando a una eventual paradoja relativa a la utilidad de lo inútil, puesto que es el principio mismo de utilidad lo que pone en juego el arte, la filosofía o la literatura. Contra quien pudiera de allí desprender la subordinación de tales saberes, ciertamente precarizados en las últimas décadas ante la jerarquización de la utilidad entendida individualmente, consideramos que justamente un criterio colectivo de utilidad del conocimiento permite fortalecer su ejercicio, en el entendido de que los saberes producidos por las Artes y las Humanidades resultan necesarios, desde un concepto de necesidad que no se restrinja a la utilidad o a la inmediatez, sino a la capacidad de instalar, en la vida en común, ciertas formas de habitar el saber que pongan en suspenso el sentido común, mostrando otras posibles comunidades del sentido. Las Artes y las Humanidades interrogan, con su improductiva incerteza, las formas establecidas de producir y consumir saber. De ahí la importancia que posee, en su práctica, el proceso productivo como parte de su valor: mientras lo importante del saber aplicado es el producto que genera, en las Artes o las Humanidades la forma de llegar al saber es parte de lo que se expone y tematiza, justamente porque no se trata de la aplicación de un método repetible, sino un ejercicio siempre singular que muestra otra forma posible de producir el conocimiento o la obra.



En esta dinámica, las Artes y las Humanidades permiten el ejercicio de un saber cuya falta de utilidad permite la discusión, instituyendo una relación distinta entre el sujeto y el saber que la de la ciencia. Al instalar preguntas que no podrían ser respondidas definitivamente, las Artes y las Humanidades instalan la necesidad de seguir discutiendo sin una posible respuesta definitiva, abriendo así la posibilidad de la discusión pública, sin la cual no hay democracia posible. Contra un liberalismo que podría suponer que el espacio público posee una forma definitiva a la que hay de dotar de contenido, al proponer otras formas de saber las Artes y las Humanidades permiten un ejercicio de la razón que cuestiona sus límites, abriendo así la posibilidad de la discusión pública hacia otras formas de discusión. En ese sentido, la necesidad de las Artes y las Humanidades, particularmente ante la falta de espesor, si es que no de lugar, del espacio público en Chile, no se juega tanto en sus producciones, ciertamente necesarias para el desarrollo de sus respectivas historias, sino en su ejercicio, inciertamente necesario para el desarrollo de nuestra historia.



En ese sentido, para defender la posibilidad de las alicaídas Artes y Humanidades en las Universidades chilenas es necesario pensar en una economía distinta, con un distinto concepto de economía y con un distinto concepto de consumo, capaz de extender sus saberes en el espacio público más allá del posible consumo individual de lo producido. La necesidad de fortalecer los espacios de extensión universitaria resultan, en esa dirección, cruciales para que el deseo de la necesidad de las Artes y las Humanidades no quede trunco por la imposibilidad de sobrepasar una nueva aristocracia del saber. Justamente porque no queremos escoger entre una exposición fácil de las Artes y las Humanidades que puede someterse al rápido tiempo del consumo masivo o un estudio serio de las Artes y las Humanidades incapaz de sobrepasar el enclaustramiento que se genera a sí mismo es que es necesario, como parte de su ejercicio, constituir espacios de mediación que permitan el ejercicio común de la inteligencia a partir de lo que las Artes y las Humanidades pueden dar: La posibilidad de dar siempre, infinitamente, otro don al pensar, que permita otra forma de experimentarlo, y así de discutirlo públicamente.



V. Nuevos saberes para nuevas formas de vida



Hemos evitado, contra los instintos académicos que no dejamos de habitar, referir a unos u otros autores dentro de las extensas discusiones existentes sobre la sociología del conocimiento, la importancia de la crítica y la relación política entre teoría y praxis. No podemos concluir, sin embargo, sin mencionar el nombre de Antonio Gramsci como autor que anuda, con su singular lucidez, tales cuestiones. En particular, en lo referente a la necesidad histórica de cada bloque histórico de constituir sus propios saberes y formas de ponerlos en circulación. El autor italiano, en esa dirección, no contrapone la falsa neutralidad de los saberes dominantes a una posible verdad científica que pudiera ser la verdadera conciencia contra la falsa conciencia burguesa, sino que contrapone la conciencia de un bloque histórico al de otro. El problema con los saberes neoliberales, en esa dirección, no es que sean abstractamente falsos sino que, en sus lógicas y contenidos, solo pueden ser verdaderos como continuadores de la forma neoliberal de vida. La necesidad de constituir saberes contrahegemónicos, desde formas contrahegemónicas de producción, no se propone solo para desnaturalizar el orden existente, sino también para constituir los saberes necesarios para contrarrestar tal orden dentro y fuera de los espacios académicos.



Por ello, una política que aspire a transformar la precarizada vida en común de nuestro presente en nombre de lo público ha de generar nuevas modos de producción del conocimiento, capaces de preguntarse y responderse de forma pública, desde un concepto amplio de las necesidades también públicas, por los saberes que posibiliten otra forma de vivir, distinta a la de la individuación neoliberal.







[1] http://www.conicyt.cl/becas-conicyt/sobre-becas-conicyt/que-es-becas-conicyt/

[2] Departamento de Estudios y Planificación Estratégica de Conicyt “Conceptos básicos de Ciencia, Tecnología e Innovación”. Santiago de Chile, Conicyt, 2008.

[3] http://www.conicyt.cl/transparencia/marco_normativo/2011/cyt.html#MINISTERIO_DE_EDUCACION

[4] http://www.conicyt.cl/transparencia/marco_normativo/2011/cyt.html#DECRETO_LEY_N116

[5] http://www.conicyt.cl/transparencia/marco_normativo/2011/cyt.html#DECRETO_LEY_N_668

[6] http://www.conicyt.cl/fondecyt/files/2013/03/BASES-REGULAR-2014.pdf


[8] Íbid, p. 1.

[9] En efecto, lo que acá recién comenzamos a imaginar no supone que un criterio democrático en la producción de conocimiento sea el único criterio para financiar los proyectos de investigación, sino que posea un rol importante, mas no excluyente, en la promoción pública del saber por construir


[10] Esto no significa, por cierto, que se pueda trazar de antemano el límite entre filosofía e ideología, o entre arte y propaganda, en el entendido de que no hay ningún criterio que permita asegurar esa línea aduciendo, por ejemplo, a la militancia de quien produce, al financiamiento que lo acompaña o a algún otro criterio. Dicho más simplemente: cualquier escuela o reflexión puede devenir ideológica o propagandística, y es por ello que la defensa de su ejercicio no ha de darse en nombre de sus éxitos, sino de la necesidad de seguir cuestionando lo que parece ya asegurado. Justamente por eso es que la defensa de las Artes y las Humanidades ha de defenderse su ejercicio en nombre de su singular forma de producir conocimiento, y no destacando que uno u otro autor u obra haya poseído cierto éxito, o con algún otro criterio proveniente de una lógica de ese tipo.


Fonte: Escrituras Aneconómicas

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