PICICA: "El lenguaje de los políticos que deberían representarnos no está más en condiciones de captar la realidad (algo similar había visto ya en la República Democrática Alemana). Es un lenguaje que expresa seguridad de sí, que no se somete más a la verificación de un interlocutor, que no se relativiza. La política es degradada a instrumento, a un soplido para reavivar el crecimiento. El crecimiento es considerado la panacea universal, todo acto es subordinado a este objetivo. El ciudadano es reducido a consumidor."
El fin de la democracia en Europa
Il Club de la Lettura
Desde hace tres años
ya no escribía artículos, porque sé qué escribir. Es todo tan claro: la
supresión de la democracia, la creciente polarización social y
económica entre pobres y ricos, la ruina del Estado social, la
privatización y, con ella, la monetarización de todos los ámbitos de la
vida (la educación, la salud, los transportes públicos, etc), la ceguera
frente al extremismo de derecha, el parloteo de los medios, que hablan
sin descanso para no tener que hablar de los problemas reales, la
censura abierta o enmascarada (sea como rechazo directo, sea bajo la
forma de audiencia o formato) y todo lo demás.
Los intelectuales callan. No se escucha nada de las universidades, nada de los pioneros del pensamiento, aquí y allá algún esporádico resplandor, luego la oscuridad de nuevo.
Sólo puedo repetir el lugar común: las ganancias son privatizadas, las pérdidas socializadas. Y quisiera poder citar contraejemplos.
Cuando recibí la invitación para participar en un acto público a realizarse en Berlín el pasado 18 de diciembre, titulado “Ataque a la democracia” –el subtítulo se refería a los efectos de la eurocrisis–, acepté solamente porque conocía y estimaba a la mayor parte de los oradores y porque quería contrastar mi aislamiento. De hecho, si día tras día se nos ofrece la locura como la cosa más obvia, antes o después nos creeremos también nosotros enfermos y anormales: es sólo cuestión de tiempo.
Trato de retomar algunos pensamientos que me parecen importantes:
1) Hablar de un ataque a la democracia es un eufemismo. Una situación en la cual a la minoría de una minoría se le permite –por tanto, es legal– dañar gravemente el bien común para su propio enriquecimiento es ya posdemocrática. Culpable de ello es la misma colectividad, porque no se cuida contra este saqueo, porque no está en condiciones de elegir representantes que perciban sus intereses.
2) Todos los días se escucha que los gobiernos deberían “tranquilizar a los mercados” y “reconquistar la confianza de los mercados”. Por “mercados” se entiende, sobre todo, la bolsas y los mercados financieros, o sea aquellos actores que especulan en su propio interés y por cuenta de otros con el fin de obtener el máximo provecho. ¿No son quizás los mismos que han sustraído a la colectividad una inaudita cantidad de miles de millones? ¿Es su confianza lo que nuestros más altos representantes del pueblo deben esforzarse por conquistar?
3) Nos indignamos con justicia por la expresión acuñada por Vladimir Putin: “democracia guiada”. ¿Y entonces por qué Angela Merkel no ha tenido que renunciar después de haber hablado de “democracia conforme al mercado”?
4) El capitalismo no tiene necesidad de democracia, sino de condiciones estables. Estructuras democráticas que funcionen pueden actuar más bien como una fuerza contraria y un freno al capitalismo, y de ese modo son también percibidas, como han demostrado las reacciones al anuncio del referéndum en Grecia y su solícito retiro.
5) Durante el estallido de la crisis financiera de 2008, todavía creía que nuestra colectividad poseía un instinto de autoconservación que le permitiría protegerse de modo eficaz. No era sólo un error. Esa esperanza se ha vuelto lo contrario.
6) Con el derrumbe del bloque oriental, algunas ideologías conquistaron una hegemonía de tal modo incontrastada que pronto se las percibió como una obviedad. Un ejemplo podría ser la privatización. Era vista como algo absolutamente positivo. Todo aquello que no era privatizado, que permanecía en propiedad de la colectividad y no era sometido a la búsqueda privada de ganancias, era considerado ineficiente y contrario a las necesidades de los clientes. Se alumbró una atmósfera pública que más pronto o más tarde habría de llevar a la desautorización de la colectividad por su propia mano.
7) Otra ideología que ha conocido una gran lozanía es la del crecimiento: “Sin crecimiento, todo es nada”, decretó hace ya varios años la canciller. Sin hablar de estas dos ideologías, no se puede ni siquiera discutir la eurocrisis.
El lenguaje de los políticos que deberían representarnos no está más en condiciones de captar la realidad (algo similar había visto ya en la República Democrática Alemana). Es un lenguaje que expresa seguridad de sí, que no se somete más a la verificación de un interlocutor, que no se relativiza. La política es degradada a instrumento, a un soplido para reavivar el crecimiento. El crecimiento es considerado la panacea universal, todo acto es subordinado a este objetivo. El ciudadano es reducido a consumidor. Crecimiento, de por sí, no significa nada. El ideal social sería un playboy, que consuma la mayor cantidad posible en el más breve tiempo posible. Una guerra daría un enorme impulso al crecimiento.
9) Las preguntas elementales –“¿A quién beneficia?”, “¿Quién gana?”—se han vuelto inconvenientes. ¿Acaso no estamos todos en el mismo barco? ¿No tenemos todos los mismos intereses? Quien duda de esto es un instigador de la lucha de clases. La polarización social y económica de la sociedad ha ocurrido mientras se predica en voz alta que tenemos todos los mismos intereses. Es suficiente un paseo por Berlín. En los mejores barrios, los pocos edificios no reparados son, por regla, escuelas, asilos, oficinas públicas, piscinas u hospitales. En los así llamados distritos problemáticos, los edificios públicos no reparados se notan menos; allí, la pobreza se reconoce por los dientes que faltan. Hoy se dice demagógicamente: hemos vivido por encima de nuestras posibilidades; por lo demás, todos somos rapaces.
10) La colectividad es puesta sistemáticamente a prueba por los representantes del pueblo elegidos democráticamente, que le roban sus ingresos. El gobierno de Schröder (NDT: 1998-2005) ha reducido la alícuota máxima impositiva del 53 por ciento al 42, mientras las alícuotas para las empresas (los impuestos sobre la industria y los comercios y sobre los réditos de las sociedades) entre 1997 y 2009 han sido casi cortadas a la mitad: de 57,5 por ciento a 29,4. Nadie debería maravillarse de que las cajas del Estado estén vacías, aunque nuestro PBI crece año tras año.
11) El dinero entregado a unos falta a los otros. Los fondos que, de este modo, quedan en manos de los pudientes, si se cree a las estadísticas, no han terminado, como se esperaba, en inversiones, sino en negocios más lucrativos en el mercado financiero. Por otra parte, las prestaciones del Estado social son suprimidas por todas partes en Europa para conceder paquetes de rescate a los bancos que se arruinan con la especulación. Como ha escrito el politólogo Elmar Altvater, los «recursos de legitimación de la democracia social son dilapidados en esta desconcertante redistribución a favor de los ricos”.
12) Una historia: aquello que alguna vez se vendía como contraste entre Alemania oriental y Alemania occidental hoy nos es presentado como contraste entre diversos países. En marzo, presenté en Porto, en Portugal, la traducción de un libro mío. La atmósfera, cordial e interesada, se arruinó de inmediato tras una pregunta del público. De golpe éramos solamente alemanes y portugueses sentados frente a frente en actitud hostil. La pregunta era desagradable: si nosotros –esto es, yo, un alemán– no estábamos quizás logrando hacer con el euro lo que alguna vez no habíamos logrado hacer con nuestros panzer. Nadie del público replicó a la pregunta. Y yo, como si no bastase, reaccioné de pronto como se esperaba –esto es, como alemán: nadie está obligado a comprarse un Mercedes, dije en tono ofendido, y deberían estar contentos si se les conceden préstamos menos onerosos que los privados. Sentí resonar literalmente en mis palabras las fases hechas del papel impreso alemán. En el barullo que siguió a mi respuesta, volví en mí. Y dado que tenía el micrófono, balbucí en mi imperfecto inglés que mi reacción era tan tonta como la de ellos, que habíamos caído en la misma trampa, que nos habíamos alineados como portugueses y alemanes por reflejo, como ante un partido de fútbol, con los colores respectivos. Como si de verdad se tratase de alemanes y portugueses y no de quien estaba en alto y quién abajo, y por tanto de aquellos que en Portugal como en Alemania eran responsables de esta situación, gracias a la cual habían obtenido, y continuaban sacándonos, provecho.
13) Hay democracia si la política interviene en la estructura económica existente con impuestos, leyes y controles y restringe a los actores de los mercados, sobre todo de los mercados financieros, en binarios compatibles con los intereses de la colectividad. Se trata de las preguntas elementales: ¿a quién beneficia? ¿Quién gana? ¿Es bueno para la colectividad? Al fin, la pregunta sería: ¿qué sociedad queremos? Esto, para mí, sería democracia.
Me detengo aquí. Me gustaría contarles, aún, otras cosas, sobre un profesor que ha dicho que volvió a ver el mundo como lo veía a los quince años, o de un estudio del Politécnico federal de Zurich, que ha examinado los cruces entre los grupos industriales que llegan al número 147: son los grupos que se han repartido el mundo, y, de estos, los 50 más potentes son bancos y aseguradoras (a excepción de una petrolera); me gustaría contarles que todo depende de hecho de volver a tomarse en serio y de encontrar a quien es afín en ideas y opiniones, porque no se puede hablar un lenguaje diferente solos. Y del hecho de que también yo reencuentro el deseo de abrir la boca.
Traducido de la versión italiana publicada aquí.
Los intelectuales callan. No se escucha nada de las universidades, nada de los pioneros del pensamiento, aquí y allá algún esporádico resplandor, luego la oscuridad de nuevo.
Sólo puedo repetir el lugar común: las ganancias son privatizadas, las pérdidas socializadas. Y quisiera poder citar contraejemplos.
Cuando recibí la invitación para participar en un acto público a realizarse en Berlín el pasado 18 de diciembre, titulado “Ataque a la democracia” –el subtítulo se refería a los efectos de la eurocrisis–, acepté solamente porque conocía y estimaba a la mayor parte de los oradores y porque quería contrastar mi aislamiento. De hecho, si día tras día se nos ofrece la locura como la cosa más obvia, antes o después nos creeremos también nosotros enfermos y anormales: es sólo cuestión de tiempo.
Trato de retomar algunos pensamientos que me parecen importantes:
1) Hablar de un ataque a la democracia es un eufemismo. Una situación en la cual a la minoría de una minoría se le permite –por tanto, es legal– dañar gravemente el bien común para su propio enriquecimiento es ya posdemocrática. Culpable de ello es la misma colectividad, porque no se cuida contra este saqueo, porque no está en condiciones de elegir representantes que perciban sus intereses.
2) Todos los días se escucha que los gobiernos deberían “tranquilizar a los mercados” y “reconquistar la confianza de los mercados”. Por “mercados” se entiende, sobre todo, la bolsas y los mercados financieros, o sea aquellos actores que especulan en su propio interés y por cuenta de otros con el fin de obtener el máximo provecho. ¿No son quizás los mismos que han sustraído a la colectividad una inaudita cantidad de miles de millones? ¿Es su confianza lo que nuestros más altos representantes del pueblo deben esforzarse por conquistar?
3) Nos indignamos con justicia por la expresión acuñada por Vladimir Putin: “democracia guiada”. ¿Y entonces por qué Angela Merkel no ha tenido que renunciar después de haber hablado de “democracia conforme al mercado”?
4) El capitalismo no tiene necesidad de democracia, sino de condiciones estables. Estructuras democráticas que funcionen pueden actuar más bien como una fuerza contraria y un freno al capitalismo, y de ese modo son también percibidas, como han demostrado las reacciones al anuncio del referéndum en Grecia y su solícito retiro.
5) Durante el estallido de la crisis financiera de 2008, todavía creía que nuestra colectividad poseía un instinto de autoconservación que le permitiría protegerse de modo eficaz. No era sólo un error. Esa esperanza se ha vuelto lo contrario.
6) Con el derrumbe del bloque oriental, algunas ideologías conquistaron una hegemonía de tal modo incontrastada que pronto se las percibió como una obviedad. Un ejemplo podría ser la privatización. Era vista como algo absolutamente positivo. Todo aquello que no era privatizado, que permanecía en propiedad de la colectividad y no era sometido a la búsqueda privada de ganancias, era considerado ineficiente y contrario a las necesidades de los clientes. Se alumbró una atmósfera pública que más pronto o más tarde habría de llevar a la desautorización de la colectividad por su propia mano.
7) Otra ideología que ha conocido una gran lozanía es la del crecimiento: “Sin crecimiento, todo es nada”, decretó hace ya varios años la canciller. Sin hablar de estas dos ideologías, no se puede ni siquiera discutir la eurocrisis.
El lenguaje de los políticos que deberían representarnos no está más en condiciones de captar la realidad (algo similar había visto ya en la República Democrática Alemana). Es un lenguaje que expresa seguridad de sí, que no se somete más a la verificación de un interlocutor, que no se relativiza. La política es degradada a instrumento, a un soplido para reavivar el crecimiento. El crecimiento es considerado la panacea universal, todo acto es subordinado a este objetivo. El ciudadano es reducido a consumidor. Crecimiento, de por sí, no significa nada. El ideal social sería un playboy, que consuma la mayor cantidad posible en el más breve tiempo posible. Una guerra daría un enorme impulso al crecimiento.
9) Las preguntas elementales –“¿A quién beneficia?”, “¿Quién gana?”—se han vuelto inconvenientes. ¿Acaso no estamos todos en el mismo barco? ¿No tenemos todos los mismos intereses? Quien duda de esto es un instigador de la lucha de clases. La polarización social y económica de la sociedad ha ocurrido mientras se predica en voz alta que tenemos todos los mismos intereses. Es suficiente un paseo por Berlín. En los mejores barrios, los pocos edificios no reparados son, por regla, escuelas, asilos, oficinas públicas, piscinas u hospitales. En los así llamados distritos problemáticos, los edificios públicos no reparados se notan menos; allí, la pobreza se reconoce por los dientes que faltan. Hoy se dice demagógicamente: hemos vivido por encima de nuestras posibilidades; por lo demás, todos somos rapaces.
10) La colectividad es puesta sistemáticamente a prueba por los representantes del pueblo elegidos democráticamente, que le roban sus ingresos. El gobierno de Schröder (NDT: 1998-2005) ha reducido la alícuota máxima impositiva del 53 por ciento al 42, mientras las alícuotas para las empresas (los impuestos sobre la industria y los comercios y sobre los réditos de las sociedades) entre 1997 y 2009 han sido casi cortadas a la mitad: de 57,5 por ciento a 29,4. Nadie debería maravillarse de que las cajas del Estado estén vacías, aunque nuestro PBI crece año tras año.
11) El dinero entregado a unos falta a los otros. Los fondos que, de este modo, quedan en manos de los pudientes, si se cree a las estadísticas, no han terminado, como se esperaba, en inversiones, sino en negocios más lucrativos en el mercado financiero. Por otra parte, las prestaciones del Estado social son suprimidas por todas partes en Europa para conceder paquetes de rescate a los bancos que se arruinan con la especulación. Como ha escrito el politólogo Elmar Altvater, los «recursos de legitimación de la democracia social son dilapidados en esta desconcertante redistribución a favor de los ricos”.
12) Una historia: aquello que alguna vez se vendía como contraste entre Alemania oriental y Alemania occidental hoy nos es presentado como contraste entre diversos países. En marzo, presenté en Porto, en Portugal, la traducción de un libro mío. La atmósfera, cordial e interesada, se arruinó de inmediato tras una pregunta del público. De golpe éramos solamente alemanes y portugueses sentados frente a frente en actitud hostil. La pregunta era desagradable: si nosotros –esto es, yo, un alemán– no estábamos quizás logrando hacer con el euro lo que alguna vez no habíamos logrado hacer con nuestros panzer. Nadie del público replicó a la pregunta. Y yo, como si no bastase, reaccioné de pronto como se esperaba –esto es, como alemán: nadie está obligado a comprarse un Mercedes, dije en tono ofendido, y deberían estar contentos si se les conceden préstamos menos onerosos que los privados. Sentí resonar literalmente en mis palabras las fases hechas del papel impreso alemán. En el barullo que siguió a mi respuesta, volví en mí. Y dado que tenía el micrófono, balbucí en mi imperfecto inglés que mi reacción era tan tonta como la de ellos, que habíamos caído en la misma trampa, que nos habíamos alineados como portugueses y alemanes por reflejo, como ante un partido de fútbol, con los colores respectivos. Como si de verdad se tratase de alemanes y portugueses y no de quien estaba en alto y quién abajo, y por tanto de aquellos que en Portugal como en Alemania eran responsables de esta situación, gracias a la cual habían obtenido, y continuaban sacándonos, provecho.
13) Hay democracia si la política interviene en la estructura económica existente con impuestos, leyes y controles y restringe a los actores de los mercados, sobre todo de los mercados financieros, en binarios compatibles con los intereses de la colectividad. Se trata de las preguntas elementales: ¿a quién beneficia? ¿Quién gana? ¿Es bueno para la colectividad? Al fin, la pregunta sería: ¿qué sociedad queremos? Esto, para mí, sería democracia.
Me detengo aquí. Me gustaría contarles, aún, otras cosas, sobre un profesor que ha dicho que volvió a ver el mundo como lo veía a los quince años, o de un estudio del Politécnico federal de Zurich, que ha examinado los cruces entre los grupos industriales que llegan al número 147: son los grupos que se han repartido el mundo, y, de estos, los 50 más potentes son bancos y aseguradoras (a excepción de una petrolera); me gustaría contarles que todo depende de hecho de volver a tomarse en serio y de encontrar a quien es afín en ideas y opiniones, porque no se puede hablar un lenguaje diferente solos. Y del hecho de que también yo reencuentro el deseo de abrir la boca.
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Fuente: Rebelión
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