PICICA: "El teórico brasileño Ruy Mauro Marini es el que mejor ha definido el concepto de subimperialismo llevado a cabo por los países dependientes, como es el caso de Brasil en América Latina. Marini deja muy claro que el subimperialismo no es un imperialismo de grandeza menor o de segunda categoría. Es un fenómeno que comparte leyes del desarrollo capitalista comunes a la teoría del imperialismo (monopolios y capital financiero), aunque tenga elementos propios que corresponden al funcionamiento del capitalismo dependiente tales como la superexplotación del trabajo, la integración del capital nacional al extranjero y la monopolización extrema a favor de la industria suntuaria. Según Marini, el subimperialismo sigue la lógica de la cooperación antagónica, sea cual sea, al mismo tiempo que coopera con el imperialismo en las políticas generales, actúa en una dinámica contradictoria buscando el dominio entre sus vecinos, buscando hegemonía regional."
AmericaLatina, Brasil
Brasil y su acción subimperialista en América Latina
Elaine Tavares
El sistema capitalista tiene una
consigna que es el retrato vivo de su naturaleza: para que uno viva,
otro tiene que morir. Nadie que viva en ese sistema puede escapar de
eso. No es sin razón que la principal discusión del mundo actual sea
justamente la idea de desarrollo, pues, cada día más la gente se da
cuenta de que la promesa de desarrollo que está imbricada en la idea
capitalista de producción solo es buena para muy pocos. En los países
centrales, que son la punta del sistema, el desarrollo es desigual y
combinado. Siempre hay una capa significativa de la población que se
queda explotada y en situación de pobreza extrema, sirviendo como mano
de obra para que el sistema funcione.
En los países de la periferia del
sistema lo que existe es un capitalismo dependiente, y el desarrollo
posible es únicamente el desarrollo del subdesarrollo pues como ya
mostró con mucha eficacia el teórico Andre Gunder Frank, es la
naturaleza del capitalismo crear matrices y periferias, en camadas.
Así, la promesa del capitalismo se vuelve ilusoria. Jamás, en el
sistema, la gente que vive en la periferia podrá desarrollarse. Es una
mentira que, de tantas veces repetida, aparece como verdad. Lo que sí,
puede pasar, es que algunos países de periferia desarrollaren algunos
aspectos de la vida o de algunas regiones, pero al mismo tiempo,
causando el subdesarrollo de otras.
Eso es lo que pasa en Brasil. Es,
de hecho, un gigante, ocupando el 47% del área de América Latina.
Tiene 8.514.876 kilómetros cuadrados y 23 mil kilómetros de frontera.
Aparece como una potencia en la región y desde los años 50 del siglo
pasado, cuando empezó a aceptar todos los conceptos del desarrollo
capitalista ha vivido esa realidad. Desarrollo en algunas regiones y
miseria infinita en otras. Capitalismo dependiente. Hoy, viviendo un
momento de crecimiento económico, refuerza aún más su política
subimperialista en relación con los demás países vecinos. Política esa
que empezó con fuerza en el periodo de la dictadura militar, cuando
igualmente pasó por un vigoroso proceso de crecimiento, apoyado por el
imperio estadounidense.
El teórico brasileño Ruy Mauro
Marini es el que mejor ha definido el concepto de subimperialismo
llevado a cabo por los países dependientes, como es el caso de Brasil en
América Latina. Marini deja muy claro que el subimperialismo no es
un imperialismo de grandeza menor o de segunda categoría. Es un fenómeno
que comparte leyes del desarrollo capitalista comunes a la teoría del
imperialismo (monopolios y capital financiero), aunque tenga elementos
propios que corresponden al funcionamiento del capitalismo dependiente
tales como la superexplotación del trabajo, la integración del capital
nacional al extranjero y la monopolización extrema a favor de la
industria suntuaria. Según Marini, el subimperialismo sigue la lógica
de la cooperación antagónica, sea cual sea, al mismo tiempo que coopera
con el imperialismo en las políticas generales, actúa en una dinámica
contradictoria buscando el dominio entre sus vecinos, buscando hegemonía
regional.
Esa dinámica ya pudo ser notada a
partir de los años 60 cuando la nueva división del trabajo de la pos
guerra generó subcentros políticos que, además de su dependencia,
entraron en la etapa del monopolio y del capital financiero. En el caso
de Brasil ese movimiento empezó en la década del 1970, cuando el régimen
militar vivió lo que se conoció luego como el “milagro brasileño”,
época de crecimiento económico con fuerte participación del capital
extranjero y una forma específica de la reproducción del capital, o sea,
el desarrollo del subdesarrollo. En los años 70, Brasil ya estaba en
el noveno lugar en la producción de automóviles y era el segundo
exportador de armas, quedando atrás solamente de Israel. Así como muy
bien explica Ruy Mauro Marini, el subimperialismo brasileño “no es solo
la expresión de un fenómeno económico. Es resultado en una amplia medida
del proceso mismo de la lucha de clase en el país y del proyecto
político, definido por el equipo tecnocrático-militar que asume el poder
en 1964, aunados a condiciones coyunturales en la economía y la
política mundiales”. En esa década hubo un “boom” financiero que se
desplazó hacia los países subdesarrollados. En ese tiempo, Brasil estaba
en la primera fila entre los receptores de capitales extranjeros.
A fines de 1967 empieza con fuerza el mercado de capitales en Brasil,
con el propio gobierno abriendo las puertas a las inversiones y
préstamos en dinero entre empresas extranjeras y nacionales. Eso
permitió el crecimiento de los años 70. Para que se tenga una idea,
según Marini, las inversiones extranjeras, de 1966 al 1970 pasaran de
479 mil a 3.485 mil millones de dólares. Y el estado tenía que abrir
camino para su realización. Crecía entonces los aires de potencia de
Brasil.
Así que no fue sin razón la otra
forma de actuación subimperialista concretada en el saqueo de materias
primas y de fuentes de energía en los países vecinos, como el leonino
tratado de Itaipú firmado con Paraguay en 1973, para la construcción de
la mayor planta hidroeléctrica de América Latina, en el Río Paraná. La
obra destruyó una de las mayores bellezas naturales de la región: las
siete cataratas de Iguazú, hecho que demandó mucha lucha de la gente
brasileña.
En aquellos días, Paraguay no
aportó nada para la construcción (quedó con una deuda), pero a lo largo
de todos esos años ha sido penalizado con la compra de la energía a
precios muy baratos. Como el país vecino solamente necesita del 4% de la
energía generada, el resto va a Brasil, pero podría ser vendida a otros
clientes. Cosa que no es posible por el tratado. Y cuando el gobierno
paraguayo intentó cambiar esto fue vapuleado por los directivos de la
central, como se puede ver en la declaración de Jorge Samek, presidente
en aquel entonces: "Cualquier tribunal internacional se limitará a
analizar el tratado, que está siendo cumplido integralmente y es totalmente justo
(el subrayado es mío). Si vamos a un tribunal internacional, Brasil
terminará recibiendo una carta de felicitación". La demanda de Paraguay
era que el Brasil empezase a pagar 1.200 millones de dólares al revés de
los 130 mil dólares que estaba pagando.
En ese tratado que sigue vigente,
Paraguay estaba obligado a vender su excedente energético a Brasil
hasta el año de 2023, y por un precio absurdamente bajo. El total era de
45,31 dólares, pero solamente 2,81 se quedaba con el gobierno
paraguayo, una vez que el restante era enviado al Brasil como pago de la
deuda por la construcción. La cuestión del precio solo fue reparada
tiempo después, en julio de 2011, ya en el gobierno de Fernando Lugo.
Con el nuevo acuerdo, Brasil triplica lo que paga a Paraguay y el país
vecino puede vender su parte de energía a otras empresas. Pero aún así,
suscribió otros acuerdos de “ayuda” a Paraguay que puede redundar en más
deudas.
Intervenciones militares también se
llevaron a cabo en la década de 70, como en el caso de Bolivia, cuando
la gente luchaba por una Asamblea Popular en 1970. Brasil ofreció ayuda a
los adversarios de Juan José Torres, y eso fue decisivo en el golpe de
estado, con el envío de armas a Santa Cruz de la Sierra a través de
aviones brasileños. En 1971, el ejército brasileño estuvo listo a
invadir Uruguay, a propósito de las elecciones y solo no hizo porque
ganó el candidato de la derecha. Pese a ello, Uruguay siguió
recibiendo ayuda del gobierno brasileño que entrenó a los escuadrones
de la muerte que pusieron fin a los tupamaros (grupo de izquierda que
luchaba por una liberación nacional). Hoy también se sabe que el
gobierno de Brasil colaboró con Estados Unidos en el golpe contra
Salvador Allende, en 1973. Y estos son apenas algunos de los ejemplos
que muestran la colaboración con el imperio en cuanto se van
configurando las bases para la explotación subimperialista. En esos
tiempos, como describe Ruy Marini, la burguesía nacional ya tenía muy
claro que su mejor opción – una vez que había fracasado el proyecto de
un desarrollo capitalista autónomo – sería quedarse como socia
secundaria del imperialismo, garantizando algunas cosas por la vía de la
dominación regional. Fue una apuesta segura de la clase dominante.
A partir de los años 80, la
política de expansión del capitalismo brasileño se volvió más fuerte y
las empresas empezaron a efectuar crecientes inversiones en el
exterior. Preparaban las bases para una dominación sistemática en casi
todos los países vecinos. De la misma manera, las inversiones
extranjeras en Brasil también crecían de forma preocupante,
desnacionalizando muchas empresas. En los años 90, con las criminales
privatizaciones llevadas a cabo por Fernando Henrique Cardoso, empresas
estatales como Vale do Rio Doce y la Compañía Siderúrgica Nacional
cayeran en manos privadas para, poco después, convertirse en gigantes
multinacionales con tentáculos por todo el continente y aún mas
allá. Una lucha titánica se libró en nuestro país para que esas empresas
no fuesen entregadas a los especuladores internacionales, pero la gente
fue derrotada. Y para que se tenga en cuenta el tamaño del saqueo,
solamente la empresa Vale do Rio Doce (propietaria de la mayor reserva
de la minería de hierro del mundo) fue vendida por 3 mil millones de
dólares, y en el mismo año – ya en manos privadas - cerraba su balance
con una ganancia de más de cinco mil millones. Hoy es una de las
empresas que más lucra en el país, llegando a 6.452 mil millones solo en
el segundo trimestre de ese año, y opera en los cinco continentes en la
misma lógica de explotación laboral que cualquier otra multinacional.
Con la llegada de Luis Inácio Lula
da Silva al poder, empezó también una nueva ola de internacionalización
de la economía. En ese aspecto, el Banco Nacional de Desarrollo Social
(BNDS) ha cumplido una misión muy específica. Trata de financiar obras
de grande envergadura en los países vecinos como Perú, Ecuador y
Bolivia, imponiendo a esos países compañías brasileñas como la
Petrobras, Odebrech, Andrade Gutiérrez y otras. Su actuación en esos
países es la misma que cualquier otra transnacional de nivel mundial,
con toda su carga de problemas y conflictos con las poblaciones locales.
Basta recordar lo que pasó en Bolivia con la cuestión del gas, luego de
que asumió el poder Evo Morales, cuando el país vecino intentó cambiar
los acuerdos que tenía con la Petrobras, con los cuales Bolivia estaba
siendo desangrada. Las declaraciones de los políticos y empresarios
brasileños fueran las típicas del imperio. Se hablaba incluso de guerra.
También podemos apuntar la destrucción del ambiente cometidas por
empresas brasileñas en Ecuador, con recurrentes conflictos con las
comunidades indígenas, y la reciente cuestión que involucra al BNDS y
a 63 comunidades de un Parque Nacional en Bolivia, donde el gobierno
empezaba a construir una carretera que más servía a los intereses de
Brasil que de Bolivia.
A decir del abogado y ex-ministro
de Hidrocarburos de Bolivia, Soliz Rada, “las líneas maestras de la
política bandeirante (de Brasil) no tienen freno. Brasil está
promoviendo una geofagia en América Latina”. Sobre la acción de Brasil
en su país, continúa señalando Solíz Rada: “Su base de sustentación está
en la burguesía de San Pablo, que convirtió a Brasil en acreedor del
FMI, incrementó su influencia en el Banco Mundial, privatizó un tercio
de la Amazonía en favor de ganaderos y madereros, logró que IIRSA se
acomode a sus intereses de infraestructura vial, compró a Francia un
submarino nuclear para proteger sus reservas de gas junto al mar, para
luego anular la adquisición de aviones franceses y reemplazarlos por
otros de fabricación estadounidense. Ha sido sede del Foro Social
Mundial, en el que expusieron sus posiciones anticapitalistas Castro,
Chávez y Evo Morales, sin preocuparse que la Fundación Ford, vinculada a
la CIA y que ayudó a Hitler a tomar el poder, fuera una de sus
principales auspiciadoras”.
Lo que sí es cierto es que la
expansión subimperialista de Brasil en América Latina sigue muy firme.
Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, solo
en el año de 2010, el Brasil envió – a través de las
compañías “nacionales” – cerca de 11, 5 mil millones de dólares al
exterior. Eso pasó porque compañías brasileñas como Vale, Gerdau,
Camargo Correa, Votorantim, Petrobras e Brasken hicieran importantes
adquisiciones en las industrias de la minería del hierro, acero,
alimentación, cementos, químicos y refinación de petróleo, incluso en
los países desarrollados.
Algunos datos importantes de las empresas brasileñas
Compañía Siderúrgica Nacional.– Es
la mayor siderúrgica de América Latina. Fue privatizada en 1993 por el
presidente Itamar Franco, en medio de muchas protestas. Su venta fue un
crimen de lesa-patria pues el precio pedido fue de apenas 1.200
millones. Hoy, su receta liquida, solamente en el primer semestre de
2011, sobrepasa los 8 mil millones de dólares, teniendo más de 11 mil
millones de dólares en caja. Su principal fábrica produce cerca de 6
millones de toneladas de acero bruto y más de 5 millones de toneladas de
laminados por año, siendo considerada una de las más productivas del
mundo. Tiene fábricas en todo el país y en el exterior, incluyendo a
Estados Unidos y Portugal.
Vale do Rio Doce. - Es
la mayor productora de hierro en el mundo y la segunda en la producción
de níquel pero también actúa en la explotación de bauxita, manganesio
aluminio, cobre y carbón. Creada en el gobierno de Getulio Vargas, era
una empresa con instalaciones en 19 estados del país, operando 9 mil
kilómetros de ferrocarriles, puertos y terminales marítimos. Fue
privatizada en el gobierno de Fernando Henrique (1997) – en el contexto
de una fuerte movilización popular en rechazo- por el valor que
equivaldría a un trimestre de su receta (cerca de 3 mil millones de
dólares), fue prácticamente una donación. Hace poco, en el año de 2006,
incorporó la empresa canadiense INCO, la mayor del mundo en minería de
níquel. La Vale tiene hoy un valor de mercado de 298 mil millones,
delante incluso que la gigante IBM. La Vale emplea 119 mil personas y
está presente en 38 países del mundo tales como África del Sur, Angola,
Argentina, Australia, Barbados, Canadá, Chile, China, Singapur,
Colombia, Corea del Sur, Emiratos Árabes, Estados Unidos, Filipinas,
Francia, Gabón, Guinea, India, Indonesia, Japón, Liberia, Malasia,
Malauí, Mozambique, Mongolia, Noruega, Nueva Caledonia, Omán, Paraguay,
Perú, República Democrática del Congo, Reino Unido, Suiza, Zambia,
Tailandia y Taiwán. Lo que pasa es que la Vale actúa en el subsuelo,
así, por todas partes anda cavando huecos, sacando las riquezas
nacionales. Por estar en manos privadas saquea nuestras riquezas
públicas. Sus utilidades líquidas superan los 15 mil millones de dólares
al año. En febrero de 2010 adquirió los activos de la empresa
estadounidense Bungue Limited, dedicada a la producción de insumos
agrícolas.
Odebrecht. - Esa
es una constructora que empezó su vida en 1944 como una empresa
brasileña pero desde los años 80 viene expandido su actuación hacia
otros países con la creación de un “holding” de capital abierto. Desde
entonces, se comporta como ubna transnacional con negocios en Estados
Unidos, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Malasia, Irak, en fin, en todos los
continentes. Desde los años 70 empezó a diversificar sus negocios
actuando también en el sector petroquímico. Su dominio en esa área
creció tremendamente en el período de la privatización del sector en el
gobierno de Fernando Henrique, cuando incorporó, también a bajo costo,
gran parte del patrimonio nacional. En el gobierno Lula, cuado se
incrementa la producción de etanol, la empresa también decidió entrar en
ese campo, creando un sector de biotecnología. Fue una marca que se
consolidó a costa de la riqueza pública y hoy, en muchos países de
América latina, se comporta como un monstruo que chupa las riquezas de
los vecinos, como es el caso de Bolivia y Ecuador. En este último país,
el presidente Correa llego a expulsar a la empresa de las tierras
ecuatorianas por estar involucrada en irregularidades. En Brasil, busca
comprar las conciencias actuando en el área cultural, ofreciendo premios
e inversiones en arte y cultura.
Petrobrás
– Esta es una empresa que siempre estuvo ligada a la identidad
nacional. Creada en el gobierno nacionalista de Getulio Vargas, en 1953,
fue el móvil de la campaña “El petróleo es nuestro” que unió el país de
norte al sur. Pero, con el pasar del tiempo y con la sucesión de
gobiernos militares y después neoliberales, la empresa fue escapando de
las manos del país. Empezó su proceso de privatización en el gobierno de
Fernando Henrique (1999) y en octubre de 2010, desafortunadamente en el
gobierno de Lula, efectuó la mayor capitalización en capital abierto de
la historia de la humanidad: US$ 72,8 mil millones de dólares. Hoy ya
no se puede más que es nacional, pese a la insistencia de los medios y
hasta del gobierno. Es la cuarta mayor empresa del mundo y la segunda
mayor en el continente americano, operando en 28 países con ganancias
anuales que pasan de los 20 mil millones de reales (de 15 a 17 mil
millones de dólares). Tiene refinerías en Argentina, Estados Unidos y
Japón. Ahora, con el descubrimiento de petróleo en el pre-sal, una de
las mayores reservas de petróleo del mundo, la empresa se volvió la niña
de los huevos de oro de la rapacidad global. Su acción en Bolivia,
cuando asumió Evo Morales y nacionalizó el gas, fue digna de las más
sucias empresas privadas del mundo. Ahora, con el petróleo del pre-sal,
gran parte de esa riqueza irá a manos privadas.
Gerdau –
La empresa Gerdau es líder en la producción de acero largo en las
Américas y una de las mayores vendedoras de acero largo especial del
mundo. Tiene 40 mil empleados y actúa en 13 países, en las tres
Américas, Europa y Asia. Tiene una capacidad de producir más de 25
millones de toneladas de acero. Es la mayor recicladora del mundo,
transformando millones de toneladas de basura en acero. Tiene 140 mil
accionistas y opera en las bolsas de San Pablo, Nueva York y Madrid. Sus
productos, comercializados en los cinco continentes, atienden a la
construcción civil, industria y agropecuaria
Votorantim –
La empresa Votorantin nació como una fábrica de tejidos en 1918. Era
una empresa familiar. En los años 30 empezó en la rama química y después
en la de aluminio. En los 80 estaba en la rama de las papeleras y en el
sector financiero creando el Banco Votorantin. Desde los años 2000
empezó su expansión internacional. Está involucrada en los sectores de
metales, siderurgia, energía, cemento, papeles, etc…
El gobierno Lula
El proceso de internacionalización
de esas empresas hasta entonces brasileñas, con las privatizaciones e
inversiones del Estado empezaran en el gobierno de Fernando Henrique, en
los años 90, pero es necesario entender que la expansión
subimperialista se fortaleció con una nueva ola en el gobierno de Lula,
justamente por cuenta del proceso de crecimiento económico que se ha
vivido en el país, lo que parece comprobar la siempre voraz necesidad
del capital de expandirse más y más. Y que también suele comprobar la
teoría de Gunder Frank que decía que siempre que los países centrales
están en crisis, es muy probable que algunas de sus periferias registren
crecimiento. Es lo que pasa hoy.
En el año de 2006, por primera vez,
las inversiones de empresas brasileñas en el exterior sobrepasaron el
volumen de los capitales invertidos al interior del país. Esto se
mantuvo igual en 2007 cuando se invirtió casi 30 mil millones de
dólares en el exterior. Empresas como Gerdau e Vale tienen inversiones
de 25 mil millones en los países de América del Sur, así como Odebrecht y
Camargo Correa que buena parte de sus ganancias provienen de los países
vecinos como Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela y
Paraguay.
También el Banco Nacional de
Desarrollo Económico Social (BNDES) ha actuado como importante fuente de
recursos para instalaciones de empresas brasileñas en los países
vecinos, y también ha efectuando préstamos para construcción de obras de
infraestructura y para compra de aviones o autobuses. Hoy,
prácticamente todas las grandes obras que se están haciendo en los
países de América del Sur tiene la presencia de las gigantes brasileñas,
que además ya ni siquiera son nacionales, sino transnacionales.
Por parte de la derecha brasileña
hay muchas críticas al gobierno Lula y ahora al de Dilma, pero no en
relación a la actuación de las multinacionales, que aparecen como
“nacionales” a los ojos de la sociedad. Por el contrario, insaciables,
quieren más y más subsidios e insisten en la necesidad de que el Estado
les financien los riesgos de sus empresas y otras más, como el reciente
caso del BNDES que financió la fusión de una empresa de un conocido
empresario nacional, Abilio Diniz, con otra empresa francesa. El banco
destinó 4 mil millones para ese negocio privado. Lo que es necesario
subrayar es que los capitalistas nacionales raramente corren algún
riesgo, puesto que generalmente el Estado suele resolver cualquier
problema que tengan. Pero eso nos parece igual en cualquier lugar, basta
mirar como el gobierno de los EEUU enfrentaran la crisis de los bancos.
Lo que arrasa con la idea del estado mínimo, tan apreciada por los
neoliberales.
Parte de la izquierda (¿o será la
centro derecha?) que apoya la política del Estado respecto a las
empresas transnacionales cree firmemente que esa acción en los países
latinoamericanos es el comienzo de la integración tan soñada, que el
Brasil está haciendo lo que debe hacer con sus “hermanos” latinos. Pero
en nuestra evaluación, eso nos es verdad. La acción de las empresas
transnacionales (vistas como brasileñas) son predadoras y muchas veces
hasta criminales, como fue el caso de la actuación de las empresas
brasileñas en el Ecuador. Sin contar la acción armada del propio estado
brasileño con la operación en Haití, que ya lleva más de cinco años.
Algunas personas prefieren creer que es una acción humanitaria, pero
¿qué humanidad puede haber en un ejército armado que actúa contra de la
gente? Muchas son las denuncias de atrocidades que se comenten por allá y
es el ejército brasileño quien está en el comando.
Resistencia
Pero lo que pasa es que todo eso no
ocurre sin lucha. Hay una disputa entre tres modelos de desarrollo muy
distintos que es, en última instancia, lo que está en juego de verdad.
Uno de ellos es el del capitalismo dependiente y subimperialista,
hegemonizado por la clase dominante. El segundo es el modelo trabajado
desde la izquierda, que hoy propone el denominado Socialismo del Siglo
XXI, que recupera los principios centrales del socialismo
dialécticamente combinados con los nuevos tiempos. Y en tercer lugar
está el modelo que viene de las luchas indígenas, secularmente olvidadas
tanto por la derecha como por la izquierda. Según los líderes de esos
levantamientos de la gente originaria, la propuesta del socialismo del
siglo XX no les incluye y no considera sus demandas. La propuesta de los
indígenas están consolidadas en el paradigma del “sumak Kausay”, que
quiere decir bien-vivir. Este concepto que empieza a recorrer por toda
Abya Yala (nombre originario de América Latina) trabaja con la idea de
una armonía con la naturaleza, con la explotación sustentable de los
recursos, con la vivencia de viejos principios como solidaridad,
comunidad, equidad, cooperación, muchos de ellos muy alejados de las
propuestas desarrollistas que existen tanto en el proyecto hegemónico
cuanto en los planes de la izquierda.
Muchos otros ejemplos de la acción
subimperialista se cuentan por decenas en América Latina, pero la lucha
en contra también es muy fuerte, aun más que los pueblos están
cambiando sus leyes, fortaleciendo sus instituciones, dando vida a un
nuevo constitucionalismo, como es el caso de Ecuador, Venezuela y
Bolivia. Hay un proceso revolucionario en curso hoy en Abya Yala, algo
que va mucho más allá de lo que puede pensar el pensamiento progresista
o el de la izquierda ortodoxa. Hay un grito comunitario y popular que
empezó con fuerza en los años 90, desde Quito, Ecuador, pasando por la
revolución zapatista en México, llegando a Bolivia con las guerras de la
agua y del gas. Todas esas luchas fueran y son en contra de la acción
predadora de las multinacionales y de los gobiernos títeres del imperio.
Ahora, lo que pasa es que esa marcha del pueblo en lucha ya no puede
parar.
Y esto se vuelve aún más fuerte
con la acción popular insurgente en Europa y Estados Unidos, espacios
hasta entonces “domesticados” por la idea del bienestar social. Eso ya
no hay. E incluso en las regiones que aparecían como el centro del
capitalismo ya se pueden percibir los abismos. Eso hace con que la gente
se levante en rebelión contra el sistema que los oprime: el
capitalismo. Así que todo está en abierto… ¡y todo puede cambiar!...
Elaine Tavares es periodista del Instituto de Estudios Latinoamericanos.
Existe vida no Jornalismo
Blog da Elaine: www.eteia.blogspot.com
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Fuente: America Latina en movimiento
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