Pequena biografia do filósofo húngaro
Georg Lukács até a publicação de sua Magnum Opus "História e Consciência
de Classe" em 1923. Texto de Celso Frederico (Lukács - Um clássico do
século XX, São Paulo, Editora Moderna, 1998).
PICICA: Hay que revisitar György Lukács, autor de Historia y consciencia de clase.
Presentación de "Entre clásicos. Manuel Sacristán y la obra político-filosófica de György Lukács". La Oveja Roja, Madrid, 2011
Un filósofo represaliado por el franquismo estudia y traduce al autor de historia y consciencia de clase
Antonio Gramsci era un
clásico, un autor que tenía derecho a no estar de moda nunca y a ser
leído siempre, y por todos, comentaba Manuel Sacristán en una entrevista
de 1977 [1]. Nadie tenía derecho a meterse un clásico en el depósito de
su coche. Tampoco a György Lukács ni al que fuera su traductor, editor y
corresponsal. No siempre había sido así, no siempre se había obrado
en la tradición marxista siguiendo esta prudente consideración. El
traductor de Los métodos de la lógica había comentado años antes de su conversación con Diario de Barcelona,
en el que fuera uno de sus escritos filosóficos más influyentes y
recordados, las razones de un peligro que acechaba con frecuencia el
desarrollo creativo, no meramente didáctico, de las tradiciones
políticas emancipatorias.
Por regla general, señalaba en su presentación del Anti-Dühring [2], el texto engelsiano que también él tradujo al castellano, un clásico de una disciplina científica no era para las personas que cultivaban ese saber más que una fuente de inspiración que definía, con mayor o menor claridad, las motivaciones básicas de su pensamiento. Euclides y sus Elementos eran un ejemplo de ello; Darwin y El origen de las especies, y “la inauguración de una nueva era del pensamiento científico y filosófico”, con palabras del propio Sacristán, es otra ilustración que se ha recordado en su reciente aniversario.
Los clásicos de las tradiciones socialistas, comunistas y anarquistas eran otra cosa. Definían, además de esas motivaciones intelectuales, centrales también para su ideario, los fundamentos de la práctica política del movimiento, sus finalidades poliéticas más importantes, sus aspiraciones esenciales. Sus grandes esperanzas. Los clásicos eran los referentes básicos de lo que entonces Sacristán llamó, con una categoría que apenas volvería a usar posteriormente, una “concepción del mundo”. No eran, sin matización añadida, la columna vertebradora de un determinado ámbito científico, no abonaban al modo usual terrenos como el de la biología molecular, la teoría de las supercuerdas, la lógica dialógica o la economía keynesiana. Además de -no “en lugar de”- la construcción de hipótesis y teorías explicativas y la generación de observaciones y prácticas de interés, los clásicos políticos revolucionarios, junto a activistas y ciudadanos de la propia tradición y corrientes próximas, recogían y proponían fines y contribuían a la elaboración de programas de acción, generando una praxis enriquecedora y su imprescindible prolongación en intervenciones políticas transformadoras. Conocimiento generado, también el adquirido de otras tradiciones político-culturales y de la decisiva praxis ciudadana; nuevo lenguaje con metáforas y conceptos fructíferos; práctica meditada, democrática y documentada, y acción política realista intentaban generar una síntesis consistente, dinámica y no cerrada, una “síntesis dialéctica” por decirlo en términos de la propia tradición.
Una usual consecuencia de ello, comprensible desde atalayas sociológicas no elitistas, era la configuración de una relación de adhesión militante, no siempre abierta a la discusión crítica y a los riesgos de la revisión, entre estos movimientos de orientación emancipatoria y las obras, estilo de vida y acciones de sus máximos inspiradores. Era bastante natural que nuestra habitual tendencia a no ser críticos, a preocuparnos centralmente de nuestra propia seguridad moral, práctica, se impusiera con frecuencia en la lectura de esos autores, con un corolario de alta tensión que Sacristán no cesó nunca de señalar y comentar críticamente: la consagración, nefastamente practicada, injusta, improductiva sin restos aprovechables, además de claramente inconsistente con los valores intelectuales de los grandes autores de la tradición, la consolidación, decía, de cualquier estado histórico de la teoría y sus conceptos básicos con la misma o similar intangibilidad que tenían “para un movimiento político-social los objetivos programáticos que lo definen”.
No fue esta la forma de proceder del editor de las OME [3] en su aproximación a György Lukács, en su lectura e interpretación de la obra del autor de Historia y consciencia de clase, uno de los grandes textos filosóficos del siglo XX que también él tradujo y estudió. Tampoco aquí, como en los casos de Marx, Engels, Lenin, Gramsci, Labriola, Bernal, Benjamin, Korsch, Marcuse, Mattick, Zeleny, Rubel o Harich, se deslizó el autor de Sobre Marx y marxismo por las poco fructíferas aguas de la confirmación diseñada, del entusiasmo del creyente, del seguidor fiel sin pensamiento ni cabeza propios y sin matices enriquecedores ni observaciones críticas, empujando sin tensión creativa la conocida (y algo oxidada) noria de siempre.
A pesar de las, durante un tiempo, usuales afirmaciones al respecto [4], no fue Sacristán un filósofo lukácsiano in strictu sensu pero tuvo por el filósofo y revolucionario húngaro, según él mismo comentara en una carta de inicios de los 70 dirigida a Francisco Fernández Santos, el debido respeto, el respeto que debía tenerse por los representantes de una tradición político-filosófica que seguía defendiendo, con errores, injusticias e incluso en ocasiones con barbarie, un horizonte de emancipación, por autores que, como él mismo dijera refiriéndose al autor de los Cuadernos de la cárcel, merecían no estar nunca de moda y ser leídos siempre aunque no se estudiaran en todo momento desde la misma perspectiva, desde el mismo punto de vista, centrándose plácidamente y sin tensión en las mismas aristas y encrucijadas de su obra.
Una ilustración de estas diferencias filosóficas. En la VII sección, “Marxismo”, de un artículo de 1968, “Corrientes principales del pensamiento filosófico”, escrito para la Enciclopedia Labor [5], en momentos en que ya llevaba años manteniendo relaciones editoriales y carteándose con el pensador húngaro, Sacristán señalaba que él mismo había negado que pudiera “hablarse de filosofía marxista en el sentido sistemático tradicional de filosofía”. El marxismo debía entenderse de forma radicalmente distinta, “como otro tipo de hacer intelectual, a saber, como la conciencia crítica del esfuerzo por crear un nuevo mundo humano”. En general, era posible distinguir tres líneas principales entre los filósofos marxistas de aquellos años: una tendencia que veía entre los componentes de la tradición una filosofía de corte clásico; otra que lo entendía como una filosofía no especulativa, esencialmente como filosofía moral, “como una ‘filosofía de la práctica”. Una última línea veía connatural con el marxismo “un filosofar analítico, crítico y praxeológico, pero no una filosofía sistemática”.
Sacristán abonó con su hacer y reflexión metafilosóficos, y sin reducir el marxismo a ello, la tercera de estas tendencias; el filosofar de Lukács no se ubicó en esas coordenadas. El siguiente apartado del artículo de 1968, “György Lukács: orientación filosófica clásica”, se iniciaba recordando que la orientación filosófica tradicional era la dominante en la Unión Soviética, pero que contaba también con autores de relieve en otros países. De tal modo que “el pensador marxista más notable de esta orientación clasicista” no era un ruso, “sino el húngaro György Lukács”. Para todos estos autores, el marxismo contaba “con una filosofía sistemática, compuesta por una teoría del conocimiento y de la naturaleza (materialismo dialéctico) y una filosofía del hombre (materialismo histórico)”. Desde su punto de vista, el marxismo llevaba incorporada una filosofía general de corte tradicional salvo “en la importancia cognoscitiva dada a la práctica”. De ese cuerpo filosófico, se derivarían sistemáticamente “las diversas disciplinas filosóficas conocidas por filosofía clásica”. El ejemplo destacado de ese proceder, señalaba el que fuera su traductor, era la monumental Estética de Lukács. Las diferencias filosóficas entre una y otra aproximación son evidentes.
Sacristán trabajó intensamente durante años la obra de Lukács. Fue, junto con Marx, el autor que más tradujo [6], unas cinco mil páginas. Sobre sus ensayos escribió artículos, presentaciones, contraportadas, reseñas, solapas y notas; dictó conferencias sobre algunos de sus grandes temas; colaboró con él editorialmente; estudió, analizó y anotó su amplísima obra; le escribió, se escribieron, durante casi una década, y elaboró informes y propuestas para Ediciones Grijalbo sobre la edición de los grandes ensayos del marxista húngaro durante sus largos años de trabajador editorial, después de ser expulsado por razones políticas de la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona en 1965.
Todo ello hasta el final de sus días. Su penúltima conferencia, de abril de 1985, en el primer centenario del nacimiento del filósofo húngaro, estuvo dedicada al análisis de las reflexiones y propuestas político-filosóficas de las Conversaciones de 1966 [7], un Lukács lúcido, abierto a las novedades y al ya entonces delicado y difícil momento de crisis y reformulación de los procedimientos y marcos teóricos de la tradición comunista, una fase de la evolución de su pensamiento que él valoró muy positivamente, influyendo netamente en sus propias consideraciones sobre la necesidad de profundización y revisión del ideario marxista revolucionario.
Como era característico en él, como era signo distintivo suyo, Sacristán hizo todo ello con estudio y rigor, exprimiento con restos significativos el variado y amplísimo arco temático del pensador húngaro, analizando críticamente, sin beatería alguna, sus escritos e introduciendo en el área hispanohablante una parte esencial de su obra, la de uno de los grandes filósofos del siglo XX.
Despojarse en verdad de todo respeto reverencial por los clásicos, sin dar en la mezquindad de dejar de admirarlos y de aprender de ellos, y sin olvidar la advertencia de D'Ors según la cual todo lo que no es tradición es plagio, fue un programa filosófico-cultural que este profesor expulsado de metodología de las ciencias sociales sugirió en otra destacada ocasión, al impartir una no olvidada conferencia sobre “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia” [8]. Esta fue la forma en la que él mismo estudió la obra de Lukács: aprendiendo de ella, aproximándose críticamente a sus escritos, reconociendo, sin pérdida del propio sentido, su obra y sus numerosas facetas, cultivando a la altura de las nuevas circunstancias una tradición de marxismo político no entregado ni talmúdico, sin reverencias ni improductivo acriticismo.
Fue la suya una prolongada relación político-filosófica-editorial, una relación entre dos clásicos de la filosofía y el marxismo europeos. Aproximarnos a ella con detalle es el objetivo de estas páginas que cuentan además, para beneficio de los lectores y lectoras y honor mío, con un prólogo de Constantino Bértolo, a quien agradezco muy sinceramente su amable y generosa colaboración.
Daniel Lacalle, un sólido intelectual marxista con una columna vertebral opuesta a todo tipo de genuflexión, ha sido imprescindible para la edición de este ensayo. Miguel Candel, Mercedes Iglesias Serrano, Joaquín Miras y Jordi Torrent Bestit han leído versiones previas del mismo. Agradecerles sus sabios y críticos comentarios es lo mínimo que debería hacer; quede aquí constancia de mi deuda. El profesor, activista e investigador Miguel Manzanera ha tenido la amabilidad de permitirme el uso de los anexos de su importante trabajo de doctorado sobre la obra de Manuel Sacristán.
Notas:
[1] Gramsci es un clásico, no una moda. Entrevista con Diario de Barcelona”, Sacristán (2004), pp. 81-90.
[2] “La tarea de Engels en el Anti-Dühring”. Sacristán (2009), pp. 73-90.
[3] Las obras de Marx y Engels editadas por Crítica-Grijalbo.
[4] Ejemplo destacado: Subirats (1979). Un paso representativo de este “cuaderno ínfimo”, el 89, un texto rebosante de descalificaciones (“al comparar a Sacristán con un profesor no he querido elogiarle. En realidad, ni siquiera tiene la dignidad que correspondería a semejante figura patriarcal”, p. 22), podría ser el siguiente: “La crítica aquí expuesta se concibe como una dúplica y a este respecto se sirve del pretexto de la reivindicación de la razón moderna que el Sr. Sacristán ha escenificado representativamente para el bloque en España. Ella persigue un doble objetivo: por una parte, delata la función legitimatoria que la defensa de la razón ha desempeñado históricamente en el marco de la filosofía política, desde Hobbes para el estalinismo; por otra parte, y ésta es sin lugar a dudas el aspecto más importante desde la perspectiva programática de una filosofía crítica, denuncia, bajo esta defensa apologética de la razón y la consiguiente crítica del “irracionalismo”, una medida profiláctica de bloqueamiento de la crítica de la dominación moderna y de inhibición de las formas radicales de protesta contra ella” (pp. 10-11) [las cursivas son mías].
[5] Ahora en Sacristán (1984), pp. 381-410, el segundo volumen, el más filosófico, pensando en términos tradicionales, de sus “Panfletos y Materiales”.
[6] Una relación detallada de las obras de Lukács traducidas por Sacristán puede verse en Lema Añón (2008), pp. 87-108. También, en el que sigue siendo un trabajo de referencia imprescindible: Capella (1987), pp. 193-223.
[7] El volumen fue publicado en 1969 por Alianza Editorial (Madrid), con el título Conversaciones con Lukács en traducción de J. Deike y J. Abásolo.
[8] Sacristán (1983), pp. 333-334. El interesante coloquio que siguió a la conferencia puede verse ahora en Sacristán (2009), pp. 147-163.
Por regla general, señalaba en su presentación del Anti-Dühring [2], el texto engelsiano que también él tradujo al castellano, un clásico de una disciplina científica no era para las personas que cultivaban ese saber más que una fuente de inspiración que definía, con mayor o menor claridad, las motivaciones básicas de su pensamiento. Euclides y sus Elementos eran un ejemplo de ello; Darwin y El origen de las especies, y “la inauguración de una nueva era del pensamiento científico y filosófico”, con palabras del propio Sacristán, es otra ilustración que se ha recordado en su reciente aniversario.
Los clásicos de las tradiciones socialistas, comunistas y anarquistas eran otra cosa. Definían, además de esas motivaciones intelectuales, centrales también para su ideario, los fundamentos de la práctica política del movimiento, sus finalidades poliéticas más importantes, sus aspiraciones esenciales. Sus grandes esperanzas. Los clásicos eran los referentes básicos de lo que entonces Sacristán llamó, con una categoría que apenas volvería a usar posteriormente, una “concepción del mundo”. No eran, sin matización añadida, la columna vertebradora de un determinado ámbito científico, no abonaban al modo usual terrenos como el de la biología molecular, la teoría de las supercuerdas, la lógica dialógica o la economía keynesiana. Además de -no “en lugar de”- la construcción de hipótesis y teorías explicativas y la generación de observaciones y prácticas de interés, los clásicos políticos revolucionarios, junto a activistas y ciudadanos de la propia tradición y corrientes próximas, recogían y proponían fines y contribuían a la elaboración de programas de acción, generando una praxis enriquecedora y su imprescindible prolongación en intervenciones políticas transformadoras. Conocimiento generado, también el adquirido de otras tradiciones político-culturales y de la decisiva praxis ciudadana; nuevo lenguaje con metáforas y conceptos fructíferos; práctica meditada, democrática y documentada, y acción política realista intentaban generar una síntesis consistente, dinámica y no cerrada, una “síntesis dialéctica” por decirlo en términos de la propia tradición.
Una usual consecuencia de ello, comprensible desde atalayas sociológicas no elitistas, era la configuración de una relación de adhesión militante, no siempre abierta a la discusión crítica y a los riesgos de la revisión, entre estos movimientos de orientación emancipatoria y las obras, estilo de vida y acciones de sus máximos inspiradores. Era bastante natural que nuestra habitual tendencia a no ser críticos, a preocuparnos centralmente de nuestra propia seguridad moral, práctica, se impusiera con frecuencia en la lectura de esos autores, con un corolario de alta tensión que Sacristán no cesó nunca de señalar y comentar críticamente: la consagración, nefastamente practicada, injusta, improductiva sin restos aprovechables, además de claramente inconsistente con los valores intelectuales de los grandes autores de la tradición, la consolidación, decía, de cualquier estado histórico de la teoría y sus conceptos básicos con la misma o similar intangibilidad que tenían “para un movimiento político-social los objetivos programáticos que lo definen”.
No fue esta la forma de proceder del editor de las OME [3] en su aproximación a György Lukács, en su lectura e interpretación de la obra del autor de Historia y consciencia de clase, uno de los grandes textos filosóficos del siglo XX que también él tradujo y estudió. Tampoco aquí, como en los casos de Marx, Engels, Lenin, Gramsci, Labriola, Bernal, Benjamin, Korsch, Marcuse, Mattick, Zeleny, Rubel o Harich, se deslizó el autor de Sobre Marx y marxismo por las poco fructíferas aguas de la confirmación diseñada, del entusiasmo del creyente, del seguidor fiel sin pensamiento ni cabeza propios y sin matices enriquecedores ni observaciones críticas, empujando sin tensión creativa la conocida (y algo oxidada) noria de siempre.
A pesar de las, durante un tiempo, usuales afirmaciones al respecto [4], no fue Sacristán un filósofo lukácsiano in strictu sensu pero tuvo por el filósofo y revolucionario húngaro, según él mismo comentara en una carta de inicios de los 70 dirigida a Francisco Fernández Santos, el debido respeto, el respeto que debía tenerse por los representantes de una tradición político-filosófica que seguía defendiendo, con errores, injusticias e incluso en ocasiones con barbarie, un horizonte de emancipación, por autores que, como él mismo dijera refiriéndose al autor de los Cuadernos de la cárcel, merecían no estar nunca de moda y ser leídos siempre aunque no se estudiaran en todo momento desde la misma perspectiva, desde el mismo punto de vista, centrándose plácidamente y sin tensión en las mismas aristas y encrucijadas de su obra.
Una ilustración de estas diferencias filosóficas. En la VII sección, “Marxismo”, de un artículo de 1968, “Corrientes principales del pensamiento filosófico”, escrito para la Enciclopedia Labor [5], en momentos en que ya llevaba años manteniendo relaciones editoriales y carteándose con el pensador húngaro, Sacristán señalaba que él mismo había negado que pudiera “hablarse de filosofía marxista en el sentido sistemático tradicional de filosofía”. El marxismo debía entenderse de forma radicalmente distinta, “como otro tipo de hacer intelectual, a saber, como la conciencia crítica del esfuerzo por crear un nuevo mundo humano”. En general, era posible distinguir tres líneas principales entre los filósofos marxistas de aquellos años: una tendencia que veía entre los componentes de la tradición una filosofía de corte clásico; otra que lo entendía como una filosofía no especulativa, esencialmente como filosofía moral, “como una ‘filosofía de la práctica”. Una última línea veía connatural con el marxismo “un filosofar analítico, crítico y praxeológico, pero no una filosofía sistemática”.
Sacristán abonó con su hacer y reflexión metafilosóficos, y sin reducir el marxismo a ello, la tercera de estas tendencias; el filosofar de Lukács no se ubicó en esas coordenadas. El siguiente apartado del artículo de 1968, “György Lukács: orientación filosófica clásica”, se iniciaba recordando que la orientación filosófica tradicional era la dominante en la Unión Soviética, pero que contaba también con autores de relieve en otros países. De tal modo que “el pensador marxista más notable de esta orientación clasicista” no era un ruso, “sino el húngaro György Lukács”. Para todos estos autores, el marxismo contaba “con una filosofía sistemática, compuesta por una teoría del conocimiento y de la naturaleza (materialismo dialéctico) y una filosofía del hombre (materialismo histórico)”. Desde su punto de vista, el marxismo llevaba incorporada una filosofía general de corte tradicional salvo “en la importancia cognoscitiva dada a la práctica”. De ese cuerpo filosófico, se derivarían sistemáticamente “las diversas disciplinas filosóficas conocidas por filosofía clásica”. El ejemplo destacado de ese proceder, señalaba el que fuera su traductor, era la monumental Estética de Lukács. Las diferencias filosóficas entre una y otra aproximación son evidentes.
Sacristán trabajó intensamente durante años la obra de Lukács. Fue, junto con Marx, el autor que más tradujo [6], unas cinco mil páginas. Sobre sus ensayos escribió artículos, presentaciones, contraportadas, reseñas, solapas y notas; dictó conferencias sobre algunos de sus grandes temas; colaboró con él editorialmente; estudió, analizó y anotó su amplísima obra; le escribió, se escribieron, durante casi una década, y elaboró informes y propuestas para Ediciones Grijalbo sobre la edición de los grandes ensayos del marxista húngaro durante sus largos años de trabajador editorial, después de ser expulsado por razones políticas de la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona en 1965.
Todo ello hasta el final de sus días. Su penúltima conferencia, de abril de 1985, en el primer centenario del nacimiento del filósofo húngaro, estuvo dedicada al análisis de las reflexiones y propuestas político-filosóficas de las Conversaciones de 1966 [7], un Lukács lúcido, abierto a las novedades y al ya entonces delicado y difícil momento de crisis y reformulación de los procedimientos y marcos teóricos de la tradición comunista, una fase de la evolución de su pensamiento que él valoró muy positivamente, influyendo netamente en sus propias consideraciones sobre la necesidad de profundización y revisión del ideario marxista revolucionario.
Como era característico en él, como era signo distintivo suyo, Sacristán hizo todo ello con estudio y rigor, exprimiento con restos significativos el variado y amplísimo arco temático del pensador húngaro, analizando críticamente, sin beatería alguna, sus escritos e introduciendo en el área hispanohablante una parte esencial de su obra, la de uno de los grandes filósofos del siglo XX.
Despojarse en verdad de todo respeto reverencial por los clásicos, sin dar en la mezquindad de dejar de admirarlos y de aprender de ellos, y sin olvidar la advertencia de D'Ors según la cual todo lo que no es tradición es plagio, fue un programa filosófico-cultural que este profesor expulsado de metodología de las ciencias sociales sugirió en otra destacada ocasión, al impartir una no olvidada conferencia sobre “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia” [8]. Esta fue la forma en la que él mismo estudió la obra de Lukács: aprendiendo de ella, aproximándose críticamente a sus escritos, reconociendo, sin pérdida del propio sentido, su obra y sus numerosas facetas, cultivando a la altura de las nuevas circunstancias una tradición de marxismo político no entregado ni talmúdico, sin reverencias ni improductivo acriticismo.
Fue la suya una prolongada relación político-filosófica-editorial, una relación entre dos clásicos de la filosofía y el marxismo europeos. Aproximarnos a ella con detalle es el objetivo de estas páginas que cuentan además, para beneficio de los lectores y lectoras y honor mío, con un prólogo de Constantino Bértolo, a quien agradezco muy sinceramente su amable y generosa colaboración.
Daniel Lacalle, un sólido intelectual marxista con una columna vertebral opuesta a todo tipo de genuflexión, ha sido imprescindible para la edición de este ensayo. Miguel Candel, Mercedes Iglesias Serrano, Joaquín Miras y Jordi Torrent Bestit han leído versiones previas del mismo. Agradecerles sus sabios y críticos comentarios es lo mínimo que debería hacer; quede aquí constancia de mi deuda. El profesor, activista e investigador Miguel Manzanera ha tenido la amabilidad de permitirme el uso de los anexos de su importante trabajo de doctorado sobre la obra de Manuel Sacristán.
[1] Gramsci es un clásico, no una moda. Entrevista con Diario de Barcelona”, Sacristán (2004), pp. 81-90.
[2] “La tarea de Engels en el Anti-Dühring”. Sacristán (2009), pp. 73-90.
[3] Las obras de Marx y Engels editadas por Crítica-Grijalbo.
[4] Ejemplo destacado: Subirats (1979). Un paso representativo de este “cuaderno ínfimo”, el 89, un texto rebosante de descalificaciones (“al comparar a Sacristán con un profesor no he querido elogiarle. En realidad, ni siquiera tiene la dignidad que correspondería a semejante figura patriarcal”, p. 22), podría ser el siguiente: “La crítica aquí expuesta se concibe como una dúplica y a este respecto se sirve del pretexto de la reivindicación de la razón moderna que el Sr. Sacristán ha escenificado representativamente para el bloque en España. Ella persigue un doble objetivo: por una parte, delata la función legitimatoria que la defensa de la razón ha desempeñado históricamente en el marco de la filosofía política, desde Hobbes para el estalinismo; por otra parte, y ésta es sin lugar a dudas el aspecto más importante desde la perspectiva programática de una filosofía crítica, denuncia, bajo esta defensa apologética de la razón y la consiguiente crítica del “irracionalismo”, una medida profiláctica de bloqueamiento de la crítica de la dominación moderna y de inhibición de las formas radicales de protesta contra ella” (pp. 10-11) [las cursivas son mías].
[5] Ahora en Sacristán (1984), pp. 381-410, el segundo volumen, el más filosófico, pensando en términos tradicionales, de sus “Panfletos y Materiales”.
[6] Una relación detallada de las obras de Lukács traducidas por Sacristán puede verse en Lema Añón (2008), pp. 87-108. También, en el que sigue siendo un trabajo de referencia imprescindible: Capella (1987), pp. 193-223.
[7] El volumen fue publicado en 1969 por Alianza Editorial (Madrid), con el título Conversaciones con Lukács en traducción de J. Deike y J. Abásolo.
[8] Sacristán (1983), pp. 333-334. El interesante coloquio que siguió a la conferencia puede verse ahora en Sacristán (2009), pp. 147-163.
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Fuente: Rebelión
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