julho 12, 2014

CINEMA: AVANTI POPOLO (Invisible Gazette)

PICICA: "Ante el embate de un cine dominante, fácil, digestivo, ostentoso e industrial, Avanti Popolo resiste como una  rebelde, austera, reflexiva y estóica película. Heredera del hambre que hace casi medio siglo sintiera Glauber Rocha, veladamente referido en una secuencia, llevando la conciencia política a ser conciencia fílmica, pero, en este caso, despojada de la violencia fulgurosa de un hechizo, para mirar atrás en el tiempo, y desde sus ruinas físicas y emocionales ser más bien un cine desencantado, despojado y errabundo. 

André (André Gatti), tras un rompimiento amoroso, llega a vivir a la derruida casa de su padre (Carlos Reichenbach) en Sao Paulo. Encuentra las películas en súper 8 que filmó su desaparecido hermano (Julio Martí) durante los años de la dictadura militar, arregla un viejo proyector y, mediante la frágil permanencia del artefacto cinematográfico, suscita un reencuentro con la memoria de ese hijo y hermano militante de quien nunca más se supo nada. Alternando esta mínima progresión dramática con una decena de películas caseras (las atribuidas al hermano) y otra micro historia más (un perrito, también desaparecido) la ópera prima de Warhmannn sostiene una postura formal que se refleja en la economía de recursos narrativos y estilísticos encontrando, justo en esa mesura, valiosas ideas y soluciones."
CINEMA: AVANTI POPOLODir. Michael WarhmannBrasil, 2012
DISTRITAL 2014
Ante el embate de un cine dominante, fácil, digestivo, ostentoso e industrial, Avanti Popolo resiste como una  rebelde, austera, reflexiva y estóica película. Heredera del hambre que hace casi medio siglo sintiera Glauber Rocha, veladamente referido en una secuencia, llevando la conciencia política a ser conciencia fílmica, pero, en este caso, despojada de la violencia fulgurosa de un hechizo, para mirar atrás en el tiempo, y desde sus ruinas físicas y emocionales ser más bien un cine desencantado, despojado y errabundo. 
André (André Gatti), tras un rompimiento amoroso, llega a vivir a la derruida casa de su padre (Carlos Reichenbach) en Sao Paulo. Encuentra las películas en súper 8 que filmó su desaparecido hermano (Julio Martí) durante los años de la dictadura militar, arregla un viejo proyector y, mediante la frágil permanencia del artefacto cinematográfico, suscita un reencuentro con la memoria de ese hijo y hermano militante de quien nunca más se supo nada. Alternando esta mínima progresión dramática con una decena de películas caseras (las atribuidas al hermano) y otra micro historia más (un perrito, también desaparecido) la ópera prima de Warhmannn sostiene una postura formal que se refleja en la economía de recursos narrativos y estilísticos encontrando, justo en esa mesura, valiosas ideas y soluciones.
Los espacios son presentados con muy poca variedad en las angulaciones elegidas para cada lugar (máximo 2 con variaciones en el tamaño del plano) recurriendo a una frontalidad primitiva, en donde las paredes, como telón de fondo, son desprovistas de la profundidad y las diagonales que aportarían un dinamismo visual al que Avanti Popolo renuncia en aras de encuadres de imperturbable horizontalidad.
La banda sonora, igualmente sobria, no echa mano de un sólo efecto o de una sola nota musical no diegética, sin por ello quedar relegada a un plano de acompañante pasivo de la imagen. Por el contrario, el sonido integra a la geografía los espacios en off (como aquella ventana rota en casa del padre que con trabajos se puede abrir o cerrar); otras veces los personajes entran a escena primero mediante su presencia sonora para unos segundos después tener una presencia visual. Incluso tenemos un personaje que existe solamente mediante su dimensión sonora: un locutor de radio  (interpretado por Warhmann mismo) experto en folclor revolucionario quien presentará una variedad de canciones libertarias al principio y al final del filme.
Son también recurrentes las situaciones en donde los personajes simplemente están ahí sin hacer avanzar una hipotética trama. Esperando. Dejando al tiempo transcurrir. Ya sea mientras suena una música rockera que inunda el espacio del viejo, o mientras se rebobina algún rollo de súper 8 en el antiguo proyector que, por desgastado, tarda más que de costumbre. Pero lejos de ser una ocurrencia, este ritmo resulta cabalmente congruente con una película crepuscular sobre la memoria y las huellas que el tiempo va dejando en los seres. De esta forma, cada segundo vale y se hace sentir.
Estas limitaciones estilísticas, estos votos (más de pobreza que de castidad) son cuestionados al interior mismo de la película. Pues André encuentra en el técnico que arregla el proyector familiar (Marcos Bertoni), a un cineasta marginal que realiza películas militantes a partir de prohibiciones que lo alejan del cine comercial; sólo permitiéndose montar pietaje encontrado y doblar el audio para articular un discurso revolucionario y satírico, siendo el único integrante del movimiento Dogma 2002 que propicia cuestionamientos del tipo ¿Un cine revolucionario puede surgir a partir de dogmas y prohibiciones? ¿La conciencia social tiene cabida en la subjetividad individualista de un cinema solitario exhibido a un reducidísimo público? ¿Puede existir un cine al margen de la industria, siendo el cine un artefacto tecnológico e hijo indiscutible de la industrialización? 
No falto de humor, Wharmann, es el primer analista de su filme. Hace de Avanti Popolo una película autorreflexiva que entiende al cine no sólo como un medio artístico sino también como un documento histórico capaz de desempolvar nuestro pasado.
El último rollo en súper 8 muestra una gran sala de cine abandonada y destruida. Los ideales y el cine agonizan, aunque se niegan a morir. Y pese a que el tiempo le pasa factura a todo y a todos, sobrevive la memoria. 
En un futuro, no tan distante, dominado por la digitalización seguirá habiendo quien haga, incluso, cine estenopeico. Almas solitarias cuyo corazón se niegue a sucumbir ante la inclemencia de la historia, así como ese locutor de radio rebelde,  se niega a sucumbir ante su acetato rayado e irreproductible, decidiendo cantar con su voz diletante y común ese último himno socialista.
———————————————JERÓNIMO BARRIGA (@dangeronimus)INVISIBLE - GazetteJUN 2014———————————————Invisible Facebook + Invisible Twitter + Invisible InstagramInvisible Youtube + Invisible Spotify + Invisible PinterestINVISIBLE MUBI 1
Avanti Popolo formó parte de la programación de DISTRITAL 2014 y ficunam 2013. Actualmente se encuentra en cines de Argentina y Brasil entre otros territorios. No te la pierdas.
CINEMA: AVANTI POPOLODir. Michael WarhmannBrasil, 2012
DISTRITAL 2014
Ante el embate de un cine dominante, fácil, digestivo, ostentoso e industrial, Avanti Popolo resiste como una  rebelde, austera, reflexiva y estóica película. Heredera del hambre que hace casi medio siglo sintiera Glauber Rocha, veladamente referido en una secuencia, llevando la conciencia política a ser conciencia fílmica, pero, en este caso, despojada de la violencia fulgurosa de un hechizo, para mirar atrás en el tiempo, y desde sus ruinas físicas y emocionales ser más bien un cine desencantado, despojado y errabundo. 
André (André Gatti), tras un rompimiento amoroso, llega a vivir a la derruida casa de su padre (Carlos Reichenbach) en Sao Paulo. Encuentra las películas en súper 8 que filmó su desaparecido hermano (Julio Martí) durante los años de la dictadura militar, arregla un viejo proyector y, mediante la frágil permanencia del artefacto cinematográfico, suscita un reencuentro con la memoria de ese hijo y hermano militante de quien nunca más se supo nada. Alternando esta mínima progresión dramática con una decena de películas caseras (las atribuidas al hermano) y otra micro historia más (un perrito, también desaparecido) la ópera prima de Warhmannn sostiene una postura formal que se refleja en la economía de recursos narrativos y estilísticos encontrando, justo en esa mesura, valiosas ideas y soluciones.
Los espacios son presentados con muy poca variedad en las angulaciones elegidas para cada lugar (máximo 2 con variaciones en el tamaño del plano) recurriendo a una frontalidad primitiva, en donde las paredes, como telón de fondo, son desprovistas de la profundidad y las diagonales que aportarían un dinamismo visual al que Avanti Popolo renuncia en aras de encuadres de imperturbable horizontalidad.
La banda sonora, igualmente sobria, no echa mano de un sólo efecto o de una sola nota musical no diegética, sin por ello quedar relegada a un plano de acompañante pasivo de la imagen. Por el contrario, el sonido integra a la geografía los espacios en off (como aquella ventana rota en casa del padre que con trabajos se puede abrir o cerrar); otras veces los personajes entran a escena primero mediante su presencia sonora para unos segundos después tener una presencia visual. Incluso tenemos un personaje que existe solamente mediante su dimensión sonora: un locutor de radio  (interpretado por Warhmann mismo) experto en folclor revolucionario quien presentará una variedad de canciones libertarias al principio y al final del filme.
Son también recurrentes las situaciones en donde los personajes simplemente están ahí sin hacer avanzar una hipotética trama. Esperando. Dejando al tiempo transcurrir. Ya sea mientras suena una música rockera que inunda el espacio del viejo, o mientras se rebobina algún rollo de súper 8 en el antiguo proyector que, por desgastado, tarda más que de costumbre. Pero lejos de ser una ocurrencia, este ritmo resulta cabalmente congruente con una película crepuscular sobre la memoria y las huellas que el tiempo va dejando en los seres. De esta forma, cada segundo vale y se hace sentir.
Estas limitaciones estilísticas, estos votos (más de pobreza que de castidad) son cuestionados al interior mismo de la película. Pues André encuentra en el técnico que arregla el proyector familiar (Marcos Bertoni), a un cineasta marginal que realiza películas militantes a partir de prohibiciones que lo alejan del cine comercial; sólo permitiéndose montar pietaje encontrado y doblar el audio para articular un discurso revolucionario y satírico, siendo el único integrante del movimiento Dogma 2002 que propicia cuestionamientos del tipo ¿Un cine revolucionario puede surgir a partir de dogmas y prohibiciones? ¿La conciencia social tiene cabida en la subjetividad individualista de un cinema solitario exhibido a un reducidísimo público? ¿Puede existir un cine al margen de la industria, siendo el cine un artefacto tecnológico e hijo indiscutible de la industrialización? 
No falto de humor, Wharmann, es el primer analista de su filme. Hace de Avanti Popolo una película autorreflexiva que entiende al cine no sólo como un medio artístico sino también como un documento histórico capaz de desempolvar nuestro pasado.
El último rollo en súper 8 muestra una gran sala de cine abandonada y destruida. Los ideales y el cine agonizan, aunque se niegan a morir. Y pese a que el tiempo le pasa factura a todo y a todos, sobrevive la memoria. 
En un futuro, no tan distante, dominado por la digitalización seguirá habiendo quien haga, incluso, cine estenopeico. Almas solitarias cuyo corazón se niegue a sucumbir ante la inclemencia de la historia, así como ese locutor de radio rebelde,  se niega a sucumbir ante su acetato rayado e irreproductible, decidiendo cantar con su voz diletante y común ese último himno socialista.
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Ante el embate de un cine dominante, fácil, digestivo, ostentoso e industrial, Avanti Popolo resiste como una  rebelde, austera, reflexiva y estóica película. Heredera del hambre que hace casi medio siglo sintiera Glauber Rocha, veladamente referido en una secuencia, llevando la conciencia política a ser conciencia fílmica, pero, en este caso, despojada de la violencia fulgurosa de un hechizo, para mirar atrás en el tiempo, y desde sus ruinas físicas y emocionales ser más bien un cine desencantado, despojado y errabundo. 
André (André Gatti), tras un rompimiento amoroso, llega a vivir a la derruida casa de su padre (Carlos Reichenbach) en Sao Paulo. Encuentra las películas en súper 8 que filmó su desaparecido hermano (Julio Martí) durante los años de la dictadura militar, arregla un viejo proyector y, mediante la frágil permanencia del artefacto cinematográfico, suscita un reencuentro con la memoria de ese hijo y hermano militante de quien nunca más se supo nada. Alternando esta mínima progresión dramática con una decena de películas caseras (las atribuidas al hermano) y otra micro historia más (un perrito, también desaparecido) la ópera prima de Warhmannn sostiene una postura formal que se refleja en la economía de recursos narrativos y estilísticos encontrando, justo en esa mesura, valiosas ideas y soluciones.
Los espacios son presentados con muy poca variedad en las angulaciones elegidas para cada lugar (máximo 2 con variaciones en el tamaño del plano) recurriendo a una frontalidad primitiva, en donde las paredes, como telón de fondo, son desprovistas de la profundidad y las diagonales que aportarían un dinamismo visual al que Avanti Popolo renuncia en aras de encuadres de imperturbable horizontalidad.
La banda sonora, igualmente sobria, no echa mano de un sólo efecto o de una sola nota musical no diegética, sin por ello quedar relegada a un plano de acompañante pasivo de la imagen. Por el contrario, el sonido integra a la geografía los espacios en off (como aquella ventana rota en casa del padre que con trabajos se puede abrir o cerrar); otras veces los personajes entran a escena primero mediante su presencia sonora para unos segundos después tener una presencia visual. Incluso tenemos un personaje que existe solamente mediante su dimensión sonora: un locutor de radio  (interpretado por Warhmann mismo) experto en folclor revolucionario quien presentará una variedad de canciones libertarias al principio y al final del filme.
Son también recurrentes las situaciones en donde los personajes simplemente están ahí sin hacer avanzar una hipotética trama. Esperando. Dejando al tiempo transcurrir. Ya sea mientras suena una música rockera que inunda el espacio del viejo, o mientras se rebobina algún rollo de súper 8 en el antiguo proyector que, por desgastado, tarda más que de costumbre. Pero lejos de ser una ocurrencia, este ritmo resulta cabalmente congruente con una película crepuscular sobre la memoria y las huellas que el tiempo va dejando en los seres. De esta forma, cada segundo vale y se hace sentir.
Estas limitaciones estilísticas, estos votos (más de pobreza que de castidad) son cuestionados al interior mismo de la película. Pues André encuentra en el técnico que arregla el proyector familiar (Marcos Bertoni), a un cineasta marginal que realiza películas militantes a partir de prohibiciones que lo alejan del cine comercial; sólo permitiéndose montar pietaje encontrado y doblar el audio para articular un discurso revolucionario y satírico, siendo el único integrante del movimiento Dogma 2002 que propicia cuestionamientos del tipo ¿Un cine revolucionario puede surgir a partir de dogmas y prohibiciones? ¿La conciencia social tiene cabida en la subjetividad individualista de un cinema solitario exhibido a un reducidísimo público? ¿Puede existir un cine al margen de la industria, siendo el cine un artefacto tecnológico e hijo indiscutible de la industrialización? 
No falto de humor, Wharmann, es el primer analista de su filme. Hace de Avanti Popolo una película autorreflexiva que entiende al cine no sólo como un medio artístico sino también como un documento histórico capaz de desempolvar nuestro pasado.
El último rollo en súper 8 muestra una gran sala de cine abandonada y destruida. Los ideales y el cine agonizan, aunque se niegan a morir. Y pese a que el tiempo le pasa factura a todo y a todos, sobrevive la memoria. 
En un futuro, no tan distante, dominado por la digitalización seguirá habiendo quien haga, incluso, cine estenopeico. Almas solitarias cuyo corazón se niegue a sucumbir ante la inclemencia de la historia, así como ese locutor de radio rebelde,  se niega a sucumbir ante su acetato rayado e irreproductible, decidiendo cantar con su voz diletante y común ese último himno socialista.
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CINEMA: AVANTI POPOLODir. Michael WarhmannBrasil, 2012
DISTRITAL 2014
Ante el embate de un cine dominante, fácil, digestivo, ostentoso e industrial, Avanti Popolo resiste como una  rebelde, austera, reflexiva y estóica película. Heredera del hambre que hace casi medio siglo sintiera Glauber Rocha, veladamente referido en una secuencia, llevando la conciencia política a ser conciencia fílmica, pero, en este caso, despojada de la violencia fulgurosa de un hechizo, para mirar atrás en el tiempo, y desde sus ruinas físicas y emocionales ser más bien un cine desencantado, despojado y errabundo. 
André (André Gatti), tras un rompimiento amoroso, llega a vivir a la derruida casa de su padre (Carlos Reichenbach) en Sao Paulo. Encuentra las películas en súper 8 que filmó su desaparecido hermano (Julio Martí) durante los años de la dictadura militar, arregla un viejo proyector y, mediante la frágil permanencia del artefacto cinematográfico, suscita un reencuentro con la memoria de ese hijo y hermano militante de quien nunca más se supo nada. Alternando esta mínima progresión dramática con una decena de películas caseras (las atribuidas al hermano) y otra micro historia más (un perrito, también desaparecido) la ópera prima de Warhmannn sostiene una postura formal que se refleja en la economía de recursos narrativos y estilísticos encontrando, justo en esa mesura, valiosas ideas y soluciones.
Los espacios son presentados con muy poca variedad en las angulaciones elegidas para cada lugar (máximo 2 con variaciones en el tamaño del plano) recurriendo a una frontalidad primitiva, en donde las paredes, como telón de fondo, son desprovistas de la profundidad y las diagonales que aportarían un dinamismo visual al que Avanti Popolo renuncia en aras de encuadres de imperturbable horizontalidad.
La banda sonora, igualmente sobria, no echa mano de un sólo efecto o de una sola nota musical no diegética, sin por ello quedar relegada a un plano de acompañante pasivo de la imagen. Por el contrario, el sonido integra a la geografía los espacios en off (como aquella ventana rota en casa del padre que con trabajos se puede abrir o cerrar); otras veces los personajes entran a escena primero mediante su presencia sonora para unos segundos después tener una presencia visual. Incluso tenemos un personaje que existe solamente mediante su dimensión sonora: un locutor de radio  (interpretado por Warhmann mismo) experto en folclor revolucionario quien presentará una variedad de canciones libertarias al principio y al final del filme.
Son también recurrentes las situaciones en donde los personajes simplemente están ahí sin hacer avanzar una hipotética trama. Esperando. Dejando al tiempo transcurrir. Ya sea mientras suena una música rockera que inunda el espacio del viejo, o mientras se rebobina algún rollo de súper 8 en el antiguo proyector que, por desgastado, tarda más que de costumbre. Pero lejos de ser una ocurrencia, este ritmo resulta cabalmente congruente con una película crepuscular sobre la memoria y las huellas que el tiempo va dejando en los seres. De esta forma, cada segundo vale y se hace sentir.
Estas limitaciones estilísticas, estos votos (más de pobreza que de castidad) son cuestionados al interior mismo de la película. Pues André encuentra en el técnico que arregla el proyector familiar (Marcos Bertoni), a un cineasta marginal que realiza películas militantes a partir de prohibiciones que lo alejan del cine comercial; sólo permitiéndose montar pietaje encontrado y doblar el audio para articular un discurso revolucionario y satírico, siendo el único integrante del movimiento Dogma 2002 que propicia cuestionamientos del tipo ¿Un cine revolucionario puede surgir a partir de dogmas y prohibiciones? ¿La conciencia social tiene cabida en la subjetividad individualista de un cinema solitario exhibido a un reducidísimo público? ¿Puede existir un cine al margen de la industria, siendo el cine un artefacto tecnológico e hijo indiscutible de la industrialización? 
No falto de humor, Wharmann, es el primer analista de su filme. Hace de Avanti Popolo una película autorreflexiva que entiende al cine no sólo como un medio artístico sino también como un documento histórico capaz de desempolvar nuestro pasado.
El último rollo en súper 8 muestra una gran sala de cine abandonada y destruida. Los ideales y el cine agonizan, aunque se niegan a morir. Y pese a que el tiempo le pasa factura a todo y a todos, sobrevive la memoria. 
En un futuro, no tan distante, dominado por la digitalización seguirá habiendo quien haga, incluso, cine estenopeico. Almas solitarias cuyo corazón se niegue a sucumbir ante la inclemencia de la historia, así como ese locutor de radio rebelde,  se niega a sucumbir ante su acetato rayado e irreproductible, decidiendo cantar con su voz diletante y común ese último himno socialista.
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CINEMA: AVANTI POPOLODir. Michael WarhmannBrasil, 2012
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Ante el embate de un cine dominante, fácil, digestivo, ostentoso e industrial, Avanti Popolo resiste como una  rebelde, austera, reflexiva y estóica película. Heredera del hambre que hace casi medio siglo sintiera Glauber Rocha, veladamente referido en una secuencia, llevando la conciencia política a ser conciencia fílmica, pero, en este caso, despojada de la violencia fulgurosa de un hechizo, para mirar atrás en el tiempo, y desde sus ruinas físicas y emocionales ser más bien un cine desencantado, despojado y errabundo. 
André (André Gatti), tras un rompimiento amoroso, llega a vivir a la derruida casa de su padre (Carlos Reichenbach) en Sao Paulo. Encuentra las películas en súper 8 que filmó su desaparecido hermano (Julio Martí) durante los años de la dictadura militar, arregla un viejo proyector y, mediante la frágil permanencia del artefacto cinematográfico, suscita un reencuentro con la memoria de ese hijo y hermano militante de quien nunca más se supo nada. Alternando esta mínima progresión dramática con una decena de películas caseras (las atribuidas al hermano) y otra micro historia más (un perrito, también desaparecido) la ópera prima de Warhmannn sostiene una postura formal que se refleja en la economía de recursos narrativos y estilísticos encontrando, justo en esa mesura, valiosas ideas y soluciones.
Los espacios son presentados con muy poca variedad en las angulaciones elegidas para cada lugar (máximo 2 con variaciones en el tamaño del plano) recurriendo a una frontalidad primitiva, en donde las paredes, como telón de fondo, son desprovistas de la profundidad y las diagonales que aportarían un dinamismo visual al que Avanti Popolo renuncia en aras de encuadres de imperturbable horizontalidad.
La banda sonora, igualmente sobria, no echa mano de un sólo efecto o de una sola nota musical no diegética, sin por ello quedar relegada a un plano de acompañante pasivo de la imagen. Por el contrario, el sonido integra a la geografía los espacios en off (como aquella ventana rota en casa del padre que con trabajos se puede abrir o cerrar); otras veces los personajes entran a escena primero mediante su presencia sonora para unos segundos después tener una presencia visual. Incluso tenemos un personaje que existe solamente mediante su dimensión sonora: un locutor de radio  (interpretado por Warhmann mismo) experto en folclor revolucionario quien presentará una variedad de canciones libertarias al principio y al final del filme.
Son también recurrentes las situaciones en donde los personajes simplemente están ahí sin hacer avanzar una hipotética trama. Esperando. Dejando al tiempo transcurrir. Ya sea mientras suena una música rockera que inunda el espacio del viejo, o mientras se rebobina algún rollo de súper 8 en el antiguo proyector que, por desgastado, tarda más que de costumbre. Pero lejos de ser una ocurrencia, este ritmo resulta cabalmente congruente con una película crepuscular sobre la memoria y las huellas que el tiempo va dejando en los seres. De esta forma, cada segundo vale y se hace sentir.
Estas limitaciones estilísticas, estos votos (más de pobreza que de castidad) son cuestionados al interior mismo de la película. Pues André encuentra en el técnico que arregla el proyector familiar (Marcos Bertoni), a un cineasta marginal que realiza películas militantes a partir de prohibiciones que lo alejan del cine comercial; sólo permitiéndose montar pietaje encontrado y doblar el audio para articular un discurso revolucionario y satírico, siendo el único integrante del movimiento Dogma 2002 que propicia cuestionamientos del tipo ¿Un cine revolucionario puede surgir a partir de dogmas y prohibiciones? ¿La conciencia social tiene cabida en la subjetividad individualista de un cinema solitario exhibido a un reducidísimo público? ¿Puede existir un cine al margen de la industria, siendo el cine un artefacto tecnológico e hijo indiscutible de la industrialización? 
No falto de humor, Wharmann, es el primer analista de su filme. Hace de Avanti Popolo una película autorreflexiva que entiende al cine no sólo como un medio artístico sino también como un documento histórico capaz de desempolvar nuestro pasado.
El último rollo en súper 8 muestra una gran sala de cine abandonada y destruida. Los ideales y el cine agonizan, aunque se niegan a morir. Y pese a que el tiempo le pasa factura a todo y a todos, sobrevive la memoria. 
En un futuro, no tan distante, dominado por la digitalización seguirá habiendo quien haga, incluso, cine estenopeico. Almas solitarias cuyo corazón se niegue a sucumbir ante la inclemencia de la historia, así como ese locutor de radio rebelde,  se niega a sucumbir ante su acetato rayado e irreproductible, decidiendo cantar con su voz diletante y común ese último himno socialista.
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Avanti Popolo formó parte de la programación de DISTRITAL 2014 y ficunam 2013. Actualmente se encuentra en cines de Argentina y Brasil entre otros territorios. No te la pierdas.
CINEMA: AVANTI POPOLODir. Michael WarhmannBrasil, 2012
DISTRITAL 2014
Ante el embate de un cine dominante, fácil, digestivo, ostentoso e industrial, Avanti Popolo resiste como una  rebelde, austera, reflexiva y estóica película. Heredera del hambre que hace casi medio siglo sintiera Glauber Rocha, veladamente referido en una secuencia, llevando la conciencia política a ser conciencia fílmica, pero, en este caso, despojada de la violencia fulgurosa de un hechizo, para mirar atrás en el tiempo, y desde sus ruinas físicas y emocionales ser más bien un cine desencantado, despojado y errabundo. 
André (André Gatti), tras un rompimiento amoroso, llega a vivir a la derruida casa de su padre (Carlos Reichenbach) en Sao Paulo. Encuentra las películas en súper 8 que filmó su desaparecido hermano (Julio Martí) durante los años de la dictadura militar, arregla un viejo proyector y, mediante la frágil permanencia del artefacto cinematográfico, suscita un reencuentro con la memoria de ese hijo y hermano militante de quien nunca más se supo nada. Alternando esta mínima progresión dramática con una decena de películas caseras (las atribuidas al hermano) y otra micro historia más (un perrito, también desaparecido) la ópera prima de Warhmannn sostiene una postura formal que se refleja en la economía de recursos narrativos y estilísticos encontrando, justo en esa mesura, valiosas ideas y soluciones.
Los espacios son presentados con muy poca variedad en las angulaciones elegidas para cada lugar (máximo 2 con variaciones en el tamaño del plano) recurriendo a una frontalidad primitiva, en donde las paredes, como telón de fondo, son desprovistas de la profundidad y las diagonales que aportarían un dinamismo visual al que Avanti Popolo renuncia en aras de encuadres de imperturbable horizontalidad.
La banda sonora, igualmente sobria, no echa mano de un sólo efecto o de una sola nota musical no diegética, sin por ello quedar relegada a un plano de acompañante pasivo de la imagen. Por el contrario, el sonido integra a la geografía los espacios en off (como aquella ventana rota en casa del padre que con trabajos se puede abrir o cerrar); otras veces los personajes entran a escena primero mediante su presencia sonora para unos segundos después tener una presencia visual. Incluso tenemos un personaje que existe solamente mediante su dimensión sonora: un locutor de radio  (interpretado por Warhmann mismo) experto en folclor revolucionario quien presentará una variedad de canciones libertarias al principio y al final del filme.
Son también recurrentes las situaciones en donde los personajes simplemente están ahí sin hacer avanzar una hipotética trama. Esperando. Dejando al tiempo transcurrir. Ya sea mientras suena una música rockera que inunda el espacio del viejo, o mientras se rebobina algún rollo de súper 8 en el antiguo proyector que, por desgastado, tarda más que de costumbre. Pero lejos de ser una ocurrencia, este ritmo resulta cabalmente congruente con una película crepuscular sobre la memoria y las huellas que el tiempo va dejando en los seres. De esta forma, cada segundo vale y se hace sentir.
Estas limitaciones estilísticas, estos votos (más de pobreza que de castidad) son cuestionados al interior mismo de la película. Pues André encuentra en el técnico que arregla el proyector familiar (Marcos Bertoni), a un cineasta marginal que realiza películas militantes a partir de prohibiciones que lo alejan del cine comercial; sólo permitiéndose montar pietaje encontrado y doblar el audio para articular un discurso revolucionario y satírico, siendo el único integrante del movimiento Dogma 2002 que propicia cuestionamientos del tipo ¿Un cine revolucionario puede surgir a partir de dogmas y prohibiciones? ¿La conciencia social tiene cabida en la subjetividad individualista de un cinema solitario exhibido a un reducidísimo público? ¿Puede existir un cine al margen de la industria, siendo el cine un artefacto tecnológico e hijo indiscutible de la industrialización? 
No falto de humor, Wharmann, es el primer analista de su filme. Hace de Avanti Popolo una película autorreflexiva que entiende al cine no sólo como un medio artístico sino también como un documento histórico capaz de desempolvar nuestro pasado.
El último rollo en súper 8 muestra una gran sala de cine abandonada y destruida. Los ideales y el cine agonizan, aunque se niegan a morir. Y pese a que el tiempo le pasa factura a todo y a todos, sobrevive la memoria. 
En un futuro, no tan distante, dominado por la digitalización seguirá habiendo quien haga, incluso, cine estenopeico. Almas solitarias cuyo corazón se niegue a sucumbir ante la inclemencia de la historia, así como ese locutor de radio rebelde,  se niega a sucumbir ante su acetato rayado e irreproductible, decidiendo cantar con su voz diletante y común ese último himno socialista.
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CINEMA: AVANTI POPOLODir. Michael WarhmannBrasil, 2012
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Ante el embate de un cine dominante, fácil, digestivo, ostentoso e industrial, Avanti Popolo resiste como una  rebelde, austera, reflexiva y estóica película. Heredera del hambre que hace casi medio siglo sintiera Glauber Rocha, veladamente referido en una secuencia, llevando la conciencia política a ser conciencia fílmica, pero, en este caso, despojada de la violencia fulgurosa de un hechizo, para mirar atrás en el tiempo, y desde sus ruinas físicas y emocionales ser más bien un cine desencantado, despojado y errabundo. 
André (André Gatti), tras un rompimiento amoroso, llega a vivir a la derruida casa de su padre (Carlos Reichenbach) en Sao Paulo. Encuentra las películas en súper 8 que filmó su desaparecido hermano (Julio Martí) durante los años de la dictadura militar, arregla un viejo proyector y, mediante la frágil permanencia del artefacto cinematográfico, suscita un reencuentro con la memoria de ese hijo y hermano militante de quien nunca más se supo nada. Alternando esta mínima progresión dramática con una decena de películas caseras (las atribuidas al hermano) y otra micro historia más (un perrito, también desaparecido) la ópera prima de Warhmannn sostiene una postura formal que se refleja en la economía de recursos narrativos y estilísticos encontrando, justo en esa mesura, valiosas ideas y soluciones.
Los espacios son presentados con muy poca variedad en las angulaciones elegidas para cada lugar (máximo 2 con variaciones en el tamaño del plano) recurriendo a una frontalidad primitiva, en donde las paredes, como telón de fondo, son desprovistas de la profundidad y las diagonales que aportarían un dinamismo visual al que Avanti Popolo renuncia en aras de encuadres de imperturbable horizontalidad.
La banda sonora, igualmente sobria, no echa mano de un sólo efecto o de una sola nota musical no diegética, sin por ello quedar relegada a un plano de acompañante pasivo de la imagen. Por el contrario, el sonido integra a la geografía los espacios en off (como aquella ventana rota en casa del padre que con trabajos se puede abrir o cerrar); otras veces los personajes entran a escena primero mediante su presencia sonora para unos segundos después tener una presencia visual. Incluso tenemos un personaje que existe solamente mediante su dimensión sonora: un locutor de radio  (interpretado por Warhmann mismo) experto en folclor revolucionario quien presentará una variedad de canciones libertarias al principio y al final del filme.
Son también recurrentes las situaciones en donde los personajes simplemente están ahí sin hacer avanzar una hipotética trama. Esperando. Dejando al tiempo transcurrir. Ya sea mientras suena una música rockera que inunda el espacio del viejo, o mientras se rebobina algún rollo de súper 8 en el antiguo proyector que, por desgastado, tarda más que de costumbre. Pero lejos de ser una ocurrencia, este ritmo resulta cabalmente congruente con una película crepuscular sobre la memoria y las huellas que el tiempo va dejando en los seres. De esta forma, cada segundo vale y se hace sentir.
Estas limitaciones estilísticas, estos votos (más de pobreza que de castidad) son cuestionados al interior mismo de la película. Pues André encuentra en el técnico que arregla el proyector familiar (Marcos Bertoni), a un cineasta marginal que realiza películas militantes a partir de prohibiciones que lo alejan del cine comercial; sólo permitiéndose montar pietaje encontrado y doblar el audio para articular un discurso revolucionario y satírico, siendo el único integrante del movimiento Dogma 2002 que propicia cuestionamientos del tipo ¿Un cine revolucionario puede surgir a partir de dogmas y prohibiciones? ¿La conciencia social tiene cabida en la subjetividad individualista de un cinema solitario exhibido a un reducidísimo público? ¿Puede existir un cine al margen de la industria, siendo el cine un artefacto tecnológico e hijo indiscutible de la industrialización? 
No falto de humor, Wharmann, es el primer analista de su filme. Hace de Avanti Popolo una película autorreflexiva que entiende al cine no sólo como un medio artístico sino también como un documento histórico capaz de desempolvar nuestro pasado.
El último rollo en súper 8 muestra una gran sala de cine abandonada y destruida. Los ideales y el cine agonizan, aunque se niegan a morir. Y pese a que el tiempo le pasa factura a todo y a todos, sobrevive la memoria. 
En un futuro, no tan distante, dominado por la digitalización seguirá habiendo quien haga, incluso, cine estenopeico. Almas solitarias cuyo corazón se niegue a sucumbir ante la inclemencia de la historia, así como ese locutor de radio rebelde,  se niega a sucumbir ante su acetato rayado e irreproductible, decidiendo cantar con su voz diletante y común ese último himno socialista.
———————————————JERÓNIMO BARRIGA (@dangeronimus)INVISIBLE - GazetteJUN 2014———————————————Invisible Facebook + Invisible Twitter + Invisible InstagramInvisible Youtube + Invisible Spotify + Invisible PinterestINVISIBLE MUBI 1
Avanti Popolo formó parte de la programación de DISTRITAL 2014 y ficunam 2013. Actualmente se encuentra en cines de Argentina y Brasil entre otros territorios. No te la pierdas.
CINEMA: AVANTI POPOLODir. Michael WarhmannBrasil, 2012
DISTRITAL 2014
Ante el embate de un cine dominante, fácil, digestivo, ostentoso e industrial, Avanti Popolo resiste como una  rebelde, austera, reflexiva y estóica película. Heredera del hambre que hace casi medio siglo sintiera Glauber Rocha, veladamente referido en una secuencia, llevando la conciencia política a ser conciencia fílmica, pero, en este caso, despojada de la violencia fulgurosa de un hechizo, para mirar atrás en el tiempo, y desde sus ruinas físicas y emocionales ser más bien un cine desencantado, despojado y errabundo. 
André (André Gatti), tras un rompimiento amoroso, llega a vivir a la derruida casa de su padre (Carlos Reichenbach) en Sao Paulo. Encuentra las películas en súper 8 que filmó su desaparecido hermano (Julio Martí) durante los años de la dictadura militar, arregla un viejo proyector y, mediante la frágil permanencia del artefacto cinematográfico, suscita un reencuentro con la memoria de ese hijo y hermano militante de quien nunca más se supo nada. Alternando esta mínima progresión dramática con una decena de películas caseras (las atribuidas al hermano) y otra micro historia más (un perrito, también desaparecido) la ópera prima de Warhmannn sostiene una postura formal que se refleja en la economía de recursos narrativos y estilísticos encontrando, justo en esa mesura, valiosas ideas y soluciones.
Los espacios son presentados con muy poca variedad en las angulaciones elegidas para cada lugar (máximo 2 con variaciones en el tamaño del plano) recurriendo a una frontalidad primitiva, en donde las paredes, como telón de fondo, son desprovistas de la profundidad y las diagonales que aportarían un dinamismo visual al que Avanti Popolo renuncia en aras de encuadres de imperturbable horizontalidad.
La banda sonora, igualmente sobria, no echa mano de un sólo efecto o de una sola nota musical no diegética, sin por ello quedar relegada a un plano de acompañante pasivo de la imagen. Por el contrario, el sonido integra a la geografía los espacios en off (como aquella ventana rota en casa del padre que con trabajos se puede abrir o cerrar); otras veces los personajes entran a escena primero mediante su presencia sonora para unos segundos después tener una presencia visual. Incluso tenemos un personaje que existe solamente mediante su dimensión sonora: un locutor de radio  (interpretado por Warhmann mismo) experto en folclor revolucionario quien presentará una variedad de canciones libertarias al principio y al final del filme.
Son también recurrentes las situaciones en donde los personajes simplemente están ahí sin hacer avanzar una hipotética trama. Esperando. Dejando al tiempo transcurrir. Ya sea mientras suena una música rockera que inunda el espacio del viejo, o mientras se rebobina algún rollo de súper 8 en el antiguo proyector que, por desgastado, tarda más que de costumbre. Pero lejos de ser una ocurrencia, este ritmo resulta cabalmente congruente con una película crepuscular sobre la memoria y las huellas que el tiempo va dejando en los seres. De esta forma, cada segundo vale y se hace sentir.
Estas limitaciones estilísticas, estos votos (más de pobreza que de castidad) son cuestionados al interior mismo de la película. Pues André encuentra en el técnico que arregla el proyector familiar (Marcos Bertoni), a un cineasta marginal que realiza películas militantes a partir de prohibiciones que lo alejan del cine comercial; sólo permitiéndose montar pietaje encontrado y doblar el audio para articular un discurso revolucionario y satírico, siendo el único integrante del movimiento Dogma 2002 que propicia cuestionamientos del tipo ¿Un cine revolucionario puede surgir a partir de dogmas y prohibiciones? ¿La conciencia social tiene cabida en la subjetividad individualista de un cinema solitario exhibido a un reducidísimo público? ¿Puede existir un cine al margen de la industria, siendo el cine un artefacto tecnológico e hijo indiscutible de la industrialización? 
No falto de humor, Wharmann, es el primer analista de su filme. Hace de Avanti Popolo una película autorreflexiva que entiende al cine no sólo como un medio artístico sino también como un documento histórico capaz de desempolvar nuestro pasado.
El último rollo en súper 8 muestra una gran sala de cine abandonada y destruida. Los ideales y el cine agonizan, aunque se niegan a morir. Y pese a que el tiempo le pasa factura a todo y a todos, sobrevive la memoria. 
En un futuro, no tan distante, dominado por la digitalización seguirá habiendo quien haga, incluso, cine estenopeico. Almas solitarias cuyo corazón se niegue a sucumbir ante la inclemencia de la historia, así como ese locutor de radio rebelde,  se niega a sucumbir ante su acetato rayado e irreproductible, decidiendo cantar con su voz diletante y común ese último himno socialista.
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CINEMA: AVANTI POPOLODir. Michael WarhmannBrasil, 2012
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Ante el embate de un cine dominante, fácil, digestivo, ostentoso e industrial, Avanti Popolo resiste como una  rebelde, austera, reflexiva y estóica película. Heredera del hambre que hace casi medio siglo sintiera Glauber Rocha, veladamente referido en una secuencia, llevando la conciencia política a ser conciencia fílmica, pero, en este caso, despojada de la violencia fulgurosa de un hechizo, para mirar atrás en el tiempo, y desde sus ruinas físicas y emocionales ser más bien un cine desencantado, despojado y errabundo. 
André (André Gatti), tras un rompimiento amoroso, llega a vivir a la derruida casa de su padre (Carlos Reichenbach) en Sao Paulo. Encuentra las películas en súper 8 que filmó su desaparecido hermano (Julio Martí) durante los años de la dictadura militar, arregla un viejo proyector y, mediante la frágil permanencia del artefacto cinematográfico, suscita un reencuentro con la memoria de ese hijo y hermano militante de quien nunca más se supo nada. Alternando esta mínima progresión dramática con una decena de películas caseras (las atribuidas al hermano) y otra micro historia más (un perrito, también desaparecido) la ópera prima de Warhmannn sostiene una postura formal que se refleja en la economía de recursos narrativos y estilísticos encontrando, justo en esa mesura, valiosas ideas y soluciones.
Los espacios son presentados con muy poca variedad en las angulaciones elegidas para cada lugar (máximo 2 con variaciones en el tamaño del plano) recurriendo a una frontalidad primitiva, en donde las paredes, como telón de fondo, son desprovistas de la profundidad y las diagonales que aportarían un dinamismo visual al que Avanti Popolo renuncia en aras de encuadres de imperturbable horizontalidad.
La banda sonora, igualmente sobria, no echa mano de un sólo efecto o de una sola nota musical no diegética, sin por ello quedar relegada a un plano de acompañante pasivo de la imagen. Por el contrario, el sonido integra a la geografía los espacios en off (como aquella ventana rota en casa del padre que con trabajos se puede abrir o cerrar); otras veces los personajes entran a escena primero mediante su presencia sonora para unos segundos después tener una presencia visual. Incluso tenemos un personaje que existe solamente mediante su dimensión sonora: un locutor de radio  (interpretado por Warhmann mismo) experto en folclor revolucionario quien presentará una variedad de canciones libertarias al principio y al final del filme.
Son también recurrentes las situaciones en donde los personajes simplemente están ahí sin hacer avanzar una hipotética trama. Esperando. Dejando al tiempo transcurrir. Ya sea mientras suena una música rockera que inunda el espacio del viejo, o mientras se rebobina algún rollo de súper 8 en el antiguo proyector que, por desgastado, tarda más que de costumbre. Pero lejos de ser una ocurrencia, este ritmo resulta cabalmente congruente con una película crepuscular sobre la memoria y las huellas que el tiempo va dejando en los seres. De esta forma, cada segundo vale y se hace sentir.
Estas limitaciones estilísticas, estos votos (más de pobreza que de castidad) son cuestionados al interior mismo de la película. Pues André encuentra en el técnico que arregla el proyector familiar (Marcos Bertoni), a un cineasta marginal que realiza películas militantes a partir de prohibiciones que lo alejan del cine comercial; sólo permitiéndose montar pietaje encontrado y doblar el audio para articular un discurso revolucionario y satírico, siendo el único integrante del movimiento Dogma 2002 que propicia cuestionamientos del tipo ¿Un cine revolucionario puede surgir a partir de dogmas y prohibiciones? ¿La conciencia social tiene cabida en la subjetividad individualista de un cinema solitario exhibido a un reducidísimo público? ¿Puede existir un cine al margen de la industria, siendo el cine un artefacto tecnológico e hijo indiscutible de la industrialización? 
No falto de humor, Wharmann, es el primer analista de su filme. Hace de Avanti Popolo una película autorreflexiva que entiende al cine no sólo como un medio artístico sino también como un documento histórico capaz de desempolvar nuestro pasado.
El último rollo en súper 8 muestra una gran sala de cine abandonada y destruida. Los ideales y el cine agonizan, aunque se niegan a morir. Y pese a que el tiempo le pasa factura a todo y a todos, sobrevive la memoria. 
En un futuro, no tan distante, dominado por la digitalización seguirá habiendo quien haga, incluso, cine estenopeico. Almas solitarias cuyo corazón se niegue a sucumbir ante la inclemencia de la historia, así como ese locutor de radio rebelde,  se niega a sucumbir ante su acetato rayado e irreproductible, decidiendo cantar con su voz diletante y común ese último himno socialista.
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DISTRITAL 2014
Ante el embate de un cine dominante, fácil, digestivo, ostentoso e industrial, Avanti Popolo resiste como una  rebelde, austera, reflexiva y estóica película. Heredera del hambre que hace casi medio siglo sintiera Glauber Rocha, veladamente referido en una secuencia, llevando la conciencia política a ser conciencia fílmica, pero, en este caso, despojada de la violencia fulgurosa de un hechizo, para mirar atrás en el tiempo, y desde sus ruinas físicas y emocionales ser más bien un cine desencantado, despojado y errabundo. 
André (André Gatti), tras un rompimiento amoroso, llega a vivir a la derruida casa de su padre (Carlos Reichenbach) en Sao Paulo. Encuentra las películas en súper 8 que filmó su desaparecido hermano (Julio Martí) durante los años de la dictadura militar, arregla un viejo proyector y, mediante la frágil permanencia del artefacto cinematográfico, suscita un reencuentro con la memoria de ese hijo y hermano militante de quien nunca más se supo nada. Alternando esta mínima progresión dramática con una decena de películas caseras (las atribuidas al hermano) y otra micro historia más (un perrito, también desaparecido) la ópera prima de Warhmannn sostiene una postura formal que se refleja en la economía de recursos narrativos y estilísticos encontrando, justo en esa mesura, valiosas ideas y soluciones.
Los espacios son presentados con muy poca variedad en las angulaciones elegidas para cada lugar (máximo 2 con variaciones en el tamaño del plano) recurriendo a una frontalidad primitiva, en donde las paredes, como telón de fondo, son desprovistas de la profundidad y las diagonales que aportarían un dinamismo visual al que Avanti Popolo renuncia en aras de encuadres de imperturbable horizontalidad.
La banda sonora, igualmente sobria, no echa mano de un sólo efecto o de una sola nota musical no diegética, sin por ello quedar relegada a un plano de acompañante pasivo de la imagen. Por el contrario, el sonido integra a la geografía los espacios en off (como aquella ventana rota en casa del padre que con trabajos se puede abrir o cerrar); otras veces los personajes entran a escena primero mediante su presencia sonora para unos segundos después tener una presencia visual. Incluso tenemos un personaje que existe solamente mediante su dimensión sonora: un locutor de radio  (interpretado por Warhmann mismo) experto en folclor revolucionario quien presentará una variedad de canciones libertarias al principio y al final del filme.
Son también recurrentes las situaciones en donde los personajes simplemente están ahí sin hacer avanzar una hipotética trama. Esperando. Dejando al tiempo transcurrir. Ya sea mientras suena una música rockera que inunda el espacio del viejo, o mientras se rebobina algún rollo de súper 8 en el antiguo proyector que, por desgastado, tarda más que de costumbre. Pero lejos de ser una ocurrencia, este ritmo resulta cabalmente congruente con una película crepuscular sobre la memoria y las huellas que el tiempo va dejando en los seres. De esta forma, cada segundo vale y se hace sentir.
Estas limitaciones estilísticas, estos votos (más de pobreza que de castidad) son cuestionados al interior mismo de la película. Pues André encuentra en el técnico que arregla el proyector familiar (Marcos Bertoni), a un cineasta marginal que realiza películas militantes a partir de prohibiciones que lo alejan del cine comercial; sólo permitiéndose montar pietaje encontrado y doblar el audio para articular un discurso revolucionario y satírico, siendo el único integrante del movimiento Dogma 2002 que propicia cuestionamientos del tipo ¿Un cine revolucionario puede surgir a partir de dogmas y prohibiciones? ¿La conciencia social tiene cabida en la subjetividad individualista de un cinema solitario exhibido a un reducidísimo público? ¿Puede existir un cine al margen de la industria, siendo el cine un artefacto tecnológico e hijo indiscutible de la industrialización? 
No falto de humor, Wharmann, es el primer analista de su filme. Hace de Avanti Popolo una película autorreflexiva que entiende al cine no sólo como un medio artístico sino también como un documento histórico capaz de desempolvar nuestro pasado.
El último rollo en súper 8 muestra una gran sala de cine abandonada y destruida. Los ideales y el cine agonizan, aunque se niegan a morir. Y pese a que el tiempo le pasa factura a todo y a todos, sobrevive la memoria. 
En un futuro, no tan distante, dominado por la digitalización seguirá habiendo quien haga, incluso, cine estenopeico. Almas solitarias cuyo corazón se niegue a sucumbir ante la inclemencia de la historia, así como ese locutor de radio rebelde,  se niega a sucumbir ante su acetato rayado e irreproductible, decidiendo cantar con su voz diletante y común ese último himno socialista.
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CINEMA: AVANTI POPOLO 
Dir. Michael WarhmannBrasil, 2012

Ante el embate de un cine dominante, fácil, digestivo, ostentoso e industrial, Avanti Popolo resiste como una  rebelde, austera, reflexiva y estóica película. Heredera del hambre que hace casi medio siglo sintiera Glauber Rocha, veladamente referido en una secuencia, llevando la conciencia política a ser conciencia fílmica, pero, en este caso, despojada de la violencia fulgurosa de un hechizo, para mirar atrás en el tiempo, y desde sus ruinas físicas y emocionales ser más bien un cine desencantado, despojado y errabundo. 

André (André Gatti), tras un rompimiento amoroso, llega a vivir a la derruida casa de su padre (Carlos Reichenbach) en Sao Paulo. Encuentra las películas en súper 8 que filmó su desaparecido hermano (Julio Martí) durante los años de la dictadura militar, arregla un viejo proyector y, mediante la frágil permanencia del artefacto cinematográfico, suscita un reencuentro con la memoria de ese hijo y hermano militante de quien nunca más se supo nada. Alternando esta mínima progresión dramática con una decena de películas caseras (las atribuidas al hermano) y otra micro historia más (un perrito, también desaparecido) la ópera prima de Warhmannn sostiene una postura formal que se refleja en la economía de recursos narrativos y estilísticos encontrando, justo en esa mesura, valiosas ideas y soluciones.

Los espacios son presentados con muy poca variedad en las angulaciones elegidas para cada lugar (máximo 2 con variaciones en el tamaño del plano) recurriendo a una frontalidad primitiva, en donde las paredes, como telón de fondo, son desprovistas de la profundidad y las diagonales que aportarían un dinamismo visual al que Avanti Popolo renuncia en aras de encuadres de imperturbable horizontalidad.

La banda sonora, igualmente sobria, no echa mano de un sólo efecto o de una sola nota musical no diegética, sin por ello quedar relegada a un plano de acompañante pasivo de la imagen. Por el contrario, el sonido integra a la geografía los espacios en off (como aquella ventana rota en casa del padre que con trabajos se puede abrir o cerrar); otras veces los personajes entran a escena primero mediante su presencia sonora para unos segundos después tener una presencia visual. Incluso tenemos un personaje que existe solamente mediante su dimensión sonora: un locutor de radio  (interpretado por Warhmann mismo) experto en folclor revolucionario quien presentará una variedad de canciones libertarias al principio y al final del filme.

Son también recurrentes las situaciones en donde los personajes simplemente están ahí sin hacer avanzar una hipotética trama. Esperando. Dejando al tiempo transcurrir. Ya sea mientras suena una música rockera que inunda el espacio del viejo, o mientras se rebobina algún rollo de súper 8 en el antiguo proyector que, por desgastado, tarda más que de costumbre. Pero lejos de ser una ocurrencia, este ritmo resulta cabalmente congruente con una película crepuscular sobre la memoria y las huellas que el tiempo va dejando en los seres. De esta forma, cada segundo vale y se hace sentir.

Estas limitaciones estilísticas, estos votos (más de pobreza que de castidad) son cuestionados al interior mismo de la película. Pues André encuentra en el técnico que arregla el proyector familiar (Marcos Bertoni), a un cineasta marginal que realiza películas militantes a partir de prohibiciones que lo alejan del cine comercial; sólo permitiéndose montar pietaje encontrado y doblar el audio para articular un discurso revolucionario y satírico, siendo el único integrante del movimiento Dogma 2002 que propicia cuestionamientos del tipo ¿Un cine revolucionario puede surgir a partir de dogmas y prohibiciones? ¿La conciencia social tiene cabida en la subjetividad individualista de un cinema solitario exhibido a un reducidísimo público? ¿Puede existir un cine al margen de la industria, siendo el cine un artefacto tecnológico e hijo indiscutible de la industrialización? 

No falto de humor, Wharmann, es el primer analista de su filme. Hace de Avanti Popolo una película autorreflexiva que entiende al cine no sólo como un medio artístico sino también como un documento histórico capaz de desempolvar nuestro pasado.

El último rollo en súper 8 muestra una gran sala de cine abandonada y destruida. Los ideales y el cine agonizan, aunque se niegan a morir. Y pese a que el tiempo le pasa factura a todo y a todos, sobrevive la memoria. 

En un futuro, no tan distante, dominado por la digitalización seguirá habiendo quien haga, incluso, cine estenopeico. Almas solitarias cuyo corazón se niegue a sucumbir ante la inclemencia de la historia, así como ese locutor de radio rebelde,  se niega a sucumbir ante su acetato rayado e irreproductible, decidiendo cantar con su voz diletante y común ese último himno socialista.

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Fonte: Invisible Gazette

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