PICICA: "Maquiavelo y Spinoza ofrecen el motivo para una
reflexión sobre la democracia como extensión y desarrollo del derecho natural a
través de la creación de instituciones que satisfagan los devenires concretos
en los que se originan y efectúan las potencias de la multitud. Según Tatián,
esta reflexión cabe perfectamente a los dilemas actuales que afrontan los
diferentes gobiernos llamados “progresistas” de la región sudamericana. Es
decir que debemos colocarnos en el espacio común que se fue abriendo entre
nosotros gracias a la impugnación del neoliberalismo por parte de los
movimientos sociales primero y luego de los gobiernos referidos. Es en el corazón
de este proceso que Tatián plantea, oportuna, una discusión sobre la
militancia. No sobre la militancia en abstracto, que bien pudiera incluir a las
militancias reactivas, sino que apunta a aquellas militancias concretas que “sostienen”
estos procesos, o bien que desean “desviarlos”/”profundizarlos”.
Y bien ¿qué nos dice Spinoza, Diego mediante, a quienes
podemos aceptar las coordenadas histórico-espaciales que se nos plantean? En
primer lugar, que las políticas de emancipación (el salvajismo de las potencias
colectivas, que parten siempre de un suelo indeterminado) no deben confundirse
con posiciones de tipo “anárquicas”. Al contrario, debemos asumir con realismo
el nivel institucional y estatal dentro del proceso democrático en curso. Para
Diego, incluso, el Estado actúa entre nosotros como un contrapoder. En segundo
lugar, subraya que ya no se trata -como en la secuencia revolucionaria del
siglo XX- de fundar un “hombre nuevo” como
el que proponía el Che Guevara -a quien Diego cita como a alguien que colocaba
la acción revolucionaria en una dialéctica entre el “espíritu” y la “muerte”-
sino de trazar un vínculo de amistad con nosotros mismos y con los otros, tal y
como realmente somos. En efecto, la filosofía del conatus en Spinoza se propone
como una política abiertamente no sacrificial. Además, Spinoza ha permanecido
fiel a la premisa extra-moral de Maquiavelo según la cual no cabe considerar
las cosas desde el punto de vista de su deber ser, sino a partir de lo que
realmente son. Se trata de liberar al cuerpo humano de todo modelo moralista."
Spinoza y la militancia
por
Diego Sztulwark
La filosofía de Spinoza es por derecho propio y hace un
buen rato parte esencial de la cultura, o quizás de la contra cultura de
nuestro occidente. La afirmación según la cual el Dios-Naturaleza es infinito,
ha vuelto imposible todo cierre de la experiencia humana sobre un punto que
haga Uno. He aquí, en este verdadero estallido de toda representación coherente
y definitiva de un universo organizado de acuerdo a principios morales o
teológicos, la fuente del escándalo: durante el siglo XVII y posiblemente también
durante el XXI. Desde entonces, toda representación de la Unidad del mundo se ha
vuelto imposible o bien sospechosa. Sin una totalización definitiva, el peso de
lo que existe se traslada a los modos finitos, a los seres vivos, a las
criaturas reales, a nosotros mismos. A este campo de fenómenos, a esta premisa
teórico-práctica la denomina Diego Tatián “materialismo estricto”, o “filosofía
terrena” por oposición a todo idealismo celestial, muy particularmente a aquel
que niega relevancia a la dimensión política de la multitud en la constitución
de la aventura humana.
El taller spinozista es laico, anti jerárquico y
democrático. Su estrategia ontológica es, como se sabe, inseparable de una
ética de la liberación cuya fuerza y vitalidad arraigan en una doble indicación
según la cual no hay filosofía práctica sino en la inmanencia de las
situaciones concretas; y al mismo tiempo nuestras acciones y pensamientos se
comprenden y experimentan según el hilo rojo del aumento de nuestra potencia,
en contra de los poderes que precisan, para existir, organizar la tristeza y la
impotencia. Diego Tatián se ha convertido hace tiempo en uno de los maestros
del spinozismo, ha contribuido a la difusión y renovación del spinozismo en
lengua castellana y se ha vuelto una referencia ineludible para evaluar las
articulaciones posibles entre los debates eruditos y la productividad de las
lecturas que hacemos muchos de Spinoza a la hora de elaborar y asumir
posiciones prácticas, en nuestra coyuntura histórica.
En sobre
Spinoza, filosofía terrena, el
libro de Diego que hoy presentamos y comentamos en la Feria del libro, se
nos ofrece un montaje de textos de diferente procedencia e interés: si leemos
el texto de atrás para adelante veremos desplegarse una serie de prólogos que
presentan el lugar de Spinoza en la obra de diferentes autores (Chaui, Diderot,
Balibar, etc). En la parte central nos encontramos con la reedición –algo
modificada- de un viejo trabajo de Tatián: “Spinoza y el amor del mundo”
(publicado por ediciones Altamira en el 2004, cuando el país era otro). Pero la
verdadera novedad aparece hacia el final (es decir, en el principio), con la
exposición de una serie de cuestiones de inmediato interés político: los
títulos –claves- son: “La cuestión democrática”, “La izquierda
maquiaveliana” y “Realismo y don del militante”. Todos ellos refieren –de un
modo asombrosamente directo- a las posiciones del autor respecto de la
coyuntura actual.
¿Qué se afirma allí? Resumo rápido, asumiendo los
riesgos del caso. La tesis central sigue siendo la misma de sus primeros
trabajos: la conveniencia de una dialéctica entre el carácter “salvaje” de las
potencias y la “cautela” de la estrategia. Sólo que ahora Diego resulta más
explícito respecto de la política. Las potencias salvajes se traducen en el
esfuerzo de la composición democrática, y la prudencia se articula en el tema
del realismo. Es sobre este asunto maquiaveliano de la articulación entre
democracia y realismo en una república libre que el intelectual y el político
“spinozista” asume su labor emancipatoria a propósito del drama y del conflicto
que caracterizan la materialidad de la historia.
Maquiavelo y Spinoza ofrecen el motivo para una
reflexión sobre la democracia como extensión y desarrollo del derecho natural a
través de la creación de instituciones que satisfagan los devenires concretos
en los que se originan y efectúan las potencias de la multitud. Según Tatián,
esta reflexión cabe perfectamente a los dilemas actuales que afrontan los
diferentes gobiernos llamados “progresistas” de la región sudamericana. Es
decir que debemos colocarnos en el espacio común que se fue abriendo entre
nosotros gracias a la impugnación del neoliberalismo por parte de los
movimientos sociales primero y luego de los gobiernos referidos. Es en el corazón
de este proceso que Tatián plantea, oportuna, una discusión sobre la
militancia. No sobre la militancia en abstracto, que bien pudiera incluir a las
militancias reactivas, sino que apunta a aquellas militancias concretas que “sostienen”
estos procesos, o bien que desean “desviarlos”/”profundizarlos”.
Y bien ¿qué nos dice Spinoza, Diego mediante, a quienes
podemos aceptar las coordenadas histórico-espaciales que se nos plantean? En
primer lugar, que las políticas de emancipación (el salvajismo de las potencias
colectivas, que parten siempre de un suelo indeterminado) no deben confundirse
con posiciones de tipo “anárquicas”. Al contrario, debemos asumir con realismo
el nivel institucional y estatal dentro del proceso democrático en curso. Para
Diego, incluso, el Estado actúa entre nosotros como un contrapoder. En segundo
lugar, subraya que ya no se trata -como en la secuencia revolucionaria del
siglo XX- de fundar un “hombre nuevo” como
el que proponía el Che Guevara -a quien Diego cita como a alguien que colocaba
la acción revolucionaria en una dialéctica entre el “espíritu” y la “muerte”-
sino de trazar un vínculo de amistad con nosotros mismos y con los otros, tal y
como realmente somos. En efecto, la filosofía del conatus en Spinoza se propone
como una política abiertamente no sacrificial. Además, Spinoza ha permanecido
fiel a la premisa extra-moral de Maquiavelo según la cual no cabe considerar
las cosas desde el punto de vista de su deber ser, sino a partir de lo que
realmente son. Se trata de liberar al cuerpo humano de todo modelo moralista.
Y bien, justamente porque admiramos estas referencias de
Spinoza, quedamos algo perplejos ante la resolución del tema de la prudencia en
una perspectiva a la que de momento no encuentro modo mejor de llamar que
“gobernista”, que organiza sus preocupaciones jerarquizando la cuestión de la
estabilidad política del estado, contra los poderes “destituyentes”. Dos
párrafos del autor resultan particularmente provocadores al respecto: en el primero
de ellos se dice que “una perspectiva tributaria de la tradición maquiaveliana
asumirá la imposibilidad de llevar adelante un proceso político orientado a
producir igualdades, reparaciones e inclusiones sin contar con aparatos,
punteros, dinero, alianzas no deseadas, negociaciones con frecuencia oscuras y
demás”. En el segundo se sostiene lo siguiente: “El más radical pensamiento
político del siglo XVII (la de Spinoza) no surge por una inspiración teórica
sino por una motivación práctica: defender un gobierno de las embestidas
ortodoxas y monárquicas –que acabarían finalmente con él en 1872, dos años
después de la publicación del TTP /Tratado Teológico Político” (Agreguemos en
favor de la perspectiva de Diego que el fin trágico de los hermanos De Witt debió,
justamente a un “linchamiento”).
En resumen: el Spinoza que nos
presenta Tatián viene a consagrar un cambio de vocabulario, de problemática y
de tareas: la vieja agenda revolucionaria se ve sustituida por lo que el
recientemente fallecido Ernesto Laclau llamaba con su habitual precisión una
“democracia-radical”; la preocupación de las militancias debe colocarse en el
nuevo contexto en torno a una nueva sensibilidad por la “fragilidad” del
estado.
Bien, no resulta para nada simple
desarrollar una discusión sobre estos puntos en tan pocas páginas. En todo caso
cabría preguntar: ¿cómo evitar que la filosofía más radical del siglo XVII
resulte completamente aplanada en una retórica de legitimación de un Estado que
no ha sido transformado radicalmente; de un gobierno que ha tenido aciertos, es
innegable, pero también omisiones; que ha implementado políticas públicas que
tenemos que defender y profundizar, pero que al mismo tiempo ha continuado en
aéreas sensibles con un inquietante statu
quo?
Tal vez la solución sea no sólo aceptar sino además
radicalizar la discusión que nos plantea Diego apropiándonos a fondo de este
realismo materialista, despojando la crítica de su límite moralista. Lo que es
lo mismo que decir que nos debemos un balance concreto sobre los procesos de
creación de elementos institucionales populares, incluidas las dificultades
para profundizar en ciertos avances. Muy particularmente, precisamos afrontar
los rasgos oscuros de un nuevo conflicto social y territorial que amenaza con
cerrar no solo con los aspectos positivos del ciclo político abierto en el
2003, sino también con la fuerza democrática que durante el 2001 desplegó las
armas de un poder destituyente contra la legitimidad de las políticas
neoliberales (y dejo acá el asunto de la regresión en el tiempo para no seguir
retrocediendo, porque no me parece prudente ahora apuntar a las amenazas de
futuros retrocesos que podrían incluir incluso a la legislación promulgada a
partir del año 1983).
A la tarea de defender lo conquistado le antepondría, de
modo urgente, un estilo más abierto y desenfadado de
problematización. Para ello puede resultar de utilidad rastrear dos
estilos de problematización militantes y spinozistas. Al primero lo encuentro
en un texto escrito el 31 de diciembre de 1979, es decir, sobre el filo que
cerraba la década del setenta. León Rozitchner escribía entonces, desde su
exilio de Caracas, lo siguiente: “Su filosofía (la de Spinoza) está detrás de
cada uno de nosotros, y nos invita a convertirnos en el lugar donde se elabora,
como experiencia de vida, lo que la mera reflexión solo enuncia como saber, y
enfrentar entonces el riesgo de un nuevo e ignorado poder. Por eso nos advierte
“nadie sabe lo que puede un cuerpo”. El saber se despliega sólo luego de
descubrir y ejercer ese poder. El poder colectivo se revela desde el propio
cuerpo individual amplificado cuando superamos la cerrazón sensible que el
terror nos impuso al separarnos de los demás”. En la lectura de León, el
conocimiento depende de la experiencia y de la conquista de potencia colectiva,
contra el terror de la dictadura y del capital. La coyuntura ha cambiado. Así
lo percibió el propio León cuando Néstor Kirchner descolgó el cuadro de Videla.
En aquella oportunidad reflexionó agudamente -y en la línea de problematización
que intento reseñar- que así como Kirchner denunció públicamente la complicidad
entre política y terror como fundamento de poder, creando condiciones para
nuevos protagonismos colectivos, del mismo modo se volvía imperioso que la
potencia de aquel gesto no se viera bloqueado, castrado, detenido. Al
contrario, sus efectos debían ser reactivados por otros tantos gestos capaces
prolongar su alcance hasta alterar esa materialidad histórica aun organizada
por el terror: la economía y la estructura de propiedad de la tierra.
El otro texto que recojo, siempre atento a un estilo más
problematizador para las militancias, concierne al modo en que leemos la
tradición revolucionaria latinoamericana de décadas anteriores, cuestión
insinuada por Tatián en su mención al Che. En un libro más o menos reciente,
“La gratuidad del riesgo”, Miguel Bensayag se ocupa de la figura de Guevara. El
texto resulta esclarecedor a la hora de distinguir las posiciones del Che al
interior de la coyuntura en la que le tocó actuar, al subrayar la praxis del
Che como afirmativa de una política de la “multiplicidad”, contra el
difundido mito del revolucionario sacrificial. Trazando la crítica al
voluntarismo en política, Benasayag escribe que “el Che defendía y desarrollaba
un análisis basado en la multiplicidad y la complejidad, y no en bloques
imaginarios a los cuales era necesario adherir”. La indispensable revisión del
modo mistificador con que parte de las militancias se vinculan con los años
setentas puede ser tomada muy en serio sin por ello abandonar lo que ellas
pusieron en juego en términos de potencias y de invención de modos de
existencia, y sin tener que negar lo que de ellas aun podemos aprender, al
punto de subsumir –por ejemplo- la idea de un “contra-poder” en el estado, como
sucede con las perspectivas “gobernistas” de la política con las que aquí
intento discutir. Y aun si asumiéramos que con relación al pasado de las luchas
revolucionarias se nos ha ido el bebe con el agua sucia –como dice la socióloga
Silvia Rivera-, todavía sería valioso conservar al menos algo de esa “agua
sucia”, ya que no sabe nunca que lo que puede surgir de la vida de esos
gérmenes.
En el fondo lo que aquí está en juego es la posibilidad
-o bien la renuncia- a valorar el momento democrático de la insurrección
popular, subordinándola a un juego de mediaciones en los que, según creo, se
pierde algo fundamental del valor de las tesis de Spinoza. Seguramente no se
trate de un anarquismo político; pero sí de uno ontológico, en el cual la
ausencia de estructuras “naturales” para de orden ofrece cada vez nuevas
posibilidades de problematización /experimentación: incluso en relación con el
mundo del derecho y las reglas. Pero no dominados por la obsesión de articular
el artificio capaz de soberanía sino –sobre todo- sino convocados por la
vocación de dotar a la reflexión sobre lo institucional de una capacidad mayor
de crítica de la economía política.
En su libro Diego cita uno de los textos de los que
disponemos en español para hacernos una imagen aproximada de un Spinoza
militante (muy diferente de la difundida postal de un Spinoza aislado y
melancólico). Me refiero a La
ilustración radical, de Jonathan Israel. Allí se retrata un Spinoza cuya
labor intelectual y práctica adquiere dimensiones europeas, enfrentando no solo
las posiciones de las santa alianza entre monarquías y teologías, sino también
las de una ilustración moderada que entra en transacción con los poderes de
época desmereciendo la urgencia y la importancia política de la crítica -precisamente-
radical. Las tesis de la ilustración radical –el partido de Spinoza- son
aquellas que Diego expone, con exquisita erudición, en sus libros. Y si
hemos aprendido de Spinoza la importancia filosófica y política de la crítica
de la teología como “modelo de toda critica”, y dado que toda crítica es
crítica de los poderes trascendentes de una cierta época, nos resulta natural
desembocar, de la mano de Spinoza, en la gran conexión Spinoza-Marx, en
la cual se realiza el pasaje de la crítica teológica a la crítica de la
economía política. Es este pasaje, en el que aun se debate la crítica
materialista, es el que nos inscribe en la tradición que estamos reseñando para
rescatar de ella una voluntad de problematización para las
militancias, tanto más urgente, si cabe, para la fase política que se
avecina.
Desde ya que no imagino ese tránsito sin los textos por
venir de Diego. Muchas gracias.
Fonte: Lobo suelto!
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