PICICA: "El
futbol, ese juego simple de reglas matemáticas y sentido común del
siglo anterior, que permitió conocer países olvidados y geopolíticas
excluidas de las Naciones Unidas, pero a la vez saber los humildes
orígenes de jugadores criados en barriadas populares que los empresarios
compraban para hacer dinero, ha muerto. Ese futbol dejó de existir,
para dar paso al juego complejo, de empresarios que se enriquecen y
pueblos enteros que viven la pasión o lo padecen. Hoy el futbol es una
mercancía, creada, calculada, una mezcla de capital trasnacional e
identidades colectivas que producen ganancias, es una vía del despojo
por otros medios.
Africanos,
europeos, asiáticos, australianos y latinos, igualados por un instante,
pintados o disfrazados no reparan en el color de la piel o el lenguaje.
Los une la pasión, los separa la bandera a la que siguen. En el estadio
ocurren cosas impensables en la política. Un país escondido en el
mapamundi como Ghana que hace sufrir a la invencible Alemania, que a la
vez tiene bajo control a Grecia entera hipotecada por el Bundesbank y
ahora es derrotada por Colombia. Costa Rica que saca del camino a
Italia, el mismo día que el papa Francisco de Argentina excomulga a la
mafia calabresa. España la mejor de Europa destronada por Chile al
tiempo que abdicaba el rey. La pequeña Uruguay antiimperialista
derrotando a la temible Inglaterra victoriosa en la guerra de las
Malvinas."
Pasión y negocios del futbol
Manuel Humberto Restrepo DomínguezCosta Rica Vs Inglaterra en el Mundial de Fútbol. Foto: Telesur |
La
indiferencia que era la gran pasión colectiva, ha sido desplazada por
la pasión misma como un sentimiento de entusiasmo profundo por lo que se
siente con toda intensidad. El llamado sujeto de mercado, se pone a
prueba para consumir, olvidar, soñar, entrar en éxtasis. Esa pasión la
produce el futbol que según los indicadores del raiting la vive
hoy en todos los espacios cotidianos uno de cada cuatro humanos del
planeta. No hay tiempo para largas conversaciones, complejos discursos,
argumentos extensos, tampoco para el aburrimiento o la soledad, la
pasión es el tiempo mismo, la emoción plena del presente inmediato.
El
futbol, ese juego simple de reglas matemáticas y sentido común del
siglo anterior, que permitió conocer países olvidados y geopolíticas
excluidas de las Naciones Unidas, pero a la vez saber los humildes
orígenes de jugadores criados en barriadas populares que los empresarios
compraban para hacer dinero, ha muerto. Ese futbol dejó de existir,
para dar paso al juego complejo, de empresarios que se enriquecen y
pueblos enteros que viven la pasión o lo padecen. Hoy el futbol es una
mercancía, creada, calculada, una mezcla de capital trasnacional e
identidades colectivas que producen ganancias, es una vía del despojo
por otros medios.
Africanos,
europeos, asiáticos, australianos y latinos, igualados por un instante,
pintados o disfrazados no reparan en el color de la piel o el lenguaje.
Los une la pasión, los separa la bandera a la que siguen. En el estadio
ocurren cosas impensables en la política. Un país escondido en el
mapamundi como Ghana que hace sufrir a la invencible Alemania, que a la
vez tiene bajo control a Grecia entera hipotecada por el Bundesbank y
ahora es derrotada por Colombia. Costa Rica que saca del camino a
Italia, el mismo día que el papa Francisco de Argentina excomulga a la
mafia calabresa. España la mejor de Europa destronada por Chile al
tiempo que abdicaba el rey. La pequeña Uruguay antiimperialista
derrotando a la temible Inglaterra victoriosa en la guerra de las
Malvinas.
Los
estadios y las pantallas son por estos días un Vaticano, una Meca, un
Wall Street, en síntesis un centro de pasiones y negocios donde se
combinan jugadas que alegran a unos y enriquecen a otros. Los estadios
son en sí mismos una bienal de arquitectura, escenarios imponentes, con
alta tecnología, vigilados y controlados, a los que asisten entre 50 o
70 mil personas pagando cientos de dólares por una entrada. Son zonas de
distensión real y simbólica del poder en la que gracias a la masa sin
forma se puede -como solo puede ocurrir allí- expresar afectos y
entusiasmo por Irán o Argelia, sin el temor a ser asesinados por drones o
espías americanos. Los estadios adelantan tiempos, el de Manaos –Arena
Amazonia- es el primero construido en mitad de la selva más espesa y
rica del mundo, apetecida por financistas y mafiosos y por ambos a la
vez. El futbol los traerá de vuelta a implantar bases y trasladar la
muerte del desierto al verde amazónico, traen futbol después guerra.
Afuera
de los estadios la política suma inconformidades con oportunismos. Las
calles de Brasil muestran lecturas de la realidad: La del Partido de los
Trabajadores que llegó al poder con Lula y tiene al país como sexta
potencia económica del mundo y cuya presidenta podrá ser reelegida en
octubre; la socialdemocracia que quiere el poder y aúpa un no al mundial
acusando cuantiosas inversiones que alientan movilizaciones con
disturbios; los socialistas que apoyaron al PT que buscan ser gobierno
pero no quieren disturbios, su consigna es si al mundial pero no a la
FIFA. El gobierno del PT afirma que invirtió en educación 236 veces más
que en estadios y que esperan recibir ingresos por 8 veces más de lo
invertido. La mercancía futbol la vende la FIFA convertida en un
poderoso para-estado privado que cogobierna al mundo. Coca cola,
McDonald y otras trasnacionales a su alcance, controlan el mercado
informal que por necesidad habían creado los necesitados y que ellas
consideraban despreciable y perseguían. En todo caso nada de este debate
y enfrentamiento detiene la pasión ni el consumo.
Por
fuera de Brasil, en miles de ciudades del mundo el futbol llena plazas,
como lo hace el Papa cada domingo para anunciar milagros y beatos. La
pasión del futbol también saca milagros de los pies de los jugadores,
gente que dice alentarse, amores que se sellan o se rompen, soldados que
desertan de sus filas, enfermos que caminan, maldiciones que se van.
Las pantallas públicas complacen a funcionarios de jornada continua,
taxistas, vendedores informales, profesionales, desempleados,
universitarios, colegiales, turistas, vagabundos y transeúntes de todas
las nacionalidades. Por suerte o desgracia la mejor manera de pasar la
vida para cientos de millones es dejarse llevar por la multitud alegre y
ruidosa que grita, que delira. La pasión se preparó, se adecuaron
lugares, bares, tiendas, calles, plazas, salas. Se acomodaron horarios,
vestuarios, comidas. La pantalla traslada modos de vida, costumbres y
necesidades de una clase social a otra al ritmo de una globalización que
se muestra natural, seductora. Todo lo imaginable ocurre gracias a un
juego de pelota que mueve pasiones para acumular millones.
Como
en un mercado de bienes los jugadores tienen precios que suben y bajan
en un parpadeo, en una patada. Messi llegó costando 137 millones de
euros, Cristiano Ronaldo 105 y Neymar 87. En una hora ganan lo que
cuesta un plan de sanidad para millones de enfermos o miles de becas
para estudiantes universitarios. Los resultados hablan por países y
geopolíticas, llevan supersticiones, producen afectos y rabias. Los
racistas sufren los triunfos africanos, los homofóbicos los besos y
cariños entre jugadores, los dueños sudan e infartan su jugador falla y
la bolsa se deprime, los gobernantes preparan alocuciones, los generales
revisan estrategias para eliminar a sus contrarios en cambio de
vencerlos. La pasión por el futbol mercancía exalta un patriotismo que
se traduce en ganancias para los financistas. Los pobres del mundo se
divierten, festejan y al ritmo de solidaridades y pasión aceleran la
fluidez del mercado en todos sus flancos aunque haya que vender un poco
de sangre, un riñón o alquilar su cuarto para comprar un televisor. En
Colombia para las mayorías la pasión es euforia, color, banderas,
cantos, abrazos y gritos incontenibles. Otros pocos siguen la estética
mafiosa y camorrera de la patria dividida por el régimen del odio,
celebran con estridencia, a balazos y actuaciones de venganza e
irrespeto contra el otro sea hincha o adversario, si el equipo gana
celebran inclusive hasta matar o morir, si pierde también. Comentaristas
irresponsables exaltan a esta especie vengativa con: somos verracos,
únicos, invencibles, matadores, machos, los que no se humillan ni
perdonan, los asesinos del balón… Viene ahora la pasión por la paz, la
que no es mercancía ni negocio, trae con pueblo pero no trae milagros,
odios, ni comentaristas.
http://www.alainet.org/active/74844
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Fuente: America Latina em movimiento
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