janeiro 02, 2011

"Del nuevo ateísmo a un nuevo humanismo", por Anahí Seri

PICICA: "El ateísmo no es un fenómeno nuevo. No es aventurado afirmar que el ateísmo existe desde que existen los dioses, pues la razón es tan propia del ser humano como la sinrazón. En India, ya había escuelas filosóficas ateas en la época de los Vedas, hace tres mil años. En la Grecia antigua, numerosos filósofos negaban la existencia de los dioses. (...) De hecho, ha habido muchos célebres judíos ateos, y la gama abarca desde quienes, como Karl Marx, atacaron explícitamente la religión, hasta los “ateos light” como Einstein o Woody Allen. En el siglo XVII, Spinoza fue excomulgado por sus ideas ateas, pero en general, para los judíos no ha sido nunca demasiado peligroso poner en duda la existencia de dios. No así para los musulmanes: en aplicación del Corán, la apostasía se castiga con la muerte." PICICA también es sabiduría y humor.
callac | 20 de setembro de 2009 | pessoa gosta, 25 pessoas não gostam
Finalmente, os ateus tem as mesmas provas que os crentes para contestar a existência de deus.
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Del nuevo ateísmo a un nuevo humanismo



Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del ateísmo. Los descreídos hacen campaña en las vallas publicitarias de las carreteras estadounidenses, e incluso en España se han visto autobuses municipales con el anuncio “Probablemente Dios no existe”. Un respetado científico británico llega al extremo de exigir que se lleve a Benedicto XVI a los tribunales por encubrir a pederastas.

El ateísmo no es un fenómeno nuevo. No es aventurado afirmar que el ateísmo existe desde que existen los dioses, pues la razón es tan propia del ser humano como la sinrazón. En India, ya había escuelas filosóficas ateas en la época de los Vedas, hace tres mil años. En la Grecia antigua, numerosos filósofos negaban la existencia de los dioses. Si bien hubo alguno que, como Sócrates, sufrió el exilio o fue incluso condenado a la pena de muerte por razones ligadas a su rechazo de las divinidades del Olimpo, el ateísmo en aquella época poco tenía que ver con lo que llegaría a representar siglos después en la Europa cristiana. Al fin y al cabo, los griegos eran gente culta para quienes las aventuras de Zeus, Apolo y el resto de la cuadrilla no eran más que mitos y leyendas. Tampoco los romanos se tomaban muy en serio su panteón. Por otra parte, en Egipto ya había surgido, en el siglo XIV antes de Cristo, bajo el reinado de Akenatón, una religión monoteísta que, en opinión de muchos, está en el origen de las religiones abrahámicas. En estas tradiciones, Dios va asociado a una vivencia emocional muy diferente de la del mundo grecorromano, y el ateísmo puede representar una auténtica afrenta para el cristiano o musulmán devoto.

Curiosamente, no ocurre igual dentro del judaísmo. Dado que en el judaísmo lo estrictamente religioso se fusiona con lo étnico y lo cultural, no es contradictorio hablar de judíos ateos. De hecho, ha habido muchos célebres judíos ateos, y la gama abarca desde quienes, como Karl Marx, atacaron explícitamente la religión, hasta los “ateos light” como Einstein o Woody Allen. En el siglo XVII, Spinoza fue excomulgado por sus ideas ateas, pero en general, para los judíos no ha sido nunca demasiado peligroso poner en duda la existencia de dios. No así para los musulmanes: en aplicación del Corán, la apostasía se castiga con la muerte. Y sin embargo, entre los siglos IX y XIII, la cultura islámica dio lugar a un número considerable de filósofos racionalistas que rechazaban de pleno las enseñanzas religiosas musulmanas. Fue la época del “esplendor del ateísmo islámico” i. Destaca la figura de Abu Bakr Al-Razi, quien atacó con vehemencia el Corán, y creía en la capacidad innata de los humanos para distinguir entre el bien y el mal, sin necesidad de ser guiados por un profeta. Fue una época en la que el mundo musulmán, entonces tolerante y pluralista, vivió grandes avances en matemáticas, ciencia y medicina, mientras Europa se hundía en las tinieblas. Y esta oscuridad engulló también a los países islámicos, donde a día de hoy se perpetúan normas medievales. En Pakistán, la blasfemia está tipificada como un delito que se castiga con la pena de muerte.

Pero se atisban cambios. En un mundo interconectado digitalmente, los musulmanes de todos los países tienen acceso a más información, y los que se apartan del Corán se ven más arropados. Incluso en Indonesia, un país donde la creencia en una divinidad (sin especificar) está recogida en la constitución, ha surgido una asociación de ateos: Indonesian Atheists ii. Los musulmanes que han apostasiado pueden expresarlo con más libertad en Occidente: existen diversas asociaciones de ex musulmanes, por ejemplo, en Alemania, el Zentralrat der ExMuslime iii (Consejo central de ex musulmanes). Un iraní nacionalizado canadiense, cuyo seudónimo es Ali Sina, es el creador del excelente sitio web faithfreedom.org, mediante el cual, desde hace doce años, desafiando las amenazas que pesan sobre él, brinda apoyo a ex musulmanes y demás personas críticas con el Islam. La web, citada por Richard Dawkins en su libro “El espejismo de Dios”, está entre las 25.000 que registran mayor tráfico. A pesar de ello, como afirma Alom Shaha, periodista británico de origen bangladeshí, en un artículo publicado en The Guardian iv, muchas personas negras y asiáticas se sienten excluidas de la comunidad atea.

Es patente: los ateos más célebres de la actualidad son WASP: hombres blancos, anglosajones y protestantes. Del selecto grupo de “nuevos ateos” (término acuñado por la revista Wired) forman parte el filósofo Daniel Dennett, de 68 años, quien en 2006 tuvo que someterse a una difícil operación de corazón en la que peligró su vida, y por quien rezaron amigos y parientes, lo cual le llevó a bromear “¿también sacrificasteis una cabra?”; el escritor Christopher Hitchens, de 61 años, aquejado de una metástasis de cáncer de esófago que alguno de sus críticos ha querido relacionar con su falta de fe, pero que el autor ha dejado claro que no va alterar su descreimiento ni aún en el lecho de muerte; Richard Dawkins, biólogo y divulgador científico, que a sus 69 años aún goza de buena salud; y por último Sam Harris, filósofo doctorado en neurociencias, nacido en 1967. Fue él, el más joven del grupo, quien en el año 2004 publicó “El fin de la fe” y e inició con esa obra una avalancha de libros sobre ateísmo que se convirtieron en grandes éxitos de ventas.

No es habitual que las obras de pensamiento se sitúen entre los “best seller”; el éxito de estos libros se explica en parte por la actitud combativa de sus autores, la cual, por otra parte, les ha granjeado no pocas críticas de sus detractores. A Dawkins, por ejemplo, se le tacha de vociferante y fundamentalista.

Un aspecto en el que los nuevos ateos se distancian de otros intelectuales ateos contemporáneos es que se niegan a pasar por alto los conflictos entre la fe y la razón. Stephen J. Gould hablaba de “magisterios no solapados”, dando a entender que no hay conflicto entre la religión y la ciencia, pues se refieren a cosas distintas; existen, por así decirlo, en universos (filosóficos) diferentes. Pues no, de eso nada, dicen los nuevos ateos. Dawkins plantea que la existencia de una divinidad es una hipótesis factual, una conjetura acerca de hechos, que se puede poner a prueba con los instrumentos de la ciencia. Y al hacerlo, concluimos que esa existencia es muy muy improbable. La ciencia no puede demostrar la inexistencia de dios (ni de ningún otro ente), pero éste resulta tan inverosímil que, a efectos prácticos, se descarta esa posibilidad.

Pero los nuevos ateos van más allá: la fe no sólo carece de toda base racional, sino que es nociva. La religión envenena todo, afirma Hitchens. Desde luego que tampoco esta postura es nueva; ya en el siglo XVIII, el Barón de Holbach razonaba que la religión da lugar a perversiones morales, y los autores que nos ocupan están en esa misma línea. La terminología ha cambiado; ahora se habla de la fe como un virus, o un “meme” (por analogía con el gen). A la hora de ilustrar con ejemplos esta tesis, disponemos ahora de más material que hace tres o cuatros siglos. De hecho, fue el 11S el acontecimiento que incitó a Sam Harris a escribir “El fin de la fe”.

Se han vendido muchos libros sobre ateísmo. Pero ser ateo no es una profesión a tiempo completo. Ni siquiera Richard Dawkins, quien se llevaría la medalla de oro si existiera un premio mundial de ateísmo, pretende abandonar su larga carrera como biólogo y divulgador científico para limitarse a añadir aún más páginas al extenso corpus de obras sobre el absurdo de la religión. Él apunta más alto. La fundación que lleva su nombra se marca, en su declaración de objetivos, la misión de apoyar la educación científica, el pensamiento crítico y una comprensión del mundo natural basado en evidencias, para así llegar a superar el fundamentalismo religioso, la superstición, la intolerancia y el sufrimiento humano. Sam Harris tiene su propia fundación, Project Reason (Proyecto Razón), a su vez dedicada a difundir el conocimiento científico y los valores laicos. Imagino que ambos preferirían que la historia los recordara, no como eminentes ateos del siglo XXI, sino como científicos y pensadores capaces de reinventar la Ilustración, convencidos de que la razón humana puede combatir la ignorancia y construir un mundo mejor. Los nuevos ateos, bien mirado, se limitan a decir lo que ya mantenían los filósofos humanistas hace tres siglos: que la sociedad humana debe construirse sobre la razón, sin recurrir a supersticiones ni a seres superiores (de existencia improbable, en opinión de los humanistas ateos). Y hay que seguir diciéndolo, pues muchos de los avances científicos y sociales que se han producido desde entonces, susceptibles de mejorarles la vida a millones de personas, siguen topando con el veto de unos gurús que han conseguido adoctrinar a buena parte de la humanidad. Los nuevos ateos perseveran en una tarea que ningún filósofo, hasta ahora, ha logrado concluir de modo satisfactorio: liberar la moral de las garras de la religión y asentarla sobre una base racional. El nuevo libro de Sam Harris, The Moral Landscape (El paisaje moral), recientemente publicado, se propone justamente eso: demostrar que la ciencia puede dar respuesta a las preguntas morales.

Los pensadores e investigadores que reflexionan actualmente sobre cuestiones de ética siguen, obviamente, en la línea de los racionalistas clásicos. Pero pueden, o deben, adoptar una perspectiva algo diferente de la que se adoptaba antes de 1859, el año en que Darwin publicó “El origen de las especies”, obra revolucionaria donde las haya. Si asumimos que el hombre es un animal, es lógico que busquemos los orígenes de la moral en los demás animales, y de hecho los planteamientos evolutivos han hecho mella en muchos filósofos y antropólogos. Hay numerosos estudios sobre el comportamiento altruista en animales no humanos, comportamiento que se puede relacionar con las reglas morales. El célebre primatólogo Frans de Waal, que estudia desde hace años la conducta de nuestros parientes más cercanos, está convencido de haber hallado en ellos el germen del sentimiento moral propio del homo sapiens. Después de Darwin, el humanismo no sólo nos desliga de Dios, sino que nos ata a la naturaleza. El nuevo humanismo trascenderá lo humano.

NOTAS



2. http://indonesianatheists.wordpress.com/
3. http://www.ex-muslime.de/

4. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=117064

5. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=48080&titular=combatir-la-fe-salvar-la-humanidad-
  Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


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Fuente: Rebelión

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