dezembro 23, 2012

"La banalidad del sufrimiento", por Francisco Traves Torras

PICICA: "Al volver la vista atrás suceden cosas muy interesantes: por ejemplo, en  mi infancia a los hospitales solo iban los pobres, los tuberculosos y las madres solteras pero ahora los hospitales se han convertido en una especie de catedrales donde todos pasamos buena parte de nuestra vida, estar enfermo es ya normal y es por eso que todos pasamos más tiempo en los hospitales que en cualquier otra institución del Estado, contando bibliotecas o templos, ir a hacerse un análisis, una radiografia, un TAC o recibir quimioterapia por un cáncer, mirarse la vista o acudir a una visita  de un especialista ha pasado a formar parte de nuestro ritual de vida. El Hospital es el templo de nuestro tiempo y todos los rituales de paso se ofician alli, desde el nacimiento hasta nuestra muerte."

La banalidad del sufrimiento



Cuando yo era joven y estudiaba para psiquiatra trabajé en uno de aquellos horrorosos antros llamados manicomios y que recibian el “cariñoso” nombre kraepeliniano por parte de vecinos, trabajadores del lugar y población en general de pabellón de dementes. Alli se daban cita personajes de lo más diverso que tenian algo en común: estaban todos mal de la cabeza con independencia del diagnóstico, pero entrar y salir de alli no era algo fácil o habitual, y ahora cuando vuelvo la vista atrás y comparo la frecuentación y el número total de ingresos que una unidad de hospitalización psiquiátrica sostiene en la actualidad y las urgencias que atendemos en un año no puedo menos que preguntarme qué ha sucedido para que una población relativamente pequeña haya aumentado su incidencia casi multiplicándose por cien en apenas 30 años.

Al volver la vista atrás suceden cosas muy interesantes: por ejemplo, en  mi infancia a los hospitales solo iban los pobres, los tuberculosos y las madres solteras pero ahora los hospitales se han convertido en una especie de catedrales donde todos pasamos buena parte de nuestra vida, estar enfermo es ya normal y es por eso que todos pasamos más tiempo en los hospitales que en cualquier otra institución del Estado, contando bibliotecas o templos, ir a hacerse un análisis, una radiografia, un TAC o recibir quimioterapia por un cáncer, mirarse la vista o acudir a una visita  de un especialista ha pasado a formar parte de nuestro ritual de vida. El Hospital es el templo de nuestro tiempo y todos los rituales de paso se ofician alli, desde el nacimiento hasta nuestra muerte.

El caso es que cuando pregunto qué es lo que ha podido suceder en el mundo para que una población relativamente pequeña -y me refiero ahora a la población psiquiátrica- se haya multiplicado de ese modo, los gestores de la cuestión suelen aducir ciertas variables, pongo por caso:
  • La población ha crecido.
  • Las drogas han envilecido las enfermedades mentales.
  • La gente presenta hoy más patologías psiquiátricas que antaño por aquello del progreso.
  • La laicización del mundo ha tenido costes del mismo modo que los cambios sociales. (Nótese la ambiguedad de esta variable).
  • El acceso a los servicios de salud se ha facilitado.
  • No es que haya más enfermedades mentales sino que las familias ya no sirven de soporte al malestar de sus miembros.
  • Ahora diagnosticamos mejor que antes y es por eso que detectamos casos con más facilidad. Y etc.
Ni que decir que todos estos criterios no pueden explicar -todos ellos juntos- el incremento de las enfermedades mentales asi como otros, la urbanicidad, la inmigración interior y exterior con la aculturación que conllevan y otros  similares que no llegan a convencerme para entender esa enorme multiplicación de casos psiquiátricos que soportamos hoy, cuando lo esperable de acuerdo con la sofisticación de los medios ambulatorios y los tratamientos precoces seria lo contrario.

¿Qué le ha sucedido al mundo, para que en apenas 30 años hayamos centuplicado la incidencia de enfermedades mentales?

Pues que tal y como dice el dicho popular “ni son todos los que están ni están todos los que son”, dicho de otra forma no es enfermedad mental todo lo que se encuentra diagnosticado de enfermedad mental y tambien es cierto lo contrario: existe un número indeterminado de población psiquiátrica sin diagnosticar, pero atendiendo a mi argumento lo que me propongo es averiguar qué ha sucedido para que existan casos de diagnosticos psiquiatricos en ausencia de enfermedad.¿Es esto realmente asi de crudo?.

Cuando yo era médico de cabecera o generalista apenas veía casos psiquiátricos, sin embargo hoy es la norma, se supone que el 20% de todas las consultas ambulatorias huelen a salud mental y hacia allí son dirigidas. La epidemia se ha consumado y yo lo que creo es que ha sido por razones bien distintas a lo que la mayor parte de la gente , incluyendo especialistas, creen.

Lo que yo creo es que en los ochenta comenzó en nuestro pais un proceso de diseminación de los malestares psíquicos, un proceso de banalización que ha tenido consecuencias epidemiológicas importantes en la situación actual. De repente la gente comprendió que deprimirse era una enfermedad, y que tenia prebendas, comprensión, asistencia y sobre todo una derivación, una externalización de la responsabilidad desde lo íntimo hacia lo publico. La gente comenzó a comprender que deprimirse era algo útil para lidiar con los problemas o adversidades de la cotidianeidad. La gente comprendió que deprimirse era una enfermedad lo que la liberaba de la responsabilidad de deprimirse.

Los casos de enfermedad mental y por tanto la sobrecarga de diagnósticos psiquiátricos procede de estas situaciones:

1.- La conceptualización de las enfermedades mentales. 

Es seguro que la conceptualización que hagamos sobre los malestares psíquicos tendrá alguna influencia en la presentación del sufrimiento mental. Lo que ha sucedido en los ultimos años (desde la emergencia de los manuales diagnósticos y estadisticos) es la desorbitada multiplicación de las entidades morbosas del eje 1 , es decir de los estados o procesos. Ahora existen cantidad de nichos nosográficos donde colocar el malestar y cada dia alguien inventa uno nuevo que aun no se encuentra en las clasificaciones, pase lo que le pase en la vida es seguro que usted o su psiquiatra podrán filiar su contrariedad y asimilarla a algún diagnóstico.


El problema que tiene esta estrategia de nombrar y psiquiatrizar los sufrimientos es que aliena a las personas que los sufren. Pues alienación -en este sentido- significa que hay algo que procede de algun extraño lugar que toma el mando de nuestra voluntad y nos obliga a enfermar, sean genes, serotoninas, compulsiones o traumas. No cabe ninguna duda de que atribuir nuestros malestares a estas misteriosas entidades nos permite salir indemnes de nuestra responsabilidad a cambio de cederle el mando de nuestra subjetividad a alguna extraña instancia.

Y es asi que cuando nos depriminos lo que buscamos es una solución rápida y eficaz y por eso recurrimos a los antidepresivos o a los tranquilizantes cuando estamos angustiados. Nos permiten no pensar, pero al mismo tiempo nos sustraen la posibilidad de aprender algo sobre nuestros miedos, nuestras culpas o nuestro deseo. Taponar con fármacos cualquier eventualidad nos impide aprender de la experiencia y lo que es peor: favorece la convicción de que estamos a merced de los imponderables aumentando nuestra dependencia de ellos.


La banalización del sufrimiento arranca de dos exilios: el de la melancolia y el de la histeria, Concretamente desde que estas entidades ya no se diagnostican han aumentado los desórdenes depresivos y los trastornos psicosomáticos asi como las enfermedades inexplicables médicamente. Es la venganza de las entidades amputadas por los consensos de la ciencia. La una (la histeria porque pone en cuarentena el saber médico organicista), la otra -la melancolia- porque nos recuerda nuestro origen culpable, dual y sometido a los vaivenes de las pérdidas, los duelos y las reparaciones.


2.- La intolerancia a las contrariedades de la vida.

No cabe ningun duda de que vivimos en una sociedad que ha renegado del dolor, del aburrimiento, de la nostalgia, de la incapacidad, de la pereza o de la incompetencia. El resultado de este blanqueamiento del mal (como decía Baudrillard) es un aumento de los malestares vinculados a aquellas emociones. Si existe un ideal de delgadez lo que es de esperar es que existan contraestrategias basadas en contravalores (obesidades mórbidas), si existe un ideal de capacidad y competencia lo que es de esperar es que existan muchos irresponsables o incapaces, si existe un ideal de no sufrir o no sentir dolor lo que es de esperar es que existan muchas depresiones y muchos dolores sin causa médica que los justifique.

El sufrimiento inherente a la vida se ha vuelto intolerable para nuestros conciudadanos opulentos inmunodeprimidos por una sociedad paternalista y asistencial, los que se echaron en manos de la ciencia para adorarla como un totem con la esperanza religiosa de que cuidaria de ellos son los más perjudicados. Esta expectativa de felicidad inocente e irresponsable ha ajustado cuentas con nuestra especie mutiplicando las entidades responsables de generar sufrimiento, dolor e incapacidad.
Pues el hombre tal y como sostuvo Cioran está hecho para no hacer nada.

3.- Las ventajas de portar un diagnóstico psiquiatrico.

No siempre ser portador de un diagnóstico psiquiátrico estigmatiza a sus “victimas” sino tan sólo en aquellos enfermos más graves (enfermos verdaderos) que presentan graves sintomas conductuales que pueden ser detectados por los sanos y dotados de cierta incomprensibilidad. La estigmatización no se hace sobre la base de la especialidad médica de que se trate sino de la comprensibilidad de la experiencia subjetiva. Es obvio que ser portador de anticuerpos del SIDA es más estigmatizante que tener una depresión.


Sobrellevar un diagnostico de depresión no es estigmatizante porque todo el mundo sabe o cree saber de que se trata: a raíz de algun problema quizá en el trabajo, familiar o vital las personas se vienen abajo y precisan de intervenciones médicas, los sintomas de la depresión por su vecindad con la experiencia normal de la tristeza son tan comunes y tan comprensibles que todo el mundo puede llegar a empatizar con el deprimido sea cual sea la situación que le llevó allí, lo mismo sucede con la ansiedad o con las manias obsesivas, con los trastornos psiquiátricos menores por asi decir. Una experiencia de comprensible continuidad con las adversidades de la vida.

Deprimirse en este contexto no sólo es algo bien visto por la sociedad en general y que no estigmatiza a los que aparecen como tales sino que muchas veces incluso estas personas pueden obtener apoyos para sus causas dependiendo de su habilidad para gestionar sus quejas. Se puede tener un enorme poder desde la minusvalia y desde la debilidad.

Es por eso que Hanna Arendt habló de la banalidad del sufrimiento , no porque el sufrimiento sea banal sino porque se han banalizado las circunstancias del sufrir y porque en definitiva ni es necesaria la patología para sufrir ni ser un malvado para ejercer el Mal.

De ahi su ligereza y la levedad de los sufrimientos del hombre actual, una operación de hiperrealidad, una simulación de los sufrimientos verdaderos que maximizan su ventaja: la de no saber.

Fuente: La nodriza de las hadas y el rey carmesí

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