PICICA: "¿Cómo puedo reapropiarme de mí vida? ¿Cómo
podemos hacerlo todos? ¿Cómo burlar la facilidad con la que el consentimiento o
el dejar-hacer nos convierten en agentes de su orden? ¿Cómo se levanta nada a
sus espaldas? Y es una gran paradoja porque sabemos que la subjetividad (la
subjetividad dominada, la que se articula como consentimiento) se construye
desde la eficacia combina- da de una red de prácticas y discursos que se
retroalimentan con la normalidad y que con ella se hacen cada vez más potentes;
porque sabemos que una subjetividad que crece en la confrontación y en el enfrentamiento,
que quiere cambiar el mundo, sólo puede surgir en (y de) un mundo en el que la
confrontación ya ha surgido, en (y de) la presencia real de un bloque de
enfrentamiento. La paradoja estriba aquí en que el espacio del conflicto parece
haber sido borrado, en que el espectáculo del capital parece haber integrado en
su dinámica todos los campos posibles de ruptura. ¿Cómo construir algo a sus
espaldas cuando todo lo puede integrar? Tal podría ser la formulación del
problema."
Construir lo común, construir comunismo. Juan Pedro García del Campo
CONSTRUIR COMUNISMO (PARA VIVIR)
Qué puedo hacer yo, es la cuestión que nos
paraliza.
¿Cómo puedo reapropiarme de mí vida? ¿Cómo
podemos hacerlo todos? ¿Cómo burlar la facilidad con la que el consentimiento o
el dejar-hacer nos convierten en agentes de su orden? ¿Cómo se levanta nada a
sus espaldas? Y es una gran paradoja porque sabemos que la subjetividad (la
subjetividad dominada, la que se articula como consentimiento) se construye
desde la eficacia combina- da de una red de prácticas y discursos que se
retroalimentan con la normalidad y que con ella se hacen cada vez más potentes;
porque sabemos que una subjetividad que crece en la confrontación y en el enfrentamiento,
que quiere cambiar el mundo, sólo puede surgir en (y de) un mundo en el que la
confrontación ya ha surgido, en (y de) la presencia real de un bloque de
enfrentamiento. La paradoja estriba aquí en que el espacio del conflicto parece
haber sido borrado, en que el espectáculo del capital parece haber integrado en
su dinámica todos los campos posibles de ruptura. ¿Cómo construir algo a sus
espaldas cuando todo lo puede integrar? Tal podría ser la formulación del
problema.
Sucede que plantear el problema así es darlo
ya por resuelto: sólo las revoluciones individuales y microfísicas serían
posibles, sólo las pequeñas —o grandes— desobediencias personales, los pequeños
—o grandes— sabotajes, tendrían alguna virtualidad desestabilizadora, sólo las
conspiraciones o las revueltas de papel. Sucede, también, que no es ésa la
forma en que hay que plantear- lo. Primero, porque las grietas existen;
segundo, porque no es cierto que el capital pueda integrarlo todo en su
funcionamiento, que todo para él sea inocuo; además, porque si el mando ha
articulado la sociedad para el dominio, lo ha hecho frente a los envites de un
nosotros que, aunque reducido al silencio, no ha dejado de reproducirse. Tú y
yo, nosotros, queremos cambiar el mundo. ¿Hacen falta más pruebas de nuestra
existencia? La cuestión sigue siendo, entonces, si queremos cambiarlo
realmente. La otra cuestión sigue siendo saber cómo podemos.
De esas dos, la primera es la cuestión más
importante. A la otra no se podría responder más que insistiendo en ésta. Si
queremos cambiar el mundo, tenemos que poder hacerlo o, al menos, desarrollar
una actividad que permita que otros lo hagan; si queremos cambiar el mundo,
tenemos que quererlo sin temor al fracaso y aunque no haya esperanza de éxito;
más aún, contra toda esperanza: porque ésa es nuestra apuesta vital contra el
dominio y la muerte.
La cuestión, decíamos, es que sí, que
queremos. La cuestión es, también, por eso mismo, que no estamos dispuestos a
aceptar que sólo quepan las revoluciones de papel. Decíamos que la presencia
del proletariado sociológico en todos los lugares de la articulación social hace
que la subversión pueda aparecer en cualquier punto; que las condiciones
técnicas de la producción hacen que, de hecho, esa nueva clase obrera gestione
todos los resortes de la articulación social con su trabajo sometido; que el
nuevo proletariado podría, más fácilmente que nunca, organizar el mundo de otro
modo, al margen del dominio; que la multitud de los explotados podría coordinar
la actividad para una cooperación liberadora que eliminase la posibilidad de la
apropiación. Nuestro problema consiste, decíamos, en que parece no querer
hacerlo. Nuestra principal actividad tiene que dirigirse a conseguir que
quiera, tiene que articularse como una apuesta política contra el
consentimiento.
Si es la «normalidad» de la relación
capitalista la que impide la transformación del mundo, es esa normalidad la que
es prioritario subvertir. Nuestra actividad tendrá que orientarse hacia el
vivir de otro modo; a generar y hacer crecer dinámicas y espacios donde la
disposición común y la común decisión sean posibles, y a desarrollar los
elementos teóricos y simbólicos que hagan visible su normalidad como dominio y
su bienestar como muerte, que se presenten como alternativa al consentimiento.
Nuestra vida misma, toda ella o lo que de
ella nos sea posible, tendrá que orientarse hacia ese otro modo de vida: no
vivir para el trabajo, no vivir para el consumo, no vivir para la
individualidad, no vivir para la distinción, no vivir para el tiempo muerto, no
entre- gar nada de nosotros para su beneficio. Vivir para gozar de su destrucción
y para la construcción de un espacio común de decisión, de actuación y vida. Si
queremos cambiar el mundo tenemos que ser capaces de construir relaciones
nuevas: en la cooperación, en la comunicación, en la actividad que se libera de
sus normas y de sus programaciones, aglutinando en la separación y el
enfrentamiento todas las voluntades de cambio.
Hacen falta militantes. ¿Dónde están los que
lloran? ¿Dónde los que se desesperan? ¿Dónde los teóricos? ¿Dónde los
intelectuales? ¿Dónde están los escritores? ¿Dónde están los artistas? ¿Se
perdieron acaso en un pliegue del espectáculo, en alguna cátedra olvida- da, en
un museo, en un fotograma? ¿Dónde están los jóvenes, los ecologistas, los
antinucleares, los antifascistas, los sindicalistas, los libertarios? ¿Dónde
están los comunistas? Hacen falta militantes.
El proceso podrá ser tan corto o tan largo
como la decisión que despleguemos, pero si coincidimos en el proyecto no nos
faltará ocupación. Es un proyecto en el que hay sitio para todos y en el que
son muchas las tareas: todas tan urgentes que no podrían establecerse más prioridades
que las que atañen a lo que no está hecho. En nuestro proyecto alternativo,
común y comunista, hay tarea para todos y caben distintos grados de compromiso.
Lo que no cabe es contemplar el paisaje. Hacen falta militantes.
Tal vez no seamos capaces de desplegar la
suficiente cooperación (la suficiente fuerza) para garantizar la continuidad
del proyecto. Tal vez una nueva ofensiva del orden destruya las pequeñas o
grandes plata- formas de libertad construidas. En todo caso, la experiencia
será, como hasta ahora, un labora- torio del mundo que queremos; en sí misma,
además, nuestra pequeña o gran parcela de comunismo. Seguirá quedando un mundo
por construir.
Ya sabemos lo que es perder batallas: habría
que empezar de nuevo...
¿Eternamente?
Pues bien... ¡continuemos!
Fuente: Cuaderno Común
Nenhum comentário:
Postar um comentário