PICICA: "El fallecimiento del músico neoyorquino
sirve como punto y seguido para hablar de una obra que explora en lo más
escondido del ser humano."
Lou Reed, misterio sobre misterio
El fallecimiento del músico neoyorquino
sirve como punto y seguido para hablar de una obra que explora en lo más
escondido del ser humano.
08/11/13 · 8:00
Lou Reed llegó y se fue como un misterio. El 27 de octubre, la noticia
de su muerte sobresaltó al mundo y, hasta aquellos que solamente lo
conocían de pasada, supieron que se había ido alguien que no era cualquiera.
Sin embargo, no sabemos cómo ni por qué murió (a veces,
sorprendentemente, se respeta la intimidad de la muerte), de la misma
forma que no sabemos cómo ni por qué llegó a hacer todo lo que llegó a
hacer en vida. Después de decirle adiós y de llorarle, surge la
necesidad de repasar ese misterio que fue la vida de Lou, aparcando el misterio de su muerte.
Acaso la infancia de Lou ya fuera un acto de rebeldía, y también algo que sus padres no supieron entender. Cayó en manos de lo más oscuro de la psiquiatría cuando manifestó su bisexualidad apenas estrenada su adolescencia. Y de ahí supo saltar a ese “lado salvaje” que le acompañaría como un mantra. Parece ser que las sesiones de electroshock a las que lo sometieron sus padres y la medicina no hicieron mucho efecto y no anularon el genio que ya vivía en él.
La década de los 60 fue crucial en la vida de Lou Reed como lo fue en la vida de todo Occidente. Él, por su parte, vivió en esos años su época al lado de Andy Warhol y lideró The Velvet Underground, grupo que sería el pistoletazo de salida de una nueva forma de hacer música que llega hasta nuestros días y que tal vez no habría sido posible sin el crucial papel de la banda.
Pero Lou también se zafó de las garras del grupo, rebelando así que su naturaleza era demasiado potente como para verse oprimida por las pautas grupales. Él, Lou, tenía que crear algo propio, algo que fuera él mismo, y eso fue lo que hizo: convertirse en canción, hacer de sí mismo una obra de arte.
Para algunos, es uno de esos muchos músicos que crean un personaje hundido en el malditismo para poder destacar en el rock. Bebía, se drogaba, ensalzaba los paseos por “el lado más bestia de la vida” (como lo traduciría y versionaría Albert Pla), se recreaba en la incomprensión y adoraba todo tipo de excesos. La gente disfrutaba inventando historias sobre él, no en vano la prensa (y sobre todo internet) había intentado “matarlo” varias veces, haciendo circular bulos absurdos.
Sin embargo, parece haber una distancia considerable entre el mundo en el que se encierran las canciones de Lou y la vida de su autor. Que bebió, que se drogó y que abusó de esto y de aquello… puede ser. Pero Lou también fue el músico capaz de rescatar la obra de Poe y convertirla en una obra de arte musical cuando en 2003 lanzó 'The Raven', fusionando la literatura y la música con una cordura demencial y un pulso quirúrgico. Algo parecido haría en 2011 con su Lulu, disco grabado junto con Metallica y que se apoyaba en una obra teatral de Frank Wedekind. Pero hubo algo todavía más “simpático”, y fueron sus Hudson River Meditations de 2007, en las que parecía totalmente entregado al yoga y con las que creaba un disco dedicado a la meditación. Sí, Lou Reed, el heroinómano detestable que iba de maldito y al que no habríamos hecho caso si no se hubiera drogado y hubiera sido algo así como excéntrico y radical.
Tal vez, como dijo en alguna ocasión, esas jeringuillas que se metía en directo en los conciertos estaban cargadas con agua con sal. Tal vez el opio y todo lo que lo envuelve no fue lo que lo hizo grande. Tal vez solamente fue un electroshock que Lou Reed devolvía a todo lo correcto, como gritando “mirad, mirad, haciendo lo que detestáis alcanzo el éxito”. Tal vez sus grandes éxitos, dedicados a las drogas y a los abusos ('Walk on the wild side', 'Heroin', 'Perfect day'…) no fueron más que eso, una secuencia de electroshocks que apuntaba a lo común, a lo aceptado por todos. Y, tal vez, esa vida erudita, tranquila y calmada (pero no por ello libre de tormentas) que impregnó sus últimos discos fue el electroshock que devolvió a todos aquellos que se habían creído demasiado el papel del rockero yonqui que se jactaba de su miseria, a todos los que se habían quedado en la corteza del personaje sin ir más allá, a todos esos que se han puesto la portadita de Transformer como foto de perfil de alguna red social pero que nunca supieron ver las múltiples facetas que Lou Reed mostraba y, ante todo, recordar las muchas que guardaba para sí mismo.
Algo está claro, y es que Lou Reed le dio la vuelta a todo lo que tomó entre sus manos. Menudo fracaso para la psiquiatría, menudo revés eterno, y menudo regalo para todos los que damos vueltas a la obra de Lou Reed sin saber muy bien quién era ni qué quería, para todos los que sabemos sentir el sabor de ese misterio que se mastica en sus canciones, ese algo nunca desvelado, ese genio impredecible, ese que se queja hasta el delirio y celebra la vida al mismo tiempo. Qué bonita colección de obras, de pistas sobre una personalidad tan grande que ni tan siquiera el tiempo podrá desnudar ante nosotros. Porque la vida de Lou Reed fue un misterio, sí. Porque su música, sus letras y su voz fueron un misterio todavía mayor, pero quiso compartirlo con nosotros. Porque su muerte, después de todo, sigue siendo un misterio, y no es una muerte, es más bien su último 'vanishing act' [punto de fuga]. No lo intenten en sus casas: no fue el alcohol, no fue la psiquiatría, no fue la heroína. No hay receta. Caminen por el lado salvaje si eso les hace sentir bien, pero sean conscientes de que lo de Lou fue como una cristalización de millones de fuerzas en una sola persona, y eso es una bendición y una maldición que solamente él pudo vivir, y que es completamente única, aunque haya más genios en el mundo y todavía no haya llegado el terrible momento de decirles adiós. Huyan de la pose, por favor: puede que Lou esté vigilando. //
Fuente: Diagonal Culturas
Acaso la infancia de Lou ya fuera un acto de rebeldía, y también algo que sus padres no supieron entender. Cayó en manos de lo más oscuro de la psiquiatría cuando manifestó su bisexualidad apenas estrenada su adolescencia. Y de ahí supo saltar a ese “lado salvaje” que le acompañaría como un mantra. Parece ser que las sesiones de electroshock a las que lo sometieron sus padres y la medicina no hicieron mucho efecto y no anularon el genio que ya vivía en él.
La década de los 60 fue crucial en la vida de Lou Reed como lo fue en la vida de todo Occidente. Él, por su parte, vivió en esos años su época al lado de Andy Warhol y lideró The Velvet Underground, grupo que sería el pistoletazo de salida de una nueva forma de hacer música que llega hasta nuestros días y que tal vez no habría sido posible sin el crucial papel de la banda.
Pero Lou también se zafó de las garras del grupo, rebelando así que su naturaleza era demasiado potente como para verse oprimida por las pautas grupales. Él, Lou, tenía que crear algo propio, algo que fuera él mismo, y eso fue lo que hizo: convertirse en canción, hacer de sí mismo una obra de arte.
Para algunos, es uno de esos muchos músicos que crean un personaje hundido en el malditismo para poder destacar en el rock. Bebía, se drogaba, ensalzaba los paseos por “el lado más bestia de la vida” (como lo traduciría y versionaría Albert Pla), se recreaba en la incomprensión y adoraba todo tipo de excesos. La gente disfrutaba inventando historias sobre él, no en vano la prensa (y sobre todo internet) había intentado “matarlo” varias veces, haciendo circular bulos absurdos.
Sin embargo, parece haber una distancia considerable entre el mundo en el que se encierran las canciones de Lou y la vida de su autor. Que bebió, que se drogó y que abusó de esto y de aquello… puede ser. Pero Lou también fue el músico capaz de rescatar la obra de Poe y convertirla en una obra de arte musical cuando en 2003 lanzó 'The Raven', fusionando la literatura y la música con una cordura demencial y un pulso quirúrgico. Algo parecido haría en 2011 con su Lulu, disco grabado junto con Metallica y que se apoyaba en una obra teatral de Frank Wedekind. Pero hubo algo todavía más “simpático”, y fueron sus Hudson River Meditations de 2007, en las que parecía totalmente entregado al yoga y con las que creaba un disco dedicado a la meditación. Sí, Lou Reed, el heroinómano detestable que iba de maldito y al que no habríamos hecho caso si no se hubiera drogado y hubiera sido algo así como excéntrico y radical.
Tal vez, como dijo en alguna ocasión, esas jeringuillas que se metía en directo en los conciertos estaban cargadas con agua con sal. Tal vez el opio y todo lo que lo envuelve no fue lo que lo hizo grande. Tal vez solamente fue un electroshock que Lou Reed devolvía a todo lo correcto, como gritando “mirad, mirad, haciendo lo que detestáis alcanzo el éxito”. Tal vez sus grandes éxitos, dedicados a las drogas y a los abusos ('Walk on the wild side', 'Heroin', 'Perfect day'…) no fueron más que eso, una secuencia de electroshocks que apuntaba a lo común, a lo aceptado por todos. Y, tal vez, esa vida erudita, tranquila y calmada (pero no por ello libre de tormentas) que impregnó sus últimos discos fue el electroshock que devolvió a todos aquellos que se habían creído demasiado el papel del rockero yonqui que se jactaba de su miseria, a todos los que se habían quedado en la corteza del personaje sin ir más allá, a todos esos que se han puesto la portadita de Transformer como foto de perfil de alguna red social pero que nunca supieron ver las múltiples facetas que Lou Reed mostraba y, ante todo, recordar las muchas que guardaba para sí mismo.
Algo está claro, y es que Lou Reed le dio la vuelta a todo lo que tomó entre sus manos. Menudo fracaso para la psiquiatría, menudo revés eterno, y menudo regalo para todos los que damos vueltas a la obra de Lou Reed sin saber muy bien quién era ni qué quería, para todos los que sabemos sentir el sabor de ese misterio que se mastica en sus canciones, ese algo nunca desvelado, ese genio impredecible, ese que se queja hasta el delirio y celebra la vida al mismo tiempo. Qué bonita colección de obras, de pistas sobre una personalidad tan grande que ni tan siquiera el tiempo podrá desnudar ante nosotros. Porque la vida de Lou Reed fue un misterio, sí. Porque su música, sus letras y su voz fueron un misterio todavía mayor, pero quiso compartirlo con nosotros. Porque su muerte, después de todo, sigue siendo un misterio, y no es una muerte, es más bien su último 'vanishing act' [punto de fuga]. No lo intenten en sus casas: no fue el alcohol, no fue la psiquiatría, no fue la heroína. No hay receta. Caminen por el lado salvaje si eso les hace sentir bien, pero sean conscientes de que lo de Lou fue como una cristalización de millones de fuerzas en una sola persona, y eso es una bendición y una maldición que solamente él pudo vivir, y que es completamente única, aunque haya más genios en el mundo y todavía no haya llegado el terrible momento de decirles adiós. Huyan de la pose, por favor: puede que Lou esté vigilando. //
Fuente: Diagonal Culturas
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