PICICA: "Durante las próximas décadas la
humanidad va a enfrentarse a innumerables problemas ambientales y
sociales cuyas consecuencias pueden conducirnos al colapso global. Para
evitar esta situación no solo es necesario poner en marcha determinadas
acciones, sino también promover un profundo cambio social y político que
enmarque las mismas y las haga realmente eficaces."
Gonzalo Andrade, del Colectivo Globalízate
Durante las próximas décadas la
humanidad va a enfrentarse a innumerables problemas ambientales y
sociales cuyas consecuencias pueden conducirnos al colapso global. Para
evitar esta situación no solo es necesario poner en marcha determinadas
acciones, sino también promover un profundo cambio social y político que
enmarque las mismas y las haga realmente eficaces.
El cambio climático, la extinción
acelerada de especies animales y vegetales, la degradación de la tierra
cultivable, los cambios en el uso del suelo de regiones enteras, la
dispersión de componentes químicos nocivos en el ambiente, la
acidificación de los océanos y la escasez de agua potable son tal vez
los problemas más importantes a los que se enfrenta la humanidad hoy en
día. Todos estos problemas están interconectados entre sí, tienen
importantes consecuencias en los sistemas naturales y socio-económicos
del planeta, y su acción combinada puede dar lugar al colapso de la
“civilización global” durante las próximas décadas. Por lo menos esto
afirman Paul y Anne Ehrlich, ambos investigadores y docentes en la
Universidad de Stanford (EEUU), en un esclarecedor artículo que ha sido publicado recientemente en la prestigiosa revista Proceedings of the Royal Society – Biological Sciences.
Estos autores
nos recuerdan que tras los recientes fracasos de la agenda climática el
mundo puede verse sujeto a un aumento de al menos 2,4°C en la
temperatura media global hacia mediados del siglo XXI, lo que está por
encima del límite de 2°C que hace una década era considerado como
“seguro”. El cambio climático antropogénico está provocando un
incremento en la frecuencia y la intensidad de eventos climáticos
extremos tales como sequías, olas de calor, inundaciones y huracanes,
que será aún mayor en el futuro. Ello podría tener importantes efectos
en la producción agrícola, que también se encuentra amenazada por la
progresiva erosión y degradación del suelo.
La agricultura actual es también
excesivamente dependiente de los combustibles fósiles y enormemente
ineficiente en el uso de fertilizantes, agua y energía, lo que está
provocando un aumento de la contaminación ambiental y las emisiones de
gases de efecto invernadero, y una reducción de las reservas de agua.
Por otra parte, el cambio en la dieta de varios países hacia un mayor
consumo de proteínas animales está provocando la expansión de cultivos
destinados a la producción de grano para el ganado. Ello se produce a
costa de tierras fértiles que podrían utilizarse para alimentar a un
mayor número de personas, o de áreas no agrícolas (bosques, sabanas,
humedales) que proporcionan importantes servicios ambientales como la
regulación del ciclo del agua y los climas locales y regionales. Aunque
no están tan presentes en la agenda política no podemos olvidarnos de
los problemas derivados de la presencia de químicos nocivos en el
ambiente, así como de los crecientes riesgos epidemiológicos en muchas
partes del mundo.
Todos estos problemas pueden verse
amplificados por el progresivo incremento de la población mundial (que
en 2050 puede alcanzar los 9.5 millones de personas) y el excesivo
consumo de energía y alimentos por parte de ciertos países. A su vez,
los problemas anteriormente señalados pueden tener importantes
consecuencias socio-políticas como el desarrollo de conflictos bélicos
por el control de recursos naturales y el aumento en el número de
refugiados ambientales.
Para los autores de este artículo, la
clave para mitigar muchos de los problemas anteriormente comentados y
evitar el colapso de la civilización global está en la transformación de
los sistemas de producción de alimentos y energía. Entre otras cosas es
necesario restringir la expansión de nuevas zonas agrarias para
preservar el capital natural aún existente, desarrollar políticas de
conservación del suelo fértil, incrementar la eficiencia en el uso de
fertilizantes, agua y energía, promover dietas basadas en un menor
consumo de carne y reducir el desperdicio de comida. La equidad en la
alimentación debe estar en el centro de la agenda política, y es
necesaria una enorme inversión económica en investigación sobre
agricultura y acuicultura sostenibles. También es importante tener en
cuenta que en un futuro próximo los sistemas agrarios van a tener que
enfrentarse a un clima más cambiante e impredecible que el actual, lo
que hace necesario fomentar el ahorro de agua y desarrollar
infraestructuras adecuadas para su almacenamiento y distribución.
Otra de las claves para evitar el colapso
está en la limitación del crecimiento poblacional, un debate
enormemente mediático durante los años 70 y prácticamente olvidado hoy
en día. En los países empobrecidos es necesario profundizar en los
programas de planificación familiar, en la lucha contra el
fundamentalismo religioso y a favor de los derechos de la mujer. El
triunfo del feminismo en el sur global tiene una enorme importancia no
solo desde un punto de vista ético y social, sino también ambiental y
económico.
Los países ricos deben limitar su
excesivo consumo de recursos, un reto aún mayor y más difícil, dada la
arraigada adicción cultural al crecimiento económico en las sociedades
opulentas. Son estos países también los que tienen que liderar la puesta
en práctica de soluciones a los problemas anteriormente mencionados
mediante el fomento de la investigación científica. Sin embargo, esta
debe centrarse mucho más en la búsqueda de soluciones y en llevar sus
resultados a la agenda política. También es imprescindible fomentar la
colaboración entre los científicos procedentes de las ciencias naturales
con los procedentes de las ciencias sociales. Y dentro de estos
últimos, los economistas tienen un importantísimo papel. A los
economistas corresponde la tarea de contrarrestar el predicamento del
libre mercado y los dogmas que han infectado esta disciplina académica
durante las tres últimas décadas. Deben trabajar, además, por el
desarrollo de sistemas económicos estacionarios, nuevos modelos
económicos que reflejen la conducta irracional de grupos e individuos, y
mercados basados en la información “simétrica” (igual) entre sus
actores. Los economistas deben potenciar la lucha por la sostenibilidad y
la equidad como los nuevos paradigmas de su disciplina.
Los autores de este trabajo conceden
también una enorme importancia al ámbito cultural, social y político en
el que se deben enmarcar estos cambios. Los seres humanos debemos luchar
contra nuestra propia selección natural, que no nos ha hecho previsores
frente a un medio ambiente cambiante, y ciertas medidas solo van a
poder ser llevadas a cabo mediante una transformación social y política
sin precedentes. También va a ser necesaria una fuerte cooperación
internacional que sea capaz de adaptar las soluciones a los marcos
culturales de las diferentes sociedades. Paul y Anne Ehrlich terminan
con una llamada urgente a la valentía, el esfuerzo, la ética y la
solidaridad. El momento para llevar a cabo una reestructuración profunda
del sistema socio-económico, afirman, es ahora, y si no lo hacemos la
naturaleza lo hará por nosotros.
Referencias
Fonte: Colectivo Novecento
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