agosto 25, 2012

“Meditaciones sobre las revoluciones en los Imperios”, resonancias de 1791 en la actualidad (madrilonia.org)

PICICA: "“¿Qué prodigio nuevo es éste?, ¿qué plaga cruel y desconocida es ésta? Somos una nación numerosa, ¡y parece que no tenemos brazos! Poseemos un suelo fertilísimo, ¡y carecemos de producciones! Somos activos y laboriosos, ¡y vivimos en la indigencia! Pagamos enormes tributos, ¡y nos dicen que no son suficientes! Estamos en paz con las naciones vecinas, ¡y nuestros bienes no están seguros entre nosotros mismos! ¿Cuál es pues el enemigo oculto que nos devora?”."

“Meditaciones sobre las revoluciones en los Imperios”, resonancias de 1791 en la actualidad


Reproducimos el Capítulo XV, “El siglo nuevo“, de Las ruinas de Palmira o Meditaciones sobre las revoluciones de los Imperios (1791) de Constantin-François Chassebœuf de La Giraudais “Volney” (1757-1820), según la traducción disponible en www.volney.org, recibida vía Quilombo.




Cuando acabó de pronunciar estas palabras se oyó del lado de occidente un ruido muy grande, y volviendo hacia él la vista, observé a la extremidad del Mediterráneo, en una de las naciones de Europa un movimiento prodigioso, como el que se ve en medio de una gran ciudad cuando estalla por todas partes una sedición violenta, y el pueblo innumerable se agita y revuelve como las olas de un mar embravecido, por las calles y las plazas públicas. Heridos al propio tiempo mis oídos por los gritos que llegaban hasta el cielo, distinguí a intervalos las siguientes frases:

“¿Qué prodigio nuevo es éste?, ¿qué plaga cruel y desconocida es ésta? Somos una nación numerosa, ¡y parece que no tenemos brazos! Poseemos un suelo fertilísimo, ¡y carecemos de producciones! Somos activos y laboriosos, ¡y vivimos en la indigencia! Pagamos enormes tributos, ¡y nos dicen que no son suficientes! Estamos en paz con las naciones vecinas, ¡y nuestros bienes no están seguros entre nosotros mismos! ¿Cuál es pues el enemigo oculto que nos devora?”.

Y algunas voces que salían del medio de la multitud, respondieron: “Levantad una bandera en torno de la cual se reúnan todos los que por medio de útiles trabajos mantienen y conservan la sociedad y entonces conoceréis al enemigo que os devora”.

Alzada, en efecto, la bandera, se vio esta nación repentinamente dividida en dos cuerpos desiguales y de aspecto que formaba contraste: el uno, innumerable, casi total, revelaba en la pobreza de sus ropas y en los rostros curtidos y descarnados, los indicios de la misera y del trabajo; el otro grupo, pequeñísimo, fracción imperceptible, por sus galas de oro y plata y por la lozanía de sus rostros, denotaba holgazanería y abundancia.

Y considerando estos hombres con mayor atención, reconocí que el gran cuerpo estaba compuesto de labradores, de artesanos, de mercaderes y de todas las profesiones estudiosas útiles a la sociedad y que en el pequeñísimo grupo sólo se encontraban curas y ministros del culto de todas las jerarquías, empleados del fisco y de otras varias clases, con uniformes, libreas y otros distintivos, en fin, agentes religiosos, civiles o militares del gobierno.

Y como estaban estos dos cuerpos frente a frente observé que de una parte, nacía la cólera y la indignación, y de la otra, una especie de terror; y el gran cuerpo dijo al más pequeño:

“¿Por qué estáis separados de nosotros? ¿No sois una parte de nosotros mismos?”.

“No, respondió el grupo pequeñísimo: vosotros sois el pueblo; nosotros somos una clase distinguida, que tenemos nuestras leyes, nuestros usos y nuestros derechos particulares”.

EL PUEBLO. ¿Y de qué trabajo vivís en nuestra sociedad?

LA CLASE PRIVILEGIADA. Nosotros no hemos nacido para trabajar.

EL PUEBLO. ¿Cómo habéis adquirido tantas riquezas?

LA CLASE PRIVILEGIADA. Tomando el cuidado de gobernaros.

EL PUEBLO.  ¡Qué decís!, nosotros nos fatigamos, ¡y vosotros gozáis!, nosotros producimos, ¡y vosotros disipáis! Las riquezas provienen de nosotros, vosotros las absorbéis, ¿y ésto decís que es gobernar?… Clase privilegiada, cuerpo distinto que no eres pueblo, forma nación separada y veremos cómo subsistes.

Entonces, el grupo pequeñísimo deliberó sobre este nuevo incidente y algunos hombres justos y generosos dijeron: Es preciso reunirnos al pueblo y participar de sus cargas y ocupaciones, porque son hombres como nosotros y nuestras riquezas provienen de ellos. Pero otros dijeron con orgullo: No, sería una vergüenza confundirse con la multitud que ha nacido para servirnos: ¿no somos nosotros de origen noble y de la raza de los conquistadores de este imperio? Recordémosles a esta multitud nuestros derechos y su origen.

LOS NOBLES. ¡Pueblo! ¿Olvidáis que nuestros antepasados conquistaron este país y que si tus antecesores obtuvieron su salvación, fue a condición de servirnos? Ve nuestro contrato social; ve el gobierno constituido por el uso y prescrito por el transcurso del tiempo.

EL PUEBLO. Vosotros, raza de conquistadores, manifestadnos vuestra genealogía y entonces veremos si lo que en un individuo es robo y rapiña, puede ser virtud tratándose de una nación.

Y al instante se oyeron voces en diferentes puntos, que llamaban por sus nombres una multitud de nobles; y citando su origen y sus parientes, nombraban a sus abuelos, bisabuelos y a sus mismos padres que habían nacido mercaderes, artesanos y después de haberse enriquecido, sin detenerse en los medios, habían comprado a peso de oro su nobleza: de suerte que un pequeño número de familias eran realmente de linaje antiguo. ¡Mirad, decían, mirad a estos hombres ricos, que no reconocen a sus parientes; mirad a estos plebeyos de ayer que se creen hoy de rancia nobleza! Y ésto causó rumores y carcajadas. Algunos hombres astutos gritaron y dijeron: Pueblo bondadoso y fiel, reconoce la autoridad legítima: el rey lo quiere y la ley lo ordena.

EL PUEBLO. Clase privilegiada, cortesanos de la fortuna, dejad a los reyes que se expliquen: los reyes no deben querer más que la dicha de todos nosotros, que somos el pueblo y la ley no puede ser más que la equidad.

Y a ésto dijeron los militares privilegiados: la multitud no sabe obedecer sino a la fuerza, es menester reprimirla. Soldados, castigad al pueblo rebelde.

EL PUEBLO. ¡Soldados!, vosotros sois nuestra propia sangre: ¿seréis capaces de ofender a vuestros parientes y hermanos? Si el pueblo perece, ¿quién mantendrá el ejército?

Y los soldados, bajando las armas, dijeron: También nosotros somos pueblo, sepamos quién es el enemigo.




Al ver ésto, manifestaron los privilegiados eclesiásticos, que ya sólo quedaba un recurso: aprovecharse de la superstición del pueblo y espantarle con el nombre de Dios y de la religión.

¡Amados hermanos! ¡hijos nuestros! Dios nos ha instituido para gobernaros.

EL PUEBLO. Mostradnos vuestros poderes celestiales.

LOS SACERDOTES. Tened fe: la razón se extravía.

EL PUEBLO. ¿Gobernáis sin razonar?

LOS SACERDOTES. Dios quiere la paz: la religión prescribe la obediencia.

EL PUEBLO. La paz supone justicia; la obediencia la convicción de un deber.

LOS SACERDOTES. No hemos venido a este mundo más que para sufrir.

EL PUEBLO. Pues dadnos ejemplo.

LOS SACERDOTES. ¿Viviréis sin Dios y sin reyes?

EL PUEBLO. Queremos vivir sin tiranos.

LOS SACERDOTES. Necesitáis de mediadores, de intermediarios.

EL PUEBLO. ¡Mediadores cerca de Dios y de los reyes! Cortesanos y sacerdotes: vuestros servicios son demasiado dispendiosos y nosotros trataremos directamente nuestros negocios.

Entonces el grupo pequeñísimo dijo: “Todo está perdido, la multitud se ha ilustrado“.

Y el pueblo respondió: “Todo se salvó, porque habiéndonos ilustrado, ni abusaremos de nuestra fuerza, ni pretenderemos más que nuestros derechos. Teníamos resentimientos, pero los olvidamos: éramos esclavos, podíamos mandar, y sólo queremos ser libres y la libertad no puede ser más que la justicia”.

Fuente: madriolonia.org

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