fevereiro 16, 2011

"Todo lo sólido se desvanece en la calle", por Raúl Zibechi

PICICA: "Las revueltas del hambre que sacuden al mundo árabe pueden ser apenas las primeras oleadas del gran tsunami social que se está engendrando en las profundidades de los pueblos más pobres del planeta."
TelLieVision1 | 27 de janeiro de 2011 | 
The 2011 Yemeni protests followed the 2010--2011 Tunisian uprising and the 2011 Egyptian protests. Thousands of Yemenis protested the streets of Sanaa to demand a change in government, and the protests in the south of the country were more aggressive. The 2011 Yemeni protests "appeared to be the first large-scale challenge" to President Ali Abdullah Saleh's rule; protesters compared him to ousted former Tunisian President Zine El Abidine Ben Ali, citing government corruption and the poor economy of Yemen. At least 16,000 demonstrators took to the streets in Sanaa on 27 January, including at least 10,000 at Sanaa University. Yemen is the Arab world's poorest nation, and has become a haven for al-Qaeda militant Islamists. Protesters rejected proposed political reforms announced by the government as not extensive enough to ensure Saleh or his son do not continue to rule indefinitely. Protesters appeared to be pushing for reform rather than a revolution like in Tunisia; a Yemeni journalist stated: "These were not spontaneous or popular protests like in Egypt, but rather mass-rallies organised by the opposition who are using events in Tunisia to test Saleh's regime. This is only the start of a fierce political battle in the run-up to Yemen's parliamentary elections in April." Yemeni Interior Minister Mutaher al-Masri said, "Yemen is not like Tunisia."

Background:

Ali Abdullah Saleh has been president of Yemen for more than 30 years, and many believe his son Ahmed Saleh is being groomed to eventually replace him. Almost half of the population of Yemen live on $2 or less a day, and one-third suffer from chronic hunger. Yemen ranks #146 in the Transparency International 2010 Corruption Perceptions Index, and #15 in the 2010 Failed States Index.

Use of pink:

Yemeni protesters wore pink ribbons to symbolize the "Jasmine Revolution" and indicate their non-violent intent. Shawki al-Qadi, a lawmaker and opposition figure, said pink was chosen to represent love and to signal that the protests would be peaceful. The preponderance of pink ribbons in the demonstrations showed the level of planning that went into the protests.

Reactions:

US State Department spokesman Philip Crowley told reporters that the US Government backs the right of Yemenis to "express themselves and assemble freely".


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Aumentar tamaño del texto Disminuir tamaño del texto Partir el texto en columnas Ver como pdf 16-02-2011

Todo lo sólido se desvanece en la calle


Las revueltas del hambre que sacuden al mundo árabe pueden ser apenas las primeras oleadas del gran tsunami social que se está engendrando en las profundidades de los pueblos más pobres del planeta. El fenomenal aumento del precio los alimentos (58% el maíz, 62% el trigo en un año) se está convirtiendo en la espoleta que dinamiza los estallidos, pero el combustible lo aporta la brutal especulación financiera que se está focalizando, nuevamente, en las materias primas. Algunos precios ya superaron los picos de 2008, aunque el Banco Mundial y el FMI se muestran incapaces de frenar la especulación con los alimentos, con la vida.

Dos hechos llaman la atención en la revuelta árabe: la velocidad con que las revueltas de hambre se convirtieron en revueltas políticas y el temor de las elites dominantes que no atinaron, durante décadas, a otra cosa que no fuera resolver problemas políticos y sociales con seguridad interna y represión. La primera habla de una nueva politización de los pobres del Medio Oriente. La segunda, de las dificultades de los de arriba para convivir con esa politización. El sistema está mostrando sobradamente que puede convivir con cualquier autoridad estatal, aún la más “radical” o “antisistema”, pero no puede tolerar la gente en la calle, la revuelta, la rebelión permanente. Digamos que la gente en la calle es el palo en la rueda de la acumulación de capital, por eso una de las primeras “medidas” que tomaron los militares luego de que Mubarak se retirara a descansar, fue exigir a la población que abandonara la calle y retornara al trabajo.

Si los de arriba no pueden convivir con la calle y las plazas ocupadas, los de abajo -que hemos aprendido a derribar faraones- no aprendimos aún cómo trabar los flujos, los movimientos del capital. Algo mucho más complejo que bloquear tanques o dispersar policías antimotines, porque a diferencia de los aparatos estatales el capital fluye desterritorializado, siendo imposible darle caza. Más aún: nos atraviesa, modela nuestros cuerpos y comportamientos, se mete en nuestra vida cotidiana y, como señaló Foucault, comparte nuestras camas y sueños. Aunque existe un afuera del Estado y sus instituciones, es difícil imaginar un afuera del capital. Para combatirlo no son suficientes ni las barricadas ni las revueltas.

Pese a estas limitaciones, las revueltas del hambre devenidas en revueltas antidictatoriales son cargas de profundidad en los equilibrios más importantes del sistema-mundo, que no podrá atravesar indemne la desestabilización que se vive en Medio Oriente. La prensa de izquierda israelí acertó al señalar que lo que menos necesita la región es algún tipo de estabilidad. En palabras de Gideon Levy, "estabilidad es que millones de árabes, entre ellos dos millones y medio de palestinos, vivan sin derechos o bajo regímenes criminales y terroríficas tiranías" (Haaretz, 10 de febrero de 2011).

Cuando millones de personas ganan las calles, todo es posible. Como suele suceder en los terremotos, primero caen las estructuras más pesadas y peor construidas, o sea los regímenes más vetustos y menos legítimos. Sin embargo, una vez pasado el temblor inicial, comienzan a hacerse visibles las grietas, los muros cuarteados y las vigas que, sobreexigidas, ya no pueden soportar las estructuras. A los grandes sacudones suceden cambios graduales pero de mayor profundidad. Algo de eso vivimos en Sudamérica entre el Caracazo venezolano de 1989 y la segunda Guerra del Gas de 2005 en Bolivia. Con los años, las fuerzas que apuntalaron el modelo neoliberal fueron forzadas a abandonar los gobiernos para instalarse una nueva relación de fuerzas en la región.

Estamos ingresando en un período de incertidumbre y creciente desorden. En Sudamérica existe una potencia emergente como Brasil que ha sido capaz de ir armando una arquitectura alternativa a la que comenzó a colapsar. La UNASUR es buen ejemplo de ello. En Medio Oriente todo indica que las cosas serán mucho más complejas, por la enorme polarización política y social, por la fuerte y feroz competencia interestatal y porque tanto Estados Unidos como Israel creen jugarse su futuro en sostener realidades que ya no es posible seguir apuntalando.

Medio Oriente conjuga algunas de las más brutales contradicciones del mundo actual. Primero, el empeño en sostener un unilateralismo trasnochado. Segundo, es la región donde más visible resulta la principal tendencia del mundo actual: la brutal concentración de poder y de riqueza. Nunca antes en la historia de la humanidad un solo país (Estados Unidos) gastó tanto en armas como el resto del mundo junto. Y es en Medio Oriente donde ese poder armado viene ejerciendo toda su potencia para apuntalar el sistema-mundo. Más: un pequeñísimo Estado de apenas siete millones de habitantes tiene el doble de armas nucleares que China, la segunda potencia mundial.

Es posible que la revuelta árabe abra una grieta en la descomunal concentración de poder que exhibe esa región desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Sólo el tiempo dirá si se está cocinando un tsunami tan potente que ni el Pentágono será capaz de surfear sobre sus olas. No debemos olvidar, empero, que los tsunamis no hacen distinciones: arrastran derechas e izquierdas, justos y pecadores, rebeldes y conservadores. Es, no obstante, lo más parecido a una revolución: no deja nada en su lugar y provoca enormes sufrimientos antes de que las cosas vuelvan a algún tipo de normalidad que puede ser mejor o menos mala.

Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es docente e investigador en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios colectivos sociales.


Fuente: http://alainet.org/active/44376
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Fuente: Rebelión

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