PICICA: "[...] cuando publicamos,
en 2005, GlobAL: biopoder y luchas en una América Latina globalizada (Rio de
Janeiro: Record, 2005), decíamos que los nuevos gobiernos eran interesantes en
la medida en que serían atravesados por los procesos de subjetivación –quiero
decir, por las luchas- capaces de construir una alternativa al neoliberalismo y
al neodesarrollismo. De esta manera, Negri y yo anticipamos, por un lado, que
las brechas del gobierno de Lula habían producido esa nueva subjetividad y que
ésta no debía ser reducida al lulismo. Por increíble que parezca, el régimen
discursivo hegemónico del PT no fue aquel de comparar Lula a Vargas y, de
manera totalmente bipolar, a reducir la movilización social a movilidad
estadística (la emergencia de una Nueva Clase Media). Por lo visto, quien es
llamado a llenar ese vacío de la teoría y de la política hegemónica en el PT y
el gobierno es la
Policía Federal."
“El levantamiento de junio: una potentísima bifurcación dentro de la cual aún estamos”. Entrevista a Giuseppe Cocco
(Traducción
para Lobo: Santiago Sburlatti)
¿Qué
es lo que las manifestaciones del llamado Octubre Brasilero nos enseñan en lo
referido a las posibilidades efectivas de la democracia directa?
Las manifestaciones de octubre son
la continuidad y el desdoblamiento de aquellas de junio. En su conjunto, ellas
nos enseñan muchas cosas, incluso sobre las posibilidades efectivas de la
democracia directa. Ante todo, ellas nos enseñan que la “democracia directa” sólo
existe en los términos de la radicalización de la democracia. El movimiento no
nos dice apenas que la separación de la fuente (el pueblo) vis-à-vis del
resultado (los representantes) es inmoral, sino explícita, y torna visible que
esa dimensión inmoral del poder está basada en la violencia de sus policías. Es
decir, el movimiento tiene la capacidad de mostrar en Brasil y en el mundo las
dimensiones perversas del monopolio estatal del uso de la fuerza en Brasil; un
régimen de terror de Estado que, por medio del régimen discursivo sostenido por
los medios de comunicación de la élite neoesclavista, es tratado como si fuese
“externo” e independiente de los gobiernos, hasta el punto en que, en Rio de Janeiro, la solución sería su
profundización por medio de la llamada “pacificación”.
Sería irónico, si no fuese un
cúmulo de cinismo esclavista. Y que la forma espuria de actuar del Estado, o
colusión generalizada entre las fuerzas de policías y crimen organizado, en
medio de la histeria represiva contra el tráfico de drogas, funciona como
principal mecanismo de legitimación de la guerra contra los pobres y contra sus
movilizaciones democráticas. Como siempre lo hace, desde junio el poder
multiplica los rumores sobre participación del narcotráfico en las movilizaciones
democráticas. En la senzala[1]
–es decir, en las favelas, suburbios y periferias- el terror anda a todo vapor,
más allá de a qué partido responda la policía. Es un terror estatal con visos
clasistas y, sobre todo, racistas. Los vientos de junio continúan soplando (no
sólo en octubre, sino también en noviembre), y el otoño ya viró en una
primavera que anuncia el carnaval.
El levantamiento de junio no fue
una explosión efímera, sino una potentísima bifurcación dentro de la cual aún
estamos. En esta bifurcación, las posibilidades de democracia directa nos
aparecen, al mismo tiempo, potentes y activamente bloqueadas, literalmente
criminalizadas por un Ministro de Justicia que transforma en crimen, con el
apoyo entusiasta de la prensa hegemónica, los derechos constitucionales de
manifestación y libre opinión. Y esto en base a informes de la Policía Federal
sobre actividades que no son crímenes.
Es decir, el Ministro de Justicia
se transforma en Ministro de Policía y el Estado hace caer su máscara para
aparecer explícitamente como lo que es: un Estado Policial. Confieso que me
quedé espantado ante la “reacción” (y quiero enfatizar ese término “reacción”,
pues es la raíz de otro término: “reaccionario”) de la izquierda en general,
sobre todo de la izquierda de gobierno, en particular del PT y de algunos dirigentes
y hasta de algunos amigos. Mi espanto aumenta cada día. Si de la presidenta
Dilma (que, como dice un viral en la web de un artista carioca, “ya fue
Campanita y hoy se convirtió en Capitán Garfio”) no esperaba ninguna
sensibilidad, no digo “social”, pero aunque sea política, de otros esperaba una
postura diferente, por lo menos progresista y clara.
El hecho es que la izquierda del
poder y el PT (que me interesa) no hicieron ni hacen ningún esfuerzo para abrir
los gobiernos que lideran, a la nueva demanda de participación y de “democracia
real ya”. Al contrario, asistimos a una postura arrogante y reactiva, en los
moldes del Ministro de Justicia transformándose dócilmente en Ministro de
Policía. Esta postura enfatiza lo que ya sabíamos: que las brechas de
transformación de los gobiernos de Lula fueron definitivamente cerradas por el
de Dilma; que los experimentos en términos de presupuesto participativo no sólo
fueron cerrados hace tiempo, sino que fueron totalmente sobrevalorizados. El OP
(Presupuesto Participativo) no dejó rastros políticos de ningún tipo.
Democracia
productiva
De todos modos, a pesar de ese
vacío político desconcertante, hoy es el horizonte innovador de una democracia
productiva que tenemos delante de nosotros. Podemos aprehender sus dimensiones
en tres grandes niveles:
A) La ruptura –parcial y
temporaria, pero real- de las dimensiones totalitarias constituidas en torno
del consenso de la “gobernabilidad”.
B) La multiplicación de asambleas
(muchas de ellas llamadas “populares”) y ocupaciones de Cámaras y Asambleas
Legislativas en muchísimas ciudades; y
C) La forma productiva del
“movimiento”
Las tres dimensiones hacen del
levantamiento de junio-octubre un momento constituyente. En un primer nivel,
por el decreto de reducción de las tarifas de transporte (en el caso de Rio
Grande do Sul, el gobierno de Tarso tuvo el coraje de promulgar el Pase Libre
para los estudiantes) y una serie de otros decretos de la plebe. En Rio de
Janeiro, se trató, sobre todo, de los alrededores del Maracanã y del retiro parcial del Prefecto
(aunque falso) de las políticas de erradicación de las favelas. En un segundo
nivel, las ocupaciones de “parlamentos”, más allá de traducirse en decretos
similares a aquellos del primer nivel (“retiros” puntuales de los gobiernos),
pretendían transformar la crítica de la representación en el terreno concreto
de una profundización democrática, de invención de nuevas instituciones.
Evocando una vez más a Rio de
Janeiro, las sucesivas ocupaciones de la Cámara de los Concejales (y de la playa de
Leblon, debajo de la residencia del Gobernador, sin contar el sinnúmero de
manifestaciones frente al Palacio Guanabara, frente de Alerj o la breve
ocupación frente a la residencia del Prefecto Municipal) mostraron que el
movimiento de junio no era efímero, sino capaz de abrazar las luchas más
difíciles como aquella contra la mafia de los ómnibus (reclamando una CPI[2] transparente y
democrática). Siendo que la lucha contra la mafia de los ómnibus no es apenas
una lucha por la reforma urgente de gestión del sistema de transportes, sino
también por la democracia: todo el mundo sabe que esos “lobbies” se constituyen
en las mayores trabas al sistema democrático, ¡incluso del representativo!
La ocupación de la Cámara de Rio mostró toda
su potencia de nuevo terreno de lucha democrática, cuando pasó a ser usada y
renovada por los profesores de la red municipal. No es por casualidad que fue
duramente reprimida: ciertamente, el poder no puede tolerar que la democracia
real se instale. Sería un ejemplo insoportable.
En fin, con el otoño
transformándose en primavera, la persistencia del movimiento nos muestra las
dimensiones productivas y, en ese sentido, constitutivas del horizonte
democrático que él define. Las movilizaciones prácticamente diarias, que se
sucedieron en julio, agosto y septiembre hasta las que se masificaron
nuevamente en los días 7 y 15 de octubre, son el terreno de una multiplicidad
de iniciativas: abogados de la OAB[3], grupos de abogados
activistas, grupos de primeros auxilios, Colectivo Projetação[4], autoformación en las
ocupaciones, músicos y bandas, una multitud de medios de comunicación
produciendo desde innumerables streamings
y documentales pasando por todo los tipos de registros fotográficos. La
democracia que el movimiento diseña es constitutiva y asimismo productiva. El
hecho de un proceso de subjetivación que muestra toda la potencia de las redes
y las calles.
¿La
ausencia de un proyecto político unificador de las pautas de los manifestantes
llevó a la dispersión y la inmovilidad? ¿Fue eso lo que ocurrió después de la
reducción del precio de los pasajes, principal pauta de las manifestaciones de
junio en varias ciudades brasileñas?
Parece que sucedió exactamente lo
contrario: no hubo dispersión, sino difusión y multiplicación de
manifestaciones, reivindicaciones, asambleas y reuniones. Por lo menos en el caso de Rio, no hubo
siquiera un día de “inmovilidad”, sino una movilización diaria, modulada en
escalas diferentes. La multitud pasó a re-hacerse a través de la multiplicación
difusa de iniciativas que contienen luchas nuevas y antiguas. El movimiento de
junio tuvo la capacidad de colocar pautas que eran tan urgentes como
inalcanzables hasta entonces, como en la cuestión de los transportes urbanos.
Claro, los esfuerzos de los jóvenes del Movimiento por el Pase Libre (MPL) están
en la base de esto, pero es la primera vez que la lucha sobre el precio de los
pasajes y la calidad de los transportes se consolida en las ocupaciones de las
Cámaras y Asambleas Legislativas para que todo el sistema de gestión sea objeto
de democratización.
El movimiento de junio se fue
metamorfoseando en una constelación de movimientos e iniciativas, conectando
entre ellas las luchas más diversas: desde aquellas de los favelados contra las
erradicaciones o la violencia policial, hasta aquellas de los usuarios
masacrados en los transportes todos los días, pasando por los movimientos de
categorías como el de los bancarios, de los petroleros y, sobre todo, de los
profesores.
Los profesores de Rio de Janeiro
encontraron en el levantamiento de junio y, principalmente en su persistencia,
la inspiración para luchar. Los profesores experimentaron, en las misturas con Ocupa Câmara y los jóvenes de Black Bloc, nuevas
formas de lucha y organización, de tipo metropolitano: la forma sindical (el SEPE[5]),
salió extremadamente debilitada (y hasta objeto de críticas violentas) al
tiempo que, en su última fase, el movimiento fue experimentando formas
embrionarias de organización territorial, algo como nuevas Cámaras de Trabajo
Metropolitano que llegaron a vivir en las conexiones entre las diferentes
acampadas. No se sabe con cuanto aliento, pero las acampadas de Leblon y de la Cámara fueron retomadas en
estos días.
La huelga de los profesores
municipales no fue una huelga tradicional absentista más del sector público,
sino una lucha sensacional de ocupación y resistencia, incluso ante la
represión policial. Es eso lo que llevó, en el día 1º de octubre, a una batalla
campal de horas y horas en el centro de Rio de Janeiro (siendo la represión
policial el único argumento usado por el
gobierno PMDB-PT para “negociar” con los huelguistas) y, en el día 7 de octubre,
al regreso de la multitud a la
Avenida Rio Branco.
Más de 100 mil personas marcharon,
en una repetición de junio que ahora no tenía ningún tipo de ambigüedad más.
Una gran manifestación de izquierda atravesada y enriquecida por las
diferencias y por miles de jóvenes que adherían –tal vez por primera vez- a la táctica
Black Bloc.
El día 15 de octubre, nuevamente
decenas de miles de personas ocuparon la Rio Branco. La multitud está en la calle y
persiste en su hacerse. No es una masa homogénea y manipulada (aquella que a
los medios de comunicación neo-esclavistas le gustaría ver en la calle) o
incluso una identidad categorial y corporativa que los sindicatos (“pelegos”[6] o supuestamente
“radicales”) consiguen colocar, sino una multiplicidad de singularidades, sin
liderazgos y por eso más potentes. Es la multitud que está al frente,
practicando e innovando en las formas de lucha y volviendo a dar credibilidad a
la política, en particular junto a los jóvenes.
Proyecto
de los partidos
Recordemos que, en junio, los
partidos tradicionales (de gobierno y de oposición) criticaban el movimiento
por no tener organicidad, liderazgos y “proyecto”. Cabría preguntar: ¿cuáles
son, hoy, la organicidad y los proyectos de los partidos? Por un lado, es
difícil defender que los diferentes partidos de gobierno tengan organicidad.
Ellos parecen funcionar como coaliciones espurias de estrategias personalistas,
grupos de intereses económicos que forman bancadas muy poco “republicanas” a
partir del peso de determinados lobbies (agronegocio, telecomunicaciones,
evangélicos, etc.) que pasan por encima de las propias instancias partidarias.
¿Qué proyecto tienen esos “diputados y senadores”, que no sea la mera ocupación
del aparato de poder así tal como es? ¿Y cuál sería el proyecto de los partidos
de izquierda?
Aquellos que hacen oposición se
confirmaron como fundamentales, en particular el PSOL de Rio de Janeiro. Sin
embargo, la “oposición de izquierda” sale muy mal de esos cinco meses de
luchas. Cuando todavía tiene ciudadanía en movimiento, eso no impide que el
movimiento la transponga totalmente. Por otro lado, es evidente que la
“oposición de izquierda” no representa ninguna alternativa electoral, y yo sigo
convencido de que hasta el movimiento más radical precisa de algún momento
electoral. Con respecto al PT, ¿cuál es su proyecto? Difícil decirlo, pues no
hay ninguno, a no ser “continuar en el gobierno”. Y todavía peor si
preguntamos: ¿qué proyecto implementó la presidente Dilma en su mandato? En
términos de políticas públicas, no hubo ninguna innovación.
La marca de Dilma fue la vuelta
del economicismo, y lo fue en torno a dos falacias: la primera fue la apuesta por
la economía material de las commodities,
de los megaeventos, de las megaobras y de los “global players” (la gran
industria multinacional); la segunda –complementaria de aquella- fue la idea de
que un cambio de modelo económico vendría de arriba hacia abajo, por la
decisión-decreto de “bajar la tasas de interés”.
Cuando Dilma dice que prefiere los
ingenieros a los abogados, ella está siendo muy sincera, nos hace entender que
ella es realmente autoritaria. No se trata solamente de un “estilo”, del gusto
por los ingenieros que hacen los cálculos de las represas o de los estadios,
antes que los “fastidiosos” de los abogados que ayudan a los indios y los
pobres a deconstruir esas ecuaciones para mostrar los impactos ambientales y
sociales. Se trata justamente de una manera de pensar la política como una
ingeniería social, una tecnología del progreso a ser implementada, incluso por
la fuerza (la policía, sin olvidar que se trata de la policía brasileña, que
mata oficialmente cinco personas por día), como hicieran Lenin y Stalin con la
“industrialización forzada”. Sólo que ahora, lo ridículo es que el
totalitarismo está para permitir a cualquier costo que la Copa del Mundo de la FIFA ocurra según los moldes
e intereses de la FIFA. El
nacionalismo siempre es así: en nombre del interés nacional, se abren avenidas
para el neocolonialismo interno y después, el externo.
Luego de que fue electa, Dilma
mostró a qué vino: la destrucción del Ministerio de Cultura fue emblemática,
pero también la afirmación de su estilo autoritario, con la dimisión de Pedro
Abramovay, justamente por haber anunciado un elemento de proyecto (la reforma
–urgente y necesaria- de la política de represión de las drogas). Un episodio que
muestra el carácter arrogante y autoritario de la Presidenta y la
sumisión dócil de sus ministros –comenzando por lo que debería haber sido la
defensa de Pedro Abramovay, Ministro de Justicia- que prácticamente no tomaron
ninguna iniciativa en estos tres años.
Nada fue producido por los
ministros. Imaginen lo que habría pasado con Tarso Genro cuando tomó la
valiente decisión de conceder refugio a Battisti. El hecho es que los elementos
originales del gobierno de Dilma fueron desastrosos y apagaron lo poco que
había de “izquierda” en el pragmatismo “lulista”: en el plano de las
megaempresas, tenemos la falencia de Eike Batista –que implica a BNDES, CEF y
FGTS[7]- y las dificultades
pesadas de Petrobras que llevaron a Leilão
de Libra (y dieron lugar al aumento del precio de la gasolina porque la
producción de los pozos tradicionales cayó); los megaeventos se mostraron como
impopulares justamente en junio, durante la Copa de las Confederaciones –¿cómo se hace para
gastar billones en embellecimiento (en Porto Maravilha) cuando millones de
personas al lado conviven con ríos de cloaca a cielo abierto? Sólo a través de
la connivencia con la tradicional política de terror, esa que enmascarada tras
el clivaje de raza y de clase mantiene a los senzala en “su lugar”.
En el plano de la nueva política
económica (el mantenimiento de los subsidios a la gran industria y la tentativa
de bajar los intereses), ésta acabó reforzando las tendencias inflacionistas
que ya estaban presentes. El levantamiento de junio fue, inicialmente, la
afirmación de que sólo una movilización democrática es capaz de romper la ronda
mortífera que liga las dos inflaciones: ¡la de los intereses y la de los
precios! Tornándose primavera, el otoño es también la base para la reafirmación
de la propia noción de proyecto. El “proyecto” que interesa es aquel que no es
unitario, sino múltiple, aquel que es abierto a otro proceso de producción de
subjetivación, aquel que no se separa del proceso de su constitución: la única
clave para la “política” de volver a ser ética (y creíble para los jóvenes) es
la de mantener la fuente y el resultado juntos en un proceso continuamente
abierto. El único proyecto que interesa es justamente aquel que no es proyecto,
es decir, donde no hay ninguna teleología totalitaria, sino el máximo de
constitución democrática.
¿Qué
relación se puede hacer entre aquellas primeras manifestaciones y las más
recientes, que pasaron a ser identificadas con los actos de violencia? ¿Se
trata de la continuidad de un mismo fenómeno o son situaciones aisladas una de
otra?
No hay diferencias entre las
primeras manifestaciones y aquellas que persistieron a lo largo de estos meses:
por ejemplo, las primeras manifestaciones en Rio de Janeiro, a comienzos de
junio, tenían muy poca gente y ya eran caracterizadas por la determinación de
una nueva generación de jóvenes en resistir a los ataques de la policía y dar a
las manifestaciones algún tipo de efectividad. Contrariamente a lo que los
medios y los intelectuales ligados al
gobierno afirman hoy, fue esa característica distintiva de las manifestaciones
lo que las masificó. Al tiempo que los gobiernos encontraban que el “rodo”
policial ahuyentaría a los manifestantes, en particular aquellos politizados de
clase media que –según sus cálculos obsoletos- debían constituir el núcleo duro
de las movilizaciones.
No solo que eso no los ahuyentó,
sino que los masificó y, dentro de la masificación, se fue construyendo la
capacidad de resistir y hasta de practicar acciones directas de tipo simbólico.
Desde el inicio, el poder de los medios y los medios del poder trataron de
imponer la separación entre los manifestantes “ordenados”[8] y los “vándalos”, aunque
no funcionó. No funcionó porque, a pesar de las repetidas mistificaciones de
los medios, las prácticas de autodefensa y de acciones directas respetaron
límites políticos precisos que no permitieron que en ellas se filtre el
discurso de la violencia y del miedo.
La mayoría de la población, sobre
todo de la población joven y pobre, pudo divisar en esas prácticas una brecha
de lucha efectiva. Se trata, entonces, de una continuidad y de una maduración,
como vimos en el regreso de la multitud a la Avenida Rio Branco en
los días 7 y 15 de octubre. Sin embargo, podemos y precisamos sistematizar la
cuestión de la violencia en tres momentos de reflexión: la violencia ya existe
y la novedad fue la brecha democrática; la cuestión de la táctica Black Bloc; y
la represión.
La
violencia
Los medios y el poder siempre
intentan decir que la violencia viene de la protesta, es decir, de la
manifestación democrática. Se trata de una operación sistemática de
mistificación a la que asistimos en sus formas explícita y asesina en los
últimos eventos de São Paulo –al tiempo que algunos jóvenes están en prisión preventiva con la gravísima
acusación de “tentativa de homicidio” de un policía (que no sufrió ninguna
herida grave), los policías que asesinaron fríamente dos adolescentes (en
momentos diferentes) son imputados por “homicidio culposo”. Peor aún,
periódicos como O Globo (que tiene una larga y mortífera historia de apología
de la arbitrariedad policial) llegaron a escribir titulares que invertían
intencionadamente el sentido de los hechos: “Protesta contra la muerte de un
joven termina con violencia”. Es decir, la justa indignación popular contra la
violencia asesina del Estado sufre una inversión grosera, hasta ofensiva a la
inteligencia del lector.
Lo que el movimiento hizo y hace
no es practicar la violencia, sino tornar explícita y visible la violencia del
poder y de sus sistemas de (in)justicia, como en el caso de Amarildo, el
albañil torturado, asesinado y desparecido en la sede de la UPP[9] de la PM de Rochinha en Rio de
Janeiro. Lo mismo sucedió con los más de 10 habitantes asesinados en la favela
da Maré en junio, durante el movimiento, por la “Tropa de Elite” de la PM de Rio y en relación a la
cual ni siquiera existe un procedimiento disciplinario. El movimiento mostró
que los habitantes de senzala no
tienen ciudadanía ni derecho a luchar. La matanza de Maré fue un mensaje claro,
genuinamente neoesclavista, a los pobres: ustedes no tienen derecho de luchar y
si luchan están muertos. Esta es la democracia en la que vivimos: no en los
lugares más distantes del Brasil remoto, pero sí en la metrópolis olímpica, Rio
de Janeiro. Y eso en un gobierno estatal del PT y del PMDB.
La
táctica Black Bloc
Sin embargo, miles de jóvenes
pobres descubrieron, en junio, que había una brecha para luchar. El Brasil de
los megaeventos, de las Copas y las Olimpíadas no puede repetir en las calles y
las plazas lo que hace en las favelas, periferias y suburbios todo el santo
día. No es por casualidad que eso sucedió durante la Copa de las Confederaciones.
La lucha fue contra, pero por
dentro: adentro y contra. Esa brecha es claramente democrática pues por medio
de ella los jóvenes pobres (mismo que en su mayoría sean los más dinámicos
–prounistas, reunistas, etc.) encontraron la posibilidad de luchar, escapando
al doble mecanismo racista y asesino que normalmente es usado para
controlarlos: el arbitrio de la policía y el del narcotráfico, siendo que a
veces éste toma el nombre de “milicia”.
Al mismo tiempo, los jóvenes que
encontraron esta brecha no creen en la representación y quieren mucho más y
mejor. No quieren ninguna bandera que no sea aquella que ellos mismos afirman y
producen en su lucha. Además de esto, me parece, estos jóvenes, y más en
general los jóvenes que decidieron entrar a la política en junio, piensan que
el único modo de hacerlo es conseguir cierto nivel de efectividad, es decir,
permaneciendo en las calles desde las maneras más autónomas y determinadas
posibles.
Deben existir otras explicaciones
que yo desconozco, pero mirando hacia Rio de Janeiro, donde la táctica Black
Bloc se presentó explícitamente (si no estoy equivocado) apenas el día 30 de junio,
las manifestaciones de protesta durante la final de la Copa de las Confederaciones,
creo que las banderas negras del anarquismo fueron aquellas que la gran mayoría
de esos jóvenes eligió como siendo internas a una lucha que es, ante todo, una
lucha contra la representación que afirma
la necesidad de formas organización radicalmente horizontales, sin
liderazgos.
Nunca fui anarquista y no creo en
el “anarquismo” porque pienso que la lucha es por la invención de nuevas
instituciones. Pero no sirve de nada querer que la “realidad” se ajuste a
nuestras ideas. Es preciso que las ideas
se adecúen a la realidad. La referencia (global) la táctica Black Bloc parece
haber respondido o correspondido con algunas inflexiones totalmente brasileñas
y cariocas.
La primera es la necesidad de esos
jóvenes oriundos de las periferias y de los suburbios de enmascararse para
poder luchar (existe como una inversión: no usan máscaras porque son Black Bloc,
pero se llaman Black Bloc para poder usar las máscaras y llegar enmascarados a
las manifestaciones del mismo modo que las banderas negras de la anarquía les
parecen las únicas –aunque no exclusivas- que afirman la horizontalidad radical
de su lucha).
La explicitación de táctica Black
Bloc es también –y paradojalmente ante el proceso de criminalización del cual
son objeto- la definición de una ética de resistencia y de la acción directa,
es decir, de “límites” dentro de los cuales mantener esas dos prácticas que el
movimiento de junio y sus desdoblamientos, a lo largo de los meses de julio,
agosto, septiembre y octubre, colocaron como pauta. La táctica Black Bloc fue
un suceso mediático inesperado. Son ellos quienes llaman la atención de todos
los tipos de medios. ¿De dónde viene ese “suceso”? De la percepción de que en
esta táctica hay una brecha democrática capaz de colocar en la calle la
cuestión de la paz y de la justicia social: es esa táctica que consigue dar el
nombre de Amarildo a todos los pobres sin nombre masacrados arbitrariamente por
el Estado: cinco por día, según las estadísticas publicadas por O Globo.
Con todo, parece que la táctica Black
Bloc tiene una dimensión estética que también puede funcionar como una
identidad y eso, a mi modo de ver, es un problema. En primer lugar porque puede
servir para los diseños de la represión que busca exactamente aislar fenómenos
de organización que no existen. En segundo lugar, porque puede ingenuamente
atribuir a las dimensiones estéticas de la acción directa un peso político que
en la realidad no tiene. Por ejemplo, la rotura de los cajeros electrónicos se
parece a la rotura de los relojes en las viejas revoluciones del siglo XIX. De
la misma manera que el proletariado industrial no conseguía con eso detener los
ritmos del tiempo del trabajo asalariado, el proletariado metropolitano no
conseguirá detener los flujos de las finanzas rompiendo los cajeros
electrónicos de los bancos (además, en eso los Black Blocs están quedando muy
cercanos a Dilma y su fracasado intento de bajar las tasas de interés).
Quedando en esta estética, la lucha corre el riesgo de caer en una encerrona.
En fin, los adeptos de la táctica Black Bloc pueden acabar “presos” en esta
dimensión estética, repitiéndola sistemática e ingenuamente. En suma, la
dimensión estética corre el riesgo de sobredeterminar aquella política, y
pienso en el lema de Walter Benjamin (el filósofo comunista alemán, víctima del
nazismo): la lucha por la politización del arte continúa actual.
La
represión
Llegamos así a la cuestión de la
represión: lo que está sucediendo –y a un nivel federal- es escandaloso. La Policía Federal
–al mendo de la Presidenta
y el Ministro de Justicia- divulga en la prensa la existencia de listas de
“sospechosos” de practicar actividades totalmente constitucionales: libertad de
opinión y de manifestación, articulaciones políticas y culturales
internacionales. No se puede creer.
En junio, dirigentes del PT y del
gobierno advirtieron acerca del peligro de “golpe”, hablaron de coxinhas y también de “fascismo y
barbarie” en las manifestaciones. Tuve un vivo debate con mi amigo Tarso Genro,
con la presencia de Boaventura de Souza Santos, en Lisboa (en julio de este
año), durante el cual él hablaba de fascismo y de la “marcha sobre Roma”. Ahora
bien, el fascismo es un fenómeno estatal, nacionalista e identitario: totalmente
lo contrario de los discursos, las banderas y la estética de estos muchachos.
Quien tiene aires de fascismo es Vargas, a quien Emir Sader comparó al
presidente Lula. Quien es ambiguo es el nacionalismo que circula en la
izquierda neodesarrollista (inclusive, como vimos en Leilão de Libra, hace como el fascismo: retórica nacionalista y política
entreguista).
Fascismo
y xenofobia es hacer demagogia con los visados (bienvenidos) de los médicos
cubanos y dejar irregulares a miles de trabajadores bolivianos en São Paulo. En
fin, fascistas son las policías de cualquier estado de Brasil que pueden matar
y torturar a gusto sin que el señor Ministro de Justicia constituya fuerza de
tarea[10]
alguna. Fascismo y barbarie son las condiciones de las prisiones en Brasil, a
las que el mismo Ministro dice que no le gustaría ir.
El
fascismo es un fenómeno estatal, organizado y estructurado en torno a la
radicalización de los valores tradicionales: la nación, la familia y hasta la
raza (y el anarquismo ante esto –sea que la gente guste o no de él- es una
contradicción en los términos). El fascismo ya está presente y dominante en
Brasil y no precisa de ningún golpe, a no ser de aquel que el propio gobierno
está dando a la democracia. Quien puso al ejército en la calle fue el gobierno
federal para proteger la licitación de las reservas estratégicas de petróleo.
La fractura del Estado de derecho sucedió por obra del Estado de Rio (y la
sorprendente aprobación de Cardozo) en la prisión indiscriminada y en masa de
200 personas con el único criterio de que estaban en la escalera de la Cámara de Concejales de Rio
de Janeiro, ejerciendo el derecho constitucional de manifestación. Esa
operación sí es de tipo nazista: prisión indiscriminada, en masa, por
retaliación.
No se
trata apenas de decir que ninguna fuerza de tarea fue constituida entre el
Ministro de Justicia y los Secretarios de Seguridad de Rio y de São Paulo para detener los asesinatos sistemáticos de pobres (los “Amarildo”) por
las PMs de todos los estados. Hay otra
evidencia, terrible, que solamente Cardozo y Dilma no quieren ver: en Rio de
Janeiro, a lo largo de cinco meses de movilizaciones en la calle y
enfrentamientos, la PM
–como el propio Secretario de Seguridad José Mariano Beltrame dice- se “sujetó”
y el uso de armas letales fue extremadamente limitado (aunque preocupante en el
día 15 de octubre). ¿Qué significa eso? Que el uso sistemático del acto de
resistencia para matar, torturar y someter a los pobres es una práctica que se
vigoriza a través de una autorización de hecho por parte de los gobiernos. En
el caso de las manifestaciones, para mantener su imagen externa y evitar
también una revuelta generalizada, los gobiernos consiguieron hacer pasar el
“mensaje” para su PM y no quieren hacerlo pasar con respecto a su actuación en Maré,
en Rocinha, en los suburbios de Rio y en las periferias de São Paulo. Sólo por este Ministro de Policía para no ver la enorme brecha para la
paz que habría, y abrir las mesas de negociación. Sólo para la arrogancia
potencialmente totalitaria de la
Presidenta y de los sectores mayoritarios del PT de no hace
autocrítica sobre 10 años de (no) políticas de juventud. Lo mejor de la
juventud brasileña está en las calles. ¿Qué fue hecho por los gobiernos de Lula
y Dilma? ¿Alguien sabe?
¿De esto deriva que las recientes
manifestaciones están permeadas por una cultura del resentimiento?
El único
resentimiento que yo vi (y veo) es el que se encuentra en los análisis de esos
“académicos” que están paradojalmente desarmados teóricamente para entender lo
que sucede y sucedió. Descubren que las categorías que usaban no sirven para
nada e intentan descalificar lo que sucede e intentan exorcizar los trabajos
teóricos que los anticiparon. El caso más triste es de Marilena Chaui. En una
entrevista de la Revista
CULT, ella hace una serie de consideraciones infundadas sobre
el pensamiento de Foucault, Agamben y Negri y comienza declarando “haberse
llevado un susto cuando descubrió que los jóvenes del MPL habían usado las
redes para llamar a las movilizaciones”. Como si las redes fuesen una opción y
no la nueva base material del trabajo y de las luchas, la condición ontológica
dentro de la cual vivimos. Esa desconexión entre el pensamiento y el análisis
material (es decir, el hecho de que cuando ella habla de “clases” moviliza una
extraña mezcla de sociología marxista ortodoxa con moralismo psicológico que
poco tiene que ver con la teoría spinozista de los afectos) explica tal vez el
hecho de que ella no se sintió tocada cuando criminalizó a los jóvenes que están
en la calle, pronto para la máquina mortífera que es la PM de Rio (en agosto).
¿Cómo se relaciona este panorama
con el concepto de multitud, de Antonio Negri?
Totalmente. Los conceptos de
trabajo inmaterial y de multitud se muestran totalmente adecuados ante lo que
está aconteciendo y confirman la dimensión pionera de esas teorizaciones. Lo
que tenemos en las calles, sociológicamente, es el trabajo inmaterial
metropolitano que lucha sobre la movilidad y la democracia al mismo tiempo. Y
esas luchas “hacen” multitud, constituyen una multitud de singularidades que
cooperan entre sí, manteniéndose como tales. La “multitud” no es positiva en sí
(como dice de manera infundada la historiadora de la filosofía hablando de Negri),
sino que es afirmación, constitución. Fuera de eso, lo que observamos es la
fragmentación social, la pérdida de derechos. El movimiento de junio nos
muestra que no precisamos volver a las grandes masas fabriles para luchar. Por
el contrario, “nunca antes en la historia de este país” hubo un movimiento tan
fuerte y tan autónomo, mucho más que el nuevo sindicalismo del que vino Lula.
Del mismo modo, cuando publicamos,
en 2005, GlobAL: biopoder y luchas en una América Latina globalizada (Rio de
Janeiro: Record, 2005), decíamos que los nuevos gobiernos eran interesantes en
la medida en que serían atravesados por los procesos de subjetivación –quiero
decir, por las luchas- capaces de construir una alternativa al neoliberalismo y
al neodesarrollismo. De esta manera, Negri y yo anticipamos, por un lado, que
las brechas del gobierno de Lula habían producido esa nueva subjetividad y que
ésta no debía ser reducida al lulismo. Por increíble que parezca, el régimen
discursivo hegemónico del PT no fue aquel de comparar Lula a Vargas y, de
manera totalmente bipolar, a reducir la movilización social a movilidad
estadística (la emergencia de una Nueva Clase Media). Por lo visto, quien es
llamado a llenar ese vacío de la teoría y de la política hegemónica en el PT y
el gobierno es la
Policía Federal.
[1] Senzala
se denomina al lugar donde vivían los esclavos que trabajaban en los ingenios y
las haciendas del Brasil colonial (aproximadamente entre los siglos XVI y XIX),
y que estaban al servicio del señor o patrón que poseía las propiedades rurales
y que habitaba la Casa-grande.
[2] CPI: Comisión Parlamentaria de
Investigación (del Transporte).
[3] OAB: Orden de Abogados del Brasil.
[4] El Colectivo Projetação se define como un
“colectivo que arremete en la ocupación de espacios públicos como una forma de
expresión política”.
https://www.facebook.com/pages/Coletivo-Projetação/516672891719996
https://www.facebook.com/pages/Coletivo-Projetação/516672891719996
[5] SEPE: Sindicato Estatal de Profesionales de
la Educación.
[6] Pelego
es un término despreciativo utilizado en la jerga del movimiento sindical, para
referirse a los líderes o representantes de un sindicato que en lugar de luchar
por los intereses de los trabajadores, defienden secretamente los intereses de
la patronal.
[7] BNDES: Banco de Desarrollo del Brasil; CEF:
Caja Económica Federal; FGTS: Fondo de Garantía del Tiempo de Servicio.
[8] Ordeiro
en portugués hace alusión a “amigo del orden”, en un sentido más disciplinario.
[9] UPP: Unidad de la Policía Pacificadora.
Fuente: Lobo Suelto!
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