dezembro 16, 2013

" “El levantamiento de junio: una potentísima bifurcación dentro de la cual aún estamos”. Entrevista a Giuseppe Cocco" (Lobo Suelto!)

PICICA: "[...] cuando publicamos, en 2005, GlobAL: biopoder y luchas en una América Latina globalizada (Rio de Janeiro: Record, 2005), decíamos que los nuevos gobiernos eran interesantes en la medida en que serían atravesados por los procesos de subjetivación –quiero decir, por las luchas- capaces de construir una alternativa al neoliberalismo y al neodesarrollismo. De esta manera, Negri y yo anticipamos, por un lado, que las brechas del gobierno de Lula habían producido esa nueva subjetividad y que ésta no debía ser reducida al lulismo. Por increíble que parezca, el régimen discursivo hegemónico del PT no fue aquel de comparar Lula a Vargas y, de manera totalmente bipolar, a reducir la movilización social a movilidad estadística (la emergencia de una Nueva Clase Media). Por lo visto, quien es llamado a llenar ese vacío de la teoría y de la política hegemónica en el PT y el gobierno es la Policía Federal."

(Traducción para Lobo: Santiago Sburlatti)


¿Qué es lo que las manifestaciones del llamado Octubre Brasilero nos enseñan en lo referido a las posibilidades efectivas de la democracia directa?



Las manifestaciones de octubre son la continuidad y el desdoblamiento de aquellas de junio. En su conjunto, ellas nos enseñan muchas cosas, incluso sobre las posibilidades efectivas de la democracia directa. Ante todo, ellas nos enseñan que la “democracia directa” sólo existe en los términos de la radicalización de la democracia. El movimiento no nos dice apenas que la separación de la fuente (el pueblo) vis-à-vis del resultado (los representantes) es inmoral, sino explícita, y torna visible que esa dimensión inmoral del poder está basada en la violencia de sus policías. Es decir, el movimiento tiene la capacidad de mostrar en Brasil y en el mundo las dimensiones perversas del monopolio estatal del uso de la fuerza en Brasil; un régimen de terror de Estado que, por medio del régimen discursivo sostenido por los medios de comunicación de la élite neoesclavista, es tratado como si fuese “externo” e independiente de los gobiernos, hasta el punto en que, en Rio de Janeiro, la solución sería su profundización por medio de la llamada “pacificación”.



Sería irónico, si no fuese un cúmulo de cinismo esclavista. Y que la forma espuria de actuar del Estado, o colusión generalizada entre las fuerzas de policías y crimen organizado, en medio de la histeria represiva contra el tráfico de drogas, funciona como principal mecanismo de legitimación de la guerra contra los pobres y contra sus movilizaciones democráticas. Como siempre lo hace, desde junio el poder multiplica los rumores sobre participación del narcotráfico en las movilizaciones democráticas. En la senzala[1] –es decir, en las favelas, suburbios y periferias- el terror anda a todo vapor, más allá de a qué partido responda la policía. Es un terror estatal con visos clasistas y, sobre todo, racistas. Los vientos de junio continúan soplando (no sólo en octubre, sino también en noviembre), y el otoño ya viró en una primavera que anuncia el carnaval.



El levantamiento de junio no fue una explosión efímera, sino una potentísima bifurcación dentro de la cual aún estamos. En esta bifurcación, las posibilidades de democracia directa nos aparecen, al mismo tiempo, potentes y activamente bloqueadas, literalmente criminalizadas por un Ministro de Justicia que transforma en crimen, con el apoyo entusiasta de la prensa hegemónica, los derechos constitucionales de manifestación y libre opinión. Y esto en base a informes de la Policía Federal sobre actividades que no son crímenes.



Es decir, el Ministro de Justicia se transforma en Ministro de Policía y el Estado hace caer su máscara para aparecer explícitamente como lo que es: un Estado Policial. Confieso que me quedé espantado ante la “reacción” (y quiero enfatizar ese término “reacción”, pues es la raíz de otro término: “reaccionario”) de la izquierda en general, sobre todo de la izquierda de gobierno, en particular del PT y de algunos dirigentes y hasta de algunos amigos. Mi espanto aumenta cada día. Si de la presidenta Dilma (que, como dice un viral en la web de un artista carioca, “ya fue Campanita y hoy se convirtió en Capitán Garfio”) no esperaba ninguna sensibilidad, no digo “social”, pero aunque sea política, de otros esperaba una postura diferente, por lo menos progresista y clara. 



El hecho es que la izquierda del poder y el PT (que me interesa) no hicieron ni hacen ningún esfuerzo para abrir los gobiernos que lideran, a la nueva demanda de participación y de “democracia real ya”. Al contrario, asistimos a una postura arrogante y reactiva, en los moldes del Ministro de Justicia transformándose dócilmente en Ministro de Policía. Esta postura enfatiza lo que ya sabíamos: que las brechas de transformación de los gobiernos de Lula fueron definitivamente cerradas por el de Dilma; que los experimentos en términos de presupuesto participativo no sólo fueron cerrados hace tiempo, sino que fueron totalmente sobrevalorizados. El OP (Presupuesto Participativo) no dejó rastros políticos de ningún tipo.



Democracia productiva



De todos modos, a pesar de ese vacío político desconcertante, hoy es el horizonte innovador de una democracia productiva que tenemos delante de nosotros. Podemos aprehender sus dimensiones en tres grandes niveles:



A) La ruptura –parcial y temporaria, pero real- de las dimensiones totalitarias constituidas en torno del consenso de la “gobernabilidad”.



B) La multiplicación de asambleas (muchas de ellas llamadas “populares”) y ocupaciones de Cámaras y Asambleas Legislativas en muchísimas ciudades; y



C) La forma productiva del “movimiento”



Las tres dimensiones hacen del levantamiento de junio-octubre un momento constituyente. En un primer nivel, por el decreto de reducción de las tarifas de transporte (en el caso de Rio Grande do Sul, el gobierno de Tarso tuvo el coraje de promulgar el Pase Libre para los estudiantes) y una serie de otros decretos de la plebe. En Rio de Janeiro, se trató, sobre todo, de los alrededores del Maracanã y del retiro parcial del Prefecto (aunque falso) de las políticas de erradicación de las favelas. En un segundo nivel, las ocupaciones de “parlamentos”, más allá de traducirse en decretos similares a aquellos del primer nivel (“retiros” puntuales de los gobiernos), pretendían transformar la crítica de la representación en el terreno concreto de una profundización democrática, de invención de nuevas instituciones.



Evocando una vez más a Rio de Janeiro, las sucesivas ocupaciones de la Cámara de los Concejales (y de la playa de Leblon, debajo de la residencia del Gobernador, sin contar el sinnúmero de manifestaciones frente al Palacio Guanabara, frente de Alerj o la breve ocupación frente a la residencia del Prefecto Municipal) mostraron que el movimiento de junio no era efímero, sino capaz de abrazar las luchas más difíciles como aquella contra la mafia de los ómnibus (reclamando una CPI[2] transparente y democrática). Siendo que la lucha contra la mafia de los ómnibus no es apenas una lucha por la reforma urgente de gestión del sistema de transportes, sino también por la democracia: todo el mundo sabe que esos “lobbies” se constituyen en las mayores trabas al sistema democrático, ¡incluso del representativo!



La ocupación de la Cámara de Rio mostró toda su potencia de nuevo terreno de lucha democrática, cuando pasó a ser usada y renovada por los profesores de la red municipal. No es por casualidad que fue duramente reprimida: ciertamente, el poder no puede tolerar que la democracia real se instale. Sería un ejemplo insoportable.



En fin, con el otoño transformándose en primavera, la persistencia del movimiento nos muestra las dimensiones productivas y, en ese sentido, constitutivas del horizonte democrático que él define. Las movilizaciones prácticamente diarias, que se sucedieron en julio, agosto y septiembre hasta las que se masificaron nuevamente en los días 7 y 15 de octubre, son el terreno de una multiplicidad de iniciativas: abogados de la OAB[3], grupos de abogados activistas, grupos de primeros auxilios, Colectivo Projetação[4], autoformación en las ocupaciones, músicos y bandas, una multitud de medios de comunicación produciendo desde innumerables streamings y documentales pasando por todo los tipos de registros fotográficos. La democracia que el movimiento diseña es constitutiva y asimismo productiva. El hecho de un proceso de subjetivación que muestra toda la potencia de las redes y las calles.



¿La ausencia de un proyecto político unificador de las pautas de los manifestantes llevó a la dispersión y la inmovilidad? ¿Fue eso lo que ocurrió después de la reducción del precio de los pasajes, principal pauta de las manifestaciones de junio en varias ciudades brasileñas?



Parece que sucedió exactamente lo contrario: no hubo dispersión, sino difusión y multiplicación de manifestaciones, reivindicaciones, asambleas y reuniones.  Por lo menos en el caso de Rio, no hubo siquiera un día de “inmovilidad”, sino una movilización diaria, modulada en escalas diferentes. La multitud pasó a re-hacerse a través de la multiplicación difusa de iniciativas que contienen luchas nuevas y antiguas. El movimiento de junio tuvo la capacidad de colocar pautas que eran tan urgentes como inalcanzables hasta entonces, como en la cuestión de los transportes urbanos. Claro, los esfuerzos de los jóvenes del Movimiento por el Pase Libre (MPL) están en la base de esto, pero es la primera vez que la lucha sobre el precio de los pasajes y la calidad de los transportes se consolida en las ocupaciones de las Cámaras y Asambleas Legislativas para que todo el sistema de gestión sea objeto de democratización.



El movimiento de junio se fue metamorfoseando en una constelación de movimientos e iniciativas, conectando entre ellas las luchas más diversas: desde aquellas de los favelados contra las erradicaciones o la violencia policial, hasta aquellas de los usuarios masacrados en los transportes todos los días, pasando por los movimientos de categorías como el de los bancarios, de los petroleros y, sobre todo, de los profesores.



Los profesores de Rio de Janeiro encontraron en el levantamiento de junio y, principalmente en su persistencia, la inspiración para luchar. Los profesores experimentaron, en las misturas con Ocupa Câmara y los jóvenes de Black Bloc, nuevas formas de lucha y organización, de tipo metropolitano: la forma sindical (el SEPE[5]), salió extremadamente debilitada (y hasta objeto de críticas violentas) al tiempo que, en su última fase, el movimiento fue experimentando formas embrionarias de organización territorial, algo como nuevas Cámaras de Trabajo Metropolitano que llegaron a vivir en las conexiones entre las diferentes acampadas. No se sabe con cuanto aliento, pero las acampadas de Leblon y de la Cámara fueron retomadas en estos días.



La huelga de los profesores municipales no fue una huelga tradicional absentista más del sector público, sino una lucha sensacional de ocupación y resistencia, incluso ante la represión policial. Es eso lo que llevó, en el día 1º de octubre, a una batalla campal de horas y horas en el centro de Rio de Janeiro (siendo la represión policial el único argumento usado  por el gobierno PMDB-PT para “negociar” con los huelguistas) y, en el día 7 de octubre, al regreso de la multitud a la Avenida Rio Branco.

Más de 100 mil personas marcharon, en una repetición de junio que ahora no tenía ningún tipo de ambigüedad más. Una gran manifestación de izquierda atravesada y enriquecida por las diferencias y por miles de jóvenes que adherían –tal vez por primera vez- a la táctica Black Bloc.



El día 15 de octubre, nuevamente decenas de miles de personas ocuparon la Rio Branco. La multitud está en la calle y persiste en su hacerse. No es una masa homogénea y manipulada (aquella que a los medios de comunicación neo-esclavistas le gustaría ver en la calle) o incluso una identidad categorial y corporativa que los sindicatos (“pelegos”[6] o supuestamente “radicales”) consiguen colocar, sino una multiplicidad de singularidades, sin liderazgos y por eso más potentes. Es la multitud que está al frente, practicando e innovando en las formas de lucha y volviendo a dar credibilidad a la política, en particular junto a los jóvenes.



Proyecto de los partidos



Recordemos que, en junio, los partidos tradicionales (de gobierno y de oposición) criticaban el movimiento por no tener organicidad, liderazgos y “proyecto”. Cabría preguntar: ¿cuáles son, hoy, la organicidad y los proyectos de los partidos? Por un lado, es difícil defender que los diferentes partidos de gobierno tengan organicidad. Ellos parecen funcionar como coaliciones espurias de estrategias personalistas, grupos de intereses económicos que forman bancadas muy poco “republicanas” a partir del peso de determinados lobbies (agronegocio, telecomunicaciones, evangélicos, etc.) que pasan por encima de las propias instancias partidarias. ¿Qué proyecto tienen esos “diputados y senadores”, que no sea la mera ocupación del aparato de poder así tal como es? ¿Y cuál sería el proyecto de los partidos de izquierda?



Aquellos que hacen oposición se confirmaron como fundamentales, en particular el PSOL de Rio de Janeiro. Sin embargo, la “oposición de izquierda” sale muy mal de esos cinco meses de luchas. Cuando todavía tiene ciudadanía en movimiento, eso no impide que el movimiento la transponga totalmente. Por otro lado, es evidente que la “oposición de izquierda” no representa ninguna alternativa electoral, y yo sigo convencido de que hasta el movimiento más radical precisa de algún momento electoral. Con respecto al PT, ¿cuál es su proyecto? Difícil decirlo, pues no hay ninguno, a no ser “continuar en el gobierno”. Y todavía peor si preguntamos: ¿qué proyecto implementó la presidente Dilma en su mandato? En términos de políticas públicas, no hubo ninguna innovación.



La marca de Dilma fue la vuelta del economicismo, y lo fue en torno a dos falacias: la primera fue la apuesta por la economía material de las commodities, de los megaeventos, de las megaobras y de los “global players” (la gran industria multinacional); la segunda –complementaria de aquella- fue la idea de que un cambio de modelo económico vendría de arriba hacia abajo, por la decisión-decreto de “bajar la tasas de interés”.



Cuando Dilma dice que prefiere los ingenieros a los abogados, ella está siendo muy sincera, nos hace entender que ella es realmente autoritaria. No se trata solamente de un “estilo”, del gusto por los ingenieros que hacen los cálculos de las represas o de los estadios, antes que los “fastidiosos” de los abogados que ayudan a los indios y los pobres a deconstruir esas ecuaciones para mostrar los impactos ambientales y sociales. Se trata justamente de una manera de pensar la política como una ingeniería social, una tecnología del progreso a ser implementada, incluso por la fuerza (la policía, sin olvidar que se trata de la policía brasileña, que mata oficialmente cinco personas por día), como hicieran Lenin y Stalin con la “industrialización forzada”. Sólo que ahora, lo ridículo es que el totalitarismo está para permitir a cualquier costo que la Copa del Mundo de la FIFA ocurra según los moldes e intereses de la FIFA. El nacionalismo siempre es así: en nombre del interés nacional, se abren avenidas para el neocolonialismo interno y después, el externo.



Luego de que fue electa, Dilma mostró a qué vino: la destrucción del Ministerio de Cultura fue emblemática, pero también la afirmación de su estilo autoritario, con la dimisión de Pedro Abramovay, justamente por haber anunciado un elemento de proyecto (la reforma –urgente y necesaria- de la política de represión de las drogas). Un episodio que muestra el carácter arrogante y autoritario de la Presidenta y la sumisión dócil de sus ministros –comenzando por lo que debería haber sido la defensa de Pedro Abramovay, Ministro de Justicia- que prácticamente no tomaron ninguna iniciativa en estos tres años.



Nada fue producido por los ministros. Imaginen lo que habría pasado con Tarso Genro cuando tomó la valiente decisión de conceder refugio a Battisti. El hecho es que los elementos originales del gobierno de Dilma fueron desastrosos y apagaron lo poco que había de “izquierda” en el pragmatismo “lulista”: en el plano de las megaempresas, tenemos la falencia de Eike Batista –que implica a BNDES, CEF y FGTS[7]- y las dificultades pesadas de Petrobras que llevaron a Leilão de Libra (y dieron lugar al aumento del precio de la gasolina porque la producción de los pozos tradicionales cayó); los megaeventos se mostraron como impopulares justamente en junio, durante la Copa de las Confederaciones –¿cómo se hace para gastar billones en embellecimiento (en Porto Maravilha) cuando millones de personas al lado conviven con ríos de cloaca a cielo abierto? Sólo a través de la connivencia con la tradicional política de terror, esa que enmascarada tras el clivaje de raza y de clase mantiene a los senzala en “su lugar”.



En el plano de la nueva política económica (el mantenimiento de los subsidios a la gran industria y la tentativa de bajar los intereses), ésta acabó reforzando las tendencias inflacionistas que ya estaban presentes. El levantamiento de junio fue, inicialmente, la afirmación de que sólo una movilización democrática es capaz de romper la ronda mortífera que liga las dos inflaciones: ¡la de los intereses y la de los precios! Tornándose primavera, el otoño es también la base para la reafirmación de la propia noción de proyecto. El “proyecto” que interesa es aquel que no es unitario, sino múltiple, aquel que es abierto a otro proceso de producción de subjetivación, aquel que no se separa del proceso de su constitución: la única clave para la “política” de volver a ser ética (y creíble para los jóvenes) es la de mantener la fuente y el resultado juntos en un proceso continuamente abierto. El único proyecto que interesa es justamente aquel que no es proyecto, es decir, donde no hay ninguna teleología totalitaria, sino el máximo de constitución democrática.



¿Qué relación se puede hacer entre aquellas primeras manifestaciones y las más recientes, que pasaron a ser identificadas con los actos de violencia? ¿Se trata de la continuidad de un mismo fenómeno o son situaciones aisladas una de otra?



No hay diferencias entre las primeras manifestaciones y aquellas que persistieron a lo largo de estos meses: por ejemplo, las primeras manifestaciones en Rio de Janeiro, a comienzos de junio, tenían muy poca gente y ya eran caracterizadas por la determinación de una nueva generación de jóvenes en resistir a los ataques de la policía y dar a las manifestaciones algún tipo de efectividad. Contrariamente a lo que los medios  y los intelectuales ligados al gobierno afirman hoy, fue esa característica distintiva de las manifestaciones lo que las masificó. Al tiempo que los gobiernos encontraban que el “rodo” policial ahuyentaría a los manifestantes, en particular aquellos politizados de clase media que –según sus cálculos obsoletos- debían constituir el núcleo duro de las movilizaciones.



No solo que eso no los ahuyentó, sino que los masificó y, dentro de la masificación, se fue construyendo la capacidad de resistir y hasta de practicar acciones directas de tipo simbólico. Desde el inicio, el poder de los medios y los medios del poder trataron de imponer la separación entre los manifestantes “ordenados”[8] y los “vándalos”, aunque no funcionó. No funcionó porque, a pesar de las repetidas mistificaciones de los medios, las prácticas de autodefensa y de acciones directas respetaron límites políticos precisos que no permitieron que en ellas se filtre el discurso de la violencia y del miedo.



La mayoría de la población, sobre todo de la población joven y pobre, pudo divisar en esas prácticas una brecha de lucha efectiva. Se trata, entonces, de una continuidad y de una maduración, como vimos en el regreso de la multitud a la Avenida Rio Branco en los días 7 y 15 de octubre. Sin embargo, podemos y precisamos sistematizar la cuestión de la violencia en tres momentos de reflexión: la violencia ya existe y la novedad fue la brecha democrática; la cuestión de la táctica Black Bloc; y la represión.



La violencia



Los medios y el poder siempre intentan decir que la violencia viene de la protesta, es decir, de la manifestación democrática. Se trata de una operación sistemática de mistificación a la que asistimos en sus formas explícita y asesina en los últimos eventos de São Paulo –al tiempo que algunos jóvenes  están en prisión preventiva con la gravísima acusación de “tentativa de homicidio” de un policía (que no sufrió ninguna herida grave), los policías que asesinaron fríamente dos adolescentes (en momentos diferentes) son imputados por “homicidio culposo”. Peor aún, periódicos como O Globo (que tiene una larga y mortífera historia de apología de la arbitrariedad policial) llegaron a escribir titulares que invertían intencionadamente el sentido de los hechos: “Protesta contra la muerte de un joven termina con violencia”. Es decir, la justa indignación popular contra la violencia asesina del Estado sufre una inversión grosera, hasta ofensiva a la inteligencia del lector.



Lo que el movimiento hizo y hace no es practicar la violencia, sino tornar explícita y visible la violencia del poder y de sus sistemas de (in)justicia, como en el caso de Amarildo, el albañil torturado, asesinado y desparecido en la sede de la UPP[9] de la PM de Rochinha en Rio de Janeiro. Lo mismo sucedió con los más de 10 habitantes asesinados en la favela da Maré en junio, durante el movimiento, por la “Tropa de Elite” de la PM de Rio y en relación a la cual ni siquiera existe un procedimiento disciplinario. El movimiento mostró que los habitantes de senzala no tienen ciudadanía ni derecho a luchar. La matanza de Maré fue un mensaje claro, genuinamente neoesclavista, a los pobres: ustedes no tienen derecho de luchar y si luchan están muertos. Esta es la democracia en la que vivimos: no en los lugares más distantes del Brasil remoto, pero sí en la metrópolis olímpica, Rio de Janeiro. Y eso en un gobierno estatal del PT y del PMDB.



La táctica Black Bloc



Sin embargo, miles de jóvenes pobres descubrieron, en junio, que había una brecha para luchar. El Brasil de los megaeventos, de las Copas y las Olimpíadas no puede repetir en las calles y las plazas lo que hace en las favelas, periferias y suburbios todo el santo día. No es por casualidad que eso sucedió durante la Copa de las Confederaciones.



La lucha fue contra, pero por dentro: adentro y contra. Esa brecha es claramente democrática pues por medio de ella los jóvenes pobres (mismo que en su mayoría sean los más dinámicos –prounistas, reunistas, etc.) encontraron la posibilidad de luchar, escapando al doble mecanismo racista y asesino que normalmente es usado para controlarlos: el arbitrio de la policía y el del narcotráfico, siendo que a veces éste toma el nombre de “milicia”.



Al mismo tiempo, los jóvenes que encontraron esta brecha no creen en la representación y quieren mucho más y mejor. No quieren ninguna bandera que no sea aquella que ellos mismos afirman y producen en su lucha. Además de esto, me parece, estos jóvenes, y más en general los jóvenes que decidieron entrar a la política en junio, piensan que el único modo de hacerlo es conseguir cierto nivel de efectividad, es decir, permaneciendo en las calles desde las maneras más autónomas y determinadas posibles.



Deben existir otras explicaciones que yo desconozco, pero mirando hacia Rio de Janeiro, donde la táctica Black Bloc se presentó explícitamente (si no estoy equivocado) apenas el día 30 de junio, las manifestaciones de protesta durante la final de la Copa de las Confederaciones, creo que las banderas negras del anarquismo fueron aquellas que la gran mayoría de esos jóvenes eligió como siendo internas a una lucha que es, ante todo, una lucha contra la representación que afirma  la necesidad de formas organización radicalmente horizontales, sin liderazgos.



Nunca fui anarquista y no creo en el “anarquismo” porque pienso que la lucha es por la invención de nuevas instituciones. Pero no sirve de nada querer que la “realidad” se ajuste a nuestras ideas.  Es preciso que las ideas se adecúen a la realidad. La referencia (global) la táctica Black Bloc parece haber respondido o correspondido con algunas inflexiones totalmente brasileñas y cariocas.

La primera es la necesidad de esos jóvenes oriundos de las periferias y de los suburbios de enmascararse para poder luchar (existe como una inversión: no usan máscaras porque son Black Bloc, pero se llaman Black Bloc para poder usar las máscaras y llegar enmascarados a las manifestaciones del mismo modo que las banderas negras de la anarquía les parecen las únicas –aunque no exclusivas- que afirman la horizontalidad radical de su lucha).



La explicitación de táctica Black Bloc es también –y paradojalmente ante el proceso de criminalización del cual son objeto- la definición de una ética de resistencia y de la acción directa, es decir, de “límites” dentro de los cuales mantener esas dos prácticas que el movimiento de junio y sus desdoblamientos, a lo largo de los meses de julio, agosto, septiembre y octubre, colocaron como pauta. La táctica Black Bloc fue un suceso mediático inesperado. Son ellos quienes llaman la atención de todos los tipos de medios. ¿De dónde viene ese “suceso”? De la percepción de que en esta táctica hay una brecha democrática capaz de colocar en la calle la cuestión de la paz y de la justicia social: es esa táctica que consigue dar el nombre de Amarildo a todos los pobres sin nombre masacrados arbitrariamente por el Estado: cinco por día, según las estadísticas publicadas por O Globo.



Con todo, parece que la táctica Black Bloc tiene una dimensión estética que también puede funcionar como una identidad y eso, a mi modo de ver, es un problema. En primer lugar porque puede servir para los diseños de la represión que busca exactamente aislar fenómenos de organización que no existen. En segundo lugar, porque puede ingenuamente atribuir a las dimensiones estéticas de la acción directa un peso político que en la realidad no tiene. Por ejemplo, la rotura de los cajeros electrónicos se parece a la rotura de los relojes en las viejas revoluciones del siglo XIX. De la misma manera que el proletariado industrial no conseguía con eso detener los ritmos del tiempo del trabajo asalariado, el proletariado metropolitano no conseguirá detener los flujos de las finanzas rompiendo los cajeros electrónicos de los bancos (además, en eso los Black Blocs están quedando muy cercanos a Dilma y su fracasado intento de bajar las tasas de interés). Quedando en esta estética, la lucha corre el riesgo de caer en una encerrona. En fin, los adeptos de la táctica Black Bloc pueden acabar “presos” en esta dimensión estética, repitiéndola sistemática e ingenuamente. En suma, la dimensión estética corre el riesgo de sobredeterminar aquella política, y pienso en el lema de Walter Benjamin (el filósofo comunista alemán, víctima del nazismo): la lucha por la politización del arte continúa actual. 



La represión



Llegamos así a la cuestión de la represión: lo que está sucediendo –y a un nivel federal- es escandaloso. La Policía Federal –al mendo de la Presidenta y el Ministro de Justicia- divulga en la prensa la existencia de listas de “sospechosos” de practicar actividades totalmente constitucionales: libertad de opinión y de manifestación, articulaciones políticas y culturales internacionales. No se puede creer.



En junio, dirigentes del PT y del gobierno advirtieron acerca del peligro de “golpe”, hablaron de coxinhas y también de “fascismo y barbarie” en las manifestaciones. Tuve un vivo debate con mi amigo Tarso Genro, con la presencia de Boaventura de Souza Santos, en Lisboa (en julio de este año), durante el cual él hablaba de fascismo y de la “marcha sobre Roma”. Ahora bien, el fascismo es un fenómeno estatal, nacionalista e identitario: totalmente lo contrario de los discursos, las banderas y la estética de estos muchachos. Quien tiene aires de fascismo es Vargas, a quien Emir Sader comparó al presidente Lula. Quien es ambiguo es el nacionalismo que circula en la izquierda neodesarrollista (inclusive, como vimos en Leilão de Libra, hace como el fascismo: retórica nacionalista y política entreguista).



Fascismo y xenofobia es hacer demagogia con los visados (bienvenidos) de los médicos cubanos y dejar irregulares a miles de trabajadores bolivianos en São Paulo. En fin, fascistas son las policías de cualquier estado de Brasil que pueden matar y torturar a gusto sin que el señor Ministro de Justicia constituya fuerza de tarea[10] alguna. Fascismo y barbarie son las condiciones de las prisiones en Brasil, a las que el mismo Ministro dice que no le gustaría ir.



El fascismo es un fenómeno estatal, organizado y estructurado en torno a la radicalización de los valores tradicionales: la nación, la familia y hasta la raza (y el anarquismo ante esto –sea que la gente guste o no de él- es una contradicción en los términos). El fascismo ya está presente y dominante en Brasil y no precisa de ningún golpe, a no ser de aquel que el propio gobierno está dando a la democracia. Quien puso al ejército en la calle fue el gobierno federal para proteger la licitación de las reservas estratégicas de petróleo. La fractura del Estado de derecho sucedió por obra del Estado de Rio (y la sorprendente aprobación de Cardozo) en la prisión indiscriminada y en masa de 200 personas con el único criterio de que estaban en la escalera de la Cámara de Concejales de Rio de Janeiro, ejerciendo el derecho constitucional de manifestación. Esa operación sí es de tipo nazista: prisión indiscriminada, en masa, por retaliación.



No se trata apenas de decir que ninguna fuerza de tarea fue constituida entre el Ministro de Justicia y los Secretarios de Seguridad de Rio y de São Paulo para detener los asesinatos sistemáticos de pobres (los “Amarildo”) por las PMs de todos los estados.  Hay otra evidencia, terrible, que solamente Cardozo y Dilma no quieren ver: en Rio de Janeiro, a lo largo de cinco meses de movilizaciones en la calle y enfrentamientos, la PM –como el propio Secretario de Seguridad José Mariano Beltrame dice- se “sujetó” y el uso de armas letales fue extremadamente limitado (aunque preocupante en el día 15 de octubre). ¿Qué significa eso? Que el uso sistemático del acto de resistencia para matar, torturar y someter a los pobres es una práctica que se vigoriza a través de una autorización de hecho por parte de los gobiernos. En el caso de las manifestaciones, para mantener su imagen externa y evitar también una revuelta generalizada, los gobiernos consiguieron hacer pasar el “mensaje” para su PM y no quieren hacerlo pasar con respecto a su actuación en Maré, en Rocinha, en los suburbios de Rio y en las periferias de São Paulo. Sólo por este Ministro de Policía para no ver la enorme brecha para la paz que habría, y abrir las mesas de negociación. Sólo para la arrogancia potencialmente totalitaria de la Presidenta y de los sectores mayoritarios del PT de no hace autocrítica sobre 10 años de (no) políticas de juventud. Lo mejor de la juventud brasileña está en las calles. ¿Qué fue hecho por los gobiernos de Lula y Dilma? ¿Alguien sabe?



¿De esto deriva que las recientes manifestaciones están permeadas por una cultura del resentimiento?



El único resentimiento que yo vi (y veo) es el que se encuentra en los análisis de esos “académicos” que están paradojalmente desarmados teóricamente para entender lo que sucede y sucedió. Descubren que las categorías que usaban no sirven para nada e intentan descalificar lo que sucede e intentan exorcizar los trabajos teóricos que los anticiparon. El caso más triste es de Marilena Chaui. En una entrevista de la Revista CULT, ella hace una serie de consideraciones infundadas sobre el pensamiento de Foucault, Agamben y Negri y comienza declarando “haberse llevado un susto cuando descubrió que los jóvenes del MPL habían usado las redes para llamar a las movilizaciones”. Como si las redes fuesen una opción y no la nueva base material del trabajo y de las luchas, la condición ontológica dentro de la cual vivimos. Esa desconexión entre el pensamiento y el análisis material (es decir, el hecho de que cuando ella habla de “clases” moviliza una extraña mezcla de sociología marxista ortodoxa con moralismo psicológico que poco tiene que ver con la teoría spinozista de los afectos) explica tal vez el hecho de que ella no se sintió tocada cuando criminalizó a los jóvenes que están en la calle, pronto para la máquina mortífera que es la PM de Rio (en agosto).



¿Cómo se relaciona este panorama con el concepto de multitud, de Antonio Negri?



Totalmente. Los conceptos de trabajo inmaterial y de multitud se muestran totalmente adecuados ante lo que está aconteciendo y confirman la dimensión pionera de esas teorizaciones. Lo que tenemos en las calles, sociológicamente, es el trabajo inmaterial metropolitano que lucha sobre la movilidad y la democracia al mismo tiempo. Y esas luchas “hacen” multitud, constituyen una multitud de singularidades que cooperan entre sí, manteniéndose como tales. La “multitud” no es positiva en sí (como dice de manera infundada la historiadora de la filosofía hablando de Negri), sino que es afirmación, constitución. Fuera de eso, lo que observamos es la fragmentación social, la pérdida de derechos. El movimiento de junio nos muestra que no precisamos volver a las grandes masas fabriles para luchar. Por el contrario, “nunca antes en la historia de este país” hubo un movimiento tan fuerte y tan autónomo, mucho más que el nuevo sindicalismo del que vino Lula.



Del mismo modo, cuando publicamos, en 2005, GlobAL: biopoder y luchas en una América Latina globalizada (Rio de Janeiro: Record, 2005), decíamos que los nuevos gobiernos eran interesantes en la medida en que serían atravesados por los procesos de subjetivación –quiero decir, por las luchas- capaces de construir una alternativa al neoliberalismo y al neodesarrollismo. De esta manera, Negri y yo anticipamos, por un lado, que las brechas del gobierno de Lula habían producido esa nueva subjetividad y que ésta no debía ser reducida al lulismo. Por increíble que parezca, el régimen discursivo hegemónico del PT no fue aquel de comparar Lula a Vargas y, de manera totalmente bipolar, a reducir la movilización social a movilidad estadística (la emergencia de una Nueva Clase Media). Por lo visto, quien es llamado a llenar ese vacío de la teoría y de la política hegemónica en el PT y el gobierno es la Policía Federal.




 
[1] Senzala se denomina al lugar donde vivían los esclavos que trabajaban en los ingenios y las haciendas del Brasil colonial (aproximadamente entre los siglos XVI y XIX), y que estaban al servicio del señor o patrón que poseía las propiedades rurales y que habitaba la Casa-grande.

[2] CPI: Comisión Parlamentaria de Investigación (del Transporte).

[3] OAB: Orden de Abogados del Brasil.

[4] El Colectivo Projetação se define como un “colectivo que arremete en la ocupación de espacios públicos como una forma de expresión política”.
https://www.facebook.com/pages/Coletivo-Projetação/516672891719996

[5] SEPE: Sindicato Estatal de Profesionales de la Educación.

[6] Pelego es un término despreciativo utilizado en la jerga del movimiento sindical, para referirse a los líderes o representantes de un sindicato que en lugar de luchar por los intereses de los trabajadores, defienden secretamente los intereses de la patronal.  

[7] BNDES: Banco de Desarrollo del Brasil; CEF: Caja Económica Federal; FGTS: Fondo de Garantía del Tiempo de Servicio. 

[8] Ordeiro en portugués hace alusión a “amigo del orden”, en un sentido más disciplinario.

[9] UPP: Unidad de la Policía Pacificadora.
[10] En portugués, força-tarefa, que alude a una unidad militar temporaria creada para realizar una operación o misión específica.

Fuente: Lobo Suelto!

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