PICICA: "Dedicado a los y las nuevas
combatientes, heterodoxos, iconoclastas, destructores de imperios y de
estados, quienes inventan los nuevos horizontes de emancipaciones y
liberaciones múltiples."
Drama y retórica de un gobierno reformista
27.01.2014 15:26
Índice:
Umbral y horizonte político
Trama política y potencia social
Balance y perspectivas del gobierno “progresista
Ceremonialidad y comedia política
Un discurso anacrónico
Retórica y realidad del discurso gubernamental
Dedicado a los y las nuevas combatientes, heterodoxos, iconoclastas, destructores de imperios y de estados, quienes inventan los nuevos horizontes de emancipaciones y liberaciones múltiples.
Umbral y horizonte político
Referencia histórica y ubicación política
Lo que define la relación con el imperio, el imperialismo de ahora, en el siglo XXI, el imperio del sistema financiero mundial y del modelo extractivista colonial, expansivo e intensivo, es la posición respecto al extractivismo. Los gobiernos “progresistas” apuestan a expandirlo intensamente, siguiendo la misma ruta colonial de las oligarquías criollas. El imperio de hoy se encuentra bastante cómodo con gobiernos, que discursivamente, siguen la radicalidad “izquierdista” de mediados del siglo pasado, empero favorecen concesiones a las grandes empresas trasnacionales depredadoras. Esta situación no cambia porque estos gobiernos mejoren los términos de intercambio con el imperio, mientras siguen aceptando la división del mercado internacional y de la geopolítica del sistema-mundo capitalista: ser países exportadores de materias primas. Lo que no se puede dejar de tener en cuenta es lo siguiente: que nuestros Estado-nación periféricos forman parte del orden mundial de dominación, su papel asignado es el de garantizar la transferencia de recursos naturales a los centros del sistema-mundo. No ver esto, es aplaudir la restauración del Estado-nación, el incumplimiento de la Constitución, que establece la muerte del Estado nación y la construcción del Estado plurinacional comunitario y autonómico. No ver esto es no tener en cuenta que “derecha” e “izquierda” son términos relativos e históricos; todo depende de la relación que se tenga con la lucha efectiva de los pueblos. En el caso de Bolivia, el gobierno ha preservado toda la institucionalidad colonial del Estado, ha convertido en un folklore la condición plurinacional y comunitaria, ha renunciado a la reforma agraria, favoreciendo a los latifundistas, ha decidido ampliar la frontera agrícola afectando a los territorios indígenas. La caracterización del gobierno “progresista” de Evo Morales Ayma es la siguiente: Se trata de un gobierno que administra los intereses de la burguesía recompuesta, que aglutina a la burguesía tradicional, a los terratenientes, a los nuevos ricos, apoyados por una dirigencia campesina cooptada prebendalmente y clientelarmente. Un gobierno que se enfrenta a las naciones y pueblos indígenas a nombre del “desarrollo” y del progreso, como lo hacían las élites criollas. El caso ejemplar e ilustrativo es el conflicto del TIPNIS.
Desde esta perspectiva, cuando se habla de defensa del “proceso de cambio”, la mejor defensa del “proceso” es la crítica y la profundización efectiva del mismo, de la emancipación y la descolonización.
Interpretación y acontecer político
Las interpretaciones críticas del “proceso de cambio” están verificadas empíricamente. Eso es lo que ha ocurrido, no ha habido demolición del Estado-nación colonial. No se ha construido el Estado plurinacional, a pesar que se trabajó con propuestas concretas, y se elaboraron instrumentos, para hacerlo: El anteproyecto de ley de gestión pública plurinacional comunitaria e intercultural. Dejaron que se trabaje durante casi un año, que se presenten informes, que se incorporen personas como Boaventura de Sousa Santos y Alberto Acosta. Que se incorporen alcaldes cuya experiencia venía de la gestión en comunidades. Empero, cuando se tenía que discutir el proyecto de ley de gestión pública plurinacional en el gabinete, no quisieron hacerlo. Pues no quieren cambios. Ahora, este comportamiento se explica: llegar al gobierno, no para transformar, sino para hacer uso del monopolio de la concentración de fuerzas, repitiendo las mismas prácticas de todos los gobiernos, aunque acompañadas por una retórica populista y pretendidamente indígena, aunque vacua y forzada. Esto, que pasa, no debería sorprender, pues la historia se repite; es como una condena. El problema es el poder. Como dice el MST de Brasil, no se toma el poder, el poder te toma. Por lo tanto, te convierte en un engranaje de las lógicas de dominación cristalizadas en las instituciones.
Cuando dicen que se lanzan críticas alegremente, respondemos: en lo que no se puede ser alegre es en decir que lo que se dice, sobre el balance de los gobiernos “progresistas”, son apreciaciones alegres. Pues no lo son. Son experiencias dramáticas de los pueblos. Hacer propaganda de un gobierno que vive el drama de su propio laberinto, entrabado en contradicciones profundas, sin una menor consideración en lo que pasa, en la sucesión de hechos, que dibujan el perfil de una tendencia recurrente, es no sólo alegre, sino un flaco favor al propio gobierno “progresista”. Nosotros criticamos a los que llamamos llunk’u, los consideramos las termitas que se comen la madera con la que hay que construir el Estado plurinacional, la materialidad política con la que hay que defender el “proceso”. Estos llunk’u son los otros sepultureros del ”proceso”, los que alaban los errores de un gobierno “progresista”, en vez de criticarlo.
Sobre las diferencias en la caracterización política
En varios documentos y posicionamientos, sobre todo en nuestro debate con la izquierda tradicional, se dejó claro que, no se pueden confundir los gobiernos “progresistas” con los gobiernos neoliberales. Son distintos; emergen del bloque popular, se vinculan con lo nacional-popular, entran en contradicciones limitadas con el imperio. Esta diferencia, hace ver que no es lo mismo luchar contra los gobiernos neoliberales que luchar en el marco de los gobiernos “progresistas”. Además, dijimos que es diferente un contexto de otro, una coyuntura de otra. Que lo que ocurre en Venezuela es un descomunal enfrentamiento con una “derecha” fuerte, con convocatoria, apoyada por el imperio. En cambio, lo que ocurre en Bolivia y Ecuador se puede resumir de la manera siguiente: Una derecha derrotada, electoralmente, en Bolivia y Ecuador; en Bolivia, política y militarmente, después de los acontecimientos del Porvenir-Pando. Una clase burguesa, económicamente dominante, desplazada al bando del gobierno de Evo Morales, del cual consiguieron grandes ventajas. En el panorama político pervive una minúscula derecha política en el Congreso; bastante descolocada, sin ligazón efectiva y concreta con la clase social que supuestamente representa, pues no tiene apoyo de la burguesía, a la que aparentemente encarna. Por lo tanto, podemos concluir, que los gobiernos son diferenciables; empero, en la medida que expresa la cualidad operativa de la forma Estado-nación, responden a la lógica de poder, estructurada en la modernidad. En esa misma medida, reproducen la institucionalidad homogénea, la mono-cultura dominante, la condición mono-nacional heredada. Los gobiernos populares, por más vestidura o disfraz “progresista” que usen, forman parte de la reproducción colonial y capitalista del poder.
No es un problema de personas, como pretende la teoría de la conspiración, como si la explicación de las contradicciones históricas se resolviera con suponer que hay “traidores” de la “revolución”. Los caudillos son mitos, son imaginarios construidos por los pueblos, viven también un drama, pues son arrastrados por las contradicciones de un proceso histórico, que requiere, para salir de sus trampas reiterativas, de movilización, de democracia participativa, de transferir las decisiones a los pueblos, a las naciones y pueblos indígenas, a las comunidades, a las organizaciones sociales. Esto es justamente lo que no se hace, es de esto de lo que se alejan los gobiernos “progresistas”, que prefieren optar por acrecentar la burocracia, recurrir al autoritarismo, desprender despotismo, descalificar la crítica y dividir, sino pueden destruir, a las organizaciones indígenas. Estos gobiernos contribuyen de esta manera a su propia descomposición. Cayendo en este itinerario a una ruptura ética y moral en todas las líneas.
Umbral de las “revoluciones”
A estas alturas de las historias políticas de las sociedades humanas, sobre todo de las desplegadas durante la modernidad, creemos que debemos tener claro que, el gran problema histórico de las llamadas “revoluciones” es el poder, en tanto economía política del poder. Mapa institucional que captura la potencia social, la fuerza social, la dinámica molecular social; diagrama de fuerzas que diferencia poder de potencia, usando la potencia capturada para la reproducción del poder; es decir, de las dominaciones polimorfas. No creemos que sea problema de velocidades, tampoco de aceleraciones o desaceleraciones, de los “procesos” políticos, sino de la capacidad de desmantelar el poder y liberar la potencia social.
Para nosotros es evidente que se deben concebir y desplegar transiciones, transiciones del Estado-nación al Estado plurinacional; estas transiciones pueden ser largas, medianas o cortas. Incluso, mejor dicho, estas transiciones pueden concebirse diferencialmente; en unos casos de una manera radical, en otros casos de una manera reformista. Todo depende del contexto, la correlación de fuerzas, de la institución en cuestión, también depende del tema y tópico de la problemática de referencia. Les dijimos a los oficialistas, “pragmáticos” y supuestamente partidarios del realismo político, que no se trata de renunciar a las reformas, a las transiciones largas, sino de que había que dar pasos, aunque cortos, de tal manera que impliquen avances, aunque mínimos, incluso imperceptibles. Después de A viene B, después de B viene C, y así sucesivamente. Aunque nosotros somos partidarios y creemos, como establece la Constitución, en la transformación pluralista, comunitaria, participativa e intercultural del Estado; es decir, consideramos preferible transformaciones radicales que reformas, se puede lograr, en todo caso, el consenso en reformas. El problema es que tampoco quieren esto; no quieren transformaciones radicales, que consideran utópicas; no quieren reformas conscientemente ejecutadas. Se contentan, cómplices de la representación teatral de la época, con la simulación, con el montaje, con la publicidad, con los escenarios del teatro político. Se prefiere apostar a la ficción, inclinándose a procedimientos ilusorios, a lograr hacer creer a la gente, mediante la propaganda y la publicidad, que se dan cambios, renunciando a ejecutar efectivamente las transformaciones. Este es el problema, que el gobierno “progresista” ha caído en la ilusión de su propaganda, mientras se embarca en la ruta destructiva del extractivismo; acompañando, esta entrega colonial a las empresas trasnacionales, con prácticas prebendales y clientelares, embarcándose en el derrumbe político de todo gobierno, de toda gestión, que da vueltas en un círculo vicioso, cayendo degradantemente en la práctica compulsiva de la corrupción. Este es el problema de fondo. Volver a repetir, en otro contexto, en otro periodo, y en otra coyuntura, la triste historia de la paradoja de las “revoluciones”. Las “revoluciones” cambian el mundo; el mundo no va a volver a ser lo que era antes; empero, las “revoluciones” se hunden en sus contradicciones.
Este no es solamente un tema boliviano, tampoco sudamericano, ha pasado con todas las “revoluciones”. Por eso es indispensable intentar cruzar este umbral de las “revoluciones”, cruzar el límite e ingresar a otro horizonte posible. Esta eventualidad se logra con la crítica, aprendiendo de las contradicciones, de los problemas, de los errores, no ocultándolas con apologías. Lo que menos se requiere es de estos cantos al fracaso, edulcorándolas, como si fuese victoria, lo que menos necesitamos son estas apologías, que lo único que hacen es debilitar las fuerzas vitales de los “procesos” emancipadores.
Trama política y potencia social
Balance y perspectivas del gobierno “progresista
¿Se puede abordar el tema distinguiendo clasificatoriamente lo positivo y negativo? ¿Así como se aborda la metodología conocida del FODA, diferenciando fortalezas, debilidades y potencialidades? El balance político no es necesariamente de planificación institucional; aunque ésta tenga que ver, de alguna manera, en algún lugar, con el balance político. Tampoco, mucho menos, con la disquisición de lo positivo y negativo de un gobierno. El proceso político no puede comprenderse como un cuadro en un plano, sin perspectiva ni profundidad; la del tiempo político. El proceso político requiere ser analizado en sus temporalidades mezcladas, en la diferenciación de sus ritmos, en sus espacios fragmentados, en movimiento y combinación, en los espesores de sus territorios; en las composiciones complejas que se forman y transcurren. De lo que se trata es de comprender el juego de las tendencias inherentes del proceso, la resultante, si se puede hablar así, de esta concurrencia de tendencias. Comprender cómo se da lugar el funcionamiento de esta mecánica de las tendencias, cómo se da lugar la resultante, la conformación de la tendencia dominante, quizás no buscada por ninguna de las tendencias concurrentes. Las consecuencias de las acciones no son controladas por los actores. En definitiva, de lo que se trata es de entender la mecánica del despliegue del proceso político. Desde esta perspectiva, vamos a tratar de dibujar el boceto de la mecánica de las tendencias del proceso político.
Mecánica de las tendencias del proceso político
Las gestiones de gobierno
En el polo del poder, el gobierno es la acción política del Estado. El gobierno es la ejecución, es el ejercicio de poder como institucionalidad concentrada. El gobierno es la administración y la conducción de la nave del Estado. Es el lugar donde se definen las políticas públicas. Se toman las decisiones sobre la coyuntura y el periodo; se enfrentan los problemas, los conflictos, de una u otra manera. Aunque la política económica se encuentra condicionada por el sistema financiero internacional, de todas maneras, el gobierno, puede definir márgenes de maniobra o entregarse de brazos llenos a las determinaciones del sistema financiero mundial. Hablamos no del gobierno de sí mismo, no del gobierno del hogar, tampoco del gobierno de la ciudad, sino del gobierno del país, del gobierno del Estado.
La primera gestión de Evo Morales Ayma se hizo cargo de un Estado en crisis. Seis años de luchas sociales desnudaron la crisis múltiple del Estado-nación. El gobierno, resultado de una victoria electoral contundente, al asumir el lugar vacío del ejercicio institucional del poder, se vio ante el dilema inicial. ¿Qué hacer? ¿Qué clase de gestión efectuar? ¿Administrar el Estado? ¿Efectuar cambios radicales, desde el inicio? Seguramente la decisión ha sido difícil, incluso si no había mucha “conciencia” respecto a la implicación de las opciones. De todas maneras, la cúpula adivinaba lo que se jugaba, desde las primeras decisiones de gobierno. Sabemos que la opción se inclino por el realismo político. Se entiende que había más argumentos a favor de esta alternativa; se corría menos riesgos y se ganaba tiempo.
Esa primera decisión ya muestra la psicología de los gobernantes. Hombres cautos, excluyendo de antemano toda audacia. La audacia quedó para el discurso, no para la acción. En un ambiente de alta legitimidad social, con movimientos sociales que salían victoriosos de una lucha de seis años, contando con una movilización que ya había ventilado la autogestión, que había mostrado vigorosos movimientos, capaces de sitiar y tomar ciudades, la cautela de los gobernantes, es un síntoma de debilidad, no de firmeza. Seguramente el temor de gobernar sin tener experiencia en la administración pública influyó también en la decisión.
Digan lo que digan al respecto los voceros, sobre todo el ideólogo del gobierno, no se puede ocultar esta primera ambigüedad. Todo lo que se pueda decir a favor del realismo político, se lo hace argumentando a favor de esta tesis; pero, no explica, de ninguna manera, el por qué se optó por continuar con un forma de administración liberal, continuando la gestión institucional del Estado, en un momento favorable de correlación de fuerzas. Este primer paso, direcciona los siguientes.
Ciertamente no se puede explicar la primera gestión de gobierno sólo a partir de las estructuras de poder heredadas, haciendo abstracción de los individuos que conforman el gobierno. Como tampoco se puede explicar de manera inversa, sólo atendiendo a los perfiles individuales de los gobernantes. Ambas perspectivas pecan de sesgo; la primera, porque convierte al gobierno en la ejecución antelada de lo establecido en las estructuras de poder; la segunda, porque convierte al gobierno en una comedia de conspiraciones banales. Aunque la primera perspectiva tenga, sin lugar a dudas, más peso, sea más consistente analíticamente, no se puede obviar la incidencia de las personas influyentes. En este sentido, vamos a intentar interpretar la secuencia de la primera gestión a partir del la visualización del periodo desde ambas perspectivas.
Evo Morales Ayma es el caudillo, el mito, la convocatoria del mito. El constructo del imaginario colectivo. El símbolo carnal del gobierno, convertido por la propaganda gubernamental en el símbolo del “proceso de cambio”. De máximo dirigente de la Federación del Trópico de Cochabamba pasó a ser el primer presidente indígena de la Republica de Bolivia, después del Estado plurinacional de Bolivia, que de plurinacional sólo tiene el nombre. Las decisiones políticas las toma el presidente, en primera o en última instancia. Su carácter imperativo, su carisma, influyen mucho en el comportamiento de su gabinete, incluyendo al mismo vicepresidente. Es difícil hablar de él como un estratega, más es la espontaneidad, muchas veces improvisada, y la intuición, algunas veces equivocada, acaecida erróneamente cada vez más seguido en el segundo periodo de su gestión. Como en todo caudillo, su imagen atrayente no es perdurable, se desgasta; es mantenida con desesperación con publicidad y propaganda, como si estos medios restituyeran el ánimo de la gente.
La persona de más influencia en el gobierno, después del propio presidente, es Álvaro García Linera. Por su formación política y académica, por venir de la experiencia de una organización que se propuso la guerrilla como medio para resolver la cuestión del poder[5], por venir de un colectivo de interpelación radical, de investigación y activista[6], tenía plena “consciencia” de lo que estaba en juego en la decisión inicial del gobierno. El vicepresidente se convirtió de radical en el ideólogo del realismo político. Es muy probable que haya sido él quien más haya influenciado en la inclinación por la decisión inicial, fuera de ser el responsable de la argumentación y justificación de la opción tomada. Vamos a dejar las conjeturas sobre por qué lo hizo, por qué se convirtió en un “pragmático”, pues esto nos llevaría a la especulación. A partir de este momento, el vicepresidente asume el rol de ideólogo del gobierno, pretendiendo también ser el teórico del “proceso”, que es otra cuestión. Sus discursos, sus libros, publicados por la Vicepresidencia, sus intervenciones, son la más clara expresión de una ideología “pragmática”, que persigue sostener la justificación del decurso de un gobierno, que optó, desde un principio por el reformismo y no por la transformación.
Los ministros fueron un resultado de la composición de las fuerzas, aunque el presidente sea el que tome la primera y la última palabra al respecto. No se puede decir que había una pugna de tendencias, como el apresuramiento de los medios de comunicación hicieron entender, recurriendo a esquemas acostumbrados. En un ambiente confuso, donde había primero que orientarse, es difícil hablar de pugna de tendencias. Menos decir que había una tendencia “alvarista” y otra tendencia “evista”. Estas hipótesis hablan de la carencia del periodismo y de los medios de comunicación. El consenso sobre el realismo político fue compartido por todos.
Los celos individuales y mezquinos que pudiera haber habido no pueden tomarse en cuenta para explicar el decurso de este gobierno popular. Eso queda en los pasillos y nada más. La autoridad del presidente era indiscutible; se acataba por consenso compartido o por decisión del presidente. La relación de los hombres más influyentes con el presidente ciertamente no es la misma, hay variedad y jerarquías. Empero, todos, sin excepción, anteponían, en primer lugar, su voluntad para satisfacer las demandas del presidente. No había, entonces tendencias, lo que había es una adecuación de todos en el escenario institucional. Además de la necesidad de aprendizaje y ganar experiencia.
En relación a la medida más importante de las dos gestiones de gobierno, que es la nacionalización de los hidrocarburos, se puede decir que el hombre de influencia en la formulación del Decreto “Héroes del Chaco” fue Andrés Solíz Rada. Sobre todo por su formación en la izquierda nacional, viniendo de un grupo político de características marxistas nacionalistas, que tenía como estrategia y convicción política la defensa de los recursos naturales, la recuperación soberana de los mismos a través de las nacionalizaciones[7]. El ministro de la nacionalización salió del gabinete, cuando se tuvo que tomar nuevas decisiones “pragmáticas”, en relación a PETROBAS. En una coyuntura cuando se comenzó a ceder ante esta empresa trasnacional del país vecino, el ministro nacionalizador estaba demás.
Un paso dado condujo a otros. Del no cobro, como corresponde, a PETROBRAS, por el excedente calorífero del gas húmedo, se llegó a contratos de operaciones desnacionalizadores, entregando el control técnico de la producción de hidrocarburos a las empresas trasnacionales. La ventaja del gobierno, al nacionalizar fue mejorar los términos de las relaciones de intercambio, mejorar notoriamente los ingresos del Estado, por concepto de la explotación de los hidrocarburos. Este incremento repercutió en la disponibilidad del Tesoro y de las instituciones involucradas en el reparto. El problema es que esta mejora no puede ser el fin de una nacionalización, que debería continuar dando pasos urgentes hacia la industrialización. Sin embargo, el gobierno prácticamente se contentó con este logro. Las plantas separadoras no pueden considerarse como el inicio de la industrialización, son sencillamente plantas separadoras de la composición de los hidrocarburos.
La convocatoria a la Asamblea Constituyente fue la otra medida crucial de la primera gestión del gobierno. Esta convocatoria fue planteada, en primer lugar por las organizaciones indígenas, CIDOB y CONAMAQ, apoyadas por el Pacto de Unidad, que incluye a las tres organizaciones campesinas, CSUTCB, CNMCIOB “BS”, CSCIB. Aunque una versión de los dirigentes de las juntas de vecinos de El Alto dicen que la convocatoria a la Asamblea Constituyente no estaba incluida en la Agenda de Octubre, la verdad es que la Agenda de los movimientos sociales del país si la incluyeron. Por lo tanto, llegar a la Asamblea Constituyente recogía el anhelo de las mayorías por fundar o refundar el Estado.
No vamos a entrar al detalle de la dramática historia de la Asamblea Constituyente. Nos remitimos a los textos que han tratado el tema[8]. Lo que interesa, en este balance, es anotar que cuando por fin se promulga la Constitución Política del Estado (2009), la segunda gestión de gobierno no la cumple. No aplica la Constitución. Prefiere continuar por el camino optado en la primera gestión, el camino de las reformas, ocultando la distancia de sus políticas con la Constitución con una abrumadora propaganda. ¿Por qué ocurre esto?
Hipótesis
La Constitución es lo que constituye normativamente, legalmente, jurídicamente; es la composición jurídica y política de un Estado. Son los cimientos jurídicos y políticos, si se puede hablar así, del Estado. El que se haya elaborado una nueva Constitución, después de la de 1826, considerando todas sus reformas constitucionales, es la manifestación clara y la voluntad determinante de construir un Estado en transición sobre nuevas bases. La principal inquietud constituyente tiene que ver con la colonialidad, la herencia colonial, el haber dejado de lado a las naciones y pueblos nativos al momento de la primera Constitución. En la república no se incluyeron a las mayorías nativas. Ahora se trataba que las mayorías plasmen su voluntad en la Constitución y en la construcción del nuevo Estado.
El Estado que establece la Constitución de 2009 es un Estado plurinacional comunitario y autonómico, integrado por la interculturalidad, en la perspectiva del sumak Kausay/sumaj qamaña[9]. Para construir este Estado plurinacional se tiene que demoler lo que sostiene al Estado-nación y al Estado-nación mismo: la institucionalidad moderna, homogénea, única. Un Estado plurinacional se construye sobre el pluralismo institucional. Frente a este requerimiento, el gobierno progresista retrocedió, “consciente” o “inconscientemente”. Vaya a saber cuántos del gobierno entendían la significación histórica y política del Estado plurinacional, las implicaciones y consecuencias de asumirlo y construirlo. Lo cierto es que prefirieron desgañitarse en la publicidad y propaganda de que ya somos un Estado plurinacional, como arte de magia de la promulgación de la Constitución. Era muy cómodo cambiar el vestido a la misma persona, que cambiar de persona, que dejar nacer a otra persona. Como dijimos en otros escritos, el gobierno progresista cayó en el mal de la época: la inclinación desesperada por la simulación[10].
Para el gobierno, cuyo contenido “ideológico” es el nacionalismo, cuya composición redefine populistamente el perfil reformista, cuya retorica izquierdista repite el discurso de un anti-imperialismo del siglo pasado, es inaplicable la Constitución, pues su aplicación implica la destrucción del Estado-nación. En otras palabras, dejar de ser gobierno bajo los códigos liberales y la gestión pública institucionalizada. Ser otra clase de “gobierno”, como establece la Constitución, en el marco del sistema de gobierno de la democracia participativa y pluralista, era también la desaparición de los privilegios, de las jerarquías, de la burocracia. Después de conquistar el poder, lo menos que quería era perderlo. Al optar por conservar el poder, en vez de destruirlo, decidió por el camino de la reproducción del Estado-nación, optó por la misma trama de todas las “revoluciones”, que cambian el mundo; empero, se hunden en sus contradicciones.
Segunda gestión
La primera gestión de gobierno tuvo como referente la Agenda de Octubre, la segunda gestión de Gobierno tiene como referente la Constitución. En la primera gestión se cumple parcialmente la Agenda de Octubre; en la segunda gestión no se cumple con la Constitución. Este decurso nos muestra que el gobierno progresista se aleja cada vez más de los objetivos plasmados por los movimientos sociales, las naciones y pueblos indígenas. El gobierno llega a situarse en una posición contrastante en el decurso del “proceso de cambio”, se coloca como contra-proceso[11].
Dos son los conflictos que sitúan el lugar de alejamiento del gobierno, su distanciamiento respecto de la Constitución; uno es el conflicto del llamado “gasolinazo”; el otro es el conflicto del TIPNIS. El conflicto del “gasolinazo” devela la relación concomitante del gobierno con las empresas trasnacionales de los hidrocarburos. El pedido conocido de estas empresas era de que no invertirían en exploración, tampoco lo hicieron en la producción de carburantes, si no se modifican los precios congelados del mercado interno; lo que equivale a revisar la Constitución. El gobierno, con el argumento de la insostenible subvención a los carburantes llega a subir los precios en un incremento insostenible para el pueblo, alcanzando subidas hasta de un 80% y más. El levantamiento popular contra la medida del gobierno lo obligó a retroceder. En otro texto dijimos, parafraseando a Sergio Almaraz Paz, que el gobierno había cruzado la línea, sin darse cuenta, se encontraba del otro lado de la vereda enfrentando a su pueblo[12].
El conflicto del TIPNIS fue más grave. Retomando la misma figura, el gobierno cruzó una segunda línea, esta vez con plena “consciencia” nacionalista, ahora se encuentra del lado de la vereda del modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente, enfrentándose a las naciones y pueblos indígenas, enfrentándose a las comunidades indígenas. No vamos a narrar aquí el dramático conflicto del TIPNIS; nos remitimos a los textos que han tratado, de manera más pormenorizada el conflicto[13]. En este balance nos interesa apuntar este hito en la conmensuración del desplazamiento del gobierno, alejándose cada vez más de la Constitución y de los objetivos del “proceso de cambio”.
El camino sinuoso de las reformas
Tres bonos marcan la política social del gobierno; el Bono Juancito Pinto, La Renta Dignidad, El Bono Juan Azurduy. El primero, como un estipendio provisional para los estudiantes de primaria, con el objeto de evitar la deserción escolar; el segundo, como un bono a los adultos mayores; el tercero, como una atención a las madres embarazadas, con el objetivo de incidir en los altos niveles de mortalidad materno infantil. Tres bonos, cuyas características son de alcance coyuntural. Para lograr efectos estratégicos se requiere inversión logística, de largo plazo, que impacte estructuralmente en las condiciones y causas de los problemas que se quieren atender.
Tres logros económicos distinguen la política económica del gobierno; la acumulación de las reservas internacionales, la estabilidad económica y el mantenido crecimiento económico.
En el campo político ha mantenido su hegemonía y preponderancia desde las elecciones de 2005. Con las elecciones del 2008 ha logrado controlar los 2/3 del Congreso; con esta mayoría plena tenía las manos libres para cumplir con la Constitución.
En los demás terrenos son inciertos sus logros, hasta discutibles.
Una nueva reforma educativa definida por la Ley Avelino Siñani y Elizardo Pérez, con enunciados recogidos de la Constitución; empero, contrastando en los artículos operativos. Una reforma educativa consensuada corporativamente con el gremio de los maestros; uno de los estamentos más conservadores de la sociedad, inclinados a la demanda economicista, aposentados en el privilegio de contar con trabajo y sueldo garantizados. Una reforma educativa, que como en el resto de la administración estatal, mantiene la misma institucionalidad escolar y educativa, teniendo como núcleo el aula, médula del diagrama disciplinario de la modernidad, no tiene perspectiva de impacto en la tarea de descolonización. Esto a pesar de la retórica del modelo social comunitario productivo.
La movilidad social se ha debido al impacto del incremento presupuestario en los gobiernos, del país, de los departamentos, de los municipios, incluyendo a las universidades. También se puede decir que se ha debido al impacto del crecimiento económico, sin entrar en detalles que representa este indicador estadístico. Nos remitimos a los textos que analizan el tema[14].
El proyecto de industrialización es un soberano fracaso. Las empresas públicas implementadas por el gobierno o no se ponen en marcha, o son deficitarias, o son un reverendo bluff. La Empresa de Apoyo a la Producción de Alimentos (EMAPA), se ha convertido en una agencia comercializadora; está muy lejos de haber dado un primer paso en la consecución de la soberanía alimentaria. Lo grave es que esta dedicación comercializadora, justificada para evitar la escalonada de precios de los bienes alimentarios, ha comenzado a afectar a la producción del país; por ejemplo, a los pequeños y medianos productores de arroz, quienes no pueden competir con los precios del arroz importado de Paquistán. No hablamos aquí de las empresas estatales ya establecidas desde antes y después de la revolución de 1952; YPFB y COMIBOL.
El programa Evo Cumple ha desatado una escalada sin precedentes de corrupción. No se rinden cuentas, no aparecen las obras, cuando aparecen están muy mal construidas, mostrando papablemente que disminuyeron los costos reales, aunque se mantuvieron los costos ficticios en los presupuestos. Lo peor ocurrió en el programa de vivienda; empresas fantasmas que se llevaron la plata, dejando sin casas a los supuestos beneficiarios. Cuando se terminan de construir las viviendas, aunque sea en parte, suben los costos, y terminan acabados con materiales baratos. Si recientemente ha habido un esmero en corregir este desastre, de ninguna manera compensa el desfalco al erario del país. Sorprende que la Contraloría tenga los ojos vendados ante estos lamentables sucesos conocidos por todos, sobre todos los involucrados, de las zonas y regiones referenciales de los proyectos.
La decantada lucha contra la corrupción ha terminado siendo un instrumento de persecución de los opositores. Un ministerio, el Ministerio de Transparencia Institucional y Lucha contra la Corrupción, se encarga de investigar más sobre las corrupciones pasadas, de los anteriores gobiernos, que la expandida corrupción desatada en el presente, el habido en las gestiones del gobierno progresista. Este programa de lucha contra la corrupción y por la transparencia más parece una capa estridente que cubre la efectiva corrupción proliferante.
Lo que notablemente ha avanzado es la construcción de carreteras. Podríamos decir que la vertebración caminera del país ha sido de los proyectos mejor ejecutados, sin descontar los problemas relativos a los acabados de algunos tramos, sin tomar en cuenta la repetida inclinación a los sobreprecios.
En el plano internacional, el principal emblema del gobierno fue la defensa de la madre tierra. Este postulado cayo a los suelos por el doble discurso, como dice James Petras, discurso radical afuera y ortodoxo en la implementación de políticas monetaristas dentro; pero, sobre todo ortodoxo en el modelo extractivista. El último discurso creíble del presidente fue en Copenhague, Cumbre del Clima de Copenhague 2009 (COP15), cuando habló ante cien mil activistas del mundo, declarando la guerra al capitalismo en defensa de la madre tierra. En Cancún, (COP 16), la posición boliviana quedó solitaria, mientras los aliados del ALBA se apresuraban a aceptar la ilusión y la dependencia del capitalismo verde. El presidente ya no gozaba de credibilidad, sobre todo después del conflicto del TIPNIS.
Como dijimos en otros textos, las políticas, los programas, las alianzas de integración continental, son más una ocupación burocrática, de encuentros altisonantes de presidentes y cancilleres, con efectos comunicativos; empero, ocurre, paradójicamente, que esta pose integracionista contrasta con efectivas realizaciones hacia la integración de la Patria Grande. Es como calmar la consciencias con escenarios grandilocuentes, mientras nuestros pueblos padecen la separación[15].
Como podemos ver, el camino de las reformas, escogido por el gobierno, es sinuoso y contradictorio. No se puede decir, de ninguna manera, que no ha mejorado ciertas condiciones de vida de las mayorías, sobre todo de los sectores organizados y corporativizados. Sin embargo, no hace otra cosa que repetir, en menor escala, y de una manera inacabada, la experiencia del Estado de Bienestar. Sus políticas están muy lejos de lo que exige la perspectiva del sumak kausay/sumaj qamaña. Ya lo dijimos, no es el camino de la Constitución, sino se trata de un recorrido contrastante.
Una pregunta es pertinente: ¿Estaba en manos de los gobernantes hacer algo distinto? Se puede decir que dentro de determinados márgenes sí; pero, el problema son los márgenes de los que no podía salir. Su límite ineludible. Al optar por el camino de las reformas y no por las transformaciones estructurales e institucionales, se embarcó en la trama política ya tejida e inscrita en la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Los márgenes de lo posible en los ciclos del capitalismo excluyen transformaciones que puedan afectar las estructuras de poder y la reproducción ampliada de capital. Todo lo demás, al interior de estos márgenes, puede estar permitido, incluso si se logra en pugna con las políticas vigentes del orden mundial y del sistema financiero internacional. Lo que está permitido es la querella por los términos de relaciones de intercambio; de ninguna manera, el cuestionamiento a las estructuras de poder definidos.
En parte, se puede decir, que asistimos a la reiteración del drama de las “revoluciones”, particularmente de los gobiernos reformistas, ahora llamados progresistas. En principio pueden tener buenas intensiones, creer en la certeza de su realismo político, encaminarse en reformas de impacto; empero, en la medida que forman parte de una maquinaria chirriante, acoplada, del Estado, cuyas lógicas inherentes escapan a los ocupantes de turno; ellos terminan convertidos en engranajes de esta instrumentalidad estatal. Los márgenes de maniobra dejan de ser tales, se convierten en los márgenes de lo ilícito en el marco de lo lícito. Los individuos terminan optando por salidas privadas. Quizás nunca lleguen a saber en qué momento dieron el primer traspié que los arrastró a la vorágine de la estafa. Enmascarados, llenos de escudos, tienden a usar retoricas con pretensiones de radicalismo, creyendo, en el fondo, que lo que hacen, puede estar permitido, mientras se siga sosteniendo la lealtad al “proceso”, compartiendo una figura desvencijada del “proceso”, como fatalidad o como finalidad.
Conclusiones
1. No se sale de la trama política, inscrita como formato, si no se teje otra trama.
2. Para que las composiciones de las dinámicas moleculares de la potencia social, para que las fuerzas constituidas por la potencia social, no sean capturadas por las redes institucionales del poder, es menester la desmesura y la proliferación abundante de las líneas de fuga.
3. La organizaciones sociales no son, de por sí una garantía, para resistir a la atracción del poder, del polo ficticio del poder, que se alimenta de potencia social. Es menester que la movilización pueda atravesar los límites de las representaciones, que son otras prácticas, delegadas, de las formas polimorfas de poder.
4. Para mantener la permanente creación de la potencia social, es menester mantener abierta, de manera permanente, la capacidad inventiva, la flexibilidad de las composiciones y organizaciones sociales, haciendo recaer el condicionamiento en la facultad dinámica y participativa, no en los efectos molares, estadísticos, orgánicos e institucionales.
5. El polo ficticio del poder, las instituciones imaginarias, deben ser absorbidas por el polo “real”, la potencia social. Esto puede ocurrir en transiciones continuas emancipadoras y liberadoras.
6. La caída de la potencia social, de las fuerzas y composiciones de la potencia social, de la movilización prolongada boliviana, en las redes institucionales del Estado-nación, se debió a que las anteriores condiciones de posibilidad no se cumplieron.
Ceremonialidad y comedia política
De aquí a un tiempo atrás la práctica política se ha convertido en una comedia. Sólo que el teatro donde se efectúa es grande, todo un país. La comedia se nombra como la trágica historia del Estado plurinacional comunitario y autonómico. Es la increíble y triste historia de un proyecto no realizado, cercenado antes de nacer; este crimen se comete a nombre de la misma semilla que se impide germinar. Es una tragedia digna de Sófocles; no es el hijo que mata al padre; son los encargados de hacer germinar la semilla los que la matan, en sus inicios. ¿Por qué lo hacen? ¿Valga a saber? Los asesinos no reconocen su crimen; dicen más bien, que dejaron que crezca la planta, la presentan señalando que está ahí, gozando de la luz del sol. Lo que muestran es el viejo árbol del Estado-nación, una anciana señorona vestida con traje nativo, adecuado para una adolescente. El cuadro no podía ser más grotesco.
El 22 de enero se festeja el “nacimiento” del Estado plurinacional. Toda una ceremonialidad del poder, todo un regocijo por casi el quinquenio de vida del “Estado plurinacional”. Este festejo coincide con un golpe certero y mortal a la organización indígena de tierras altas, el CONAMAQ. ¿Se celebrará también la intervención desdichada a la sede de CONAMAQ y la usurpación de su representación por unos comediantes, prebendalistas vendidos al mejor postor, ex sindicaleros, que ungen de nada menos autoridades originarias. Ambos festejos coinciden; la “victoria” inescrupulosa y artera en contra de una organización, que supo defender la Constitución, los derechos de las naciones y pueblos, los territorios indígenas. Una comedia repetida cada año, sobre el cadáver del germen del Estado plurinacional.
Este es el guión de una trama refrendada en las “revoluciones”, tanto nacional-populares como socialistas, con contadas excepciones; excepciones que confirman la regla. El poder, si podemos hablar así, con el gran peligro de convertirlo en un sujeto, que no es, es despiadado. Después de victimar a la potencia social, se vanagloria a su nombre. La historia política es dramática. Los pueblos parecen no aprender, se ilusionan con sus propias criaturas; los mitos, los caudillos, los políticos que dicen representarlos. Hay pues una concomitancia entre usurpadores y usurpados. No podría sino explicarse la reiteración de esta trama política, repetida tantas veces. ¿Esta es la condena? ¿No se puede salir de ella, como de una fatalidad inscrita?
Es difícil saberlo. Empero, no se puede renunciar a romper con esta trama, a desafiar la “fatalidad”. Ese es el acto heroico. Es posible, que de tanto insistir, se quiebre el tejido antiguo de la trama del poder. Cuando desaparece esta voluntad creativa, desaparece también la posibilidad concreta de desafiar al entramado político. La voluntad desafiante muta en una voluntad de sumisión, renunciando a la creación, optando por el “pragmatismo” de las pequeñas cosas. Esto parece preponderar en el ambiente. Este es el secreto de gobiernos demagógicos; los gobernantes saben jugar con la miseria humana.
Alison Spedding una vez, tiempo atrás, cuando se daba lugar la movilización prolongada, criticó a Comuna, diciendo que las vanguardias de hoy se convierten en los amos de mañana. No sé si esta apreciación es de todo acertada respecto de Comuna; empero, este no es el tema. Es una apreciación lúcida. Alison Spedding tenía razón. ¿Dónde lleva este enunciado? ¿No hay vanguardias? ¿Toda vanguardia incuba la serpiente? ¿Todos, al final luchan por lo mismo, el poder? Hay que sacar las consecuencias de este enunciado.
Las “revoluciones”, hablando en general, buscando en la figura de las experiencias extremas, sin hurgar en las gradaciones, son paradójicas; están preñadas de pasado. El pasado es gravitatorio, atrapa. Las “revoluciones” cambian el estado de cosas, la situación de las estructuras de poder, la correlación de fuerzas; empero, cuando lo hacen, es para edificar una nueva estructura de poder, nuevas formas de los viejos dominios. Nuevos aditamentos de la máquina fabulosa del Estado. Las “revoluciones” no son puras, como sus propagandas pretenden hacerlas parecer. Las “revoluciones” son mezclas pavorosas; los sueños emancipadores se cruzan con los proyectos de poder. Para los más sagaces todo se resume a cambiar la élite, a sustituirla por otra élite. De lo que se trata es de gozar de los privilegios que otros tuvieron. ¿Tienen razón, no tienen razón? ¿La “verdad” es tan cruda, que a eso se reduce la lucha social?
Este cinismo, pues no es otra cosa, supone lo que los teóricos burgueses políticos del Estado conjeturan: que el hombre es el lobo del hombre. En otras palabras parten de la tesis del mal. Aunque este cinismo no tenga el alcance teórico de estos cientistas políticos, dicen, al final, lo mismo. Una conclusión de esta tesis es que nunca saldremos del círculo vicioso del poder. La trama se repetirá en distintos escenarios, en distintos contextos, con distintos personajes, con otras indumentarias y más tecnología.
El gran error de esta tesis es no solamente suponer el mal, como esencia explicativa de la historia política; supuesto moralista, basado en la discriminación de los condenados de la tierra, los explotados, los pobres. Esta tesis no toma en cuenta, la raíz del poder, la violencia usurpadora, que instaura la legitimidad institucionalizada de la dominación. El gran error de esta tesis es obviar la energía y la fuerza de la que se alimenta el poder, la potencia social. Los poderosos no son nada sin la fuerza derivada de la potencia social; no existirían. Los poderosos están donde están, usufructuando del poder, por que los y las que contienen la potencia social y la despliegan creen que son indispensables. ¿Indispensables para qué? ¿Para gobernar? Este es el imaginario social conservador, que sustenta esta subordinación.
¿Cómo destruir este imaginario social? ¿Cómo sustituirlo por un imaginario radical? Este es el quid pro quo. Los imaginarios no son solamente ilusiones, constelaciones de ideas; se sostienen en materialidades institucionales, en prácticas reiterativas, en relaciones repetidas. No es un problema de convencimiento, no es un problema de demostración racional, como creen ciertas “vanguardias”; es un problema integral. Si no se demuele la materialidad institucional, si no se abolen las prácticas, si no se desplazan las relaciones, sobre las que se sostiene el imaginario conservador de la subordinación, es imposible transformar el imaginario conservador por un imaginario radical. El problema es que las “revoluciones” no quieren cambiar el mapa institucional; quieren modificarlo, pero no abolirlo. En el mejor de los casos, el de las “revoluciones socialistas”, trastrocaron el mapa institucional; empero, para edificar otro mapa institucional de poder.
Nadie dice que no se ha “avanzado”, usando esta palabra tan discutible; las “revoluciones” cambian el mundo, el mundo no será lo que fue antes; pero, las “revoluciones” se hunden en sus contradicciones. No está en discusión la incidencia de la “revoluciones” en la historia; lo que está en discusión es su decurso sinuoso, contradictorio, ambiguo y, finalmente contra-revolucionario.
Como dijimos antes, no se puede renunciar a la utopía; no solamente entendida como el no-lugar, en ninguna parte, sino como el lugar que hay que crear. En la revisión histórica, no sólo nos encontramos con la repetición de la trama política, sino también con los nacimientos de las nuevas rebeliones. La historia - el peligro de hablar así, es convertirla en un sujeto, que no es - parece jugar a los dos lados, a la condena y a la esperanza. No hay fatalidad. Lo que reaparece es una constante lucha entre poder y potencia social, entre “pragmatismo” oportunista y sueño utópico.
Las nuevas generaciones de combatientes parecen aprender de la historia. Ya no quieren ser “vanguardias”, pues observan que allí se incuba la serpiente. Buscan nuevas formas de convocatoria, formas colectivas y participativas de orientación de las prácticas políticas. Cuestionan las representaciones y las delegaciones, como usurpaciones de la voz y la palabra. Tal parece, que en el nuevo horizonte de luchas, la perspectiva es una guerra prolongada contra las formas polimorfas de reproducción del poder, la creación de matrices sociales, políticas, culturales, de formas de consenso y participación.
Lo acaecido, el desenlace político de la movilización prolongada, su salida populista y nacionalista, que no es otra cosa que conservadurismo estatal, no es el fin; como creen graciosamente los voceros del gobierno, sobre todo su ideólogo, considerando a lo que está más allá de ellos es nuevamente derecha. Lo que denota una falta de imaginación. No hay fin, ninguna “revolución” es el fin; que es la misma tesis, usada por otros, que la del teórico conservador Francis Fukuyama. Hay recomienzo, nuevos nacimientos; la vida no deja de fluir. Son estos jóvenes rebeldes que se levantan en las ciudades en defensa de la educación, derecho común; son los jóvenes y pueblo que se levantan por el pasaje libre, el uso del transporte gratuito, pues se trata de un bien común; son los pueblos indígenas que defienden sus territorios contra las trasnacionales extractivistas, defensa de la madre tierra; son los pueblos del mundo que se levantan contra la opresión inaudita del sistema financiero internacional. Una nueva revolución mundial se abre en el horizonte, esta vez de todos los pueblos del mundo contra sus gobiernos y estados, contra el imperio, la opresión mundial, que forman parte del mismo orden mundial de dominaciones.
Un discurso anacrónico
De alguna manera un discurso tiene que ver con su contexto, donde se lo emite, con la coyuntura, a la que se responde; pero, ¿qué decir, de un discurso que parece encontrarse el 2006, cuando el gobierno popular asumía el mandato, cuando tenía sentido distinguir dos periodos, diferenciados, por la movilización prolongada? El vicepresidente, el 22 de enero de 2014, expone un discurso, en la apertura del Congreso; como si estuviera al inicio de la primera gestión de gobierno, como si no hubiera trascurrido ocho años, como si nada hubiera pasado, como si no hubiera corrido agua bajo el puente. Toda su exposición se ha dirigido a distinguir entre las fases correspondientes al gobierno de Evo Morales Ayma y las fases de los gobiernos neoliberales. Una verdad trillada. Todos o casi todos, si se quiere, la gran mayoría, saben, hay una evidente diferencia entre ambos lapsos de periodos. Eso no está en discusión. El tema es otro, la pregunta de la gran mayoría es: ¿Qué pasó?
A esta pregunta no responde el discurso del vicepresidente, aunque lo pueda hacer, para explicar afirmativamente lo acontecido. Habla como si no hubiera problemas, como si no hubiera preguntas a las que responder, como si no hubiera un desplazamiento de sucesos que hay que tomar en cuenta, de una u otra manera, para observar su contingencia, ya sea para defender las hipótesis del gobierno o para descartar las observaciones críticas. Nada, esto no existe. El vicepresidente vive otro mundo, está en otra parte.
Este ha sido una conducta repetida por el presidente nato del Congreso, este es un síntoma constante en sus discursos. Un desprecio desenvuelto a los hechos, a los conflictos, a las preocupaciones de los mortales. Sencillamente eso no existe; lo único digno de tomar en cuenta son sus certezas, que sabe dios dónde se sustentan; lo único valido son los conceptos que maneja; lo único importante es el esquema abstracto, un esqueleto deductivo, al que recurre una y otra vez. Un esquema elemental, maniqueo, de buenos y malos, de víctimas y de patrones. Llama la atención una exposición tan simple en una persona que se reclama de teórico marxista; las clases sociales, la lucha de clases, la dinámica de la lucha de clases ha desaparecido.
Otra cosa notoria, en el discurso anacrónico, es su constante alabanza al presidente del Estado, que, en verdad, no necesita de esos halagos, ¿o sí?; requiere más bien de crítica, para corregir los garrafales errores que hunden al proceso en profundas contradicciones. ¿Por qué lo hace? ¿Una estrategia de poder? Es cierto, que ninguno de los que están en el gabinete sería algo sin la popularidad que todavía goza el presidente. ¿Esta aseveración lo incluye al vicepresidente? Se puede decir que no, pues ya tenía ganado un prestigio por arriesgar su vida en la lucha aniti-colonial. ¿Pero, entonces? El problema es si el vicepresidente se mantendría donde está si fuese consecuente con el perfil construido en sus años de lucha. No, no podría estar ahí, pues es incompatible con la guerra anti-colonial. El vicepresidente ha escogido en su dilema: ¿O continúa la lucha o se inclina por el “pragmatismo”? Lo que al final es una renuncia a la lucha anti-colonial. No hay que dar muchas vueltas sobre este asunto, tal como lo ha hecho la vocería de la derecha, durante el periodo de conflictos (2006-2009), convirtiéndolo en un monstruo; tal como lo hace una vieja izquierda que ve en él un traidor. Ninguna de las dos cosas, eso es reducir la explicación de los comportamientos y de los procesos a un moralismo de cura de provincia o a al esquematismo de principiante en su militancia.
Lo que ha pasado le ha ocurrido a León Trotsky cuando comandó el ataque y la masacre a la vanguardia de la revolución rusa en Kronstadt, contra los marineros revolucionarios; yendo un poco atrás, eso es lo que le ocurrió a Vladimir Lenin, cuando decidió la ruta de la Nueva Política Económica. Le ocurrió a Mao Zetung cuando abandonó a su suerte a los guardias rojos en su lucha contra la burocracia. Estando en el poder, llega un momento donde hay que escoger: seguir conservándolo o intentar destruirlo. Este “pragmatismo” no es sólo atributo del vicepresidente de Bolivia, es un síndrome compartido por los líderes progresistas populares. Lo que es propio del vicepresidente es su inclinación por sustituir los hechos por anti-hechos, para usar esta palabra contrastante, para sustituir la “realidad” por un mapa de representaciones, como lo hacía Daniel Salamanca, durante la guerra del Chaco. Se ganaba la guerra en el mapa y en la mente de Salamanca y se la perdía en el campo de batalla.
¿Es esta una defensa psicológica? Sobre todo cuando se puede conjeturar, que en el fondo, sabe lo que ocurre. ¿Una manera inaudita de concentrar la voluntad para continuar adelante, a pesar de todas las contingencias, todas las debilidades, todas las contradicciones, todas las miserias? Puede ser; entonces estamos ante un ser desgarrado, escindido, entre el deber ser y lo que se es. Terrible. Hay un drama solitario que sufren los caudillos, los líderes, los personajes públicos, quienes se ven obligados a aparentar lo que representan, la figura que creen que son los demás. Luchan denodadamente por parecerse a una imagen construida, que no es más que eso, una imagen pura, imposible. Son personajes que pierden la poca humanidad que nos queda en un mundo corroído por la compulsión comercial.
El drama no solamente es de las mayorías, que confiaron en un gobierno llamado “su gobierno”, “nuestro gobierno”, que se encuentran desencantados y sorprendidos, que no saben qué ocurrió, cuando ven repetirse las mismas práctica de los anteriores gobiernos. El drama es también de estos personajes, embarcados en cumplir con la demanda de su imagen, estos personajes públicos que se pierden en su propio laberinto.
La política no ha dejado de ser, digan lo que digan los cientistas sociales, digan lo que digan los llamados “analistas políticos”, lucha por las emancipaciones y liberaciones múltiples. Lo otro, lo que hacen los “políticos”, es policía, defensa del orden establecido. No se trata de convertir en monstruos a estos hombres públicos de la política, a estos encargados de hacer cumplir la Constitución, cuando lo que hacen es todo lo contrario, haciendo de esta manera una catarsis; se trata de comprender las dinámicas complejas y entrelazadas, que se tejen en las entrañas mismas de los procesos. Es menester la crítica constante, mirando en el presente la oportunidad y la ocasión de influir en los acontecimientos, con la participación colectiva, por más imposible que parezca. Es indispensable la continuidad de las luchas; separarse radicalmente de esa conjetura de que este es el fin, la realización de un desenlace definitivo; de decir que así no más son las cosas, es mejor desentenderse; optar por salidas desesperadas o por salidas “pragmáticas” electorales.
Poniendo los puntos sobre las íes
Retórica y realidad del discurso gubernamental
¿Cuál es el problema? ¿En qué consiste? ¿Cuál es su composición? El debate que no se da, empero, se plantea, con los voceros del gobierno, con el gobierno mismo, con su ideólogo, se da en torno al desistimiento de la Constitución, al incumplimiento de las trasformaciones estructurales e institucionales que deberían darse, por las que se peleo en la movilización prolongada (2000-2005). No se da el debate porque los voceros, el gobierno y su ideólogo no quieren debate. Les basta, seguros del control absoluto que ejercen del Estado, con acudir a la propaganda, a la publicidad y a elementales interpretaciones oficiales, que reducen la narrativa del proceso a los contrastes con los gobiernos anteriores. No dicen nada respecto a los contrastes de lo que hacen respecto de lo que establece la Constitución, salvo justificaciones espantosamente estrambóticas, que no explican sino embrollan. El gobierno cree que debate con una “derecha” tradicional, prácticamente insignificante como convocatoria política; en realidad discute con el fantasma de una “derecha” desaparecida con su derrota política en El porvenir-Pando. Lo hace pues necesita de esa “derecha” para parecer “izquierda”. Es la búsqueda de un contraste comunicacional lo que busca como parte de la imagen electoral perseguida. Esa discusión con una “derecha” insignificante no es más que pantalla; no asume la interpelación de los hechos, no ve, se enceguece, ante las evidentes contradicciones; no quiere responder a la crítica desde la “izquierda”, usando también este término tan discutible, desde la perspectiva histórica y desde la complejidad de los procesos.
No está en discusión el contraste positivo con los gobierno neoliberales, no está en discusión los beneficios de la nacionalización, en los límites que el propio gobierno la ha dejado, no está en discusión lo que ha habido de redistribución del ingreso, a partir de la política de los bonos, de alcance de impacto coyuntural; también como efecto del crecimiento económico. No está en discusión la expansión de la infraestructura de carreteras, que es notorio, a pesar de los síntomas de corrupción. Tampoco está en discusión que, a pesar de todo, a pesar de que sólo se ocupa el lugar del otro, se ha dado un empoderamiento indígena y popular, ciertamente sin transformar la misma arquitectura estatal y manteniendo las mismas prácticas de gestión. Esto no está en discusión. Lo que está en discusión es que no se dieron las transformaciones estructurales e institucionales que establece la Constitución. No hay Estado plurinacional comunitario y autonómico, por más que se desgañite el sistema de propaganda y comunicación del gobierno. La publicidad no sustituye a la “realidad”. La discusión está en que a pesar de la nacionalización, el gobierno no la continuó; prefirió entregar el control técnico de la producción a las trasnacionales, el problema es que el gobierno tiene una política minera muy parecida, sino equivalente, a la política minera neoliberal, salvo la demagógica extensión de concesiones a las cooperativas mineras. El problema es que el gobierno no ha realizado una segunda reforma agraria, preservando a los grandes latifundistas. El problema es que el gobierno, debido a su “pragmatismo”, ha preferido pactar con la burguesía, por lo menos con los sectores que se inclinaron por la política económica del gobierno, convirtiéndose, poco a poco, en un gobierno que administra los intereses de la burguesía recompuesta, la anterior y los nuevos ricos. El problema es que el gobierno, contentándose con haber mejorado las condiciones de las relaciones de intercambio, por medio de la nacionalización, ha renunciado a una lucha sostenida y efectiva por la independencia económica, por la soberanía alimentaria, convirtiéndose en un Estado que vuelve a administrar la transferencia de los recursos naturales a los centros del sistema-mundo capitalista, como la hacen casi todos los Estado-nación subalternos. Estos son algunos de los problemas, puestos en la mesa, tanto por la crítica como por la evidencia de los hechos.
No vamos a entrar, ahora, en otros problemas, que tienen que ver con la consistencia misma del llamado “proceso de cambio”, no en lo relacionado a las contradicciones histórico-políticas, sino a la “materia”, a la corporeidad, a las subjetividades, inherentes a las prácticas y estructuras ético-morales que acompañan al propio proceso. Estos problemas son importantes, pues, al final de cuentas, son “sujetos” sobre los que se sostiene la voluntad política, la posibilidad de mantener, continuar e incluso profundizar el “proceso”. Si no hay condiciones ético-morales para sostener el desafío, el “proceso” puede hundirse en el marasmo de la corrosión y las prácticas paralelas. Estos temas los tratamos en otro escrito, nos remitimos al mismo[16].
Tampoco vamos a tocar los conflictos sociales, políticos y territoriales que han desenmascarado al gobierno. Lo hicimos en otros escritos, también nos remitimos a estos[17]. Lo que importa ahora es concentrarse en un perfil ilustrativo del problema, el relativo a la retorica del gobierno, a su excedente especulativo, a su desborde irreal respecto a lo que acontece. Este es el tema, que aunque no sea de fondo es importante. Si el gobierno, sobre todo su ideólogo, mantuvieran el discurso sólo en lo que efectivamente hacen, en el reformismo, si no se embarcarían en la especulación, que también es una mentira, diciendo que ya estamos en el Estado plurinacional, comunitario y autonómico, que se ejerce la democracia participativa y comunitaria, que se consolida el bien común, pretendiendo que se tiene una base comunitaria como núcleo de las políticas públicas, cambiaría el lugar de la discusión. Quizás esto sería más saludable.
Un argumento sostenible, aunque no estemos de acuerdo, empero, con el que se tiene que tener una consideración a partir de la exigencia de objetividad, es el que sostiene que no es posible ni viable una radicalización del proceso, que lo importante es sostener modificaciones paulatinas, graduales, para prolongar el “proceso de cambio”. Que lo que se hace es lo que se puede. Que para comenzar a construir el Estado plurinacional, primero, tenemos que concluir lo pendiente, lo faltante en el Estado nación. Este es un argumento fuerte, aunque no estemos de acuerdo. La discusión se traslada a otro terreno, al terreno de lo posible. Ya no se discute lo que dice hacer el gobierno y, en verdad, no ocurre eso, pues esa pretensión no es más que una grotesca impostura.
Hipotéticamente, si fuera este el caso, si la discusión fuera esta, hagamos un ejercicio: Supongamos que este argumento realista es válido, tiene razón. No se puede ir más lejos ni más rápido, las condiciones de posibilidad histórica lo impiden. ¿Cómo respondemos ante semejante argumento?
Respuesta
¿Qué es lo posible? ¿Es lo que se puede hacer, considerando las circunstancias? ¿Es lo que considera el realismo que es posible como “realmente” posible? Esto no es hablar de lo posible, sino de la continuidad de lo real, en los cánones del tiempo-cronograma, del tiempo institucionalizado. Lo posible es lo que anida en el espesor del momento, dependiendo de la voluntad para hacerlo emerger. Lo posible, por más paradójico que parezca, es la utopía. Utopía realizable por el gasto heroico, que se enfrenta a la realidad y a la historia. Lo posible es la creación de la potencia social.
Ahora bien, esto puede parecer teórico y hasta romántico, doblemente utópico. Es cierto; empero, la cuestión es que, en determinadas circunstancias, esta utopía se hace posible, emerge de la matriz de la “realidad” efectiva. Esto ocurre cuando acontece masivamente el gasto heroico, la rebelión contra la realidad y la historia, la rebelión contra el destino, contra la fatalidad. Con esto llegamos a un núcleo, si podemos hablar así, del problema. La “realidad” no es real, es una construcción institucional. No conocemos lo que es, eso que la filosofía ha reducido al concepto esencialista de ser. Lo que si podemos comprender es que cuando nos proponemos colectivamente a cambiar, a crear, la llamada “realidad” cambia. A esto se ha llamado, en la modernidad, “revolución”.
Entonces el problema está en lo que quieren hacer las colectividades. El mundo cambia cuando quieren las colectividades cambiarlo. Es demasiado restringido, demasiado conservador, decir que lo que es se reduce a lo que conocemos, a lo que parece seguro, desechando la audacia y los riesgos. Lo que es hay que crearlo, lo que es, es lo que creamos. No se puede renunciar a crear, a inventar, sin renunciar a la vida misma, que es precisamente eso, potencia, creación, invención. El Estado, entendiendo que es la sociedad, conformada en todo su conservadurismo, en toda su vulnerabilidad, en todo su anhelo de seguridad y de estabilidad, es el mecanismo, el procedimiento, la estrategia y el aparato descomunal para inhibir la capacidad creativa de la sociedad, manteniéndola en los reductos conocidos.
Bajando, como se dice popularmente, es decir, ubicándonos en el objeto de la discusión, lo posible en el “proceso de cambio” boliviano es lo se puede crear, lo que se puede inventar, teniendo en cuenta el horizonte abierto por la Constitución, que no es otra cosa que el horizonte abierto por el poder constituyente, los movimientos sociales. Empero, lo posible se hace posible cuando la colectividad, como integración de voluntades, lo quiere. Tal parece que la colectividad lo quiso durante las jornadas del 2000 al 2005; pero, ahora, no parece quererlo. El conservadurismo de gobierno, en parte responde, al conservadurismo actual de las y los que podrían formar parte de los movimientos sociales presentes.
Nuestra respuesta, hay que reconocerlo, tiene sus condiciones y sus límites. Teóricamente puede ser sugerente, aperturante, adecuado; empero, si la mayoría, usando este término democrático, no quiere y prefiere la seguridad del momento, lo posible no es posible. Eso es lo que parece pasar ahora.
En estas condiciones, si fuesen ciertas, pues no se sabe, pues el pueblo actúa pasionalmente en los momentos de congregación de voluntades heroicas, qué es lo que queda. ¿Hacer lo mismo, es decir renunciar? Esto sería grave, pues sería una aceptación general, absoluta, de la impotencia. En la historia, se ha mostrado que ocurre algo interesante, inquietante, cuando se da una depresión generalizada o un conservadurismo generalizado, si se quiere, un conformismo generalizado; cuando ocurre esto, siempre se da, por otro lado un radicalismo, un inconformismo, el germen de una nueva subversión. Hoy asistimos a una nueva subversión de la nueva generación de luchas sociales; los zapatistas continúan con su utopía autonómica, implementada en las comunidades de la selva lacandona. El germen de la subversión de la praxis renace en los jóvenes heterodoxos, que reclaman el derecho a una educación de calidad, como bien común; en los jóvenes y pueblo indignado, que exige un transporte gratuito; en los pueblos despojados, que se levantan contra la dominación del sistema financiero internacional; en los pueblos indígenas que se oponen a los proyectos extractivistas, defendiendo sus territorios y la madre tierra. Estos contrastes alientan, pues nos muestran los ciclos de las luchas sociales. Es indispensable seguir, decir, ¡La lucha continua!
El mapa, usando esta metáfora cartográfica, del acontecimiento, configuración adecuada para expresar lo que vivimos en términos de espacio-tiempo, es amplio. Supone distintos estratos y sedimentaciones. Nada es homogéneo ni puro, el acontecimiento es plural y profuso; hay momentos o lapsos del acontecimiento que pueden estar compuestos por una candente efusión que empuja a transformaciones generalizada; empero, también se dan situaciones donde prepondera un clima más templado, cuando se prefiere el ritmo de la calma. En este mapa, siguiendo con la representación cartográfica, la distribución de la configuración contiene de todo; es decir, se da lugar a una conjunción no solamente de diferentes tendencias, sino también de diferentes funciones. La tendencia radical, usando una expresión conocida y popularizada, sin discutir si es o no adecuada, cumple una función, dejar abiertas las puertas de la utopía, de la creación, de lo imposible en la matriz de lo posible. Esta es la razón, que en los momentos más grises, que no corresponden al nuestro, al vivido por los bolivianos, aparece siempre el anuncio de de un nuevo día, de un nuevo horizonte, por más delirante que parezca.
Bajo estas consideraciones, en esta perspectiva, no se puede aceptar el papel de jueces. Los que juzgan a los “pecadores” por haber roto los mandamientos. Esta perspectiva moralista es la expresión más extrema del poder y la violencia contra la condición humana. El juez es la manifestación del terror que se siente ante lo desconocido, es un acto de castigo y disciplinamiento en contra de lo que se considera es una desmesura de la misma humanidad compartida.
¿Cuál es el papel? La crítica, la saludable y necesaria crítica, que forma parte de los campos de luchas, en las entrañas mismas del “proceso”. No juzgar, sino interpelar, convocando al ajayu, a la qamasa, de las singularidades subjetivas, de las composiciones comunitarias y colectivas. Si la convocatoria no es escuchada en el momento, si no es viable la asamblea, la deliberación y el consenso, no es señal que no es posible, sino que no hay condiciones “objetivas” y “subjetivas”, como antes se decía, para que esto acontezca ahora. Sin embargo, la tarea de la crítica es mantener el fuego encendido para cuando haya que incendiar la pradera, recurriendo a la metáfora de Mao, tan conocida.
Drama y retórica de un gobierno reformista
Raúl Prada AlcorezaÍndice:
Umbral y horizonte político
Trama política y potencia social
Balance y perspectivas del gobierno “progresista
Ceremonialidad y comedia política
Un discurso anacrónico
Retórica y realidad del discurso gubernamental
Dedicado a los y las nuevas combatientes, heterodoxos, iconoclastas, destructores de imperios y de estados, quienes inventan los nuevos horizontes de emancipaciones y liberaciones múltiples.
Umbral y horizonte político
Referencia histórica y ubicación política
Lo que define la relación con el imperio, el imperialismo de ahora, en el siglo XXI, el imperio del sistema financiero mundial y del modelo extractivista colonial, expansivo e intensivo, es la posición respecto al extractivismo. Los gobiernos “progresistas” apuestan a expandirlo intensamente, siguiendo la misma ruta colonial de las oligarquías criollas. El imperio de hoy se encuentra bastante cómodo con gobiernos, que discursivamente, siguen la radicalidad “izquierdista” de mediados del siglo pasado, empero favorecen concesiones a las grandes empresas trasnacionales depredadoras. Esta situación no cambia porque estos gobiernos mejoren los términos de intercambio con el imperio, mientras siguen aceptando la división del mercado internacional y de la geopolítica del sistema-mundo capitalista: ser países exportadores de materias primas. Lo que no se puede dejar de tener en cuenta es lo siguiente: que nuestros Estado-nación periféricos forman parte del orden mundial de dominación, su papel asignado es el de garantizar la transferencia de recursos naturales a los centros del sistema-mundo. No ver esto, es aplaudir la restauración del Estado-nación, el incumplimiento de la Constitución, que establece la muerte del Estado nación y la construcción del Estado plurinacional comunitario y autonómico. No ver esto es no tener en cuenta que “derecha” e “izquierda” son términos relativos e históricos; todo depende de la relación que se tenga con la lucha efectiva de los pueblos. En el caso de Bolivia, el gobierno ha preservado toda la institucionalidad colonial del Estado, ha convertido en un folklore la condición plurinacional y comunitaria, ha renunciado a la reforma agraria, favoreciendo a los latifundistas, ha decidido ampliar la frontera agrícola afectando a los territorios indígenas. La caracterización del gobierno “progresista” de Evo Morales Ayma es la siguiente: Se trata de un gobierno que administra los intereses de la burguesía recompuesta, que aglutina a la burguesía tradicional, a los terratenientes, a los nuevos ricos, apoyados por una dirigencia campesina cooptada prebendalmente y clientelarmente. Un gobierno que se enfrenta a las naciones y pueblos indígenas a nombre del “desarrollo” y del progreso, como lo hacían las élites criollas. El caso ejemplar e ilustrativo es el conflicto del TIPNIS.
Desde esta perspectiva, cuando se habla de defensa del “proceso de cambio”, la mejor defensa del “proceso” es la crítica y la profundización efectiva del mismo, de la emancipación y la descolonización.
Interpretación y acontecer político
Las interpretaciones críticas del “proceso de cambio” están verificadas empíricamente. Eso es lo que ha ocurrido, no ha habido demolición del Estado-nación colonial. No se ha construido el Estado plurinacional, a pesar que se trabajó con propuestas concretas, y se elaboraron instrumentos, para hacerlo: El anteproyecto de ley de gestión pública plurinacional comunitaria e intercultural. Dejaron que se trabaje durante casi un año, que se presenten informes, que se incorporen personas como Boaventura de Sousa Santos y Alberto Acosta. Que se incorporen alcaldes cuya experiencia venía de la gestión en comunidades. Empero, cuando se tenía que discutir el proyecto de ley de gestión pública plurinacional en el gabinete, no quisieron hacerlo. Pues no quieren cambios. Ahora, este comportamiento se explica: llegar al gobierno, no para transformar, sino para hacer uso del monopolio de la concentración de fuerzas, repitiendo las mismas prácticas de todos los gobiernos, aunque acompañadas por una retórica populista y pretendidamente indígena, aunque vacua y forzada. Esto, que pasa, no debería sorprender, pues la historia se repite; es como una condena. El problema es el poder. Como dice el MST de Brasil, no se toma el poder, el poder te toma. Por lo tanto, te convierte en un engranaje de las lógicas de dominación cristalizadas en las instituciones.
Cuando dicen que se lanzan críticas alegremente, respondemos: en lo que no se puede ser alegre es en decir que lo que se dice, sobre el balance de los gobiernos “progresistas”, son apreciaciones alegres. Pues no lo son. Son experiencias dramáticas de los pueblos. Hacer propaganda de un gobierno que vive el drama de su propio laberinto, entrabado en contradicciones profundas, sin una menor consideración en lo que pasa, en la sucesión de hechos, que dibujan el perfil de una tendencia recurrente, es no sólo alegre, sino un flaco favor al propio gobierno “progresista”. Nosotros criticamos a los que llamamos llunk’u, los consideramos las termitas que se comen la madera con la que hay que construir el Estado plurinacional, la materialidad política con la que hay que defender el “proceso”. Estos llunk’u son los otros sepultureros del ”proceso”, los que alaban los errores de un gobierno “progresista”, en vez de criticarlo.
Sobre las diferencias en la caracterización política
En varios documentos y posicionamientos, sobre todo en nuestro debate con la izquierda tradicional, se dejó claro que, no se pueden confundir los gobiernos “progresistas” con los gobiernos neoliberales. Son distintos; emergen del bloque popular, se vinculan con lo nacional-popular, entran en contradicciones limitadas con el imperio. Esta diferencia, hace ver que no es lo mismo luchar contra los gobiernos neoliberales que luchar en el marco de los gobiernos “progresistas”. Además, dijimos que es diferente un contexto de otro, una coyuntura de otra. Que lo que ocurre en Venezuela es un descomunal enfrentamiento con una “derecha” fuerte, con convocatoria, apoyada por el imperio. En cambio, lo que ocurre en Bolivia y Ecuador se puede resumir de la manera siguiente: Una derecha derrotada, electoralmente, en Bolivia y Ecuador; en Bolivia, política y militarmente, después de los acontecimientos del Porvenir-Pando. Una clase burguesa, económicamente dominante, desplazada al bando del gobierno de Evo Morales, del cual consiguieron grandes ventajas. En el panorama político pervive una minúscula derecha política en el Congreso; bastante descolocada, sin ligazón efectiva y concreta con la clase social que supuestamente representa, pues no tiene apoyo de la burguesía, a la que aparentemente encarna. Por lo tanto, podemos concluir, que los gobiernos son diferenciables; empero, en la medida que expresa la cualidad operativa de la forma Estado-nación, responden a la lógica de poder, estructurada en la modernidad. En esa misma medida, reproducen la institucionalidad homogénea, la mono-cultura dominante, la condición mono-nacional heredada. Los gobiernos populares, por más vestidura o disfraz “progresista” que usen, forman parte de la reproducción colonial y capitalista del poder.
No es un problema de personas, como pretende la teoría de la conspiración, como si la explicación de las contradicciones históricas se resolviera con suponer que hay “traidores” de la “revolución”. Los caudillos son mitos, son imaginarios construidos por los pueblos, viven también un drama, pues son arrastrados por las contradicciones de un proceso histórico, que requiere, para salir de sus trampas reiterativas, de movilización, de democracia participativa, de transferir las decisiones a los pueblos, a las naciones y pueblos indígenas, a las comunidades, a las organizaciones sociales. Esto es justamente lo que no se hace, es de esto de lo que se alejan los gobiernos “progresistas”, que prefieren optar por acrecentar la burocracia, recurrir al autoritarismo, desprender despotismo, descalificar la crítica y dividir, sino pueden destruir, a las organizaciones indígenas. Estos gobiernos contribuyen de esta manera a su propia descomposición. Cayendo en este itinerario a una ruptura ética y moral en todas las líneas.
Umbral de las “revoluciones”
A estas alturas de las historias políticas de las sociedades humanas, sobre todo de las desplegadas durante la modernidad, creemos que debemos tener claro que, el gran problema histórico de las llamadas “revoluciones” es el poder, en tanto economía política del poder. Mapa institucional que captura la potencia social, la fuerza social, la dinámica molecular social; diagrama de fuerzas que diferencia poder de potencia, usando la potencia capturada para la reproducción del poder; es decir, de las dominaciones polimorfas. No creemos que sea problema de velocidades, tampoco de aceleraciones o desaceleraciones, de los “procesos” políticos, sino de la capacidad de desmantelar el poder y liberar la potencia social.
Para nosotros es evidente que se deben concebir y desplegar transiciones, transiciones del Estado-nación al Estado plurinacional; estas transiciones pueden ser largas, medianas o cortas. Incluso, mejor dicho, estas transiciones pueden concebirse diferencialmente; en unos casos de una manera radical, en otros casos de una manera reformista. Todo depende del contexto, la correlación de fuerzas, de la institución en cuestión, también depende del tema y tópico de la problemática de referencia. Les dijimos a los oficialistas, “pragmáticos” y supuestamente partidarios del realismo político, que no se trata de renunciar a las reformas, a las transiciones largas, sino de que había que dar pasos, aunque cortos, de tal manera que impliquen avances, aunque mínimos, incluso imperceptibles. Después de A viene B, después de B viene C, y así sucesivamente. Aunque nosotros somos partidarios y creemos, como establece la Constitución, en la transformación pluralista, comunitaria, participativa e intercultural del Estado; es decir, consideramos preferible transformaciones radicales que reformas, se puede lograr, en todo caso, el consenso en reformas. El problema es que tampoco quieren esto; no quieren transformaciones radicales, que consideran utópicas; no quieren reformas conscientemente ejecutadas. Se contentan, cómplices de la representación teatral de la época, con la simulación, con el montaje, con la publicidad, con los escenarios del teatro político. Se prefiere apostar a la ficción, inclinándose a procedimientos ilusorios, a lograr hacer creer a la gente, mediante la propaganda y la publicidad, que se dan cambios, renunciando a ejecutar efectivamente las transformaciones. Este es el problema, que el gobierno “progresista” ha caído en la ilusión de su propaganda, mientras se embarca en la ruta destructiva del extractivismo; acompañando, esta entrega colonial a las empresas trasnacionales, con prácticas prebendales y clientelares, embarcándose en el derrumbe político de todo gobierno, de toda gestión, que da vueltas en un círculo vicioso, cayendo degradantemente en la práctica compulsiva de la corrupción. Este es el problema de fondo. Volver a repetir, en otro contexto, en otro periodo, y en otra coyuntura, la triste historia de la paradoja de las “revoluciones”. Las “revoluciones” cambian el mundo; el mundo no va a volver a ser lo que era antes; empero, las “revoluciones” se hunden en sus contradicciones.
Este no es solamente un tema boliviano, tampoco sudamericano, ha pasado con todas las “revoluciones”. Por eso es indispensable intentar cruzar este umbral de las “revoluciones”, cruzar el límite e ingresar a otro horizonte posible. Esta eventualidad se logra con la crítica, aprendiendo de las contradicciones, de los problemas, de los errores, no ocultándolas con apologías. Lo que menos se requiere es de estos cantos al fracaso, edulcorándolas, como si fuese victoria, lo que menos necesitamos son estas apologías, que lo único que hacen es debilitar las fuerzas vitales de los “procesos” emancipadores.
Balance y perspectivas del gobierno “progresista
¿Se puede abordar el tema distinguiendo clasificatoriamente lo positivo y negativo? ¿Así como se aborda la metodología conocida del FODA, diferenciando fortalezas, debilidades y potencialidades? El balance político no es necesariamente de planificación institucional; aunque ésta tenga que ver, de alguna manera, en algún lugar, con el balance político. Tampoco, mucho menos, con la disquisición de lo positivo y negativo de un gobierno. El proceso político no puede comprenderse como un cuadro en un plano, sin perspectiva ni profundidad; la del tiempo político. El proceso político requiere ser analizado en sus temporalidades mezcladas, en la diferenciación de sus ritmos, en sus espacios fragmentados, en movimiento y combinación, en los espesores de sus territorios; en las composiciones complejas que se forman y transcurren. De lo que se trata es de comprender el juego de las tendencias inherentes del proceso, la resultante, si se puede hablar así, de esta concurrencia de tendencias. Comprender cómo se da lugar el funcionamiento de esta mecánica de las tendencias, cómo se da lugar la resultante, la conformación de la tendencia dominante, quizás no buscada por ninguna de las tendencias concurrentes. Las consecuencias de las acciones no son controladas por los actores. En definitiva, de lo que se trata es de entender la mecánica del despliegue del proceso político. Desde esta perspectiva, vamos a tratar de dibujar el boceto de la mecánica de las tendencias del proceso político.
Mecánica de las tendencias del proceso político
1. Tendencia es la inclinación de los
sucesos, su encadenamiento, la dirección que toman. La tendencia, en el
análisis político, se diferencia grandemente, conceptualmente, de la
noción de tendencia en economía, que viene definida, mas bien, por el
comportamiento zigzagueante de los precios. En el análisis económico se
define de esta manera el concepto de tendencia:
En un sentido general, es un patrón de
comportamiento de los elementos de un entorno particular durante un
período. En términos del análisis técnico, la tendencia es simplemente
la dirección o rumbo del mercado[1].
En el análisis politico, la tendencia no
puede venir definida de esa manera, obviamente. Incluso por aquello de
“patrón de comportamiento de los elementos de un entorno”, que parece
ser una definición general aceptable. Pues, en el acontecer político, es
difícil hablar de patrón de comportamiento, menos aún cuando se trata
de identificar los “elementos de un entorno”. Es mejor comprender la
tendencia política como una resultante de fuerzas concurrentes. Ahora
bien, hay tendencias dadas en micro-espacios, en lugares, concretos;
así como hay tendencias en macro-espacios, en regiones, naciones, mundo.
No es que las tendencias del micro-espacio sostienen las tendencias de
los macro-espacios. No necesariamente ocurre de esta manera; las
tendencias del macro-espacio requieren definirse a partir de la
concurrencia de fuerza en los macro-espacios correspondientes. No es que
las tendencias, resultantes de fuerzas, del micro-espacio, sostienen,
como en una construcción, las tendencias del macro-espacio. Esto también
puede darse, dependiendo de los contextos, de los problemas tratados,
así como del análisis político.
Lo importante de la propuesta es la idea de mecánica
de las tendencias, sobre la definición de la tendencia como resultante
de fuerzas concurrentes, así como también de despliegue de sucesos.
Ahora estamos en condiciones de proponer una hipótesis teórica sobre la mecánica de las tendencias, en política.
2. Ciertamente, hablamos de mecánica,
en el análisis político metafóricamente, haciendo alusión a la mecánica
en física, que comprende la mecánica clásica, la mecánica relativista,
la mecánica cuántica y la teoría cuántica de los campos. La mecánica
en política debería atender al movimiento de los “cuerpos”, su
desplazamiento en el tiempo, bajo la acción de las “fuerzas”. Esta es
una definición análoga a la dada en física, solo que habla de otros
“cuerpos” y otras “fuerzas”, además de referirse a otro “tiempo”,
entendiendo que se trata del tiempo histórico. De todas maneras, esta
definición análoga o prestada no es conveniente ni suficiente en el
análisis político. Intentaremos una definición más prolija, más propia,
que parta de las problemáticas y contingencias del acontecer político.
3. ¿Cómo explicar un periodo político? Lo
acaecido, sus desenlace, las clausuras de ciertas posibilidades, sus
contradicciones, contingencias, incluyendo a los discursos emitidos, las
medidas y acciones tomadas. ¿Es válido hacer una mirada retrospectiva,
contando con los desenlaces, explicar, a partir de ellos, la “lógica”
inherente al proceso? Es ciertamente esta una ventaja; empero, ¿se
pueden obviar las posibilidades clausuradas, las tendencias opacadas?
¿No es al final suponer el decurso de una tendencia dominante, que
finalmente se realiza en el desenlace? ¿Es así o sólo se trata de una
interpretación privilegiada, el discurso de los vencedores? ¿Cuál fue la
mecánica del conjunto de las singularidades, inherentes al
acontecimiento? ¿Se puede hablar, en este caso, en la configuración del
acontecimiento, de mecánica, aunque sea metafóricamente?
Estos son los problemas referenciales,
anticipados, a la definición conceptual de una comprensión integral del
acontecimiento político. Cuando hablamos de mecánica, en el
análisis político, suponemos que las dinámicas singulares se afectan,
que sus composiciones afectan a otras composiciones, que tanto
singularidades como sus composiciones pueden ser pensadas como fuerzas,
que estas fuerzas afectan “cuerpos” y subjetividades, que afectan
instituciones y estructuras sociales. Esta conjetura permite hablar de mecánica de fuerzas, a través de estas aproximaciones. Analizar, desde esta perspectiva, nos ayuda a construir una explicación mecánica,
del acontecer político. Lo que, a su vez, implica, una explicación del
conjunto del movimiento de fuerzas, así como una interpretación
integral del acontecer político. Lo que de por sí es bueno, pues deja de
lado el análisis contable de la política; el balance de lo bueno y lo
malo, de lo positivo y negativo. El balance, que utiliza la balanza que
pesa, si se ha dado más de bueno que de malo, más positivo que negativo.
Esta contabilidad de cajero es muy infortunada para responder a la
problemática política.
La mecánica de las tendencias, que comprende, a su vez, la mecánica
de las fuerzas, corresponde al funcionamiento de las propensiones, a su
concurrencia, sus efectos múltiples; aditivos, en unos casos,
destructivos, en otros casos. Ciertamente, como dijimos, las tendencias
son abstractas, son resultantes, son efectos de los campos de fuerzas.
Por eso, hay que considerar, en el juego de las fuerzas un tipo de
“gravitación”, por así decirlo, una “gravitación” política. ¿Cómo
definir esta “gravitación” política? ¿Las fuerzas se atraen o se
repelen? Ambas cosas pueden ocurrir, dependiendo de las fuerzas, de los
contextos, de las coyunturas. Pero, también las fuerzas se acumulan, se
refuerzan, por así decirlo; así como se debilitan mutuamente, se vacían,
por así decirlo. Las fuerzas, en política, son energía social, son
potencia social. Es la dinámica de estas fuerzas las que crea la
“gravitación” política. Este espacio-tiempo social de campos de fuerzas
conforma elipses, por así decirlo, de dos polos; uno “real”, el otro
ficticio. El polo “real” es el que tiene que ver con la asociación de
composiciones de la potencia social, su facultad cooperativa, colectiva,
comunitaria; el polo ficticio tiene que ver con el efecto institucional
y simbólico del polo “real”, con su efecto de espejo. Aparece, como
institución imaginaria, el polo ficticio, como poder; es decir, como
formas institucionales de poder. Las elipses “orbitan” atraídas por
estos dos polos, el polo “real”, el polo ficticio. Orbitan por la
“gravitación” del polo de la potencia social y la atracción simbólica
del polo del poder.
Ocurre como si en estas órbitas elípticas
se ganara energía en el polo “real” de la potencia social para perderlo
en el polo simbólico del poder. ¿Qué es lo que “orbita” estas elipses
alrededor de los dos polos? La energía social. Energía social convertida
en prácticas, en relaciones, en actividades, en acciones. Energía
social capturada por instituciones, convertida en ciclos de reproducción
institucional. Energía social que escapa a las capturas de la
maquinaria estatal, creando líneas de fuga. Energía social que hace de
la sociedad una sociedad alterativa, dinámica, cambiante, vital,
creativa. Energía social entonces que emerge pujante en el polo de la
potencia social, que pierde parte de su energía en el polo del poder,
para volver a alimentarse de vigor en el polo de la potencia social.
Este croquis nos puede servir para
aproximarnos a la contradictoria y contrastante relación entre potencia
social y poder, entre sociedad y Estado. Sobre todo, puede ayudarnos a
usarla como herramienta gráfica de un balance del llamado “proceso de
cambio”. A propósito, las preguntas son las siguientes: ¿En el “proceso
de cambio” cuál es la relación entre potencia social y poder, entre
sociedad y Estado? ¿En la pérdida de energía social, al pasar del polo
de la potencia social al polo del poder, en su retorno a la órbita de la
potencia social, por qué la energía social no ha podido vigorizarse
orientando su energía a la autogestión, a la autodeterminación, a la
participación, dejando que, más bien el poder adquiera proporciones
inhibidoras de la potencia social?
Mapa de la potencia social
La potencia social no es la organización,
tampoco el movimiento; es lo que se expresa en el movimiento, en la
movilización, en las composiciones de sus dinámicas. La organización es
una creación de la potencia social, en el movimiento y la movilización
se manifiesta la potencia como fluido gigantesco de la energía social.
Los saberes puestos en juego al momento de la movilización son
composiciones cognitivas e interpretativas del colectivo social. Los
objetivos que se plantea, en el momento del movimiento, el conjunto o el
conglomerado social involucrado, es consensuado por las singularidades y
composiciones de la potencia social. La potencia es la capacidad
inventiva social, es la capacidad asociación, de articulación, de
participación social.
La potencia social es capacidad de
asociación, así como la fuerza y la acumulación de la fuerza social,
fuerza inmediatamente vinculada con la capacidad intelectiva de crear.
La potencia social es posibilidad, también condición de posibilidad
histórica; deviene fuerza social, fuerza histórica, cuando las
asociaciones múltiples acumulan una disponibilidad de fuerzas capaces de
afectar en el curso de los acontecimientos.
La potencia social efectiva se da cuando
las múltiples asociaciones, las múltiples composiciones, se orientan a
cruzar los umbrales del mapa institucional dado. Esto equivale no sólo a
una integración de fuerzas, sino también de voluntades, así como de
apreciaciones e interpretaciones compartidas, de saberes activistas, que
inciden, a través de las acciones, en las coyunturas de procesos.
Potencia social en Bolivia
La potencia social efectiva en Bolivia
tiene que visualizarse teniendo en cuenta distintos periodos, distintos
contextos, escenarios y coyunturas. Podríamos hablar de la genealogía de
la potencia social; empero, esta tesis supone un nacimiento, una
emergencia, un momento constitutivo, además de su desplazamiento en el
tiempo histórico. ¿Es así? ¿Hay continuidad? ¿No es más bien discreto?
Distintos nacimientos, distintas emergencias, distintos momentos
constitutivos, manteniendo todavía este concepto zavaleteano[2].
Los hombres y mujeres que hicieron la
revolución de 1952 no son los hombres y mujeres que se movilizaron de
2000 al 2005, durante la movilización prolongada. Hay una memoria
social, es cierto; pero la memoria social tampoco es continua, no se da
en un sujeto, llamado pueblo, como si fuese el mismo, además de suponer un sujeto. El supuesto de sujeto es una pretensión insostenible, aunque lo nombremos como sujeto social. No hay tal persona,
salvo en el imaginario político. Se trata de multitudes, conformadas
por singularidades subjetivas y corporales. La memoria social se
reconstruye colectivamente, mediante la recuperación de lo acontecido,
recurriendo a remembranzas, orales o escritas, incluso ahora,
audiovisuales. La memoria social se reconstruye en el debate, en la
interpelación, retomando el pasado como referente. Se trata de un pasado
representado, de la representación del pasado. Es imposible sostener
que se habla del pasado, como una entidad ontológica perdurable. Ese
acontecimiento, que tuvo su presente, ya no está. Lo que se trae a
escena es su representación, cuyo valor es servir no sólo como
argumento, no sólo como ejemplo y referente, sino como artefacto
representativo en las luchas del presente.
Si esto pasa con dos acontecimientos
modernos, la revolución de 1952 y la movilización prolongada de 2000 a
2005, lo mismo pasa, con mayor relevancia, cuando nos remontamos a un
pasado más lejano; por ejemplo, la guerra federal, así como los
levantamientos indígenas del siglo XVIII. No son, con toda certeza, ni
los mismos hombres ni las mismas mujeres. La memoria social de estos
acontecimientos se reconstruye en otras luchas, acudiendo a las
representaciones forjadas de estos pasados, para comprender mejor las
luchas del presente en cuestión. Hay pues una invención del pasado;
invención en pleno sentido, como recreación representativa, como
constitución de una memoria social, selectiva y creativa. Esto significa
que lo que tienen a mano, por así decirlo, los y las combatientes, es
el presente. Lo que hacen es dilatar este presente en el espesor
rescatado por la memoria social.
No hay pues, precisamente, una genealogía
de la potencia social. Lo que hay es una constante reproducción de la
potencia social, la que recurre a la invención y recreación del tiempo
histórico, del pasado. Lo que hace la memoria social es construir un
pasado constitutivo para lograr dilatar un presente, haciendo de este
momento el lugar y la perspectiva desde donde se abre un nuevo
horizonte.
El asenso
El análisis de la movilización prolongada
de 2000 al 2005 debe efectuarse a partir de su propio estallido, su
campo de singularidades, de sus propios mecanismos y engranajes
conformados. En relación a la historia, lo que interesa es comprender
cómo los movilizados se reinventan el pasado, como espesor representado
de su propio presente, como imaginario social y como recurso en la
formación discursiva de la movilización.
Los insurrectos son los que defienden el
bien común del agua, los que defienden la tierra, los que defienden los
recursos naturales, los que defienden los hidrocarburos, los que se
levantan en defensa de los derechos de los pueblos indígenas, los que se
levantan contra el proyecto y el modelo neoliberal, cuyo costo social
destruyó parte de la cohesión social y parte del aparato productivo.
Este conglomerado social, de organizaciones, de multitudes, de masas, de
pueblos, articuló un bloque popular e indígena capaz de lograr la
secuencia de victorias políticas durante los seis años de luchas[3].
La potencia social derrotó al modelo
neoliberal, si se quiere, al Estado neoliberal, expresado en la
mega-coalición conservadora; derrotó la forma de dependencia extrema
ocasionada por el neoliberalismo. Abriendo el camino a un “proceso”
politico, llamado “proceso de cambio”. ¿Qué viene después? La potencia
social es capturada por el Estado-nación. ¿Cómo ocurre esto? Para
responder esta pregunta requerimos de una digresión sobre el Estado[4].
Límites del Estado y transición
El Estado-nación es el Estado moderno.
Bolivia es este Estado-nación, desde la independencia. Hablar de Estado
aparente, para distinguir la condición de más Estado de la condición de
menos Estado, no es otra cosa que diferenciar, si se quiere, grados y
formas del mismo Estado. En todo caso, lo aparente, la condición de
aparente, es el mismo Estado. El Estado como tal, como sujeto,
como unidad, como entidad trascendente, no existe; lo que existe es el
campo institucional, el campo burocrático, el campo político, el campo
social, el campo escolar, que reinventan la institución imaginaria del
Estado.
Una tesis sugerente es la que define el
Estado como campo de luchas. Como si distintas formas de Estado se
disputaran la hegemonía, la definición del perfil. Esta tesis es
ilustrativa; empero, de ahí a creer que una de las formas de Estado es
la que va a liberar al pueblo, a la sociedad, a los pueblos indígenas,
no es más que “ideología”. Pueden, algunas formas de Estado, mejorar las
condiciones sociales, mejorar las condiciones de las relaciones de
intercambio del país con el sistema-mundo capitalista; empero, de
ninguna manera puede quebrar los límites del Estado, la estructura
nuclear del Estado; no puede modificar la función estatal. El Estado,
como campo institucional, como campo burocrático, como campo político,
no puede sino reproducir su mapa institucional, que no es otra cosa que
la reproducción de los diagramas de fuerzas, de las relaciones de
dominación y de las estructuras de poder, inscritas en el programa de
esta fabulosa maquinaria. El problema en las sociedades periféricas, en
los Estado-nación subalternos, es que están, en el marco del orden
mundial, en el contexto del sistema-mundo capitalista, para administrar
la transferencia de recursos naturales a los centros y potencias
emergentes del sistema-mundo. Aún cuando sean más progresistas los
gobiernos de los Estado-nación, no pueden romper los límites impuestos
por la dependencia. Para hacerlo, están obligados a trastrocar no sólo
los perfiles de los términos de intercambio, sino las mismas estructuras
y la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Este trastrocamiento no
puede efectuarse en las condiciones de Estado-nación. Se requiere de
una transición política que vaya más allá del Estado-nación.
La potencia social, desplegada en la
movilización prolongada, no pudo atravesar los umbrales del
Estado-nación. El gobierno progresista preservó el Estado-nación como
defensa; usó el Estado para efectuar reformas, logró mejorar los
términos de las relaciones de intercambio, al nacionalizar los
hidrocarburos, a su modo. Empero, al ser una forma “progresista” del
Estado-nación, no podía cumplir con la Constitución, que establece tres
condiciones de transición: las condiciones de plurinacional, comunitaria
y autonómica. En términos de transformaciones institucionales, esto
equivale a la destrucción del Estado-nación y a la construcción del
Estado plurinacional. El gobierno progresista hizo lo que estaba en su
“instinto” político, preservar el Estado-nación, optando por el camino
de las reformas.
Esta es la contradicción del gobierno
progresista con la Constitución. Para los movimientos sociales, la
Constitución es un ideal plasmado, que debe realizarse. Para el gobierno
la Constitución es un texto de propaganda. Esta es la contradicción del
gobierno con los movimientos sociales, por lo menos con los movimientos
sociales efectivos, que se dieron desde el 2000 hasta el 2005. Estas
dos contradicciones son como generadoras, por así decirlo, del resto de
contradicciones, que se dan proliferantemente en las dos gestiones de
gobierno.
La potencia social, mejor dicho, la
composición lograda por la potencia social, tal como se plasmó, de
acuerdo al alcance de su irradiación, al no atravesar los umbrales del
Estado-nación, fue capturada por este mismo Estado. Sus fuerzas
sirvieron para reproducir la nueva forma de Estado-nación. Una forma
populista investida con simbología indígena. Se puede decir, con cierta
aproximación, que la composición histórico-política plasmada de la
potencia social, las fuerzas de los movimientos sociales, fueron
capturadas por su propio “producto”. Fueron capturadas por el
Estado-nación, por mediación, de un gobierno progresista, que también
fue un “producto” de los movimientos sociales, aunque también lo haya
sido del mayoritario voto electoral.
Ciertamente, la potencia social no
desaparece, aunque parte de sus fuerzas sean capturadas y sirvan para la
reproducción del poder. La potencia social sigue generando su energía
vital, sólo que ahora se encuentra en otra parte, generando resistencias
a la política económica del gobierno, que optó por el modelo
extractivista. Generando alteratividades minuciosas, detalladas, en la
filigrana del campo politico y del campo social. Desplegando nuevas
fuerzas, todavía no articuladas, en la consecución de alternativas.
Resistiendo desde lo comunitario, lo común, a la expropiación privada y
pública. ¿Cuándo se dará lugar una nueva articulación, un nuevo bloque
popular, aprendiendo de esta experiencia dramática, que repite la trama
política? No lo sabemos. Lo que se sabe, no se puede perder de vista, es
que las tareas del momento corresponden a articular las nuevas
resistencias, buscando una nueva composición de la potencia social,
capaz de atravesar los umbrales del Estado-nación.
En el polo del poder, el gobierno es la acción política del Estado. El gobierno es la ejecución, es el ejercicio de poder como institucionalidad concentrada. El gobierno es la administración y la conducción de la nave del Estado. Es el lugar donde se definen las políticas públicas. Se toman las decisiones sobre la coyuntura y el periodo; se enfrentan los problemas, los conflictos, de una u otra manera. Aunque la política económica se encuentra condicionada por el sistema financiero internacional, de todas maneras, el gobierno, puede definir márgenes de maniobra o entregarse de brazos llenos a las determinaciones del sistema financiero mundial. Hablamos no del gobierno de sí mismo, no del gobierno del hogar, tampoco del gobierno de la ciudad, sino del gobierno del país, del gobierno del Estado.
La primera gestión de Evo Morales Ayma se hizo cargo de un Estado en crisis. Seis años de luchas sociales desnudaron la crisis múltiple del Estado-nación. El gobierno, resultado de una victoria electoral contundente, al asumir el lugar vacío del ejercicio institucional del poder, se vio ante el dilema inicial. ¿Qué hacer? ¿Qué clase de gestión efectuar? ¿Administrar el Estado? ¿Efectuar cambios radicales, desde el inicio? Seguramente la decisión ha sido difícil, incluso si no había mucha “conciencia” respecto a la implicación de las opciones. De todas maneras, la cúpula adivinaba lo que se jugaba, desde las primeras decisiones de gobierno. Sabemos que la opción se inclino por el realismo político. Se entiende que había más argumentos a favor de esta alternativa; se corría menos riesgos y se ganaba tiempo.
Esa primera decisión ya muestra la psicología de los gobernantes. Hombres cautos, excluyendo de antemano toda audacia. La audacia quedó para el discurso, no para la acción. En un ambiente de alta legitimidad social, con movimientos sociales que salían victoriosos de una lucha de seis años, contando con una movilización que ya había ventilado la autogestión, que había mostrado vigorosos movimientos, capaces de sitiar y tomar ciudades, la cautela de los gobernantes, es un síntoma de debilidad, no de firmeza. Seguramente el temor de gobernar sin tener experiencia en la administración pública influyó también en la decisión.
Digan lo que digan al respecto los voceros, sobre todo el ideólogo del gobierno, no se puede ocultar esta primera ambigüedad. Todo lo que se pueda decir a favor del realismo político, se lo hace argumentando a favor de esta tesis; pero, no explica, de ninguna manera, el por qué se optó por continuar con un forma de administración liberal, continuando la gestión institucional del Estado, en un momento favorable de correlación de fuerzas. Este primer paso, direcciona los siguientes.
Ciertamente no se puede explicar la primera gestión de gobierno sólo a partir de las estructuras de poder heredadas, haciendo abstracción de los individuos que conforman el gobierno. Como tampoco se puede explicar de manera inversa, sólo atendiendo a los perfiles individuales de los gobernantes. Ambas perspectivas pecan de sesgo; la primera, porque convierte al gobierno en la ejecución antelada de lo establecido en las estructuras de poder; la segunda, porque convierte al gobierno en una comedia de conspiraciones banales. Aunque la primera perspectiva tenga, sin lugar a dudas, más peso, sea más consistente analíticamente, no se puede obviar la incidencia de las personas influyentes. En este sentido, vamos a intentar interpretar la secuencia de la primera gestión a partir del la visualización del periodo desde ambas perspectivas.
Evo Morales Ayma es el caudillo, el mito, la convocatoria del mito. El constructo del imaginario colectivo. El símbolo carnal del gobierno, convertido por la propaganda gubernamental en el símbolo del “proceso de cambio”. De máximo dirigente de la Federación del Trópico de Cochabamba pasó a ser el primer presidente indígena de la Republica de Bolivia, después del Estado plurinacional de Bolivia, que de plurinacional sólo tiene el nombre. Las decisiones políticas las toma el presidente, en primera o en última instancia. Su carácter imperativo, su carisma, influyen mucho en el comportamiento de su gabinete, incluyendo al mismo vicepresidente. Es difícil hablar de él como un estratega, más es la espontaneidad, muchas veces improvisada, y la intuición, algunas veces equivocada, acaecida erróneamente cada vez más seguido en el segundo periodo de su gestión. Como en todo caudillo, su imagen atrayente no es perdurable, se desgasta; es mantenida con desesperación con publicidad y propaganda, como si estos medios restituyeran el ánimo de la gente.
La persona de más influencia en el gobierno, después del propio presidente, es Álvaro García Linera. Por su formación política y académica, por venir de la experiencia de una organización que se propuso la guerrilla como medio para resolver la cuestión del poder[5], por venir de un colectivo de interpelación radical, de investigación y activista[6], tenía plena “consciencia” de lo que estaba en juego en la decisión inicial del gobierno. El vicepresidente se convirtió de radical en el ideólogo del realismo político. Es muy probable que haya sido él quien más haya influenciado en la inclinación por la decisión inicial, fuera de ser el responsable de la argumentación y justificación de la opción tomada. Vamos a dejar las conjeturas sobre por qué lo hizo, por qué se convirtió en un “pragmático”, pues esto nos llevaría a la especulación. A partir de este momento, el vicepresidente asume el rol de ideólogo del gobierno, pretendiendo también ser el teórico del “proceso”, que es otra cuestión. Sus discursos, sus libros, publicados por la Vicepresidencia, sus intervenciones, son la más clara expresión de una ideología “pragmática”, que persigue sostener la justificación del decurso de un gobierno, que optó, desde un principio por el reformismo y no por la transformación.
Los ministros fueron un resultado de la composición de las fuerzas, aunque el presidente sea el que tome la primera y la última palabra al respecto. No se puede decir que había una pugna de tendencias, como el apresuramiento de los medios de comunicación hicieron entender, recurriendo a esquemas acostumbrados. En un ambiente confuso, donde había primero que orientarse, es difícil hablar de pugna de tendencias. Menos decir que había una tendencia “alvarista” y otra tendencia “evista”. Estas hipótesis hablan de la carencia del periodismo y de los medios de comunicación. El consenso sobre el realismo político fue compartido por todos.
Los celos individuales y mezquinos que pudiera haber habido no pueden tomarse en cuenta para explicar el decurso de este gobierno popular. Eso queda en los pasillos y nada más. La autoridad del presidente era indiscutible; se acataba por consenso compartido o por decisión del presidente. La relación de los hombres más influyentes con el presidente ciertamente no es la misma, hay variedad y jerarquías. Empero, todos, sin excepción, anteponían, en primer lugar, su voluntad para satisfacer las demandas del presidente. No había, entonces tendencias, lo que había es una adecuación de todos en el escenario institucional. Además de la necesidad de aprendizaje y ganar experiencia.
En relación a la medida más importante de las dos gestiones de gobierno, que es la nacionalización de los hidrocarburos, se puede decir que el hombre de influencia en la formulación del Decreto “Héroes del Chaco” fue Andrés Solíz Rada. Sobre todo por su formación en la izquierda nacional, viniendo de un grupo político de características marxistas nacionalistas, que tenía como estrategia y convicción política la defensa de los recursos naturales, la recuperación soberana de los mismos a través de las nacionalizaciones[7]. El ministro de la nacionalización salió del gabinete, cuando se tuvo que tomar nuevas decisiones “pragmáticas”, en relación a PETROBAS. En una coyuntura cuando se comenzó a ceder ante esta empresa trasnacional del país vecino, el ministro nacionalizador estaba demás.
Un paso dado condujo a otros. Del no cobro, como corresponde, a PETROBRAS, por el excedente calorífero del gas húmedo, se llegó a contratos de operaciones desnacionalizadores, entregando el control técnico de la producción de hidrocarburos a las empresas trasnacionales. La ventaja del gobierno, al nacionalizar fue mejorar los términos de las relaciones de intercambio, mejorar notoriamente los ingresos del Estado, por concepto de la explotación de los hidrocarburos. Este incremento repercutió en la disponibilidad del Tesoro y de las instituciones involucradas en el reparto. El problema es que esta mejora no puede ser el fin de una nacionalización, que debería continuar dando pasos urgentes hacia la industrialización. Sin embargo, el gobierno prácticamente se contentó con este logro. Las plantas separadoras no pueden considerarse como el inicio de la industrialización, son sencillamente plantas separadoras de la composición de los hidrocarburos.
La convocatoria a la Asamblea Constituyente fue la otra medida crucial de la primera gestión del gobierno. Esta convocatoria fue planteada, en primer lugar por las organizaciones indígenas, CIDOB y CONAMAQ, apoyadas por el Pacto de Unidad, que incluye a las tres organizaciones campesinas, CSUTCB, CNMCIOB “BS”, CSCIB. Aunque una versión de los dirigentes de las juntas de vecinos de El Alto dicen que la convocatoria a la Asamblea Constituyente no estaba incluida en la Agenda de Octubre, la verdad es que la Agenda de los movimientos sociales del país si la incluyeron. Por lo tanto, llegar a la Asamblea Constituyente recogía el anhelo de las mayorías por fundar o refundar el Estado.
No vamos a entrar al detalle de la dramática historia de la Asamblea Constituyente. Nos remitimos a los textos que han tratado el tema[8]. Lo que interesa, en este balance, es anotar que cuando por fin se promulga la Constitución Política del Estado (2009), la segunda gestión de gobierno no la cumple. No aplica la Constitución. Prefiere continuar por el camino optado en la primera gestión, el camino de las reformas, ocultando la distancia de sus políticas con la Constitución con una abrumadora propaganda. ¿Por qué ocurre esto?
Hipótesis
La Constitución es lo que constituye normativamente, legalmente, jurídicamente; es la composición jurídica y política de un Estado. Son los cimientos jurídicos y políticos, si se puede hablar así, del Estado. El que se haya elaborado una nueva Constitución, después de la de 1826, considerando todas sus reformas constitucionales, es la manifestación clara y la voluntad determinante de construir un Estado en transición sobre nuevas bases. La principal inquietud constituyente tiene que ver con la colonialidad, la herencia colonial, el haber dejado de lado a las naciones y pueblos nativos al momento de la primera Constitución. En la república no se incluyeron a las mayorías nativas. Ahora se trataba que las mayorías plasmen su voluntad en la Constitución y en la construcción del nuevo Estado.
El Estado que establece la Constitución de 2009 es un Estado plurinacional comunitario y autonómico, integrado por la interculturalidad, en la perspectiva del sumak Kausay/sumaj qamaña[9]. Para construir este Estado plurinacional se tiene que demoler lo que sostiene al Estado-nación y al Estado-nación mismo: la institucionalidad moderna, homogénea, única. Un Estado plurinacional se construye sobre el pluralismo institucional. Frente a este requerimiento, el gobierno progresista retrocedió, “consciente” o “inconscientemente”. Vaya a saber cuántos del gobierno entendían la significación histórica y política del Estado plurinacional, las implicaciones y consecuencias de asumirlo y construirlo. Lo cierto es que prefirieron desgañitarse en la publicidad y propaganda de que ya somos un Estado plurinacional, como arte de magia de la promulgación de la Constitución. Era muy cómodo cambiar el vestido a la misma persona, que cambiar de persona, que dejar nacer a otra persona. Como dijimos en otros escritos, el gobierno progresista cayó en el mal de la época: la inclinación desesperada por la simulación[10].
Para el gobierno, cuyo contenido “ideológico” es el nacionalismo, cuya composición redefine populistamente el perfil reformista, cuya retorica izquierdista repite el discurso de un anti-imperialismo del siglo pasado, es inaplicable la Constitución, pues su aplicación implica la destrucción del Estado-nación. En otras palabras, dejar de ser gobierno bajo los códigos liberales y la gestión pública institucionalizada. Ser otra clase de “gobierno”, como establece la Constitución, en el marco del sistema de gobierno de la democracia participativa y pluralista, era también la desaparición de los privilegios, de las jerarquías, de la burocracia. Después de conquistar el poder, lo menos que quería era perderlo. Al optar por conservar el poder, en vez de destruirlo, decidió por el camino de la reproducción del Estado-nación, optó por la misma trama de todas las “revoluciones”, que cambian el mundo; empero, se hunden en sus contradicciones.
Segunda gestión
La primera gestión de gobierno tuvo como referente la Agenda de Octubre, la segunda gestión de Gobierno tiene como referente la Constitución. En la primera gestión se cumple parcialmente la Agenda de Octubre; en la segunda gestión no se cumple con la Constitución. Este decurso nos muestra que el gobierno progresista se aleja cada vez más de los objetivos plasmados por los movimientos sociales, las naciones y pueblos indígenas. El gobierno llega a situarse en una posición contrastante en el decurso del “proceso de cambio”, se coloca como contra-proceso[11].
Dos son los conflictos que sitúan el lugar de alejamiento del gobierno, su distanciamiento respecto de la Constitución; uno es el conflicto del llamado “gasolinazo”; el otro es el conflicto del TIPNIS. El conflicto del “gasolinazo” devela la relación concomitante del gobierno con las empresas trasnacionales de los hidrocarburos. El pedido conocido de estas empresas era de que no invertirían en exploración, tampoco lo hicieron en la producción de carburantes, si no se modifican los precios congelados del mercado interno; lo que equivale a revisar la Constitución. El gobierno, con el argumento de la insostenible subvención a los carburantes llega a subir los precios en un incremento insostenible para el pueblo, alcanzando subidas hasta de un 80% y más. El levantamiento popular contra la medida del gobierno lo obligó a retroceder. En otro texto dijimos, parafraseando a Sergio Almaraz Paz, que el gobierno había cruzado la línea, sin darse cuenta, se encontraba del otro lado de la vereda enfrentando a su pueblo[12].
El conflicto del TIPNIS fue más grave. Retomando la misma figura, el gobierno cruzó una segunda línea, esta vez con plena “consciencia” nacionalista, ahora se encuentra del lado de la vereda del modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente, enfrentándose a las naciones y pueblos indígenas, enfrentándose a las comunidades indígenas. No vamos a narrar aquí el dramático conflicto del TIPNIS; nos remitimos a los textos que han tratado, de manera más pormenorizada el conflicto[13]. En este balance nos interesa apuntar este hito en la conmensuración del desplazamiento del gobierno, alejándose cada vez más de la Constitución y de los objetivos del “proceso de cambio”.
El camino sinuoso de las reformas
Tres bonos marcan la política social del gobierno; el Bono Juancito Pinto, La Renta Dignidad, El Bono Juan Azurduy. El primero, como un estipendio provisional para los estudiantes de primaria, con el objeto de evitar la deserción escolar; el segundo, como un bono a los adultos mayores; el tercero, como una atención a las madres embarazadas, con el objetivo de incidir en los altos niveles de mortalidad materno infantil. Tres bonos, cuyas características son de alcance coyuntural. Para lograr efectos estratégicos se requiere inversión logística, de largo plazo, que impacte estructuralmente en las condiciones y causas de los problemas que se quieren atender.
Tres logros económicos distinguen la política económica del gobierno; la acumulación de las reservas internacionales, la estabilidad económica y el mantenido crecimiento económico.
En el campo político ha mantenido su hegemonía y preponderancia desde las elecciones de 2005. Con las elecciones del 2008 ha logrado controlar los 2/3 del Congreso; con esta mayoría plena tenía las manos libres para cumplir con la Constitución.
En los demás terrenos son inciertos sus logros, hasta discutibles.
Una nueva reforma educativa definida por la Ley Avelino Siñani y Elizardo Pérez, con enunciados recogidos de la Constitución; empero, contrastando en los artículos operativos. Una reforma educativa consensuada corporativamente con el gremio de los maestros; uno de los estamentos más conservadores de la sociedad, inclinados a la demanda economicista, aposentados en el privilegio de contar con trabajo y sueldo garantizados. Una reforma educativa, que como en el resto de la administración estatal, mantiene la misma institucionalidad escolar y educativa, teniendo como núcleo el aula, médula del diagrama disciplinario de la modernidad, no tiene perspectiva de impacto en la tarea de descolonización. Esto a pesar de la retórica del modelo social comunitario productivo.
La movilidad social se ha debido al impacto del incremento presupuestario en los gobiernos, del país, de los departamentos, de los municipios, incluyendo a las universidades. También se puede decir que se ha debido al impacto del crecimiento económico, sin entrar en detalles que representa este indicador estadístico. Nos remitimos a los textos que analizan el tema[14].
El proyecto de industrialización es un soberano fracaso. Las empresas públicas implementadas por el gobierno o no se ponen en marcha, o son deficitarias, o son un reverendo bluff. La Empresa de Apoyo a la Producción de Alimentos (EMAPA), se ha convertido en una agencia comercializadora; está muy lejos de haber dado un primer paso en la consecución de la soberanía alimentaria. Lo grave es que esta dedicación comercializadora, justificada para evitar la escalonada de precios de los bienes alimentarios, ha comenzado a afectar a la producción del país; por ejemplo, a los pequeños y medianos productores de arroz, quienes no pueden competir con los precios del arroz importado de Paquistán. No hablamos aquí de las empresas estatales ya establecidas desde antes y después de la revolución de 1952; YPFB y COMIBOL.
El programa Evo Cumple ha desatado una escalada sin precedentes de corrupción. No se rinden cuentas, no aparecen las obras, cuando aparecen están muy mal construidas, mostrando papablemente que disminuyeron los costos reales, aunque se mantuvieron los costos ficticios en los presupuestos. Lo peor ocurrió en el programa de vivienda; empresas fantasmas que se llevaron la plata, dejando sin casas a los supuestos beneficiarios. Cuando se terminan de construir las viviendas, aunque sea en parte, suben los costos, y terminan acabados con materiales baratos. Si recientemente ha habido un esmero en corregir este desastre, de ninguna manera compensa el desfalco al erario del país. Sorprende que la Contraloría tenga los ojos vendados ante estos lamentables sucesos conocidos por todos, sobre todos los involucrados, de las zonas y regiones referenciales de los proyectos.
La decantada lucha contra la corrupción ha terminado siendo un instrumento de persecución de los opositores. Un ministerio, el Ministerio de Transparencia Institucional y Lucha contra la Corrupción, se encarga de investigar más sobre las corrupciones pasadas, de los anteriores gobiernos, que la expandida corrupción desatada en el presente, el habido en las gestiones del gobierno progresista. Este programa de lucha contra la corrupción y por la transparencia más parece una capa estridente que cubre la efectiva corrupción proliferante.
Lo que notablemente ha avanzado es la construcción de carreteras. Podríamos decir que la vertebración caminera del país ha sido de los proyectos mejor ejecutados, sin descontar los problemas relativos a los acabados de algunos tramos, sin tomar en cuenta la repetida inclinación a los sobreprecios.
En el plano internacional, el principal emblema del gobierno fue la defensa de la madre tierra. Este postulado cayo a los suelos por el doble discurso, como dice James Petras, discurso radical afuera y ortodoxo en la implementación de políticas monetaristas dentro; pero, sobre todo ortodoxo en el modelo extractivista. El último discurso creíble del presidente fue en Copenhague, Cumbre del Clima de Copenhague 2009 (COP15), cuando habló ante cien mil activistas del mundo, declarando la guerra al capitalismo en defensa de la madre tierra. En Cancún, (COP 16), la posición boliviana quedó solitaria, mientras los aliados del ALBA se apresuraban a aceptar la ilusión y la dependencia del capitalismo verde. El presidente ya no gozaba de credibilidad, sobre todo después del conflicto del TIPNIS.
Como dijimos en otros textos, las políticas, los programas, las alianzas de integración continental, son más una ocupación burocrática, de encuentros altisonantes de presidentes y cancilleres, con efectos comunicativos; empero, ocurre, paradójicamente, que esta pose integracionista contrasta con efectivas realizaciones hacia la integración de la Patria Grande. Es como calmar la consciencias con escenarios grandilocuentes, mientras nuestros pueblos padecen la separación[15].
Como podemos ver, el camino de las reformas, escogido por el gobierno, es sinuoso y contradictorio. No se puede decir, de ninguna manera, que no ha mejorado ciertas condiciones de vida de las mayorías, sobre todo de los sectores organizados y corporativizados. Sin embargo, no hace otra cosa que repetir, en menor escala, y de una manera inacabada, la experiencia del Estado de Bienestar. Sus políticas están muy lejos de lo que exige la perspectiva del sumak kausay/sumaj qamaña. Ya lo dijimos, no es el camino de la Constitución, sino se trata de un recorrido contrastante.
Una pregunta es pertinente: ¿Estaba en manos de los gobernantes hacer algo distinto? Se puede decir que dentro de determinados márgenes sí; pero, el problema son los márgenes de los que no podía salir. Su límite ineludible. Al optar por el camino de las reformas y no por las transformaciones estructurales e institucionales, se embarcó en la trama política ya tejida e inscrita en la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Los márgenes de lo posible en los ciclos del capitalismo excluyen transformaciones que puedan afectar las estructuras de poder y la reproducción ampliada de capital. Todo lo demás, al interior de estos márgenes, puede estar permitido, incluso si se logra en pugna con las políticas vigentes del orden mundial y del sistema financiero internacional. Lo que está permitido es la querella por los términos de relaciones de intercambio; de ninguna manera, el cuestionamiento a las estructuras de poder definidos.
En parte, se puede decir, que asistimos a la reiteración del drama de las “revoluciones”, particularmente de los gobiernos reformistas, ahora llamados progresistas. En principio pueden tener buenas intensiones, creer en la certeza de su realismo político, encaminarse en reformas de impacto; empero, en la medida que forman parte de una maquinaria chirriante, acoplada, del Estado, cuyas lógicas inherentes escapan a los ocupantes de turno; ellos terminan convertidos en engranajes de esta instrumentalidad estatal. Los márgenes de maniobra dejan de ser tales, se convierten en los márgenes de lo ilícito en el marco de lo lícito. Los individuos terminan optando por salidas privadas. Quizás nunca lleguen a saber en qué momento dieron el primer traspié que los arrastró a la vorágine de la estafa. Enmascarados, llenos de escudos, tienden a usar retoricas con pretensiones de radicalismo, creyendo, en el fondo, que lo que hacen, puede estar permitido, mientras se siga sosteniendo la lealtad al “proceso”, compartiendo una figura desvencijada del “proceso”, como fatalidad o como finalidad.
Conclusiones
1. No se sale de la trama política, inscrita como formato, si no se teje otra trama.
2. Para que las composiciones de las dinámicas moleculares de la potencia social, para que las fuerzas constituidas por la potencia social, no sean capturadas por las redes institucionales del poder, es menester la desmesura y la proliferación abundante de las líneas de fuga.
3. La organizaciones sociales no son, de por sí una garantía, para resistir a la atracción del poder, del polo ficticio del poder, que se alimenta de potencia social. Es menester que la movilización pueda atravesar los límites de las representaciones, que son otras prácticas, delegadas, de las formas polimorfas de poder.
4. Para mantener la permanente creación de la potencia social, es menester mantener abierta, de manera permanente, la capacidad inventiva, la flexibilidad de las composiciones y organizaciones sociales, haciendo recaer el condicionamiento en la facultad dinámica y participativa, no en los efectos molares, estadísticos, orgánicos e institucionales.
5. El polo ficticio del poder, las instituciones imaginarias, deben ser absorbidas por el polo “real”, la potencia social. Esto puede ocurrir en transiciones continuas emancipadoras y liberadoras.
6. La caída de la potencia social, de las fuerzas y composiciones de la potencia social, de la movilización prolongada boliviana, en las redes institucionales del Estado-nación, se debió a que las anteriores condiciones de posibilidad no se cumplieron.
Ceremonialidad y comedia política
De aquí a un tiempo atrás la práctica política se ha convertido en una comedia. Sólo que el teatro donde se efectúa es grande, todo un país. La comedia se nombra como la trágica historia del Estado plurinacional comunitario y autonómico. Es la increíble y triste historia de un proyecto no realizado, cercenado antes de nacer; este crimen se comete a nombre de la misma semilla que se impide germinar. Es una tragedia digna de Sófocles; no es el hijo que mata al padre; son los encargados de hacer germinar la semilla los que la matan, en sus inicios. ¿Por qué lo hacen? ¿Valga a saber? Los asesinos no reconocen su crimen; dicen más bien, que dejaron que crezca la planta, la presentan señalando que está ahí, gozando de la luz del sol. Lo que muestran es el viejo árbol del Estado-nación, una anciana señorona vestida con traje nativo, adecuado para una adolescente. El cuadro no podía ser más grotesco.
El 22 de enero se festeja el “nacimiento” del Estado plurinacional. Toda una ceremonialidad del poder, todo un regocijo por casi el quinquenio de vida del “Estado plurinacional”. Este festejo coincide con un golpe certero y mortal a la organización indígena de tierras altas, el CONAMAQ. ¿Se celebrará también la intervención desdichada a la sede de CONAMAQ y la usurpación de su representación por unos comediantes, prebendalistas vendidos al mejor postor, ex sindicaleros, que ungen de nada menos autoridades originarias. Ambos festejos coinciden; la “victoria” inescrupulosa y artera en contra de una organización, que supo defender la Constitución, los derechos de las naciones y pueblos, los territorios indígenas. Una comedia repetida cada año, sobre el cadáver del germen del Estado plurinacional.
Este es el guión de una trama refrendada en las “revoluciones”, tanto nacional-populares como socialistas, con contadas excepciones; excepciones que confirman la regla. El poder, si podemos hablar así, con el gran peligro de convertirlo en un sujeto, que no es, es despiadado. Después de victimar a la potencia social, se vanagloria a su nombre. La historia política es dramática. Los pueblos parecen no aprender, se ilusionan con sus propias criaturas; los mitos, los caudillos, los políticos que dicen representarlos. Hay pues una concomitancia entre usurpadores y usurpados. No podría sino explicarse la reiteración de esta trama política, repetida tantas veces. ¿Esta es la condena? ¿No se puede salir de ella, como de una fatalidad inscrita?
Es difícil saberlo. Empero, no se puede renunciar a romper con esta trama, a desafiar la “fatalidad”. Ese es el acto heroico. Es posible, que de tanto insistir, se quiebre el tejido antiguo de la trama del poder. Cuando desaparece esta voluntad creativa, desaparece también la posibilidad concreta de desafiar al entramado político. La voluntad desafiante muta en una voluntad de sumisión, renunciando a la creación, optando por el “pragmatismo” de las pequeñas cosas. Esto parece preponderar en el ambiente. Este es el secreto de gobiernos demagógicos; los gobernantes saben jugar con la miseria humana.
Alison Spedding una vez, tiempo atrás, cuando se daba lugar la movilización prolongada, criticó a Comuna, diciendo que las vanguardias de hoy se convierten en los amos de mañana. No sé si esta apreciación es de todo acertada respecto de Comuna; empero, este no es el tema. Es una apreciación lúcida. Alison Spedding tenía razón. ¿Dónde lleva este enunciado? ¿No hay vanguardias? ¿Toda vanguardia incuba la serpiente? ¿Todos, al final luchan por lo mismo, el poder? Hay que sacar las consecuencias de este enunciado.
Las “revoluciones”, hablando en general, buscando en la figura de las experiencias extremas, sin hurgar en las gradaciones, son paradójicas; están preñadas de pasado. El pasado es gravitatorio, atrapa. Las “revoluciones” cambian el estado de cosas, la situación de las estructuras de poder, la correlación de fuerzas; empero, cuando lo hacen, es para edificar una nueva estructura de poder, nuevas formas de los viejos dominios. Nuevos aditamentos de la máquina fabulosa del Estado. Las “revoluciones” no son puras, como sus propagandas pretenden hacerlas parecer. Las “revoluciones” son mezclas pavorosas; los sueños emancipadores se cruzan con los proyectos de poder. Para los más sagaces todo se resume a cambiar la élite, a sustituirla por otra élite. De lo que se trata es de gozar de los privilegios que otros tuvieron. ¿Tienen razón, no tienen razón? ¿La “verdad” es tan cruda, que a eso se reduce la lucha social?
Este cinismo, pues no es otra cosa, supone lo que los teóricos burgueses políticos del Estado conjeturan: que el hombre es el lobo del hombre. En otras palabras parten de la tesis del mal. Aunque este cinismo no tenga el alcance teórico de estos cientistas políticos, dicen, al final, lo mismo. Una conclusión de esta tesis es que nunca saldremos del círculo vicioso del poder. La trama se repetirá en distintos escenarios, en distintos contextos, con distintos personajes, con otras indumentarias y más tecnología.
El gran error de esta tesis es no solamente suponer el mal, como esencia explicativa de la historia política; supuesto moralista, basado en la discriminación de los condenados de la tierra, los explotados, los pobres. Esta tesis no toma en cuenta, la raíz del poder, la violencia usurpadora, que instaura la legitimidad institucionalizada de la dominación. El gran error de esta tesis es obviar la energía y la fuerza de la que se alimenta el poder, la potencia social. Los poderosos no son nada sin la fuerza derivada de la potencia social; no existirían. Los poderosos están donde están, usufructuando del poder, por que los y las que contienen la potencia social y la despliegan creen que son indispensables. ¿Indispensables para qué? ¿Para gobernar? Este es el imaginario social conservador, que sustenta esta subordinación.
¿Cómo destruir este imaginario social? ¿Cómo sustituirlo por un imaginario radical? Este es el quid pro quo. Los imaginarios no son solamente ilusiones, constelaciones de ideas; se sostienen en materialidades institucionales, en prácticas reiterativas, en relaciones repetidas. No es un problema de convencimiento, no es un problema de demostración racional, como creen ciertas “vanguardias”; es un problema integral. Si no se demuele la materialidad institucional, si no se abolen las prácticas, si no se desplazan las relaciones, sobre las que se sostiene el imaginario conservador de la subordinación, es imposible transformar el imaginario conservador por un imaginario radical. El problema es que las “revoluciones” no quieren cambiar el mapa institucional; quieren modificarlo, pero no abolirlo. En el mejor de los casos, el de las “revoluciones socialistas”, trastrocaron el mapa institucional; empero, para edificar otro mapa institucional de poder.
Nadie dice que no se ha “avanzado”, usando esta palabra tan discutible; las “revoluciones” cambian el mundo, el mundo no será lo que fue antes; pero, las “revoluciones” se hunden en sus contradicciones. No está en discusión la incidencia de la “revoluciones” en la historia; lo que está en discusión es su decurso sinuoso, contradictorio, ambiguo y, finalmente contra-revolucionario.
Como dijimos antes, no se puede renunciar a la utopía; no solamente entendida como el no-lugar, en ninguna parte, sino como el lugar que hay que crear. En la revisión histórica, no sólo nos encontramos con la repetición de la trama política, sino también con los nacimientos de las nuevas rebeliones. La historia - el peligro de hablar así, es convertirla en un sujeto, que no es - parece jugar a los dos lados, a la condena y a la esperanza. No hay fatalidad. Lo que reaparece es una constante lucha entre poder y potencia social, entre “pragmatismo” oportunista y sueño utópico.
Las nuevas generaciones de combatientes parecen aprender de la historia. Ya no quieren ser “vanguardias”, pues observan que allí se incuba la serpiente. Buscan nuevas formas de convocatoria, formas colectivas y participativas de orientación de las prácticas políticas. Cuestionan las representaciones y las delegaciones, como usurpaciones de la voz y la palabra. Tal parece, que en el nuevo horizonte de luchas, la perspectiva es una guerra prolongada contra las formas polimorfas de reproducción del poder, la creación de matrices sociales, políticas, culturales, de formas de consenso y participación.
Lo acaecido, el desenlace político de la movilización prolongada, su salida populista y nacionalista, que no es otra cosa que conservadurismo estatal, no es el fin; como creen graciosamente los voceros del gobierno, sobre todo su ideólogo, considerando a lo que está más allá de ellos es nuevamente derecha. Lo que denota una falta de imaginación. No hay fin, ninguna “revolución” es el fin; que es la misma tesis, usada por otros, que la del teórico conservador Francis Fukuyama. Hay recomienzo, nuevos nacimientos; la vida no deja de fluir. Son estos jóvenes rebeldes que se levantan en las ciudades en defensa de la educación, derecho común; son los jóvenes y pueblo que se levantan por el pasaje libre, el uso del transporte gratuito, pues se trata de un bien común; son los pueblos indígenas que defienden sus territorios contra las trasnacionales extractivistas, defensa de la madre tierra; son los pueblos del mundo que se levantan contra la opresión inaudita del sistema financiero internacional. Una nueva revolución mundial se abre en el horizonte, esta vez de todos los pueblos del mundo contra sus gobiernos y estados, contra el imperio, la opresión mundial, que forman parte del mismo orden mundial de dominaciones.
Un discurso anacrónico
De alguna manera un discurso tiene que ver con su contexto, donde se lo emite, con la coyuntura, a la que se responde; pero, ¿qué decir, de un discurso que parece encontrarse el 2006, cuando el gobierno popular asumía el mandato, cuando tenía sentido distinguir dos periodos, diferenciados, por la movilización prolongada? El vicepresidente, el 22 de enero de 2014, expone un discurso, en la apertura del Congreso; como si estuviera al inicio de la primera gestión de gobierno, como si no hubiera trascurrido ocho años, como si nada hubiera pasado, como si no hubiera corrido agua bajo el puente. Toda su exposición se ha dirigido a distinguir entre las fases correspondientes al gobierno de Evo Morales Ayma y las fases de los gobiernos neoliberales. Una verdad trillada. Todos o casi todos, si se quiere, la gran mayoría, saben, hay una evidente diferencia entre ambos lapsos de periodos. Eso no está en discusión. El tema es otro, la pregunta de la gran mayoría es: ¿Qué pasó?
A esta pregunta no responde el discurso del vicepresidente, aunque lo pueda hacer, para explicar afirmativamente lo acontecido. Habla como si no hubiera problemas, como si no hubiera preguntas a las que responder, como si no hubiera un desplazamiento de sucesos que hay que tomar en cuenta, de una u otra manera, para observar su contingencia, ya sea para defender las hipótesis del gobierno o para descartar las observaciones críticas. Nada, esto no existe. El vicepresidente vive otro mundo, está en otra parte.
Este ha sido una conducta repetida por el presidente nato del Congreso, este es un síntoma constante en sus discursos. Un desprecio desenvuelto a los hechos, a los conflictos, a las preocupaciones de los mortales. Sencillamente eso no existe; lo único digno de tomar en cuenta son sus certezas, que sabe dios dónde se sustentan; lo único valido son los conceptos que maneja; lo único importante es el esquema abstracto, un esqueleto deductivo, al que recurre una y otra vez. Un esquema elemental, maniqueo, de buenos y malos, de víctimas y de patrones. Llama la atención una exposición tan simple en una persona que se reclama de teórico marxista; las clases sociales, la lucha de clases, la dinámica de la lucha de clases ha desaparecido.
Otra cosa notoria, en el discurso anacrónico, es su constante alabanza al presidente del Estado, que, en verdad, no necesita de esos halagos, ¿o sí?; requiere más bien de crítica, para corregir los garrafales errores que hunden al proceso en profundas contradicciones. ¿Por qué lo hace? ¿Una estrategia de poder? Es cierto, que ninguno de los que están en el gabinete sería algo sin la popularidad que todavía goza el presidente. ¿Esta aseveración lo incluye al vicepresidente? Se puede decir que no, pues ya tenía ganado un prestigio por arriesgar su vida en la lucha aniti-colonial. ¿Pero, entonces? El problema es si el vicepresidente se mantendría donde está si fuese consecuente con el perfil construido en sus años de lucha. No, no podría estar ahí, pues es incompatible con la guerra anti-colonial. El vicepresidente ha escogido en su dilema: ¿O continúa la lucha o se inclina por el “pragmatismo”? Lo que al final es una renuncia a la lucha anti-colonial. No hay que dar muchas vueltas sobre este asunto, tal como lo ha hecho la vocería de la derecha, durante el periodo de conflictos (2006-2009), convirtiéndolo en un monstruo; tal como lo hace una vieja izquierda que ve en él un traidor. Ninguna de las dos cosas, eso es reducir la explicación de los comportamientos y de los procesos a un moralismo de cura de provincia o a al esquematismo de principiante en su militancia.
Lo que ha pasado le ha ocurrido a León Trotsky cuando comandó el ataque y la masacre a la vanguardia de la revolución rusa en Kronstadt, contra los marineros revolucionarios; yendo un poco atrás, eso es lo que le ocurrió a Vladimir Lenin, cuando decidió la ruta de la Nueva Política Económica. Le ocurrió a Mao Zetung cuando abandonó a su suerte a los guardias rojos en su lucha contra la burocracia. Estando en el poder, llega un momento donde hay que escoger: seguir conservándolo o intentar destruirlo. Este “pragmatismo” no es sólo atributo del vicepresidente de Bolivia, es un síndrome compartido por los líderes progresistas populares. Lo que es propio del vicepresidente es su inclinación por sustituir los hechos por anti-hechos, para usar esta palabra contrastante, para sustituir la “realidad” por un mapa de representaciones, como lo hacía Daniel Salamanca, durante la guerra del Chaco. Se ganaba la guerra en el mapa y en la mente de Salamanca y se la perdía en el campo de batalla.
¿Es esta una defensa psicológica? Sobre todo cuando se puede conjeturar, que en el fondo, sabe lo que ocurre. ¿Una manera inaudita de concentrar la voluntad para continuar adelante, a pesar de todas las contingencias, todas las debilidades, todas las contradicciones, todas las miserias? Puede ser; entonces estamos ante un ser desgarrado, escindido, entre el deber ser y lo que se es. Terrible. Hay un drama solitario que sufren los caudillos, los líderes, los personajes públicos, quienes se ven obligados a aparentar lo que representan, la figura que creen que son los demás. Luchan denodadamente por parecerse a una imagen construida, que no es más que eso, una imagen pura, imposible. Son personajes que pierden la poca humanidad que nos queda en un mundo corroído por la compulsión comercial.
El drama no solamente es de las mayorías, que confiaron en un gobierno llamado “su gobierno”, “nuestro gobierno”, que se encuentran desencantados y sorprendidos, que no saben qué ocurrió, cuando ven repetirse las mismas práctica de los anteriores gobiernos. El drama es también de estos personajes, embarcados en cumplir con la demanda de su imagen, estos personajes públicos que se pierden en su propio laberinto.
La política no ha dejado de ser, digan lo que digan los cientistas sociales, digan lo que digan los llamados “analistas políticos”, lucha por las emancipaciones y liberaciones múltiples. Lo otro, lo que hacen los “políticos”, es policía, defensa del orden establecido. No se trata de convertir en monstruos a estos hombres públicos de la política, a estos encargados de hacer cumplir la Constitución, cuando lo que hacen es todo lo contrario, haciendo de esta manera una catarsis; se trata de comprender las dinámicas complejas y entrelazadas, que se tejen en las entrañas mismas de los procesos. Es menester la crítica constante, mirando en el presente la oportunidad y la ocasión de influir en los acontecimientos, con la participación colectiva, por más imposible que parezca. Es indispensable la continuidad de las luchas; separarse radicalmente de esa conjetura de que este es el fin, la realización de un desenlace definitivo; de decir que así no más son las cosas, es mejor desentenderse; optar por salidas desesperadas o por salidas “pragmáticas” electorales.
Poniendo los puntos sobre las íes
Retórica y realidad del discurso gubernamental
¿Cuál es el problema? ¿En qué consiste? ¿Cuál es su composición? El debate que no se da, empero, se plantea, con los voceros del gobierno, con el gobierno mismo, con su ideólogo, se da en torno al desistimiento de la Constitución, al incumplimiento de las trasformaciones estructurales e institucionales que deberían darse, por las que se peleo en la movilización prolongada (2000-2005). No se da el debate porque los voceros, el gobierno y su ideólogo no quieren debate. Les basta, seguros del control absoluto que ejercen del Estado, con acudir a la propaganda, a la publicidad y a elementales interpretaciones oficiales, que reducen la narrativa del proceso a los contrastes con los gobiernos anteriores. No dicen nada respecto a los contrastes de lo que hacen respecto de lo que establece la Constitución, salvo justificaciones espantosamente estrambóticas, que no explican sino embrollan. El gobierno cree que debate con una “derecha” tradicional, prácticamente insignificante como convocatoria política; en realidad discute con el fantasma de una “derecha” desaparecida con su derrota política en El porvenir-Pando. Lo hace pues necesita de esa “derecha” para parecer “izquierda”. Es la búsqueda de un contraste comunicacional lo que busca como parte de la imagen electoral perseguida. Esa discusión con una “derecha” insignificante no es más que pantalla; no asume la interpelación de los hechos, no ve, se enceguece, ante las evidentes contradicciones; no quiere responder a la crítica desde la “izquierda”, usando también este término tan discutible, desde la perspectiva histórica y desde la complejidad de los procesos.
No está en discusión el contraste positivo con los gobierno neoliberales, no está en discusión los beneficios de la nacionalización, en los límites que el propio gobierno la ha dejado, no está en discusión lo que ha habido de redistribución del ingreso, a partir de la política de los bonos, de alcance de impacto coyuntural; también como efecto del crecimiento económico. No está en discusión la expansión de la infraestructura de carreteras, que es notorio, a pesar de los síntomas de corrupción. Tampoco está en discusión que, a pesar de todo, a pesar de que sólo se ocupa el lugar del otro, se ha dado un empoderamiento indígena y popular, ciertamente sin transformar la misma arquitectura estatal y manteniendo las mismas prácticas de gestión. Esto no está en discusión. Lo que está en discusión es que no se dieron las transformaciones estructurales e institucionales que establece la Constitución. No hay Estado plurinacional comunitario y autonómico, por más que se desgañite el sistema de propaganda y comunicación del gobierno. La publicidad no sustituye a la “realidad”. La discusión está en que a pesar de la nacionalización, el gobierno no la continuó; prefirió entregar el control técnico de la producción a las trasnacionales, el problema es que el gobierno tiene una política minera muy parecida, sino equivalente, a la política minera neoliberal, salvo la demagógica extensión de concesiones a las cooperativas mineras. El problema es que el gobierno no ha realizado una segunda reforma agraria, preservando a los grandes latifundistas. El problema es que el gobierno, debido a su “pragmatismo”, ha preferido pactar con la burguesía, por lo menos con los sectores que se inclinaron por la política económica del gobierno, convirtiéndose, poco a poco, en un gobierno que administra los intereses de la burguesía recompuesta, la anterior y los nuevos ricos. El problema es que el gobierno, contentándose con haber mejorado las condiciones de las relaciones de intercambio, por medio de la nacionalización, ha renunciado a una lucha sostenida y efectiva por la independencia económica, por la soberanía alimentaria, convirtiéndose en un Estado que vuelve a administrar la transferencia de los recursos naturales a los centros del sistema-mundo capitalista, como la hacen casi todos los Estado-nación subalternos. Estos son algunos de los problemas, puestos en la mesa, tanto por la crítica como por la evidencia de los hechos.
No vamos a entrar, ahora, en otros problemas, que tienen que ver con la consistencia misma del llamado “proceso de cambio”, no en lo relacionado a las contradicciones histórico-políticas, sino a la “materia”, a la corporeidad, a las subjetividades, inherentes a las prácticas y estructuras ético-morales que acompañan al propio proceso. Estos problemas son importantes, pues, al final de cuentas, son “sujetos” sobre los que se sostiene la voluntad política, la posibilidad de mantener, continuar e incluso profundizar el “proceso”. Si no hay condiciones ético-morales para sostener el desafío, el “proceso” puede hundirse en el marasmo de la corrosión y las prácticas paralelas. Estos temas los tratamos en otro escrito, nos remitimos al mismo[16].
Tampoco vamos a tocar los conflictos sociales, políticos y territoriales que han desenmascarado al gobierno. Lo hicimos en otros escritos, también nos remitimos a estos[17]. Lo que importa ahora es concentrarse en un perfil ilustrativo del problema, el relativo a la retorica del gobierno, a su excedente especulativo, a su desborde irreal respecto a lo que acontece. Este es el tema, que aunque no sea de fondo es importante. Si el gobierno, sobre todo su ideólogo, mantuvieran el discurso sólo en lo que efectivamente hacen, en el reformismo, si no se embarcarían en la especulación, que también es una mentira, diciendo que ya estamos en el Estado plurinacional, comunitario y autonómico, que se ejerce la democracia participativa y comunitaria, que se consolida el bien común, pretendiendo que se tiene una base comunitaria como núcleo de las políticas públicas, cambiaría el lugar de la discusión. Quizás esto sería más saludable.
Un argumento sostenible, aunque no estemos de acuerdo, empero, con el que se tiene que tener una consideración a partir de la exigencia de objetividad, es el que sostiene que no es posible ni viable una radicalización del proceso, que lo importante es sostener modificaciones paulatinas, graduales, para prolongar el “proceso de cambio”. Que lo que se hace es lo que se puede. Que para comenzar a construir el Estado plurinacional, primero, tenemos que concluir lo pendiente, lo faltante en el Estado nación. Este es un argumento fuerte, aunque no estemos de acuerdo. La discusión se traslada a otro terreno, al terreno de lo posible. Ya no se discute lo que dice hacer el gobierno y, en verdad, no ocurre eso, pues esa pretensión no es más que una grotesca impostura.
Hipotéticamente, si fuera este el caso, si la discusión fuera esta, hagamos un ejercicio: Supongamos que este argumento realista es válido, tiene razón. No se puede ir más lejos ni más rápido, las condiciones de posibilidad histórica lo impiden. ¿Cómo respondemos ante semejante argumento?
Respuesta
¿Qué es lo posible? ¿Es lo que se puede hacer, considerando las circunstancias? ¿Es lo que considera el realismo que es posible como “realmente” posible? Esto no es hablar de lo posible, sino de la continuidad de lo real, en los cánones del tiempo-cronograma, del tiempo institucionalizado. Lo posible es lo que anida en el espesor del momento, dependiendo de la voluntad para hacerlo emerger. Lo posible, por más paradójico que parezca, es la utopía. Utopía realizable por el gasto heroico, que se enfrenta a la realidad y a la historia. Lo posible es la creación de la potencia social.
Ahora bien, esto puede parecer teórico y hasta romántico, doblemente utópico. Es cierto; empero, la cuestión es que, en determinadas circunstancias, esta utopía se hace posible, emerge de la matriz de la “realidad” efectiva. Esto ocurre cuando acontece masivamente el gasto heroico, la rebelión contra la realidad y la historia, la rebelión contra el destino, contra la fatalidad. Con esto llegamos a un núcleo, si podemos hablar así, del problema. La “realidad” no es real, es una construcción institucional. No conocemos lo que es, eso que la filosofía ha reducido al concepto esencialista de ser. Lo que si podemos comprender es que cuando nos proponemos colectivamente a cambiar, a crear, la llamada “realidad” cambia. A esto se ha llamado, en la modernidad, “revolución”.
Entonces el problema está en lo que quieren hacer las colectividades. El mundo cambia cuando quieren las colectividades cambiarlo. Es demasiado restringido, demasiado conservador, decir que lo que es se reduce a lo que conocemos, a lo que parece seguro, desechando la audacia y los riesgos. Lo que es hay que crearlo, lo que es, es lo que creamos. No se puede renunciar a crear, a inventar, sin renunciar a la vida misma, que es precisamente eso, potencia, creación, invención. El Estado, entendiendo que es la sociedad, conformada en todo su conservadurismo, en toda su vulnerabilidad, en todo su anhelo de seguridad y de estabilidad, es el mecanismo, el procedimiento, la estrategia y el aparato descomunal para inhibir la capacidad creativa de la sociedad, manteniéndola en los reductos conocidos.
Bajando, como se dice popularmente, es decir, ubicándonos en el objeto de la discusión, lo posible en el “proceso de cambio” boliviano es lo se puede crear, lo que se puede inventar, teniendo en cuenta el horizonte abierto por la Constitución, que no es otra cosa que el horizonte abierto por el poder constituyente, los movimientos sociales. Empero, lo posible se hace posible cuando la colectividad, como integración de voluntades, lo quiere. Tal parece que la colectividad lo quiso durante las jornadas del 2000 al 2005; pero, ahora, no parece quererlo. El conservadurismo de gobierno, en parte responde, al conservadurismo actual de las y los que podrían formar parte de los movimientos sociales presentes.
Nuestra respuesta, hay que reconocerlo, tiene sus condiciones y sus límites. Teóricamente puede ser sugerente, aperturante, adecuado; empero, si la mayoría, usando este término democrático, no quiere y prefiere la seguridad del momento, lo posible no es posible. Eso es lo que parece pasar ahora.
En estas condiciones, si fuesen ciertas, pues no se sabe, pues el pueblo actúa pasionalmente en los momentos de congregación de voluntades heroicas, qué es lo que queda. ¿Hacer lo mismo, es decir renunciar? Esto sería grave, pues sería una aceptación general, absoluta, de la impotencia. En la historia, se ha mostrado que ocurre algo interesante, inquietante, cuando se da una depresión generalizada o un conservadurismo generalizado, si se quiere, un conformismo generalizado; cuando ocurre esto, siempre se da, por otro lado un radicalismo, un inconformismo, el germen de una nueva subversión. Hoy asistimos a una nueva subversión de la nueva generación de luchas sociales; los zapatistas continúan con su utopía autonómica, implementada en las comunidades de la selva lacandona. El germen de la subversión de la praxis renace en los jóvenes heterodoxos, que reclaman el derecho a una educación de calidad, como bien común; en los jóvenes y pueblo indignado, que exige un transporte gratuito; en los pueblos despojados, que se levantan contra la dominación del sistema financiero internacional; en los pueblos indígenas que se oponen a los proyectos extractivistas, defendiendo sus territorios y la madre tierra. Estos contrastes alientan, pues nos muestran los ciclos de las luchas sociales. Es indispensable seguir, decir, ¡La lucha continua!
El mapa, usando esta metáfora cartográfica, del acontecimiento, configuración adecuada para expresar lo que vivimos en términos de espacio-tiempo, es amplio. Supone distintos estratos y sedimentaciones. Nada es homogéneo ni puro, el acontecimiento es plural y profuso; hay momentos o lapsos del acontecimiento que pueden estar compuestos por una candente efusión que empuja a transformaciones generalizada; empero, también se dan situaciones donde prepondera un clima más templado, cuando se prefiere el ritmo de la calma. En este mapa, siguiendo con la representación cartográfica, la distribución de la configuración contiene de todo; es decir, se da lugar a una conjunción no solamente de diferentes tendencias, sino también de diferentes funciones. La tendencia radical, usando una expresión conocida y popularizada, sin discutir si es o no adecuada, cumple una función, dejar abiertas las puertas de la utopía, de la creación, de lo imposible en la matriz de lo posible. Esta es la razón, que en los momentos más grises, que no corresponden al nuestro, al vivido por los bolivianos, aparece siempre el anuncio de de un nuevo día, de un nuevo horizonte, por más delirante que parezca.
Bajo estas consideraciones, en esta perspectiva, no se puede aceptar el papel de jueces. Los que juzgan a los “pecadores” por haber roto los mandamientos. Esta perspectiva moralista es la expresión más extrema del poder y la violencia contra la condición humana. El juez es la manifestación del terror que se siente ante lo desconocido, es un acto de castigo y disciplinamiento en contra de lo que se considera es una desmesura de la misma humanidad compartida.
¿Cuál es el papel? La crítica, la saludable y necesaria crítica, que forma parte de los campos de luchas, en las entrañas mismas del “proceso”. No juzgar, sino interpelar, convocando al ajayu, a la qamasa, de las singularidades subjetivas, de las composiciones comunitarias y colectivas. Si la convocatoria no es escuchada en el momento, si no es viable la asamblea, la deliberación y el consenso, no es señal que no es posible, sino que no hay condiciones “objetivas” y “subjetivas”, como antes se decía, para que esto acontezca ahora. Sin embargo, la tarea de la crítica es mantener el fuego encendido para cuando haya que incendiar la pradera, recurriendo a la metáfora de Mao, tan conocida.
[1] Murphy, John (1999) Technical analysis of the Financial Markets. Revisar también Wikipedia, Enciclopedia libre.
[2] Nos referimos al concepto usado por René Zavaleta Mercado de momento constitutivo. Leer Lo nacional-popular en Bolivia; Plural, La Paz.
[3] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Horizontes de la descolonización. En publicación Abya Yala; Quito 2014. Horizontes Nómadas, Dinámicas moleculares, pradawordpress.com; La Paz 2012, 2013, 2014.
[4] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Genealogía del Estado. Dinámicas Moleculares; La Paz 2013.
[5] Hablamos del Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK).
[6] Hablamos del colectivo Comuna.
[7] Hablamos del Grupo Octubre.
[8] Revisar de Raúl Prada Alcoreza El espesor de la Asamblea Constituyente; Bolpress, La Paz, 2012. Dinámicas moleculares; La Paz 2013. También, del mismo autor, Descolonización y transición; Dinámicas moleculares; La Paz 2013.
[9] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Potencia, existencia y plenitud. Rebelión; Madrid 2013. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.
[10][10] Revisar de Raúl Prada Alcoreza El meandro de los gobiernos progresistas; Rebelión; Madrid 2013; Dinámicas moleculares; La Paz 2013.
[11] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Reflexiones sobre el “proceso” de cambio. Rebelión; Madrid 2013. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.
[12] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Monopolio y desposesión. Horizontes nómadas; La Paz 2012.
[13] Revisar de Raúl Prada Alcoreza La guerra de la madre tierra.
Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares; La Paz 2011, 2012, 2013.
Rebelión; Madrid 2013. Autodeterminación; La Paz 2012. También revisar Madre tierra y vivir bien; Dinámicas moleculares; La paz 2013.
[14] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Extractivismo colonial y política monetarista. Rebelión; Madrid 2013. Bolpress; La Paz 2013; Dinámicas moleculares; La Paz 2013.
[15] Revisar de Raúl Prada Alcoreza La lucha por el porvenir. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.
[16] Ver de Raúl Prada Alcoreza Diagrama de poder de la corrupción. Bolpress; La Paz 2012. Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares; La Paz 2012-2013.
[17]
Ver de Raúl Prada Alcoreza La guerra de la madre tierra;
Autodeterminación, La Paz 2013. Bolpress; La Paz 2012. Horizontes
nómadas, Dinámicas moleculares, http://pradaraul.wordpress.com/, La Paz 2011-2014.
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Fuente: Dinâmicas moleculares
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