PICICA: "Poupeau propone
una alianza entre un trabajo científico serio y una actividad militante más
reflexiva e ilustrada. Por supuesto, y él insiste también, ilustración necesita, y mucha, el académico,
atrapado en la vorágine neoliberal de la evaluación universitaria (Publish or perish) y al que la
militancia política puede enseñarle mucho. No sobre las mejores vías para
ascender académicamente, eso no. Pero sí sobre el sentido de la actividad intelectual. ¿Y qué quiere decirse con
sentido? Suena un poco filosófico pero ¡qué le vamos a hacer!, porque pese a
ello tiene consecuencias prácticas. Lo sabe quien se arriesga, en tanto que
académico, a plantearse esas preguntas tan simples y corrosivas sobre a) qué te
preocupa b) a quién le preocupa lo que te preocupa… y, ahora que tanto gusta a
los neoliberales la rendición de cuentas: c) qué utilidad tiene para los que
existen y los que están por venir aquello que estudias; aquello que escribes."
CRÍTICA DE LA CRÍTICA CRÍTICA
Merleau-Ponty,
en su despedida del marxismo (Las
aventuras de la dialéctica: un libro que recomiendo leer y releer,
como casi todo Merleau), recordaba: la desilusión del socialismo no mejora las
miserias del capitalismo, no las hace más soportables ni nos empuja a
reconciliar con ellas. Constatado esto, para oponerse al capitalismo
necesitamos algunas propuestas positivas, porque más allá de éste podemos
encontrarnos cosas peores que él. Franck Poupeau (Les
mésaventures de la critique, París, Raisons d’agir, 2012) recurre a
esta
idea al comienzo de esta crítica (pero sociológica y fraterna con lo
criticado) de la crítica crítica, para recordarnos que otro mundo puede
ser posible,
o no. Necesita argumentarse mejor que lo es y quizá militar de otra
manera para
lograrlo. Buena parte del libro constata el fracaso del modelo militante
nacido
con el antiglobalización, sobre todo por su incapacidad para incorporar
gente
en la izquierda fuera de ciertos círculos selectos. Poupeau propone
varias
respuestas.
La primera nos
advierte del cierre de un mundo militante. Demasiado contento consigo
mismo,
comprende mal que la política, incluso la mejor y más progresista, se
encuentra
desquiciada siempre, como señalaba Bourdieu, por una doble verdad: la de
ser
lucha contra el poder pero también persecución de privilegios. Todo ello
sin
quererlo, arrastrados por las inercias dominantes. ¿De dónde proceden
esas
inercias? Por un lado de las jerarquías existentes dentro de los
movimientos. Aquellos
con más capital cultural, más visibilidad mediática y mayor experiencia
política logran imponer un tipo de acciones y una interpretación de las
mismas…
por más desadaptadas que se encuentren en otras coyunturas. Poco cuesta
encontrar ejemplos del mimetismo militante, resultado de la dominación
simbólica que ciertos discursos y ciertas prácticas ejercen en lugares
del
espacio social donde conducen a la soledad: porque nadie los comprende
(pero
hacen como si lo hiciera), porque no sirven para movilizar fuera de
ciertos
ambientes –aunque, eso sí, como efecto de distinción, aunque eso poco
tiene que
ver con una política con vocación de mayorías. Poupeau recuerda que las
movilizaciones existen a menudo al compás de los medias y, cuando estos
dejan
de prestar atención, se desinflan. No hace falta decir el modelo de
militancia
que promueve esa sobreexposición mediática: bipolar (pasa de la
hiperexcitación
a la decepción), concentrada con las acciones y no con tejer
cotidianamente
lazos con otros grupos sociales, reducida a la iniciativa de pequeños
grupos obcecados con la capacidad de movilización permanente,
convocatoria y, lo ya dicho, visibilidad mediática.
Vayamos con la
segunda inercia. Otro motor fundamental de la minorización de las luchas
procede del campo intelectual. Poupeau señala que todo discurso de celebración
de los movimientos tiene una ventaja sobre aquel menos prudente y que no
entiende confunde la empatía y la solidaridad con la fusión romántica y cegada.
En ciertos medios académicos oficiar de amigo del pueblo ayuda en la carrera y,
con los descritos/celebrados por el discurso, ayuda a hacerse un mercado. Los
discursos proféticos reconfortan, los descriptivos, a menudo, fastidian porque
nadie nos parecemos a lo que decimos que somos. Cuando se reivindica la
distancia, la acusación suele ser doble: la de ser un pretencioso y la de
insultar a los dominados. Respecto de lo primero, una importante corriente
científica cuestiona, cada vez más, que el mundo resulte más transparente a los
científicos que a los implicados. Apoyándose en ésta, cada vez más
intelectuales celebran la visión de sí mismos típica del mundo militante o de
alguna de sus fracciones.
Franck Poupeau
se despacha con ciertas lecturas populistas de Jacques Rancière y, en ese
terreno, incluye también la recepción intelectual de la crítica de Claude Grignon
y Jean-Claude Passeron (Le savant et le
populaire, París, Seuil, 1999) a Bourdieu. Esa recepción pasa por alto que se trata de perspectivas
muy distintas y, de hecho, una crítica que Poupeau hace a Rancière la comparte con Passeron (véase la página 106 de Le savant et le populaire):
la de idealizar como capacidades de los dominados lo que
solo era factible en fracciones privilegiadas del mundo obrero. Grignon y
Passeron hablaban menos de resistencia que de otra cosa: la posibilidad
de
olvidar la dominación y procurarse un espacio donde vivir sin los
recursos de
los de arriba y sin verse afectados por las categorías con que juzgan el
mundo.
Por supuesto, se guardaban de decir que esa resistencia era siempre
política. Su
posición, de hecho, se encontraba más próxima de Bourdieu que de
Rancière. Sigo creyendo que, si se juzga con sindéresis las propuestas
intelectuales de Bourdieu y Passeron/Grignon, existen distancias en
matices importantes, pero mucha proximidad en tesis muy fundamentales de
qué es hacer ciencia y cómo ésta puede (si es que puede o, cabría
decir, las veces que puede) ayudar a la movilización.
Más allá de esta
disputa intelectual, Poupeau pone dos ejemplos de los disparates del populismo.
El primero a propósito de la obra Les
sentiers de l’utopie de Isabelle Fremeaux y John Jordan, viaje
iniciático
por la Europa
radical y alternativa en la que los autores se encuentran con gente
“formidable”,
de esa que no se rebaja a comprar en Ikea, que tocan la flauta travesera
o la
batería y que se proponen como ejemplo de una vida diferente. Muy
respetuosamente, Poupeau les recuerda que tanta excelencia no la tiene
todo el
mundo a mano y que tras la celebración de la diferencia se esconde algo
más que
un pelín de racismo de clase (alta y asimilada: fracción bohemia). Para
poder rebelarse, insiste Poupeau, hacen falta ciertas condiciones
sociales y, toda esa literatura de exaltación lírica, las olvida. Por
eso, si nos tomamos en serio ofrecer modos amplios y acogedores de
producir opiniones distintas, nos falta centrarnos en lo
estadísticamente repandido (y que solo es vulgar para la mirada
vulgarmente distintiguida) y nos sobra mucha fascinación por la gente
extraordinaria.
El segundo
tiene como protagonista la
Bolivia de Evo Morales, objeto de ensoñación del utopismo de
pequeñas comunidades. Pues bien, entre el modelo de Estado redistributivo y el
discurso comunitarista hay más de una tensión. La celebrada “economía étnica”,
basada en las relaciones informales y alérgica al derecho, solo es utópica en
la fascinación exótica del militante viajero: a menudo, se parece más al
capitalismo desregulado y salvaje que a otra cosa… bien lo sabe el gobierno
cuando ha introducido medidas para respetar los contratos laborales o recaudar impuestos.
El pueblo no existe ni, obviamente como bloque social unificado y muy raramente
lo hace como bloque político.
Poupeau propone
una alianza entre un trabajo científico serio y una actividad militante más
reflexiva e ilustrada. Por supuesto, y él insiste también, ilustración necesita, y mucha, el académico,
atrapado en la vorágine neoliberal de la evaluación universitaria (Publish or perish) y al que la
militancia política puede enseñarle mucho. No sobre las mejores vías para
ascender académicamente, eso no. Pero sí sobre el sentido de la actividad intelectual. ¿Y qué quiere decirse con
sentido? Suena un poco filosófico pero ¡qué le vamos a hacer!, porque pese a
ello tiene consecuencias prácticas. Lo sabe quien se arriesga, en tanto que
académico, a plantearse esas preguntas tan simples y corrosivas sobre a) qué te
preocupa b) a quién le preocupa lo que te preocupa… y, ahora que tanto gusta a
los neoliberales la rendición de cuentas: c) qué utilidad tiene para los que
existen y los que están por venir aquello que estudias; aquello que escribes.
Fuente: Hexis. Filosofia y Sociológía
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