PICICA: “Lo que en este mundo llamamos el mal, tanto el moral como el natural,
es el gran principio que nos convierte en criaturas sociales, la base
firme, la vida y el puntal de todas las industrias y ocupaciones, sin
excepción; aquí reside el verdadero origen de todas las artes y ciencias
y, a partir del momento en que el mal cesara, la sociedad decaería
necesariamente, si es que no perece completamente”.
Karl Marx / Elogio del crimen
El filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el
profesor compendios, etc. El delincuente produce delitos. Fijémonos un
poco más de cerca en la conexión que existe entre esta última rama de
producción y el conjunto de la sociedad, y ello nos ayudará a
sobreponernos a muchos prejuicios. El delincuente no produce solamente
delitos: produce, además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo,
al profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia y, además,
el inevitable compendio en que este mismo profesor lanza al mercado sus
lecciones como una “mercancía”. Lo cual contribuye a incrementar la
riqueza nacional, aparte de la fruición privada que, se nos hace ver, un
testigo competente, el señor profesor Roscher, el manuscrito del
compendio produce a su propio autor.
El delincuente produce, asimismo, toda la policía y la administración de
justicia penal: esbirros, jueces, verdugos, jurados, etc., y, a su vez,
todas estas diferentes ramas de industria que representan otras tantas
categorías de la división social del trabajo; desarrollan diferentes
capacidades del espíritu humano, crean nuevas necesidades y nuevos modos
de satisfacerlas. Solamente la tortura ha dado pie a los más ingeniosos
inventos mecánicos y ocupa, en la producción de sus instrumentos, a
gran número de honrados artesanos.
El delincuente produce una impresión, unas veces moral, otras veces
trágica, según los casos, prestando con ello un “servicio” al movimiento
de los sentimientos morales y estéticos del público. No sólo produce
manuales de derecho penal, códigos penales y, por lo tanto, legisladores
que se ocupan de los delitos y las penas; produce también arte,
literatura, novelas e incluso tragedias, como lo demuestran no sólo La
culpa de Müllner o Los bandidos de Schiller, sino incluso el Edipo de
Sófocles y Ricardo III de Shakespeare. El delincuente rompe la monotonía
y el palomo cotidiano de la vida burguesa. La preserva así del
estancamiento y, provoca esa tensión y ese desasosiego sin los que hasta
el acicate de la competencia se embotaría. Impulsa con ello las fuerzas
productivas. El crimen descarga el mercado del trabajo de una parte de
la superpoblación sobrante, reduciendo así la competencia entre los
trabajadores y poniendo coto hasta cierto punto a la baja del salario,
y, al mismo tiempo, la lucha contra la delincuencia absorbe a otra parte
de la misma población. Por todas estas razones, el delincuente actúa
como una de esas “compensaciones” naturales que contribuyen a
restablecer el equilibrio adecuado y abren toda una perspectiva de ramas
útiles de trabajo.
Podríamos poner de relieve hasta en sus últimos detalles el modo como el
delincuente influye en el desarrollo de la productividad. Los
cerrajeros jamás habrían podido alcanzar su actual perfección si no
hubiese ladrones. Y la fabricación de billetes de banco no habría
llegado nunca a su actual refinamiento a no ser por los falsificadores
de moneda. El microscopio no habría encontrado acceso a los negocios
comerciales corrientes (véase Babbage) si no le hubiera abierto el
camino el fraude comercial. Y la química práctica debiera estarle tan
agradecida a las adulteraciones de mercancías y al intento de
descubrirlas como al honrado celo por aumentar la productividad.
El delito, con los nuevos recursos que cada día se descubren para
atentar contra la propiedad, obliga a descubrir a cada paso nuevos
medios de defensa y se revela, así, tan productivo como las huelgas, en
lo tocante a la invención de máquinas. Y, abandonando ahora el campo del
delito privado, ¿acaso, sin los delitos nacionales, habría llegado a
crearse nunca el mercado mundial? Más aún, ¿existirían siquiera
naciones? ¿Y no es el árbol del pecado, al mismo tiempo, y desde Adán,
el árbol del conocimiento? ya Mandeville, en Fable of the Bees (1705)
había demostrado la productividad de todos los posibles oficios, etc.,
poniendo de manifiesto en general la tendencia de esta argumentación:
“Lo que en este mundo llamamos el mal, tanto el moral como el natural,
es el gran principio que nos convierte en criaturas sociales, la base
firme, la vida y el puntal de todas las industrias y ocupaciones, sin
excepción; aquí reside el verdadero origen de todas las artes y ciencias
y, a partir del momento en que el mal cesara, la sociedad decaería
necesariamente, si es que no perece completamente”.
Lo que ocurre es que Mandeville era, naturalmente, mucho más,
infinitamente más audaz y más honrado que los apologistas filisteos de
la sociedad burguesa.
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