fevereiro 22, 2013

"Del fin de las izquierdas nacionales a los movimientos subversivos en Europa", por Toni Negri

PICICA: "Es por ello que los movimientos actuales piden, de manera cada vez más impetuosa, superar el modelo constitucional de la modernidad – el de los siglos XVIII, XIX y XX-, es decir ese modelo constitucional que borraba toda traza de poder constituyente luego que la fase revolucionaria se hubiera terminado. De manera más realista, es preciso afirmar, por el contrario, que hoy el poder constituyente no puede ser circunscripto a la reconstrucción del Uno del poder. Ya no se rebela para tomar el poder, sino para mantener la apertura del proceso de contra-poderes, y para desafiar los dispositivos de captura que la máquina capitalista no deja de inventar. La experiencia de las luchas nos ha enseñado que la representación política siempre termina por entrar en crisis porque (atraída por el mecanismo de la soberanía, destilada en la alquimia electoral, a la vez mágica y putrefacta, que conocemos bien), no logra estar  a la altura de la verdad y de la riqueza permanentemente renovadas en la composición social de la clase de trabajadora. Desde la primavera de 2011, todos los movimientos han expresado su deseo de una “contra-democracia” conflictiva, alimentada por reivindicaciones y protestas, resistencias e indignaciones, y un "basta" al constitucionalismo "normativo”.  Estos movimientos formulan la exigencia de constituciones democráticas biopoliticas  que no se transformen inmediatamente, tras el filtro de la  legalidad y de la formalidad jurídica, en mecanismos de opresión; sino que sepan, por el contrario, intervenir, a través de la inversión del "dinero común”, a fin de reequilibrar constantemente las relaciones sociales  colocando a los pobres en el lugar de los ricos. En suma, creando una vida del hombre al servicio del hombre."

Del fin de las izquierdas nacionales a los movimientos subversivos en Europa


Toni Negri 
I- Cuando se habla de mundialización de los mercados, se habla también de la limitación impuesta a la soberanía de los Estados-Nación. En Europa occidental, el error fundamental de las izquierdas  nacionales ha sido no entender que la mundialización era un fenómeno irreversible. 
Hasta la caída de la Unión Soviética, el liderazgo estadounidense había consistido – con prudencia, pero también con una constancia evidente – en combinar las especificidades nacionales de los países pertenecientes a las alianzas occidentales (especialmente de la OTAN) y la continuidad del imperialismo clásico, reuniéndolos alrededor de un antagonismo respecto al "socialismo real". A partir de 1989, una vez que el bloque soviético se derrumba, el hard power americano fue reemplazado poco a poco por el soft power de los mercados: la libertad de comercio y la moneda han condicionado los viejos instrumentos de poder – el poder militar y el de la policía internacional-; y el poder financiero y la gestión autoritaria de la opinión pública han determinado, por otra parte, el campo donde se iba a ejercer de ahora en más la nueva acción liberal de sostenimiento a la política de los mercados. El neoliberalismo se ha organizado muy fuertemente a nivel mundial: gestiona hoy la crisis económica y social en beneficio propio y tiene muy probablemente ante sí, un brillante futuro… A menos que – en la medida que una transformación democrática y pacífica de los actuales fundamentos políticos del neoliberalismo no resulta imaginable a un nivel mundial – no se den rupturas revolucionarias.
Paralelamente a esto, desde 1989, precisamente cuando el sistema capitalista en su forma neoliberal se reforzaba,  la desbandada de las fuerzas políticas de izquierda se profundizaba. No solamente las fuerzas dogmáticas, en nombre de una supuesta fidelidad a formas ideológicas arcaicas, han renunciado a toda comprensión de la lucha de clases en un mundo profundamente transformado por la mundialización y la mutación de los modos de producción, sino que una nueva corriente de pensamiento y de acciones de tipo socialista, tras la idea de tener en cuenta la novedad de la situación, se arriesgaba a evidentes alianzas con el neoliberalismo. Los procesos de unificación del continente europeo y las instituciones donde se desarrolla el debate sobre la constitución europea han constituido un lugar ejemplar del vacío y de la impotencia política de la izquierda – tanto en su variante "tercera vía a la Tony Blair" (cuyas orientaciones fueron rápidamente identificadas con la voluntad explícita de estructurar políticamente la Europa de manera neoliberal), como bajo formas contrarias: impotencia de los grupos que han ocultado, detrás de sus negativas a la unidad y al desarrollo de las instituciones europeas, su incapacidad para construir una línea que sea alternativa a la del neoliberalismo. Esto habría querido decir poner en discusión el Estado-nación, el derecho internacional público y el sistema administrativo de la modernidad capitalista. El fracaso de esas fuerzas, tomadas en su conjunto, ha sido enorme.
Si queremos reanudar el debate, es preciso entonces preguntarse cuáles son las condiciones teóricas y políticas que permiten reabrir una perspectiva de lucha sobre el terreno realista de la construcción subversiva de una Europa unida. Es una cuestión planteada hoy por los movimientos que aprenden a luchar contra la crisis a nivel europeo.
II. ¿En qué consiste el capitalismo financiero y/o biopolítico? Consiste en la subsunción de la sociedad – más exactamente aún, de la vida misma – bajo la dominación del capital. ¿Cómo se ejerce el mando de los mercados sobre la estructura de la sociedad? No puedo naturalmente detenerme en este punto; me limitaré a decir que este poder funciona a través de un uso cada vez más importante del control monetario, control monetario cuya finalidad es la acumulación de la renta financiera. Ésta reorganiza las relaciones productivas y reproductivas según las pautas de profundización e intensificación de los dispositivos de explotación, hasta tomar algunas veces la forma de una verdadera nueva acumulación primitiva, retomando los términos de Marx. Los mercados financieros, que buscan la máxima valorización, prefieren, por una parte, las industrias de la "producción del hombre por el hombre”, es decir el Welfare, los servicios productivos metropolitanos incluidos los servicios informáticos; y por otra parte, la minería, la energía, las industrias del agrobussiness y todas las que generalmente se aplican en la naturaleza… 
Con frecuencia, se trata, ya he dicho, de una nueva figura de la acumulación originaria, donde la apropiación capitalista incorpora la puesta en trabajo, y por tanto la explotación del bios (es decir de la vida humana, a la que se debe añadir el medio ambiente natural donde la vida se desarrolla y con el que interactúa); alcanza también la captación del valor expresado por la sociedad en general, que se halla de repente desposeída. Una primera definición de este "común” que los movimientos buscan en la actualidad, podría pues, paradójicamente, consistir en lo siguiente: la inversión comunista de la apropiación capitalista en toda su extensión.
Lo que me parece interesante hacer es estudiar las contradicciones que han surgido en este terreno, a menudo un poco caótico por el ataque neoliberal y que han sido puestas en evidencia por los movimientos. Se trata de contradicciones difícilmente superables, que el poder tiende a administrar a través de una governance fuera de toda normativa, por un gobierno establecido de excepción de larga duración y destinado a volver a refundar la sociedad en su conjunto. Las contradicciones en cuestión pueden ser identificadas como sigue:
A. Una primera contradicción se refiere a la producción. Si por un lado el capitalismo financiero representa la forma más abstracta y más delegativa del poder, por otra parte, paradójicamente, el capitalismo financiero es el capitalismo que más inviste materialmente a la vida en su conjunto. La “reificación” de la vida y la “alienación” de los sujetos son impuestas a la fuerza de trabajo cognitiva por un mando productivo que parece haberse convertido, en tanto que poder financiero, en algo absolutamente trascendente. La fuerza de trabajo cognitiva, que está obligada a producir  plusvalor precisamente, en la medida en que ella es cognitiva, inmaterial, creativa, no inmediatamente consumible, es en realidad productiva en sí misma, de manera autónoma. Trascendencia financiera contra autonomía productiva, he aquí la primera contradicción.
 En la medida que la producción se basa principalmente en la "cooperación social” (independientemente de cuáles sean los ámbitos, desde los servicios hasta la informática o las actividades de cuidado, etc. ), la valorización del capital no tropieza simplemente con el "capital variable” masificado, sino con la resistencia y la autonomía de un proletariado que representa en sí mismo hoy en día una parte del “capital fijo”. En efecto, la nueva calidad social de la producción y las características cognitivas de ésta han transformado a los trabajadores en "sujetos maquínicos" que poseen una capacidad "relativa", pero permanente, para organizar de manera autónoma sus propias redes sociales de trabajo. No se puede dejar de incorporar la evidencia de esta contradicción.
B. La segunda paradoja está referida a la propiedad. La propiedad privada (aquella que definimos como tal desde el punto de vista jurídico) tiende a estar sujeta cada vez más a la forma de la renta. Hoy, la renta nace principalmente de los procesos de circulación monetaria que tienen lugar en los servicios del capital financiero y/o en aquellos del capital inmobiliario, o en los procesos de valorización que tienen lugar en los servicios industriales.
Pero cuando los bienes (privados) se presentan como servicios, cuando la producción capitalista se valoriza principalmente a través de los servicios, la propiedad privada tiende a matizar los rasgos que la caracterizaban tradicionalmente en tanto que “actos de posesión” y a presentarse, más bien, como el producto de esta cooperación social que constituyen los servicios; y los vuelve productivos. Para los patrones el problema deviene en devolver a la propiedad privada esta función fundamental (en la organización social) de la que el capitalismo tiene necesidad. Si la propiedad se socializa progresivamente, ¿cómo hacer para darle esta calidad al comando privado? 
A esta cuestión, los capitalistas responden con la hipocresía que los caracteriza: son los poderes públicos quienes deben hacerlo. Pero en las sociedades post-industriales, la mediación pública de los relaciones de clase se vuelve cada vez más difícil – es en realidad lo que nos muestra muy bien la crisis: la soberanía ciertamente ha sido privatizada (patrimonializada,  podría decirse, por el capitalismo financiero) pero la paradoja es que, de manera absolutamente simultánea, la propiedad privada se disuelve presentándose cada vez más como el uso de un servicio, y no más como posesión de un bien. El “soberano público" no debe afrontar más ahora a las corporaciones, a los sindicatos, a los órganos colectivos de trabajo (que, dicho sea de paso, se presentan ellos mismos como sujetos privados), sino a la cooperación y a la circulación social de subjetividades que se componen y se recomponen permanentemente, tanto en la producción material como en la producción cognitiva. En suma, se enfrenta a lo que llamamos el “común”.
Por “común”, por tanto, debemos aquí reconocer que hoy, la producción se realiza de manera cada vez más cooperativa. Si bien esta cooperación es naturalmente comandada por el capital financiero, es también accionada inmediatamente por las nuevas figuras de la fuerza de trabajo cognitiva, es decir por las mismas potencias sociales que en otras épocas se conocía como la “clase obrera”. Y quiero subrayar aquí una vez más ésto: cuando se habla de fuerza de trabajo cognitiva, se habla en realidad de una nueva calidad de la producción, de un nuevo rostro de los procesos de valorización, de una nueva organización del trabajo, que surgiera después de 1968; pero se habla también de algunos aspectos, cada vez más centrales, de la propia producción material donde, pese a las apariencias, el trabajo cooperativo, o bien la introducción de elementos inmateriales, informáticos o lingüísticas, está hoy cada vez más generalizada.
Hay pues una progresiva "patrimonialización privada" de los bienes públicos que, simultáneamente, destruye la institución de la propiedad pública y hace valer la ideología de la propiedad privada; es a partir de esta combinación que se crea la deriva ahora permanente de la gestión de lo público del lado de los procedimientos de excepción, el deslizamiento de esta excepcionalidad en la corrupción, y la destrucción del común por los poderes de excepción.
El "soberano público" no existe ahora más que de una manera paradójica, y tiende a borrarse ante un "común" que surge, por el contrario, del interior de los procesos de producción social y de esta cooperación que representa el corazón de la valorización. Este común es precisamente lo que es directamente captado por los poderes financieros, por el mercado mundial: Hic Rodhus, Hic salta.
C. La tercera paradoja corresponde al bio-capital, desde el momento que entra en relación con el cuerpo de los trabajadores. Aquí, el enfrentamiento, la contradicción, el antagonismo aparecen de manera absolutamente clara, en la medida en que el capital (en la fase post-industrial, en la época en que la producción cognitiva se ha convertido en hegemónica) debe poner directamente en producción a los cuerpos humanos, que no son sólo mercancía trabajo, sino que se transforman en portadores de saberes productivos y operadores-maquínicos. Significa que en los nuevos procesos de producción, precisamente porque los cuerpos están cada vez más y más eficazmente especializados, han adquirido una autonomía relativa. Al mismo tiempo, la resistencia y las luchas de la fuerza de trabajo maquínica responden paradójicamente a la exigencia capitalista de una explotación de la producción del hombre por el hombre, es decir para la máquina-viviente “hombre”. Es precisamente sobre esta mutación que se aplica la explotación del capital financiero y a la que busca gobernar.
En efecto, en el momento en que el trabajador se apropia de una parte del “capital fijo” y se presenta
1) de manera variable, a menudo caótica, como actor cooperante al interior de los procesos de valorización, como “sujeto precario”; pero también por otra parte, 
2) como un “sujeto autónomo” en el proceso de valorización del capital, en ese momento, por lo tanto, se produce una total inversión en la función del trabajo con relación al capital. El trabajador ya no es más sólo el instrumento que el capital utiliza para conquistar la naturaleza – lo que quiere decir banalmente producir mercancías; sino que en el trabajo cognitivo y cooperativo, el trabajador, - habiendo incorporado en sí mismo el instrumento de producción (del capital) y habiéndose metamorfoseado, desde el punto de vista antropológico-, reconquista el "valor de uso”,  -actuando de manera “maquínica”,  de manera autónoma y en oposición con relación al capital-, alcanzando una autonomía y una oposición que tienden a devenir completas. Entre esta tendencia objetiva y los dispositivos prácticos de constitución de este trabajador maquínico  toma lugar una nueva forma de lucha de clases  que ahora podemos calificar de biopolítica.
En el desarrollo del capital, estas tres paradojas, que acabo de poner de relieve, permanecen abiertas. Más aún, se trata de contradicciones que se han visto acentuadas por la crisis actual. Por consiguiente, mientras más se fortalece la resistencia, mayor es la tentativa de restauración del poder  por parte del Estado (en tanto órgano del capital),  y tanto más decisivo deviene el uso de la violencia. Toda resistencia es condenada como ejercicio ilegal de un contrapoder; toda manifestación de rebelión es considerada como un momento de devastación o saqueo. Más aún, como efectos posteriores y como pura mistificación, al ejercitar la máxima violencia el capital y su estado deben manifestarse como figuras necesarias y neutras. Hoy, el máximo de violencia es, por lo tanto, ejercitado a través de instrumentos y de órganos calificados como "técnicos”. Recordemos que Margaret Thatcher proclamó en su momento: "No hay alternativa".

III. Si, en el proyecto neoliberal de estabilización y en la crisis de éste, ésa es la constitución política del presente, es evidente que los movimientos de resistencia no pueden dejar de expresar su indignación, su rechazo, su rebelión. Es así que emerge el deseo de construir nuevas instituciones que puedan corresponderse con la potencia social de la cooperación productiva. Retomemos entonces los terrenos sobre los que las contradicciones, que he tratado de formular hace un momento, se presentan. 
1-a. Si uno se enfrenta a la “paradoja de la producción”, se trata de retomar el viejo tema del programa comunista – aquel de la "auto-valorización” obrera y proletaria-, sobre la reapropiación  progresiva, de manera cada vez más cierta, del capital fijo empleado en el proceso productivo social – precisamente contra la multiplicación de las operaciones de valorización-captura-privatización que el capital financiero pone en práctica. Reapropiarse del capital fijo, significa construir el "común" – un conjunto organizado contra la apropiación capitalista de la vida, un común entendido como desarrollo de los "usos” cívicos y políticos y como capacidad de gestión democrática y autónoma, desde abajo. La reconquista del saber y del ingreso son objetivos que califican de manera primaria al trabajador cognitivo; se trata, en primer lugar, de objetivos políticos, exactamente de la misma manera en que la lucha contra la reducción del salario relativo – nos recuerda Rosa Luxemburgo – cito – la "Lucha contra el carácter de mercancía de la fuerza de trabajo, contra la producción capitalista adoptada en su conjunto” – constituían la política del trabajador industrial. Cito nuevamente a Rosa Luxemburgo: "La lucha contra la caída del salario relativo no es más una batalla sobre el terreno de la economía mercantil, sino un ataque revolucionario al fundamento mismo de la economía; es el movimiento socialista del proletariado" – fin de la cita. Por consiguiente, es sobre este punto, que deben ser retomadas, estudiadas e incorporadas las experiencias realizadas por ejemplo en Italia, en la agitación militante que rodeó a los recientes referendos, en particular sobre la cuestión de la gestión del agua, a fin de permitir la recuperación de esta nueva figura jurídica que son los "bienes comunes". 
1-b. Volvamos a la “paradoja de la propiedad”. Si se desea ir en contra o, más allá de la propiedad privada, los movimientos necesitan desesperadamente sumergirse en este contexto contradictorio, hecho en gran parte a base de servicios y redes sociales, que estructura hoy la cooperación productiva. Se trata al mismo tiempo de situarse a la vez "en y contra" de las instituciones del poder público. Dos líneas principales se entrecruzan entonces: la primera debe oponerse a la función represiva – inerte y por tanto feroz – de los poderes públicos frente a las luchas de reapropiación; la segunda se opone al rol y al poder de la moneda. En el primer caso, la capacidad de romper con la governance neoliberal – por ejemplo, en la variante que presentan los supuestos “gobiernos técnicos" – es absolutamente fundamental. Ya he dicho en qué medida se trataba de una farsa. Pero también hemos debatido en muchas ocasiones para saber si era posible imaginar, a partir de los enfrentamientos que los movimientos ponen en práctica alrededor de la cuestión de la governance pública, el surgimiento de una especie de “dualismo del poder”; y el problema permanece hoy en día enteramente – dudo, sin embargo, que se pueda resolver de manera puramente abstracta, fuera de la dimensión de las luchas. Es sobre este punto, precisamente en relación con la intensidad de las luchas que se desarrollan en torno del tema de los usos del común, que debemos lanzar una propuesta: aquella de  los nuevos principios constitucionales, de nuevos derechos y de una nueva legalidad – el común, un ingreso universal, la negativa de la deuda y de la insolvencia, la libertad de movimiento de los hombres y mujeres, el ejercicio cooperativo del saber, el Commonfare, la reapropiación de la moneda. Me referiré nuevamente a todos estos puntos en mi conclusión.
Vayamos entonces al segundo tema – afrontar, a través de los movimientos, la cuestión de la moneda. Es evidente que si la moneda es un medio de cuenta y de intercambio difícilmente eliminable, es por la posibilidad que tiene de ser un instrumento de estructuración de la división social del trabajo y de la acumulación de poder patronal, contra el interés de los productores reales; aunque es precisamente por ello que se le debe arrebatar. Es preciso impugnar la independencia del Banco Central Europeo: el BCE debe estar sujeto a la necesidad de la "producción del hombre por y para el hombre” y sometido  a un proyecto estratégico de redefinición de los equilibrios sociales biopoliticos.  El problema no es tanto distinguir los “bancos de depósito” de los “bancos de inversión” sino el de canalizar el ahorro y la inversión hacia los equilibrios que garanticen la producción del hombre por el hombre. Esta es la batalla que los movimientos políticos más maduros han entablado. Ésta consiste – sin arrepentidos ideológicos ni vacilaciones – en impugnar y sabotear la governance monetaria del biopoder, es decir en introducir, cada vez que sea posible, reivindicaciones y rupturas expresadas de manera radicalmente democrática, por abajo. Es necesario comenzar a preguntarse lo que podría ser una "moneda del común" y desarrollar la hipótesis de que esta moneda debería garantizar la reproducción social, la cantidad de ingresos necesarios a cada ciudadano y el sostenimiento de las formas de cooperación que forman la estructura de la división del trabajo de la multitud productiva.
1.c Volvamos finalmente a la última de las "paradojas", a la  que anuda de conjunto el bio-capital y el cuerpo de los trabajadores. Aquí, esta contradicción no podrá ser disuelta a no ser que se elimine al capitalista. Esta contradicción dolorosa nace en efecto del hecho de que el capitalista no puede dejar de explotar al trabajador si quiere obtener el beneficio y que, sin trabajo vivo, no hay producción ni riqueza que dispongan.
Pero éste es el terreno mismo de la política. Del lado del poder del capital, nos situamos en el lado de la decisión sobre los indecidibles, con la incertidumbre propia de encontrarse en el medio del torrente suspendido entre fascismo y democracia. 
Pero, por otro lado, es también el terreno constituyente del conjunto de los cuerpos-máquina, singulares y poderosos, en el ejercicio de la lucha de clases. Para todos esos cuerpos, hacer política, significa constituir “institucionalmente” la multitud, es decir extraer las singularidades de su soledad para vincularse y establecerse en la multitud; brevemente,  transformar la experiencia social de la multitud en institución política.
Es por ello que los movimientos actuales piden, de manera cada vez más impetuosa, superar el modelo constitucional de la modernidad – el de los siglos XVIII, XIX y XX-, es decir ese modelo constitucional que borraba toda traza de poder constituyente luego que la fase revolucionaria se hubiera terminado. De manera más realista, es preciso afirmar, por el contrario, que hoy el poder constituyente no puede ser circunscripto a la reconstrucción del Uno del poder. Ya no se rebela para tomar el poder, sino para mantener la apertura del proceso de contra-poderes, y para desafiar los dispositivos de captura que la máquina capitalista no deja de inventar. La experiencia de las luchas nos ha enseñado que la representación política siempre termina por entrar en crisis porque (atraída por el mecanismo de la soberanía, destilada en la alquimia electoral, a la vez mágica y putrefacta, que conocemos bien), no logra estar  a la altura de la verdad y de la riqueza permanentemente renovadas en la composición social de la clase de trabajadora. Desde la primavera de 2011, todos los movimientos han expresado su deseo de una “contra-democracia” conflictiva, alimentada por reivindicaciones y protestas, resistencias e indignaciones, y un "basta" al constitucionalismo "normativo”.  Estos movimientos formulan la exigencia de constituciones democráticas biopoliticas  que no se transformen inmediatamente, tras el filtro de la  legalidad y de la formalidad jurídica, en mecanismos de opresión; sino que sepan, por el contrario, intervenir, a través de la inversión del "dinero común”, a fin de reequilibrar constantemente las relaciones sociales  colocando a los pobres en el lugar de los ricos. En suma, creando una vida del hombre al servicio del hombre.

Habría que afirmar aquí, muy claramente, aquello que dicen todos los premios Nobel de economía del mundo: que una productividad creciente sólo puede lograrse, en y por una sociedad igual y libre, a través de una sociedad de la “denegación del trabajo" – si por "trabajo" se entiende lo que hasta ahora se concibe: servidumbre laboral y trabajo asalariado. Debemos liberar el trabajo de las Formas históricas en las que ha sido confinado.
IV. Mientras más avanza la crisis y maduran los movimientos, más se siente que algo decisivo está por producirse en la conciencia de los trabajadores. Resulta banal decir que el siglo XX ha terminado, sobre todo cuando esta frase sirve para borrar el recuerdo de las formidables experiencias de lucha obrera y de los intentos de construcción de una nueva sociedad que las atravesaron. El hecho de que estos intentos hayan fracasado – no en un día sino, precisamente, en un siglo – no quiere decir que el potencial se haya agotado. Por el contrario, el "viejo topo” ha seguido excavando su propia esperanza. ¿Es que resulta necesario recuperar la experiencia socialista? Sí, a condición, sin embargo, de insertarla en una nueva teoría, en una nueva estrategia… es lo que hacen los nuevos movimientos hoy.
Dirijamos ahora nuestra atención hacia lo que hacen estos movimientos que luchan en la crisis, y contra la crisis. Trabajando así es como podremos estudiar los procesos de subjetivación que surgen en este contexto, y buscar comprender cuáles son las condiciones favorables, o, por el contrario, las condiciones que constituyen un obstáculo, que permiten o bloquean  una política del común. Primera medida. Las referencias sistemáticas a las reformas constitucionales propuestas a nivel europeo desempeñan, sin duda aquí, un obstáculo. Lo que interesa, por el contrario, a los movimientos es preguntarse cuáles son las acciones políticas que pueden ser aplicadas para promover los procesos de subjetivación adaptados a un nuevo proyecto subversivo y comunista. Y, siempre que se examinan los movimientos, se puede determinar un primer grupo de acciones que se podría reunir bajo una misma etiqueta: la insolvencia. Estas luchas, contra la deuda y en favor de un ingreso de ciudadanía, reanudan las viejas luchas por el salario relativo pasando a ser luchas revolucionarias en la medida en que ponen en cuestión la medida del trabajo. En este mismo terreno, se encuentran toda una serie de experimentos y de intentos de construcción de una teoría y práctica de la “huelga precaria”; se trata de comprender cuáles son las luchas que pueden "hacer mal" al patrón bajo las nuevas condiciones de explotación social a partir de esta condición de precariedad impuesta a los trabajadores. Las luchas que están incorporando los espacios, las plazas, los teatros, los centros sociales, los squats  que los transforman en lugares de organización se ubican en este lugar, así como las luchas que bloquean la logística del comercio de mercancías, que nunca ha sido tan central como hoy en el proceso de acumulación social; o aquellas que impiden las “grandes obras de interés público”, que no tienen de público más que la enorme fuerza destructiva de los equilibrios civiles y ecológicos que utilizan, y donde no se trata en realidad de otra cosa más que de facilitar la corrupción y el enriquecimiento privado… 
Pero entran también, sobre todo, aquellas iniciativas que consiguen retomar y/o a mutualizar de manera alternativa la gestión de los nodos fundamentales del Welfare, de la educación, de las políticas de vivienda, etc. En este caso se lucha alrededor del salario directo y/o indirecto de los trabajadores, integrando no sólo la cantidad monetaria sino también la calidad social.
Destitución. Es éste el segundo terreno sobre el que se mueven hoy las luchas. Lo primero que podemos decir es que se refiere a los intentos de  destituir a los sectores del comando capitalista. En el neoliberalismo, el caos social y jurídico se considera normal. Asumirlo transformando la governance, de momento de litigiosidad en momento de contra-poder,  es lo que cualquier fuerza de oposición al neoliberalismo debe tratar de hacer. Hemos visto, en América Latina, ejemplos de movimientos revolucionarios (trabajadores y/o indígenas, y, en la actualidad, estudiantes) que durante mucho tiempo construyeron y finalmente impusieron su agenda a los gobiernos. En Europa, no será fácil repetir esa experiencia; pero se trata, al menos de probar, sin creer siempre que esta capacidad de ruptura pueda consolidarse bajo formas de mecanismos de contra-poder estable. Aquí, el efecto destituyente es aún prominente con relación a la dimensión constituyente.
Algunos objetarán entonces: "¿estos movimientos no son inútiles, y a veces incluso peligrosos, porque las revueltas y los disturbios no crean instituciones?". Estos discursos no son honestos, cuando menos, son abiertamente provocadores; se basan implícitamente en que las revueltas(riots) y los disturbios no pueden crear instituciones. Una vez más, rebatimos. Por el momento no lo hacen simplemente porque el efecto destituyente es aún propedéutico y dominante. Esto no significa que no puedan hacerlo. Siempre sobre este terreno de actividad destituyente, existe otro ámbito de lucha que los movimientos recorren y que consisten en las acciones contra la estructura constitucional del biopoder capitalista. El tema, en este caso, es el del desarrollo de un poder constituyente democrático, de masas, multitudinario.
Estos terrenos de investigación y de lucha han sido identificados a nivel urbano, en las grandes ciudades. Donde, en el pasado, correspondía a la fábrica centralizar la organización del trabajo, hoy, es la metrópoli quien ejerce esta tarea: es la metrópoli quien centraliza las redes de cooperación del trabajo, sea cognitivo o no, y que, a través de dichos contactos aumenta los niveles de tensión y de fusión de la producción y de la lucha. Sobre el terreno metropolitano, se encuentran pues, cada vez más, lugares de reunión, de la militancia, de organización del trabajo, material e inmaterial, del trabajo y del no trabajo, de la cultura y de culturas (en particular debido a los inmigrantes) que se organizan. En síntesis, lugares de organización de las luchas y de recuperación de lo producido por el general intelect. ¿Es posible comenzar a construir instituciones de autogobierno que pongan en práctica formas de una "nueva mutualidad”, de una nueva tutela social contra los efectos más violentos de la crisis? En muchos casos, esto es lo que ocurrió. Y también, junto con esos elementos de apertura que podemos definir como “intensivos" (es decir orientados hacia el interior del tejido social), también hay que poner a prueba un dispositivo “expansivo” de apertura extensiva: sólo la concatenación, la articulación de las movilizaciones de los diversos países de Europa podrá determinar un efecto real y continuo sobre las políticas de crisis que hoy estamos experimentando.
Comunización, para terminar. Es aquí donde comienzan a jugar las iniciativas constituyentes. En Italia, por ejemplo, los movimientos han intentado avanzar en este sentido. De lo público a lo común: la vía es aquella que afirma el derecho de acceso al común, que busca realizar el deseo del común que anida en el corazón de los trabajadores. Comunalizar significa, en fin, construir nuevas instituciones del común, y, en particular, la  “moneda común" que permitirá a los ciudadanos producir con toda libertad y bajo el respeto de la solidaridad.
Después de todo ello, la alternativa resulta evidente. Por un lado, existe el biovalor captado, mejor dicho extraido a la sociedad en su totalidad por el capital; y su forma monetaria, su estructuración, pensada totalmente en función de la explotación de la sociedad. Por otra parte está la pregunta: ¿Qué sentido puede tener, en este nivel, la construcción de una alternativa revolucionaria? Su sentido es el siguiente: liberar la potencia de la fuerza de trabajo de la dominación capitalista, imponer la igualdad como condición de la libertad. Y planteando todos estos elementos, en particular los que se refieren a la moneda, estamos regresando al punto de partida: ¿qué hacer en relación a Europa? Mejor dicho, ¿cómo se comportan los movimientos con relación a Europa? Me parece absolutamente claro que la Unión Europea es necesaria e irreversible. Una trayectoria política carente de dimensiones continentales es hoy algo imposible en el seno de la mundialización. A veces, los movimientos, ellos mismos, parecen no tener una clara conciencia de esta lectura. Resulta necesario construir nuevos modelos de solidaridad, nuevos proyectos de ligazón, que sepan agenciarse entre sí y negociar las diferencias geográficas fragmentadas. No pienso aquí solamente en los antiguos Estados-nación, sino en las historias muy diferentes de los movimientos actuales. La urgencia de las luchas lo exige, sobre todo cuando el tema constituyente pasa a ser central. Para cumplir este programa, es preciso por lo tanto desarrollar una búsqueda continua, evitando el calendario institucional europeo y las campañas electorales que nos son continuamente propuestas. El corazón de la discusión consiste hoy, sin duda, en pensar en una acción contra el Banco Central Europeo, en la medida que es el BCE el que encarna, a su manera, el Palacio de Invierno hoy en Europa.
Texto presentado en la Universidad de París 8-Saint Denis, el 18 de enero de 2013. 
Traducción: César Altamira.

Fonte: UniNomade-LA

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