PICICA 1: "La frustrada huelga general de ayer promovida por los ocho mayores
sindicatos con sus símbolos, banderas y reivindicaciones tradicionales y
con miedo a criticar al Gobierno, contrastó con la de semanas atrás,
multitudinaria, nueva, original, inesperada, promovida a través de las
redes sociales, sin líderes ni banderas y abiertamente contra los
políticos.
Fue como el choque - visible, incuestionable- de lo antiguo, lo
tradicional, lo organizado, contra la novedad del movimiento
desorganizado; de la estética tradicional de los movimientos de
izquierdas que pisaban firmes sobre el asfalto de calles y plazas, con
el retumbar de sus himnos y consignas y el ondear de sus banderas rojas,
contra la levedad y el revolotear de las alas de la creatividad
convertida en protesta lúdica."
PICICA 2: Diferentemente do prefeito de Manaus, que tentou desqualificar os sindicatos e as centrais sindicais pela convocação de um Dia Nacional de Luta, o escritor Tenório Teles valorizou o evento pelo seu caráter didático. Quem foi às manifestações de rua pode perceber a contrastante diferença das anteriores. Para Tenório, a acertada interdição do carro de som desde as primeiras manifestações convocadas pelo MPL permitiu uma liberdade de expressão jamais vista nas ruas, que aliou criatividade com uma poderosa mensagem de repúdio às práticas políticas vigentes no país. O discurso embolorado do sindicalismo atual de tão enfadonho é incapaz de perceber sua ineficiência para abordar a realidade denunciada pela Multidão. As dificuldades para superação dos evidentes sinais de decrepitude irão exigir formas de resistência criativa capaz de se adaptar às característica do mundo que temos hoje. Suspeito que haverão muitas dificuldades para tanto. Dou um exemplo doméstico: a presença de manifestantes que não se abrigam sob bandeiras vermelhas, mas que tem bandeiras próprias, como um grupo de cidadãos que empunhava a bandeira de luta "DIREITOS URBANOS" não foi 'percebida' deliberadamente na manifestação desta quinta-feira pela miopia de quem não enxerga uma manifestação legítima contra o caos urbano vivido pela cidade de Manaus, onde vivemos, nos alimentamos, nos deslocamos, fazemos amor... e sindicalismo. Míopes, incapazes de ver a emergência do novo, deixaram esvaziar a manifestação, abafando a polifonia das ruas. Foram incapazes do gesto magnânimo de abrir espaço para a singela manifestação por um outro conceito de cidade.
Foto: Rogelio Casado
Las dos caras de la calle en las protestas de Brasil
La frustrada huelga general promovida por los ocho mayores sindicatos contrastó con la de semanas atrás, multitudinaria, nueva, sin líderes ni banderas
Las calles y plazas de Brasil han sido tomadas de repente por una
cadena de protestas callejeras, nuevas y viejas, que no se veían desde
hace 20 años.
Sociólogos y políticos se estrujan las meninges para entender el porqué de ese fenómeno y las consecuencias que podrá tener para el futuro del país.
La frustrada huelga general de ayer promovida por los ocho mayores sindicatos con sus símbolos, banderas y reivindicaciones tradicionales y con miedo a criticar al Gobierno, contrastó con la de semanas atrás, multitudinaria, nueva, original, inesperada, promovida a través de las redes sociales, sin líderes ni banderas y abiertamente contra los políticos.
Fue como el choque - visible, incuestionable- de lo antiguo, lo tradicional, lo organizado, contra la novedad del movimiento desorganizado; de la estética tradicional de los movimientos de izquierdas que pisaban firmes sobre el asfalto de calles y plazas, con el retumbar de sus himnos y consignas y el ondear de sus banderas rojas, contra la levedad y el revolotear de las alas de la creatividad convertida en protesta lúdica.
Los sindicatos, desorientados por haber visto la calle - que desde siempre les pertenecía - ocupada por jóvenes hasta entonces desconocidos y por militancias desnudas de viejos simbolismos de izquierdas, pretendieron volver a ocuparla pisando fuerte, sin revoloteos de sueños y utopías imposibles.
Habían anunciado: “¡Pararemos el país!”. Hicieron ruido, cortaron carreteras, paralizaron el tráfico en algunas ciudades, pero la gente se quedó en sus casas. Y los pocos que salieron (5.000 en São Paulo, 10.000 en Río y 1.000 en Brasilia) en algunos casos recibieron para ello hasta 30 dólares por persona.
Los más de un millón que salieron espontáneamente a la calle, sin organizaciones tradicionales que las convocara en la protesta espontánea de junio, lo hicieron- prescindiendo de su contenido político- bajo una estética totalmente diferente.
Si las pancartas de los sindicatos fueron las de siempre, despojadas de humor y de creatividad como para reafirmar sus viejas convicciones que no cambian, las de la manifestación callejera espontánea fueron una exposición de ideas nuevas, de sátira moderna, de irreverencia hacia el poder, de nuevos sueños improvisados en la misma calle, escritos sobre pedazos de cartulina, inventados sobre la marcha: “Éramos infelices y no lo sabíamos”.
Eso no les quitó realismo a sus peticiones, que al revés de las tradicionales de los sindicatos que acaban muchas veces sin ser escuchadas por los gobiernos, los nuevos callejeros comenzaron pidiendo la nimiedad de una bajada de 20 céntimos en los autobuses para pasar a criticar el despilfarro del dinero público de la clase política y la paradoja de un país rico con hospitales miserables o escuelas donde los niños salen sin saber leer ni escribir.
Las peticiones de los espontáneos no tenían la prosopopeya de las grandes masas reivindicativas de los movimientos sociales de antaño pero acabaron desconcertando al Gobierno y al Congreso, que comenzaron a ofrecer al movimiento sin líderes todo y más de lo que pedían, hasta en contraste a veces con la Constitución.
Nunca se había pedido tan poco por parte de aquella masa de gentes heterogéneas que se deslizaban por las ciudades como en un éxodo bíblico, sin rumbo fijo, conquistando la simpatía de todos los insatisfechos con algo. Y nunca antes un movimiento en pocas semanas había conseguido tanto. Hoy, cerca de un centenar de ciudades han rebajado las tarifas de los transportes públicos.
Es posible que en el futuro, el pisar fuerte de las fuerzas sindicales en la calle con sus banderas de siempre, vuelva a ser necesario para reconquistar espacios nuevos al mundo del trabajo amenazado por las crisis mundiales. Es posible que las viejas reivindicaciones de la izquierda tradicional, hoy en profunda crisis, se hagan mañana más necesarias que nunca.
Sin embargo, la sociedad considera aquellas protestas organizadas, con líderes conocidos y a veces desgastados, como lo viejo que ya no entusiasma, y se refugia más bien en los sueños y utopías de las nuevas reivindicaciones de los desorganizados y sin poder político, que piden sencillamente “mejor calidad de vida” para todos y líderes menos corruptos.
La palabra corrupción fue la más cantada y escrita en las pancartas de los desorganizados y fue también la gran ausente en la huelga de los sindicatos.
Ambas manifestaciones de masa, a pocos días de distancia, han simbolizado el enfrentamiento entre lo viejo conocido y lo nuevo que despunta aún sin rostro, con un DNA que habla más al corazón que al cerebro, a las sensaciones que a las ideas, pero que está más cerca de la llamada “sabiduría emocional”, que de las frías y gastadas ideologías del pasado.
El futuro dirá quién está más cerca de lo que los jóvenes de nuestra generación piden y sueñan. Si las banderas rojas de ayer o las pancartas de mil colores y sueños de hoy.
Es el choque entre la política y la pospolítica. Entre un ayer, aún necesario porque aún está cargado de problemas sin resolver, y un hoy aún incierto que empieza a descubrir el escalofrío de lo diferente.
Fuente: El País
Sociólogos y políticos se estrujan las meninges para entender el porqué de ese fenómeno y las consecuencias que podrá tener para el futuro del país.
La frustrada huelga general de ayer promovida por los ocho mayores sindicatos con sus símbolos, banderas y reivindicaciones tradicionales y con miedo a criticar al Gobierno, contrastó con la de semanas atrás, multitudinaria, nueva, original, inesperada, promovida a través de las redes sociales, sin líderes ni banderas y abiertamente contra los políticos.
Fue como el choque - visible, incuestionable- de lo antiguo, lo tradicional, lo organizado, contra la novedad del movimiento desorganizado; de la estética tradicional de los movimientos de izquierdas que pisaban firmes sobre el asfalto de calles y plazas, con el retumbar de sus himnos y consignas y el ondear de sus banderas rojas, contra la levedad y el revolotear de las alas de la creatividad convertida en protesta lúdica.
Los sindicatos, desorientados por haber visto la calle - que desde siempre les pertenecía - ocupada por jóvenes hasta entonces desconocidos y por militancias desnudas de viejos simbolismos de izquierdas, pretendieron volver a ocuparla pisando fuerte, sin revoloteos de sueños y utopías imposibles.
Habían anunciado: “¡Pararemos el país!”. Hicieron ruido, cortaron carreteras, paralizaron el tráfico en algunas ciudades, pero la gente se quedó en sus casas. Y los pocos que salieron (5.000 en São Paulo, 10.000 en Río y 1.000 en Brasilia) en algunos casos recibieron para ello hasta 30 dólares por persona.
Los más de un millón que salieron espontáneamente a la calle, sin organizaciones tradicionales que las convocara en la protesta espontánea de junio, lo hicieron- prescindiendo de su contenido político- bajo una estética totalmente diferente.
Si las pancartas de los sindicatos fueron las de siempre, despojadas de humor y de creatividad como para reafirmar sus viejas convicciones que no cambian, las de la manifestación callejera espontánea fueron una exposición de ideas nuevas, de sátira moderna, de irreverencia hacia el poder, de nuevos sueños improvisados en la misma calle, escritos sobre pedazos de cartulina, inventados sobre la marcha: “Éramos infelices y no lo sabíamos”.
Eso no les quitó realismo a sus peticiones, que al revés de las tradicionales de los sindicatos que acaban muchas veces sin ser escuchadas por los gobiernos, los nuevos callejeros comenzaron pidiendo la nimiedad de una bajada de 20 céntimos en los autobuses para pasar a criticar el despilfarro del dinero público de la clase política y la paradoja de un país rico con hospitales miserables o escuelas donde los niños salen sin saber leer ni escribir.
Las peticiones de los espontáneos no tenían la prosopopeya de las grandes masas reivindicativas de los movimientos sociales de antaño pero acabaron desconcertando al Gobierno y al Congreso, que comenzaron a ofrecer al movimiento sin líderes todo y más de lo que pedían, hasta en contraste a veces con la Constitución.
Nunca se había pedido tan poco por parte de aquella masa de gentes heterogéneas que se deslizaban por las ciudades como en un éxodo bíblico, sin rumbo fijo, conquistando la simpatía de todos los insatisfechos con algo. Y nunca antes un movimiento en pocas semanas había conseguido tanto. Hoy, cerca de un centenar de ciudades han rebajado las tarifas de los transportes públicos.
Es posible que en el futuro, el pisar fuerte de las fuerzas sindicales en la calle con sus banderas de siempre, vuelva a ser necesario para reconquistar espacios nuevos al mundo del trabajo amenazado por las crisis mundiales. Es posible que las viejas reivindicaciones de la izquierda tradicional, hoy en profunda crisis, se hagan mañana más necesarias que nunca.
Sin embargo, la sociedad considera aquellas protestas organizadas, con líderes conocidos y a veces desgastados, como lo viejo que ya no entusiasma, y se refugia más bien en los sueños y utopías de las nuevas reivindicaciones de los desorganizados y sin poder político, que piden sencillamente “mejor calidad de vida” para todos y líderes menos corruptos.
La palabra corrupción fue la más cantada y escrita en las pancartas de los desorganizados y fue también la gran ausente en la huelga de los sindicatos.
Ambas manifestaciones de masa, a pocos días de distancia, han simbolizado el enfrentamiento entre lo viejo conocido y lo nuevo que despunta aún sin rostro, con un DNA que habla más al corazón que al cerebro, a las sensaciones que a las ideas, pero que está más cerca de la llamada “sabiduría emocional”, que de las frías y gastadas ideologías del pasado.
El futuro dirá quién está más cerca de lo que los jóvenes de nuestra generación piden y sueñan. Si las banderas rojas de ayer o las pancartas de mil colores y sueños de hoy.
Es el choque entre la política y la pospolítica. Entre un ayer, aún necesario porque aún está cargado de problemas sin resolver, y un hoy aún incierto que empieza a descubrir el escalofrío de lo diferente.
Fuente: El País
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