PICICA: "En su escrito de 1940, el filósofo y
sociólogo alemán Max Horkheimer, antiguo director del Instituto de
Investigación Social de la Universidad Johann Wolfgang Goethe de
Fráncfort, hace una ardiente defensa de lo que considera que es la
función social de la filosofía: la crítica de lo establecido."
La función social de la filosofía
A la memoria de mi abuelo, Luis Manuel Baquero.
En su escrito de 1940, el filósofo y
sociólogo alemán Max Horkheimer, antiguo director del Instituto de
Investigación Social de la Universidad Johann Wolfgang Goethe de
Fráncfort, hace una ardiente defensa de lo que considera que es la
función social de la filosofía: la crítica de lo establecido. Plantea un
contraste entre ésta y la función social de las ciencias particulares,
tales como la física, la química y la biología. Por más que en ellas
existan puntos de controversia, se admite una orientación general. Los
representantes de cada ciencia están más o menos de acuerdo en cuanto al
objeto y al método. Las ciencias particulares abordan problemas que
surgen del mismo proceso vital de la sociedad, lo cual no significa que
toda investigación científica satisfaga una necesidad urgente. Para
Horkheimer, la ciencia no es una excepción en cuanto al mal uso de
energías en todos los dominios de la cultura se refiere.
La situación de la filosofía es otra. Si
le preguntásemos a un profesor de filosofía qué es la filosofía,
tendríamos suerte de encontrar un especialista que no rechazara por
principio las definiciones. Pero si aceptásemos tal definición, no
tardaríamos en comprobar que ésta no es, de ningún modo, la que se
reconoce en general y en todas partes. Una miríada de filósofos y
filósofas han dado sus propias definiciones de lo que es la filosofía, y
una multitud de corrientes tienen sus propios criterios sobre lo que
constituye a la filosofía como tal. En filosofía, la refutación de una
escuela por otra implica su rechazo total, el negar como radicalmente
falsas sus teorías fundamentales.
Por ende, podemos ver que la situación
de la filosofía es diferente a la de las demás actividades
intelectuales. La praxis social no ofrece ninguna pauta a la filosofía,
ésta no puede conducir a éxitos de ninguna especie. Los filósofos, por
su parte—dice Horkheimer—muestran una empecinada indiferencia frente al
juicio del mundo exterior. Desde el proceso a Sócrates se comprueba que
sostienen una tensa relación con la realidad tal cual ella es, sobre
todo con la comunidad en la que viven. Esa tensión a veces aparece como
abierta persecución, y otras veces se presenta simplemente en que su
lenguaje no es comprendido.
Sin embargo, también los científicos a
veces han entrado en conflicto con la sociedad de su tiempo. Pero,
argumenta Horkheimer, las causas de la persecución en el caso de los
científicos tenían más que ver con sus concepciones filosóficas que con
sus teorías científicas. Los enemigos de Galileo, por ejemplo, hubiesen
aceptado su teoría heliocéntrica con tal de que la incluyera en el
contexto filosófico y teológico adecuado. Pero el carácter
específicamente refractario de la filosofía respecto de la realidad se
debe a sus principios inmanentes.
La filosofía insiste en que las acciones
y fines humanos no deben ser producto de una ciega necesidad. Ni los
conceptos científicos, ni las costumbres prevalecientes, ni la forma de
la vida social, ni el modo de pensar dominante deben ser adoptados como
hábito y practicados sin crítica. La filosofía es el intento metódico y
perseverante de introducir la razón en el mundo, por lo cual su posición
siempre es precaria y cuestionada. La filosofía es incómoda y obstinada
y, además, carece de utilidad inmediata. Todo esto la convierte en
fuente de contrariedades. Su auténtica función social es desarrollar el
pensamiento crítico y dialéctico. “La
enseñanza de la filosofía es una herramienta imprescindible para la
emancipación humana y para la concreción de la justicia social”.
La meta principal de ese pensamiento
crítico, considera Horkheimer, es impedir que los hombres y las mujeres
se abandonen a aquellas ideas y formas de conducta que la sociedad en
su organización actual les dicta. El objetivo es enseñar a las personas a
discernir la relación entre sus acciones individuales y aquello que se
logra con ellas, entre sus existencias particulares y la vida general de
la sociedad, entre sus proyectos diarios y las grandes ideas
reconocidas por ellas. Los grandes filósofos de la historia aplicaron
este pensamiento dialéctico a los problemas concretos de la vida;
siempre apuntaron a la organización racional de la vida en sociedad. Sin
embargo, ni Platón ni Aristóteles consideraban, como Antístenes y los
cínicos, que la razón pudiera alcanzar un desarrollo superior estable en
hombres que llevan una vida de perros, ni que la sabiduría pudiera
andar de la mano con la miseria.
Para estos grandes filósofos, una
situación de justicia era imprescindible para el desarrollo de las
capacidades intelectuales del ser humano, y esta idea es la que está en
la base de todo el humanismo occidental. Desde Platón, la filosofía
nunca abandonó el ideal de que es posible instaurar la razón entre los
hombres y las naciones. La filosofía moderna comparte con la antigua su
optimismo con respecto a las conquistas potenciales de la humanidad. En
la Edad Moderna, la utopía ha sido reemplazada por una descripción
científica de las relaciones y tendencias concretas que pueden conducir a
un mejoramiento de la vida humana.
Tal como lo plantea el mismo Horkheimer
al final de su escrito: “Nuestra misión actual es, antes bien, asegurar
que en el futuro no vuelva a perderse la capacidad para la teoría y para
la acción que nace de ésta, ni siquiera en una futura época de paz, en
la que la diaria rutina pudiera favorecer la tendencia a olvidar de
nuevo todo el problema. Debemos luchar para que la humanidad no quede
desmoralizada para siempre por los terribles acontecimientos del
presente, para que la fe en un futuro feliz de la sociedad, en un futuro
de paz y digno del hombre, no desaparezca de la tierra”.
Podemos constatar, entonces, la
importancia crucial de la filosofía en la lucha por la formación de
individuos y de sociedades autónomas, en su sentido originario de capaces de dictarse sus propias leyes.
La enseñanza de la filosofía es una herramienta imprescindible para la
emancipación humana y para la concreción de la justicia social. Con el
Plan Decenal de Educación implementado en el 2008 por el gobierno de
Leonel Fernández, la filosofía fue eliminada del currículo escolar
dominicano. Es hora de reinsertarla.
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Estudiante de Humanidades y Filosofía en el Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó.Fuente: Nuestro Tiempo
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