PICICA: "Pero la sociología de la imagen va un paso más allá y pone en discusión el
lenguaje verbal en su conjunto a partir de la siguiente hipótesis: “Hay en el
colonialismo una función muy peculiar para las palabras: las palabras no
designan sino que encubren”. De ahí que como práctica de investigación social y
como territorio de experimentación pedagógica, la sociología de la imagen haga
foco en el papel crucial de las imágenes, tanto en la (re)elaboración de una
episteme indígena como en la comunicación intercultural.[4]
“Las imágenes nos ofrecen interpretaciones y narrativas sociales que desde
siglos precoloniales iluminan este trasfondo social y nos ofrecen perspectivas
de comprensión crítica de la realidad”.[5]
La sociología de la imagen opera,
así, una desfamiliarización, una toma
de distancia “con los archiconocido, con la inmediatez de la rutina y el
hábito” a partir de trabajar sobre una multiplicidad de representaciones
propias del mundo visual. No se trata, claro, de hacer ver ni de despertar
conciencias, con su consecuente trasfondo civilizatorio. Es más, ni siquiera es
una práctica que se ejerce sobre otro, o sobre un afuera. Es un
pensamiento-práctica en situación, un hacer en inmanencia.
En sus propios términos, la
sociología de la imagen se presenta como una práctica de visualización crítica
que al reinterpretar y poner en discusión la imágenes de una época permite
construir una narrativa (“como sintaxis entre imagen y texto, y como modo de
contar y comunicar lo vivido”) y una sensibilidad descolonizada.[6]
Práctica teórica, estética y ética, pone en valor una memoria imposible de
sofocar que se vuelve narración, una voz
propia en proceso de constitución. Un arte
del hacer que no reconoce fronteras entre la creación artística y la reflexión
conceptual y política pero que neutraliza tanto el orden del discurso
político-sindical (de las elites de derecha, nacional-movimientista o de
izquierda) como el académico, puras retóricas vacías y autoindulgentes.
La sociología de la imagen se
pone en juego, entonces, en un campo de tensiones montado en torno de una multifacética
y plural memoria colectiva que se actualiza en los conflictos del presente. Y
se actualiza bajo la forma de una acción política que es inmediatamente práctica
subversiva.[7] “La
descolonización solo puede realizarse en la práctica: una práctica reflexiva y
comunicativa fundada en el deseo de recuperar una memoria (que es también
ideación, imaginación y pensamiento) y una corporalidad propias”.[8]
Esta práctica
político-comunitaria de recreación de una memoria histórica se dispone, no bajo
una forma lineal del tiempo, sino bajo la forma cíclica que caracteriza el
tiempo de luchas; una memoria en espiral
tal como expresa el aforismo “qhipnayra uñtasis sarnaqapxañani”: el pasado y el
futuro se encuentran contenidos en el presente. O, de otro modo: un pasado que
podría ser futuro, dado que es el que se habita en los sueños y dilemas del
presente.[9]
Se vuelve, entonces, siempre se vuelve, pero nunca a lo mismo. “La memoria
histórica se reactiva y a la vez se reelabora y se resignifica cada vez en la
crisis y rebeliones posteriores”. Y a donde se vuelva depende de los actos de
cada quien más que de sus palabras."
Fonte: Lobo Suelto
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